Mientras caminaban a través del mismo, Mackenzie pudo ver al instante que parecía el lugar perfecto para el ataque de un asesino paciente. Ya lo había dicho el mismo Randall Jones—nadie venía mucho por aquí cuando hacía tanto calor. Sin duda alguna, el asesino sabía esto y lo utilizó en su beneficio.
“Aquí es donde la encontré”, dijo Jones, señalando al espacio vacío entre las macetas más grandes y la verja negra de hierro forjado. “Estaba tumbada boca abajo y doblada en una forma como de U”.
“¿La encontró usted?”., preguntó Ellington.
“Sí, casi a las diez menos cuarto de la noche. Cuando no regresó a su hora, me empecé a preocupar. Después de media hora, me imaginé que debía salir para ver si se había caído o se había asustado o algo así”.
“¿Estaba toda su ropa en su lugar?”., preguntó Mackenzie.
“Por lo que yo puedo decir”, dijo Randall, claramente sorprendido con la pregunta. “En ese momento, la verdad es que no estaba pensando de esa manera”.
“¿Y no hay absolutamente nadie más en esa película de video en la residencia?”., preguntó Ellington. “¿Nadie que la siguiera?”..
“Nadie. Podéis ver el metraje vosotros mismos cuando regresemos”.
Mientras regresaban por el jardín, Ellington planteó una pregunta que había estado cocinándose en la mente de Mackenzie. “Parece que hay mucho silencio hoy en la residencia. ¿Qué es lo que pasa?”..
“Supongo que se le puede llamar luto. Tenemos una comunidad muy unida en Wakeman y Ellis era muy querida. Muy pocos de nuestros residentes han salido de sus habitaciones en todo el día. También hemos hecho un anuncio por el sistema de megafonía de que iban a venir agentes de DC para investigar el asesinato de Ellis. Desde ese momento, casi nadie ha salido de sus habitaciones. Supongo que están atemorizados… asustados”.
Eso, además del hecho de que nadie le siguiera al salir de la residencia, descarta que un residente sea el asesino, pensó Mackenzie. El raquítico archivo sobre la primera víctima afirmaba que el asesinato se había producido entre las once y las doce de la noche… y a una buena distancia de Stateton.
“¿Sería posible que habláramos con algunos de sus residentes?”., preguntó Mackenzie.
“No tengo el más mínimo problema en que lo hagáis”, dijo Jones. “Desde luego, si se sienten incómodos con ello, tendré que pediros que lo dejéis”.
“Desde luego. Creo que podría…”
Le interrumpió el sonido de su teléfono. Lo miró y vio un número desconocido en la pantalla”.
“Un segundo”, dijo, tomando la llamada. Dando la espalda a Jones, respondió: “Aquí la agente White”.
“Agente White, soy el alguacil Clarke. Mira, ya sé que os acabáis de ir, pero realmente agradecería que os dierais prisa en regresar tan pronto como os sea posible”.
“Claro. ¿Anda todo bien?”..
“Ha estado mejor”, dijo. “Acaba de llegar por aquí ese desperdicio de espacio de Langston Ridgeway exigiendo hablar con vosotros sobre el caso de su madre y está empezando a montar un número”.
Hasta en el quinto pino, no se puede uno escapar del politiqueo, pensó Mackenzie.
Irritada, hizo lo que pudo por responder de una manera profesional. “Danos unos diez minutos,” dijo, antes de terminar la llamada.
“Señor Jones, vamos a tener que regresar con el alguacil por el momento”, dijo. “¿Podría organizar que veamos ese metraje de seguridad cuando regresemos?”..
“Desde luego”, dijo Randall, llevándoles de nuevo hasta su coche.
“Y entretanto”, añadió Mackenzie, “quiero que haga una lista de cualquiera que le despierte hasta la más leve sospecha. Hablo de residentes y de otros empleados. Gente que conozca el alcance de la cámara de seguridad en el jardín”.
Jones asintió con seriedad. La expresión en su rostro le dijo a Mackenzie que esto era algo que él había considerado pero que no había osado creerse demasiado. Con esa misma expresión en su rostro, puso el coche en marcha y les llevó de vuelta a Wakeman. Por el camino, Mackenzie percibió de nuevo el silencio del pueblecito—no parecía tranquilo, sino más bien la calma antes de la tormenta.
CAPÍTULO CUATRO
El primer pensamiento que surgió en la mente de Mackenzie al ver a Langston Ridgeway fue que tenía el aspecto de una mantis religiosa. Era alto y muy delgado, y movía los brazos como si se trataran de unas pequeñas tenazas incómodas al hablar. No le ayudaba que sus ojos estuvieran henchidos de furia mientras gritaba a todo el que trataba de hablar con él.
El alguacil Clarke les había acompañado a la pequeña sala de conferencias al final del pasillo—una sala que no era mucho más grande que su despacho. Aquí, a puertas cerradas,
Langston Ridgeway estaba tan tieso como podía mientras Mackenzie y Ellington soportaban su ira.
“Mi madre está muerta para siempre”, se quejaba, “y me inclino por culpar a la incompetencia del personal en la maldita residencia. Y ya que esta patética excusa de alguacil se niega a dejarme hablar en persona con Randall Jones, me gustaría saber lo que piensan hacer los payasos del FBI al respecto”.
Mackenzie esperó un momento antes de responder. Estaba intentando calibrar el nivel de su pena. Con la manera en que se estaba comportando, era difícil decidir si su ira era una expresión de su pérdida o si realmente era un hombre insoportable al que le gustaba repartir órdenes a gritos. Por el momento, no lo tenía claro.
“Con toda franqueza”, dijo Mackenzie, “estoy de acuerdo con el alguacil. Está enfadado y herido ahora mismo, y parece que está buscando culpar a alguien. Lamento mucho su pérdida, pero lo peor que puede hacer en este momento es enfrentarse con la dirección de la residencia”.
“¿Culpa?”., preguntó Ridgeway, que obviamente no estaba acostumbrado a que la gente no se sometiera y mostrara su acuerdo con él al instante. “Si ese lugar es responsable de lo que le sucedió a mi madre, entonces yo…”
“Ya hemos visitado la residencia y hemos hablado con el señor Jones”, dijo Mackenzie, interrumpiéndole. “Puedo asegurarle que lo que le ocurrió a su madre fue causado por fuentes externas. Y si fuera interno, entonces es evidente que el señor Jones no sabe nada de ello. Puedo decirle todo eso con absoluta confianza”.
Mackenzie no estaba segura de si la expresión de sorpresa que barrió el rostro de Ridgeway era resultado de su desacuerdo con ella o si se debía a que le había interrumpido.
“¿Y sabe todo eso después de solo una conversación?”., le preguntó, claramente escéptico.
“Así es”, dijo ella. “Por supuesto, esta investigación todavía está en pañales así que no puedo estar segura de nada. Lo que sí le puedo decir es que es muy difícil llevar una investigación cuando recibo llamadas que me hacen dejar la escena de un crimen para escuchar a gente chillando y quejándose”.
Casi podía sentir cómo salía la furia de él en este momento. “Acabo de perder a mi madre”, dijo, cada palabra como un susurro. “Quiero respuestas. Quiero justicia”.
“Muy bien”, dijo Ellington. “Queremos lo mismo”.
“Claro que para que lo consigamos”, dijo Mackenzie, “tiene que dejarnos trabajar. Entiendo que tiene autoridad por estos lares, pero con toda sinceridad, no me importa. Tenemos un trabajo que hacer y no podemos permitir que su ira, su pena o su arrogancia se interpongan en el camino”.
Durante toda la conversación, el alguacil Clarke permaneció sentado a la mesa de conferencias. Estaba haciendo todo lo posible por contener una sonrisa.
Ridgeway guardó silencio durante un momento. Alternó la mirada entre los agentes y el alguacil Clarke. Asintió y, cuando se deslizó una lágrima por su cara, Mackenzie pensó que podía ser de verdad, pero también seguía viendo la ira en sus ojos, a flor de piel.
“Estoy seguro de que estás acostumbrada a repartir instrucciones entre policías de poca monta y sospechosos y lo que sea”, dijo Langston Ridgeway. “Pero deja que te diga una cosa… si perdéis los papeles en este caso, o me faltas al respeto de nuevo, haré una llamada a DC. Hablaré con tu supervisor y acabaré contigo”.
Lo triste de todo es que piensa que es perfectamente capaz de hacer tal cosa, pensó Mackenzie. Pues no me cabe duda de que me encantaría ser una mosca en la pared cuando alguien como Langston Ridgeway empiece a ladrarle a McGrath.
En vez de escalar la situación, Mackenzie decidió guardar silencio. Miró más allá de ella y vio cómo Ellington estaba apretando y relajando los puños… un truquito al que recurría cada vez que estaba a punto de ponerse irracionalmente enfadado.
Al final, Mackenzie dijo: “Si nos deja hacer nuestro trabajo sin trabas, eso no será necesario”.
Era evidente que Ridgeway estaba buscando algo más que decir. Lo único que hizo fue pronunciar un gruñido apagado. Le siguió a esto dándose la vuelta a toda prisa y saliendo de la sala. A Mackenzie le recordó mucho a un niño en medio de una rabieta.
Tras unos segundos, el alguacil Clarke se inclinó hacia delante, suspirando. “Y ahora veis con lo que he tenido que pegarme. Ese chico piensa que el sol sale y se pone para darle el gusto a su culo mimado. Y puede hablar todo lo que quiera sobre perder a su madre. Lo único que le preocupa es que los periódicos en las ciudades más grandes descubran que abandonó a su madre en una residencia… aunque sea una muy agradable. Está preocupado de su propia imagen más que de ninguna otra cosa.”
“Sí, yo tengo la misma sensación”, dijo Ellington.
“¿Crees que podemos esperar más interferencias por su parte?”., preguntó Mackenzie.
“No lo sé. Es impredecible. Hará lo que crea que pueda mejorar sus posibilidades de recibir la atención del público que más tarde se convertirá en votos para el mar contaminado por el que pelea”.
“Pues bien, alguacil”, dijo Mackenzie, “si tienes unos cuantos minutos, ¿por qué no nos sentamos y repasamos lo que sabemos?”..
“Eso no llevará mucho tiempo”, dijo él. “Porque no hay gran cosa”.
“Eso es mejor que nada”, dijo Ellington.
Clarke asintió y se puso en pie. “Volvamos a mi despacho entonces”, dijo.
Mientras bajaban el pequeño pasillo, tanto Mackenzie como Ellington se sobresaltaron un poco cuando Clarke gritó, “¡Eh, Frances! Prepara algo de café, ¿eh, cariño?”..
Mackenzie y Ellington intercambiaron una mirada de perplejidad. Mackenzie empezaba a tener una clara idea sobre el alguacil Clarke y la manera en que llevaba los asuntos. Y a pesar de que quizá era un tanto rústico, estaba dándose cuenta de que le caía bastante bien—excepto por el lenguaje profano y el machismo inconsciente.
Ahora que la tarde iba poco a poco convirtiéndose en noche, Mackenzie y Ellington se sentaron junto al escritorio de Clarke y repasaron el material que tenían sobre el caso.
CAPÍTULO CINCO
Poco antes de que Frances trajera el café, regresó el agente Lambert. Ahora que ya no estaba tecleando en su teléfono, Mackenzie observó que era un hombre joven, de treinta y pocos años. Le resultó extraño que un agente estuviera haciendo de mano derecha de Clarke en vez de un ayudante, pero no le dio mucha importancia.
Cosas de pueblo, pensó.
Los cuatro se sentaron junto al escritorio de Clarke, repasando el material. Clarke parecía estar encantado de dejar a Mackenzie llevar la voz cantante. Y a ella le gustaba ver que él parecía haberse convencido tan deprisa… de aceptarla como algo más que una igual.
“Empecemos con la más reciente”, dijo Mackenzie. “Ellis Ridgeway. Cincuenta y siete años de edad. Por lo que empiezo a entender, tiene un hijo muy arrogante que se cree Dios. Además del hecho de que obviamente era ciega, ¿qué más me puedes decir sobre ella?”..
“La verdad es que eso es todo”, dijo Clarke. “Era una dama muy agradable. Por lo que pude entender, todo el mundo en la residencia la adoraba. Lo que me asusta de toda esta situación es que el asesino debía de conocerla bien, ¿no es cierto? Tenía que saber que había salido de la residencia para ir a por ella de esa manera”.
