Atrayendo - Блейк Пирс 3 стр.


En aquel entonces, lo último que había tenido en mente era convertirse en agente del FBI. Se había enredado en el caso sin querer, y había ayudado a resolverlo, y por eso casi todos sabían quién era desde el primer día.

Cuando el programa empezó y el resto de los pasantes estaban aprendiendo de computadoras, técnicas forenses y otros asuntos menos emocionantes, Riley había localizado al Asesino de Payasos. Ambos casos habían sido traumáticos y potencialmente mortales.

No le agradaba mucho al resto de los pasantes dado el hecho de que ella tenía experiencia y ellos no. De hecho, su resentimiento tácito había sido palpable desde el principio.

Y ahora algunos de ellos la envidiaban porque iba a la Academia.

«Si supieran por todo lo que he pasado», pensó.

Si supieran, dudaba que la seguirían enviando.

Se sentía horrorizada y culpable cada vez que recordaba a sus dos amigas asesinadas en Lanton, y deseaba poder volver atrás en el tiempo para evitar sus asesinatos. No solo sus amigas seguirían vivas, pero su propia vida sería completamente diferente. Tendría una licenciatura de psicología y un trabajo normal.

«Y todo estaría bien con Ryan», pensó.

Pero dudaba de que se sentiría feliz. Ninguna carrera le había parecido emocionante hasta que se presentó la posibilidad de ser agente del FBI, incluso si se sentía como si la carrera la hubiera elegido a ella y no al revés.

Cuando todos los pasantes estaban listos para la foto, Hoke Gilmer contó un chiste para hacer a todos reír mientras el fotógrafo tomaba la foto. Riley no estaba de buen humor, por lo que el chiste no le pareció divertido. Estaba segura de que su sonrisa se vería forzada y poco sincera.

También se sentía insegura de su propio traje de pantalón, el cual había comprado hace meses en una tienda de segunda mano. La mayoría de los otros pasantes estaban en una mejor situación económica que ella… y mejor vestidos también. No ansiaba ver la foto que acababa de ser tomada.

Luego, el grupo se separó para disfrutar de los aperitivos y refrescos dispuestos en otra mesa en el centro de la sala. Todos se agruparon y, como de costumbre, Riley se sintió aislada.

Se dio cuenta de que Natalie Embry estaba abrazando a Rollin Sloan, un pasante al que le habían ofrecido un empleo muy bien pagado como analista de datos en una gran oficina de campo del oeste medio.

Riley oyó una voz a su lado decir: —Bueno, Natalie de seguro consiguió lo que quería.

Riley se volvió y vio a John Welch a su lado. Sonrió y le dijo: —Venga, John. ¿No estás siendo un poco cínico?

John se encogió de hombros y dijo: —¿Me estás diciendo que estoy equivocado?

Riley volvió a mirar a Natalie, quien le estaba mostrando su nuevo anillo de compromiso a alguien.

—No, creo que no —le respondió.

Natalie había estado mostrando ese anillo a todo el mundo desde que Rollin le había pedido que se casara con él hace unos días. Había sido un romance relámpago, ya que ella y Rollin se habían conocido apenas en el programa de pasantías.

John soltó un suspiro de compasión fingida. —Pobre Rollin —dijo—. Ahí estaría yo si no fuera por la gracia de Dios.

Riley se echó a reír. Sabía exactamente lo que John quería decir. Desde el primer día del programa, Natalie había estado buscando un prometido. Incluso había ido tras John, pero él le había dejado claro que no estaba interesado en ella.

Riley se preguntó si Natalie realmente había estado interesada en el programa. Después de todo, había logrado lo suficiente para ser aceptada en las prácticas.

«Probablemente no», pensó.

Natalie parecía haberse unido al programa por la misma razón que algunas de las amigas de Riley habían ido a la universidad: para encontrar un esposo exitoso.

Riley trató de imaginarse cómo sería vivir la vida con las prioridades de Natalie. Las cosas sin duda serían más fáciles, dado que las decisiones que tendría que tomar serían más claras…

Encontrar a un hombre, mudarse a una casa bonita, tener bebés…

Riley no pudo evitar sentir envidia por la seguridad de la que gozaba Natalie.

Aun así, Riley estaba segura de que una vida así la aburriría mucho, razón por la cual las cosas estaban mal entre ella y Ryan ahora mismo.

Luego John dijo: —Supongo que te diriges directo a Quantico.

—Sí —dijo Riley—. ¿Supongo que tú también?

John asintió con la cabeza. A Riley le pareció emocionante que ella y John estaban entre el pequeño puñado de pasantes que seguirían a la Academia del FBI.

La mayoría de ellos seguirían otros caminos. Algunos se dirigían a la escuela de postgrado para estudiar campos que habían llamado su interés este verano. Otros pronto empezarían nuevos trabajos en los laboratorios u oficinas del edificio Hoover o en la sede de la Agencia en otras ciudades. Comenzarían carreras en el FBI como informáticos, analistas de datos, técnicos… trabajos con horarios normales que jamás pondrían sus vidas en peligro.

«Trabajos que Ryan aprobaría», pensó Riley con melancolía.

Riley estuvo a punto de preguntarle a John cómo se iba a Quantico hoy. Pero luego recordó que tenía un auto lujoso. Riley consideró pedirle un aventón. Después de todo, se ahorraría el dinero de un taxi y un billete de tren.

Pero no se atrevía a hacerlo. No quería admitirle que Ryan ni siquiera la llevaría a la estación de tren. John era astuto, y de seguro percibiría que las cosas no estaban bien entre ellos. Prefería que no se enterara de eso, al menos no en este momento.

Mientras ella y John seguían hablando, Riley no pudo evitar notar una vez más lo atractivo que era—robusto y atlético, con el pelo rizado y una sonrisa agradable.

Aunque era adinerado y llevaba un traje caro, Riley no pensaba menos de él por su riqueza y privilegios. Sus padres eran abogados prominentes que estaban muy involucrados en la política, y Riley admiraba a John por haber elegido una vida más humilde de aplicación de la ley.

Era un buen tipo, un verdadero idealista, y le gustaba mucho. Habían trabajado juntos para resolver el caso del Asesino de Payasos, comunicándose con el asesino de forma encubierta para sacarlo de su escondite.

Mientras que se encontraba disfrutando de su sonrisa y la conversación, Riley se preguntó si su amistad crecería en la Academia.

Quizá pasarían mucho tiempo juntos… y ella estaría lejos de Ryan.

Se advirtió a sí misma que no debía darle rienda suelta a su imaginación. Por un lado, los problemas que tenía con Ryan probablemente solo eran temporales. Tal vez lo único que necesitaban era tiempo separados para recordar por qué se habían enamorado.

Los pasantes finalmente terminaron de comer y comenzaron a irse. John se despidió de Riley con la mano, y ella sonrió y le devolvió el despido. Todavía pegada a Rollin, Natalie siguió mostrando su anillo todo el camino hasta la puerta.

Riley se despidió de Hoke Gilmer, el supervisor de entrenamiento, y también del subdirector Marion Connor, los cuales habían dado discursos de felicitación hace un rato. Luego salió de la recepción y se fue al vestuario para buscar su maleta.

Se encontró sola en el vestuario grande y vacío. Miró a su alrededor con melancolía. Todos los pasantes se agrupaban allí cada vez que tenían una reunión. Dudaba que jamás volvería.

¿Echaría de menos el programa? No estaba segura. Había aprendido mucho aquí, y había disfrutado mucho de la experiencia. Pero sabía que definitivamente era hora de seguir adelante.

«Entonces, ¿por qué me siento triste?», se preguntó.

Rápidamente entendió que era por cómo había dejado las cosas con Ryan. Recordó sus propias duras palabras:

—Disfruta el resto de la comida. Hay pastel de queso en el refrigerador. Estoy cansada. Me ducharé y luego me iré a la cama.

No habían hablado desde entonces. Para cuando Riley despertó esta mañana, Riley ya se había ido a trabajar.

Se arrepentía de haberle hablado así. Pero ¿qué otra opción le había dado? No había demostrado mucha sensibilidad a sus sentimientos, esperanzas y sueños.

El anillo de compromiso se sintió extraño en su dedo. Lo acercó a su rostro y lo miró. A medida que la joya modesta pero preciosa brillaba bajo la luz fluorescente del techo, recordó el dulce momento cuando Ryan se había arrodillado ante ella para pedirle matrimonio.

Parecía que había sucedido hace mucho tiempo.

Y después de su separación nada amistosa, Riley se preguntó si seguían comprometidos. ¿Su relación había terminado? ¿Habían roto sin decirlo? ¿Era hora de que se olvidara de él y que lo dejara atrás, al igual que estaba dejando atrás todo lo demás? ¿Ryan se olvidaría de ella rápidamente?

Por un momento, consideró no coger el taxi y el tren a Quantico, al menos no en este momento. Tal vez no importaría que llegara un día tarde a clases. Tal vez podría volver a hablar con Ryan cuando llegara a casa del trabajo. Tal vez podrían arreglar las cosas.

Pero entendió rápidamente que si volvía al apartamento ahora, tal vez nunca iría a Quantico.

Se estremeció ante la idea.

De alguna manera, sabía que su destino la esperaba en Quantico, y no se atrevía a perdérselo.

«Es ahora o nunca», pensó.

Agarró su maleta, salió del edificio y luego tomó un taxi a la estación de tren.

CAPÍTULO CUATRO

A Guy Dafoe no le gustaba levantarse tan temprano en la mañana. Pero al menos ahora trabajaba duro cuidando su propio ganado en vez de las manadas de otros. Sus tareas matutinas ahora valían mucho la pena.

El sol estaba saliendo, y sabía que sería un día hermoso. Le encantaba el olor de los campos y los sonidos del ganado.

Había pasado años trabajando en ranchos y manadas más grandes. Pero esta era su propia tierra, sus propios animales. Y estaba alimentando a estos animales bien, no artificialmente con grano y hormonas. Eso era un desperdicio de recursos, y el ganado que solo vivía para producir sufría mucho. Se sentía bien con lo que estaba haciendo.

Había usado todos sus ahorros para comprar esta granja y un poco de ganado para comenzar. Sabía que era un gran riesgo, pero tenía fe en que había futuro en las ventas de ganado alimentado con pasto. Era un mercado creciente.

Los becerros estaban agrupados alrededor del granero, donde los había encerrado anoche para comprobar su salud y desarrollo. Lo miraron y mugieron en voz baja, como si habían estado esperándolo.

Estaba orgulloso de su pequeña manada de Angus, y en ocasiones tenía que resistir la tentación de encariñarse con ellos, como si fueran mascotas. Estos eran animales destinados al consumo después de todo. Sería mala idea encariñarse con cualquiera de ellos.

Hoy quería llevar a los becerros al pasto cerca de la carretera. Se habían comido casi todo el pasto del campo en el que estaban ahora, y el pasto que estaba cerca de la carretera estaba listo para el pastoreo.

Justo cuando abrió la puerta de par en par, notó algo extraño en el lado lejano del campo. Parecía una especie de paquete cerca de la carretera.

—Sea lo que sea, probablemente no es bueno —dijo en voz alta.

Se deslizó por la abertura y cerró la puerta detrás de él, dejando a los potros de un año donde estaban. No quería llevar su ganado hasta el pasto hasta que descubriera qué era ese objeto extraño.

Mientras caminaba por el campo, se sintió más desconcertado. Parecía una gran maraña de alambre de púas que colgaba de un poste. Tal vez un rollo de alambre de púas había salido volando del camión de alguien y terminado allí.

Pero mientras se acercaba, vio que no era un rollo nuevo. Era una maraña de alambre viejo, envuelto en todas las direcciones.

No tenía sentido.

