Transformación - Морган Райс


transformación


(Libro #1 del Diario de un Vampiro)


Morgan Rice

ALGUNAS OPINIONES ACERCA DE LAS OBRAS DE MORGAN RICE


"Me llamó la atención desde el principio y no dejé de leerlo… Esta historia es una aventura increíble, de ritmo rápido y llena de acción desde su inicio. No hay un momento aburrido".

--Paranormal Romance Guild {con respecto a Turned}


"Tiene una trama estupenda y es un libro que le costará trabajo dejar de leer en la noche. El final en suspenso es tan espectacular, que inmediatamente querrá comprar el siguiente libro, solamente para ver qué sigue".

--The Dallas Examiner {referente a Loved}


"Es un libro equiparable a Twilight y The Vampire Diaries, (Diario de un Vampiro), y hará que quiera seguir leyendo ¡hasta la última página! Si le gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para usted!"

--vampirebooksite.com {con respecto a Turned}


"Es una historia ideal para los lectores jóvenes. Morgan Rice hizo un buen trabajo dando un giro interesante a lo que pudo haber sido un típico cuento de vampiros. Innovador y singular, tiene los elementos clásicos que se encuentran en muchas historias paranormales para adultos jóvenes".

--Reseña de The Romance {referente a Turned}


"Rice hace un gran trabajo para captar su atención desde el principio, al utilizar una gran calidad descriptiva que va más allá de la simple descripción de la ambientación… Bien escrito y sumamente rápido de leer, es un buen comienzo para una nueva serie sobre vampiros, que seguramente será un éxito entre los lectores que buscan una historia ligera pero entretenida".

--Reseña de Black Lagoon {respecto a Turned}


"Lleno de acción, romance, aventura y suspenso. Este libro es una maravillosa adición a esta serie y lo dejará deseando más de Morgan Rice".

--vampirebooksite.com {respecto a Loved}


"Morgan Rice se demuestra a sí misma una vez más, que es una narradora de gran talento… Esto atraerá a una gran audiencia, incluyendo a los aficionados más jóvenes, del género de los vampiros y de la fantasía. El final de suspenso inesperado lo dejará estupefacto".

--RESEÑAS DE THE ROMANCE {respecto a Loved}

Acerca de Morgan Rice


Morgan es la escritora número uno de bestsellers de las series para adultos jóvenes de THE VAMPIRE JOURNALS, (DIARIO DE UN VAMPIRO) que comprende ocho libros, que han sido traducidos a seis idiomas.

Morgan también es autora del libro bestseller #1: ARENA UNO y ARENA DOS, que son los primeros dos libros de la TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, una novela de suspenso, de acción apocalíptica, ambientada en el futuro.

Morgan también es autora de la serie de fantasía, bestseller # 1 de THE SORCERER’S RING, (EL ANILLO DEL HECHICERO), (GRATIS) que comprende seis libros, y siguen sumándose.

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com para mantenerse en contacto.

Libros de Morgan Rice


THE SORCERER’S RING (EL ANILLO DEL HECHICERO)

A QUEST OF HEROES (Libro #1 del Anillo del Hechicero)

A MARCH OF KINGS (Libro #2 del Anillo del Hechicero)

A FEAST OF DRAGONS (Libro #3 del Anillo del Hechicero)

A CLASH OF HONOR (Libro #4 del Anillo del Hechicero)

A VOW OF GLORY (Libro #5 del Anillo del Hechicero)

A CHARGE OF VALOR (Libro #6 del Anillo del Hechicero)

A RITE OF SWORDS (Libro #7 del Anillo del Hechicero)

A GRANT OF ARMS (Libro #8 del Anillo del Hechicero)

A SKY OF SPELLS (Libro #9 del Anillo del Hechicero)

A SEA OF SHIELDS (Libro #10 del Anillo del Hechicero)

A REIGN OF STEEL (Libro #11 del Anillo del Hechicero)


THE SURVIVAL TRILOGY (LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA)

ARENA ONE (ARENA UNO): SLAVERUNNERS (TRATANTES DE ESCLAVOS)

(Libro #1 de la Trilogía de Supervivencia)

ARENA TWO (ARENA DOS)

(Libro #2 de la Trilogía de Supervivencia)


THE VAMPIRE JOURNALS (DIARIO DE UN VAMPIRO)

TURNED (Libro #1 del Diario de un Vampiro)

LOVED (Libro #2 del Diario de un Vampiro)

BETRAYED (Libro #3 del Diario de un Vampiro)

DESTINED (Libro #4 del Diario de un Vampiro)

DESIRED (Libro #5 del Diario de un Vampiro)

BETROTHED (Libro #6 del Diario de un Vampiro)

VOWED (Libro #7 del Diario de un Vampiro)

FOUND (Libro #8 del Diario de un Vampiro)

RESURRECTED (Libro #9 del Legado de un Vampira)

CRAVED (Libro #10 of del Legado de un Vampiro)




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Derechos Reservados © 2012 por Morgan Rice


Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en un sistema de base de datos o de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.


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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la autora o son usados ficticiamente. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es solo coincidencia.


Jacket image ©iStock.com/© Ivan Bliznetsov


Título original: Turned

Traducción: Alejandra Ramos

© 2011, Morgan Rice


No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal).

¿Y es saludable ir descubierto

y aspirar las emanaciones de la húmeda alborada?

¡Qué! ¿Bruto está enfermo y abandona su sano lecho

para exponerse al pernicioso contagio de la noche?

WILLIAM SHAKESPEARE, Julio César

UNO


Caitlin Paine siempre temió el primer día de clases en una escuela nueva. Ocurrían situaciones relevantes, como conocer a los nuevos amigos y maestros o aprender los nuevos caminos. Pero también había situaciones más triviales, como conseguir un casillero y familiarizarse con el aroma y los sonidos de un nuevo lugar. Sin embargo, lo que más le atemorizaba eran las miradas. Cada vez que llegaba a un sitio que no conocía, sentía que la gente la observaba. Lo único que ella deseaba era anonimato, y sin embargo, nunca lo conseguía.

Caitlin no entendía qué la hacía tan llamativa. No era particularmente alta, tan solo medía metro y medio, y además, su cabello y sus ojos cafés, en conjunto con su peso promedio, la hacían sentir bastante ordinaria. Ciertamente no se sentía hermosa como le parecían algunas de las otras chicas. Tenía dieciocho años pero lucía algo mayor, aunque no lo suficiente como para hacerla sobresalir.

Había algo más. Existía otra cosa en ella que siempre provocaba que la gente volteara más de una vez a mirarla. En el fondo, sabía que era diferente, solo que no estaba segura de por qué.

Si acaso existía algo peor que el primer día de clases, eso era empezar un curso escolar a mitad del semestre, cuando todo mundo ya había tenido algo de tiempo para hacer amistades. Hoy, este primer día, a mediados de marzo, iba a ser el más terrible de todos. Caitlin podía presentirlo. No obstante, ni siquiera en sus peores pesadillas imaginó que sería así de malo. Nada de lo que había visto —y vaya que había visto bastante—, la pudo preparar para algo así.

Caitlin estaba parada frente a su nueva escuela, una enorme preparatoria pública de Nueva York. La helada mañana de marzo le hacía preguntarse: “¿Por qué yo?”

Su atuendo era insuficiente para el frío: solo un suéter y leggings. Además, no estaba preparada en lo absoluto para el ruidoso caos que la recibió, había cientos de chicos gritando, vociferando y empujándose. Parecía el patio de una prisión.

Predominaba el ruido. Todos ahí reían escandalosamente, decían montones de groserías y se empujaban con gran rudeza. De no haber detectado algunas sonrisas y risitas burlonas, habría pensado que se trataba de una reyerta masiva.

Los chicos desbordaban energía, y Caitlin por el contrario, exhausta, desvelada y a punto de congelarse, no podía entender de dónde provenía ésta. Cerró los ojos y deseó desaparecer.

Buscó en sus bolsillos y sintió algo: su iPod. “Sí.”

Se colocó los audífonos y lo encendió. Necesitaba ahogar todo el barullo exterior.

Pero no escuchó nada. Miró hacia abajo y se percató de que la batería se había agotado. “Perfecto.”

Revisó su celular con deseos de que algo la distrajera, cualquier cosa. “No hay mensajes nuevos.”

Cuando volvió la vista al frente, vio el mar de rostros nuevos y se sintió sola. Pero no porque fuera la única chica blanca, de hecho, lo prefería así. Algunos de sus amigos más cercanos en las otras escuelas eran negros, latinos, asiáticos e hindúes, en tanto que algunos de sus enemigos más acérrimos habían sido blancos. No, no se trataba de eso. Se sentía sola porque el entorno era urbano. Estaba parada sobre concreto. Cuando entró a la zona recreativa se escuchó un ruidoso timbre y Caitlin tuvo que atravesar unos grandes portones de metal. Ahora estaba encerrada, enjaulada tras las gigantescas puertas coronadas con alambre de púas. Tenía la sensación de estar en la cárcel.

Ver la enorme escuela y los barrotes en todas las ventanas, no mejoró sus ánimos. Por lo general, ella siempre se adaptaba con facilidad a las nuevas escuelas, sin importar el tamaño. Pero en todos los casos, se trató de colegios a las afueras de la ciudad. En todas ellas había césped, árboles y cielo. Aquí, sin embargo, no había otra cosa que no fuera urbana. Se le dificultaba respirar. Estaba aterrada.

Al escuchar un segundo timbrazo, comenzó a arrastrar los pies hacia la entrada junto a los otros cientos de chicos. Una joven gorda la empujó con brusquedad y a Caitlin se le cayó su diario. Lo levantó, y cuando lo hizo, se despeinó. Luego alzó la mirada para ver si la chica se disculpaba, pero no la vio más —se había ido junto con el enjambre—. Escuchó risas pero le fue imposible determinar si ella era el blanco de las mismas.

Apretó su diario, lo único que la hacía sentir real. La había acompañado a todos los lugares. Lo usaba para hacer notas y dibujos en todos los sitios a donde iba; era el mapa de su niñez.