“Mi cerebro también quería ir por ese camino”, dijo Mackenzie. “Aunque, si estas muertes están conectadas—y sin duda parece que así es—eso quiere decir que, para que lo haya hecho alguien de la zona que la conoce, hubiera sido necesario viajar un buen rato. ¿La otra muerte sucedió a cuánto… dos horas y media de distancia?”..
“Casi tres”, dijo Clarke.
“Exacto”, dijo Mackenzie. “Sabes, hasta me planteé durante un tiempo que podría haber sido otro residente, pero sé de buena tinta que, por lo que dijo Randall Jones, ayer no la siguió nadie. Por lo visto hay pruebas en video de todo esto que todavía no hemos visto, gracias a la interferencia de Langston Ridgeway. Y en lo que respecta a residentes o empleados que salieran de casa mientras la señora Ridgeway estaba ausente, no hay pruebas que confirmen que nadie salió durante ese periodo—ni residentes, ni empleados, nadie”.
“Y, además, volviendo al primer asesinato”, dijo Ellington, “tenemos que ir a hablar con los familiares enseguida. ¿Qué puedes decirnos de la primera víctima, alguacil?”..
“En fin, ocurrió en otra residencia para ciegos”, dijo. “Y todo lo que sé sobre ello está en ese mismo archivo que tienes en la mano, estoy seguro. Como dije, está a casi tres horas de aquí, casi al oeste de Virginia. Un lugar bastante deteriorado por lo que tengo entendido. No es realmente una residencia, sino más bien una escuela, creo yo”.
Le pasó una hoja de papel a Mackenzie donde pudo ver el breve informe policial sobre la primera víctima. Era en una ciudad llamada Treston, a unas veinticinco millas de Bluefield, en West Virginia. Kenneth Able, de treinta y ocho años, había sido estrangulado. Presentaba abrasiones leves alrededor de los ojos. Le habían encontrado metido en el armario de la habitación donde pasaba la mayoría del tiempo que estaba en la residencia.
Los hechos eran muy robóticos, sin ningún detalle. Aunque había notas que mencionaban una investigación en curso, Mackenzie dudaba de que fuera nada muy serio.
Apuesto a que ahora sí lo es, pensó.
Esta última muerte era demasiado explícita como para negarlo. Las víctimas eran demasiado similares, así como las señales de abuso en los cuerpos.
“Randall Jones está recopilando una lista de empleados o de otras personas asociadas con la residencia que pudieran ser en lo más mínimo potenciales asesinos”, dijo Mackenzie. “Creo que nuestro mejor enfoque ahora es ir a hablar con este lugar en Treston para ver si hay algún vínculo”.
“La desventaja aquí es que Treston está muy lejos”, señaló Ellington. “Incluso aunque esto resulte ser un paseo de rosas, habrá que viajar bastante. Parece que puede que no tengamos todo bien atado tan rápidamente como le gustaría al ilustre señor Ridgeway”.
“¿Cuándo habrá un informe forense completo sobre la señora Ridgeway?”. preguntó Mackenzie.
“Espero saber algo en las próximas horas”, dijo Clarke. “Aunque la investigación preliminar no mostró nada obvio. No hay huellas digitales, no hay cabello visible ni otros materiales que se hayan encontrado”.
Mackenzie asintió y volvió a revisar los archivos del caso. Cuando ya había empezado a meterse de lleno en ello, sonó su teléfono móvil. Lo agarró y respondió: “Aquí la agente White”.
“Soy Randall Jones. Tengo una lista de nombres para vosotros, como me pedisteis. Aunque es corta y estoy bastante seguro de que no se trata de ninguno de ellos”.
“¿Quiénes son?”.
“Hay un tipo en el equipo de mantenimiento que no es muy responsable. Trabajó todo el día de ayer, y fichó su salida poco después de las cinco. He preguntado por aquí y nadie le vio volver de nuevo. Hay otro hombre que trabaja para un departamento especial de los servicios sociales. Viene a veces y echa una partida de juegos de mesa. Pasa un tiempo con ellos y gasta bromas. Hace alguna tarea voluntaria de limpieza o moviendo muebles de vez en cuando”.