Una Vez Atado - Блейк Пирс 4 стр.


Mientras corrían junto con Meredith, Riley se dio cuenta de que se dirigían directamente a la pista de aterrizaje de Quantico.

«Realmente tenemos mucha prisa», pensó Riley. Era inusual no tener al menos una breve reunión para informarles sobre el nuevo caso.

Caminando al lado de Meredith, Bill preguntó: —¿De qué trata todo esto, jefe?

Meredith dijo: —En este momento hay un cadáver decapitado en una vía férrea cerca de Barnwell, Illinois. Es una línea de tren que sale de Chicago. Una mujer estaba atada a las vías y fue atropellada por un tren de carga, hace tan solo unas horas. Es el segundo asesinato en cuatro días y hay muchas similitudes sorprendentes. Parece que se trata de un asesino en serie.

Meredith comenzó a caminar un poco más rápido, y los tres agentes aceleraron el paso para no quedarse atrás.

Riley preguntó: —¿Quién llamó al FBI?

Meredith dijo: —Yo recibí la llamada de Jude Cullen, el subjefe de la Policía Ferroviaria de Chicago. Dice que quiere perfiladores criminales allí enseguida. Le dije que dejara el cuerpo donde estaba hasta que mis agentes lo vieran. Eso es mucho pedir. Otros tres trenes de carga están programados a pasar por esas vías hoy, así como también un tren de pasajeros. Ahora todos están en espera y se está armando tremendo lío Necesitan ir para allá ahora mismo y echarle un vistazo a la escena del crimen para que el cuerpo pueda ser levantado y los trenes puedan empezar a andar. Y luego… Bueno, tienen un asesino que atrapar. Y estoy bastante seguro de que todos coincidimos en algo: volverá a matar. Aparte de eso, ahora saben lo mismo que yo del caso. