“No gracias”, dijo ella. Dio un sorbo, le pareció bastante bueno, y fue directa al grano. “Dime una cosa, vas con frecuencia como voluntario a la Residencia Wakeman para Invidentes, ¿no es cierto?”.
“Sí”.
“¿Con qué frecuencia?”.
“Depende del trabajo que tenga, la verdad. A veces solo puedo bajar una o dos veces al mes, aunque ha habido meses en los que pude ir una vez por semana”.
“¿Cómo ha sido últimamente?”, preguntó Mackenzie.
“Bueno, esta semana estuve allí el lunes. La semana pasada, fue el miércoles y la semana anterior a esa estuve allí el lunes y el viernes, creo. Puedo enseñarle mi agenda”.
“Quizá más tarde”, dijo ella. “Cuando hablé con Randall Jones, me enteré de que vas a echar partidas de juegos de mesa y quizá a mover muebles y a limpiar. ¿Es eso correcto?”.
“Sí, eso es correcto. De vez en cuando también leo para ellos”.
“¿Ellos? ¿A qué residentes en concreto les has leído o con quiénes has echado partidas en las últimas dos semanas?”.
“Unos cuantos. Hay un señor mayor que se llama Percy y juego a emparejamientos con él. Tiene que participar por lo menos un cuidador… para susurrarle al oído lo que dicen las cartas. Y la semana pasada, hablé un buen rato de música con Ellis Ridgeway. También le leí durante un rato”.
“¿Sabes cuándo pasaste ese tiempo con Ellis?”.
“Las dos últimas ocasiones que pasé por allí. El lunes, le puse música de Brian Eno. Hablamos de música clásica y le leí un artículo online acerca de algunas de las maneras en que se utiliza la música clásica para estimular el cerebro”.
Mackenzie asintió, sabiendo que era hora de sacar la cuestión más crucial a colación. “Bueno, pues odio tener que decirte esto, pero hallaron a Ellis asesinada el martes por la noche. Estamos intentando descubrir quién lo hizo, y como estoy segura de que puedes entender, tenemos que investigar a todos los que hayan pasado algo de tiempo con ella recientemente. Sobre todo, a los voluntarios que no están siempre en la residencia”.
“Oh Dios mío”, dijo Robbie, poniéndose cada vez más pálido.
“Antes de la señora Ridgeway, hubo otro asesinato en una residencia en Treston, Virginia. ¿Has estado allí alguna vez?”.
Robbie asintió. “Sí, aunque solo en dos ocasiones. Una de ellas fue debido a una especia de servicio de comunidad que hacemos a través de Liberty, mi alma mater. Ayudé a remodelar su cocina y también hice algo de jardinería. Regresé como uno o dos meses después para ayudar en lo que pudiera. Fue básicamente para desarrollar relaciones”.
“¿Hace cuánto que fue esto?”.
Pensó en ello, todavía conmocionado por las noticias sobre los dos asesinatos. “Diría que unos cuatro años. Quizá más bien cuatro y medio”.
“¿Recuerdas conocer a un hombre llamado Kenneth Able mientras estuviste allí? También le asesinaron hace poco tiempo”.
De nuevo, pareció perdido en sus pensamientos. Sus ojos parecían estar casi paralizados. “El nombre no me resulta familiar, aunque eso no quiere decir que no haya hablado con él cuando estuve allí”.
Mackenzie asintió, sintiéndose cada vez más convencida de que Robbie Huston no era ni de lejos su asesino. No podía estar segura, pero pensó que podía ver cómo resplandecían sus ojos de las lágrimas mientras ella se tomaba un poco más del café que le había dado.
Nunca se puede ser demasiado cauto, pensó.
“Huston, sabemos con certeza que la señora Ridgeway fue asesinada a media milla de los terrenos de Wakeman en algún momento entre las siete y cinco y las diez menos veinte de la noche del martes. ¿Tienes algún tipo de coartada para ese periodo de tiempo?”.
Vio esa mirada por tercera vez mientras buscaba la respuesta en su interior, pero entonces empezó a asentir lentamente. “Estaba aquí, en el apartamento. Estaba en una conferencia con tres chicos más. Estamos empezando con esta pequeña organización para ayudar a los sin techo en el centro y en las ciudades circundantes”.
“¿Alguna prueba?”.
“Podría enseñarte dónde me conecté. Además, creo que otro de los chicos conserva notas bastante decentes de las llamadas. Habrá toda clase de hilos de mensajes con marca de hora, ediciones de notas, y cosas así”. Ya estaba yendo en busca de su portátil, que estaba sobre un escritorio delante de uno de los ventanales. “Aquí, te lo puedo mostrar si quieres”.
Ahora ya estaba segura de que Robbie Huston era inocente, pero quería llegar hasta el final. Dado lo mucho que le habían afectado las noticias, también quería que Robbie sintiera que había contribuido con algo al caso. Así que miró por encima del hombro mientras él entraba a la página de la plataforma para la conferencia, accedía a ella, y recuperaba su historial no ya de los últimos días, sino también de las últimas semanas. Comprobó que le había dicho la verdad: había participado en una llamada en grupo y una sesión de planificación entre las 6:45 y las 10:04 de la noche del martes.
El proceso completo le llevó menos de cinco minutos, para mostrarle las notas y las correcciones, además del momento en que entró y salió de la página.
“Muchas gracias por su ayuda, señor Huston”, le dijo.
Él asintió mientras le llevaba hasta la puerta. “Dos ciegos…” dijo él, intentando encontrarle algún sentido. “¿Por qué haría alguien algo así?”.
“Eso es lo que yo también intento averiguar”, dijo. “Por favor, llámame si piensas en cualquier cosa que pueda ayudar”, añadió, ofreciéndole una de sus tarjetas.
Él la tomó, le hizo un gesto de despedida parsimonioso, y después de que ella saliera, cerró la puerta. Mackenzie se sentía casi como si acabara de darles la noticia de los asesinatos a los familiares de las víctimas y no a un chico de gran corazón que parecía estar realmente interesado por los dos fallecidos.
Casi lo envidiaba… sentir remordimiento genuino por unos desconocidos. Últimamente, no había visto a los muertos como nada más que cadáveres—como cuerpos sin nombre, llenos de pistas potenciales.
Sabía que no era la mejor manera de vivir la vida. No podía permitir que su trabajo acabara con su sentido de la compasión. O con su humanidad.
CAPÍTULO SIETE
Mackenzie aparcó su coche delante de la Residencia Treston para Invidentes a las 11:46, logrando llegar en menos tiempo de lo que había estimado su GPS. Aunque lo cierto es que, una vez hubo aparcado delante del edificio, tuvo que volver a comprobar la dirección que le había dado Clarke. La residencia parecía muy pequeña, no más grande que una fachada de una tienda normal. Estaba ubicada al extremo occidental de la localidad de Treston, que, aunque era mucho más grande que Stateton, tampoco tenía nada de lo que presumir. Aunque la ciudad estaba a mucha distancia de la desidia rural de Stateton, solo contaba con dos semáforos. Lo único que la hacía un poco más urbana era el McDonald’s que había en la calle mayor.
Convencida de que tenía la dirección correcta—lo que fue confirmado cuando vio el letrero que había delante de la propiedad en estado de deterioro—Mackenzie salió del coche y subió por el pavimento agrietado. La puerta principal solo estaba separada del pavimento por tres escalones de hormigón que parecía que nadie hubiera barrido en años.
Pasó al interior, entrando al área que hacía las veces de recepción y sala de espera. Había una mujer sentada detrás del mostrador junto a la pared frontal, hablando por teléfono. La pared que tenía detrás estaba pintada de un tono de blanco que resultaba deslumbrante. Había una pizarra de borrado en seco a su izquierda que contenía unas cuantas anotaciones. Por lo demás, la pared era sosa y sin ningún atractivo.
Mackenzie tuvo que caminar hasta el mostrador y quedarse allí de pie, apoyándose contra él y haciendo lo que podía para mostrar que necesitaba asistencia. La mujer que estaba sentada detrás del mostrador dio la impresión de sentirse terriblemente irritada por ello y terminó su llamada telefónica a regañadientes. Finalmente, miró hacia Mackenzie y le preguntó: “¿Puedo ayudarle?”.
“Estoy aquí para hablar con el director”, dijo ella.
“¿Y usted es…?”.
“Agente Mackenzie White, del FBI”.
La mujer se detuvo por un instante, como si no creyera a Mackenzie. Esta vez, le tocaba a Mackenzie mirarle con aspecto irritado. Le mostró su placa y entonces vio cómo la mujer se ponía en movimiento. Agarró el teléfono, marcó una extensión, y habló con alguien brevemente. Evitó hacer contacto ocular con Mackenzie todo el tiempo.
Cuando la mujer ya había terminado, volvió a mirar a Mackenzie. Era evidente que se sentía avergonzada, pero Mackenzie hizo todo lo que pudo para no regodearse demasiado en ello.
“La señora Talbot le verá de inmediato”, dijo la mujer. “Vaya hacia la parte de atrás. Su oficina es la primera puerta que se va a encontrar”.
Mackenzie atravesó la única otra puerta que había en el recibidor y entró a un pasillo. El pasillo era bastante corto, y contenía solo tres puertas. Al final del pasillo, había un par de puertas dobles que estaban cerradas. Asumió que la residencia propiamente dicha estaría detrás de esas puertas, esperando que las habitaciones estuvieran en bastante mejor estado que el resto del edificio.