Por fin llegó a la entrada. Ahí tuvo que apretujarse entre los otros para ingresar. Aquello era como subir al metro en hora pico. Creyó que adentro haría un poco de calor, pero las puertas que se quedaron abiertas tras ella dejaron pasar una corriente de aire frío que le llegaba directamente a la espalda, y eso la hizo sentir aún peor.

Al ingresar había dos enormes guardias de seguridad, y a su lado, dos policías de la ciudad de Nueva York. Ambos vestían el uniforme completo y portaban ostentosamente sus armas.

—¡No se detengan! —ordenó uno de ellos.

Caitlin no podía imaginar por qué dos policías armados habrían de cuidar la entrada de una preparatoria. Su temor se acrecentó y empeoró cuando miró hacia arriba y se dio cuenta de que tendría que atravesar un detector de metales del mismo tipo de los que usan para la seguridad en los aeropuertos.

A cada lado del detector había otros cuatro policías armados, y dos guardias de seguridad más.

—¡Vacíen sus bolsillos! —gritó con brusquedad un guardia.

Caitlin notó que los otros chicos sacaban los objetos de sus bolsillos y los depositaban en pequeñas charolas de plástico. Los imitó de inmediato y entregó su iPod, la billetera y las llaves.

Pasó por el detector arrastrando los pies y se activó la alarma.

—¡Tú! —gritó un guardia—. ¡Colócate a un lado!

“Por supuesto.”

Los demás se le quedaron viendo mientras levantaba los brazos y el guardia pasaba el detector manual a lo largo de todo su cuerpo.

—¿Llevas algo de joyería?

Caitlin se tocó las muñecas y el cuello. De repente recordó: su cruz.

—¡Quítatela! —le dijo el guardia groseramente.

Era el collar que le había dado su abuela antes de morir; una pequeña cruz de plata que tenía grabada una frase en latín que nunca tradujo. Su abuela le dijo que a ella se la había entregado su propia abuela. Caitlin no practicaba ninguna religión y en realidad no entendía bien lo que significaba; sin embargo, estaba consciente de que tenía cientos de años y de que era el objeto más valioso que poseía.

Separó la cruz de su blusa y la mantuvo arriba, pero no se la quitó.

—Preferiría no hacerlo —respondió.

El guardia la miró con frialdad inconmensurable.

De repente hubo conmoción. Todo mundo gritó cuando un policía sujetó a un chico alto y delgado, lo aventó contra el muro y lo despojó de una navaja que traía en el bolsillo.

El guardia de seguridad fue a ayudar al policía y Caitlin aprovechó para deslizarse entre la multitud que caminaba por el pasillo.

“Bienvenida a la escuela pública de Nueva York”, pensó Caitlin. “Genial.”

Comenzó a contar los días que faltaban para graduarse.

Aquellos corredores eran los más amplios que había visto. Parecía imposible imaginar que alguna vez podrían llenarse, y sin embargo, estaban repletos de chicos que caminaban hombro contra hombro. Debían ser miles de personas en esos pasillos; el mar de rostros se extendía y parecía no tener fin. Aquí, el ruido era mucho peor; rebotaba en los muros y se condensaba. Caitlin quería cubrirse las orejas, pero ni siquiera tenía espacio para levantar los brazos. De pronto, sintió claustrofobia.

Sonó la campana y la energía se incrementó.

“Ya voy retrasada.”

Revisó una vez más su tarjetón y, finalmente, vio a lo lejos el salón que le correspondía. Trató de atravesar el mar de cuerpos, pero no lograba avanzar. Después de varios intentos, se dio cuenta de que tenía que ser agresiva. Comenzó a golpear a los otros con los codos y a empujarlos cuando ellos la empujaban. Dejándolos atrás uno por uno, Caitlin logró pasar por entre los jóvenes que llenaban el amplio pasillo y abrió la pesada puerta del salón.

Se rodeó con los brazos. De ese modo enfrentó todas las miradas dirigidas a ella, la chica nueva que había llegado tarde. Imaginó que el maestro la regañaría por interrumpir, pero se quedó atónita al descubrir que no sería así en lo absoluto. Aunque el salón estaba diseñado para treinta alumnos, había cincuenta, estaba repleto. Algunos de los chicos ya estaban en sus asientos, otros caminaban por entre los mesabancos gritándose. Era un caos.

A pesar de que la campana había sonado cinco minutos antes, el maestro, despeinado y con el traje arrugado, ni siquiera había comenzado la clase. De hecho, estaba sentado con los pies sobre el escritorio, leyendo el periódico e ignorando a todo mundo.

Caitlin se acercó a él y colocó su nueva credencial de identificación sobre el escritorio. Se mantuvo de pie ahí y esperó a que el maestro la mirara, pero él no lo hizo.

Finalmente, aclaró la garganta.

—Disculpe.

El maestro bajó su periódico con reticencia.

—Soy Caitlin Paine. Soy nueva. Creo que tengo que entregarle esto.

—Yo solo soy un suplente —le contestó y levantó de nuevo el periódico, ignorándola.

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