Cuando llegó a la maraña y la miró fijamente, se dio cuenta de que había algo adentro.

Se inclinó, lo miró de cerca y se congeló.

—¡Dios mío! —gritó, saltando hacia atrás.

Pero tal vez solo se lo estaba imaginando. Se obligó a mirar de nuevo.

No, no se lo estaba imaginando… era el rostro de una mujer, pálido y desfigurado de agonía.

Se acercó para quitarle el alambre, pero se detuvo rápidamente.

«Es inútil —se dio cuenta—. Está muerta.»

Se tambaleó hasta el próximo poste, se apoyó en él y vomitó violentamente.

«Recomponte», se dijo a sí mismo.

Tenía que llamar a la policía de inmediato.

En ese momento, se echó a correr hacia su casa.

CAPÍTULO CINCO

El agente especial Jake Crivaro se sentó de golpe cuando el teléfono de su oficina sonó.

Las cosas habían estado demasiado tranquilas en Quantico desde su regreso el día de ayer. Y en este momento, sus instintos le estaban diciendo que se trataba de un nuevo caso.

Efectivamente, tan pronto como cogió el teléfono, escuchó la voz sonora del agente especial a cargo Erik Lehl:

—Crivaro, te necesito en mi oficina de inmediato.

—Enseguida, señor —dijo Crivaro.

Crivaro colgó el teléfono y agarró su bolsa de viaje, la cual siempre mantenía a la mano. El agente Lehl estaba siendo aún más lacónico de lo habitual, lo que sin duda significaba que se trataba de un asunto urgente. Crivaro estaba seguro de que viajaría a algún lugar pronto, probablemente en menos de una hora.

Sintió su corazón bombeando un poco más rápido mientras corría por el pasillo. Era una buena sensación. Después de 10 semanas como mentor en el programa de prácticas del FBI, este era un bienvenido retorno a la normalidad.

Durante los primeros días del programa de verano, había sido alejado por un caso de asesinato, el notorio Asesino de Payasos. Después de eso, se había dispuesto a ser el mentor de uno de los pasantes, una chica talentosa pero exasperante llamada Riley Sweeney, quien había demostrado su brillantez sorprendente ayudándolo en el caso.

A pesar de ello, el programa había pasado demasiado lento para su gusto. No estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo fuera del campo.

Cuando Jake entró en la oficina de Lehl, el hombre larguirucho se levantó de la silla para saludarlo. Erik Lehl era tan alto que casi no parecía caber en cualquier espacio que ocupaba. Otros agentes decían que parecía que llevaba zancos. A Jake le parecía como si estuviera hecho de zancos, un surtido torpemente montado de longitudes de madera que de alguna manera nunca parecían estar perfectamente coordinadas en sus movimientos. Pero el hombre había sido un excelente agente y se había ganado su puesto en la Unidad de Análisis de Conducta del FBI.

—No te pongas cómodo, Crivaro —dijo Lehl—. Te vas de inmediato.

Jake se mantuvo de pie obedientemente.

Lehl miró la carpeta de manila que sostenía y soltó un suspiro. Jake sabía de la tendencia de Lehl de tomarse cada caso muy en serio, incluso personalmente, como si se sintiera directamente insultado por cualquier tipo de criminalidad monstruosa.

No es de extrañar que Jake no recordaba haber visto a Lehl de buen humor ni siquiera una vez.

Después de todo, su trabajo era acabar con monstruos.

Y Jake sabía que Lehl no lo estaba asignando a este caso en particular si no fuera inusualmente atroz. Jake era prácticamente un especialista en casos que desafiaban la imaginación humana.

Lehl le entregó la carpeta de manila a Jake y le dijo: —Tenemos una situación muy fea en Virginia Occidental. Échale un vistazo.

Jake abrió la carpeta y vio una foto en blanco y negro de un paquete hecho de cinta de embalar y alambre de púas. El paquete estaba colgando de un poste. Le tomó a Jake un momento darse cuenta de que la maraña tenía una cara y manos, que era de hecho un ser humano obviamente muerto.

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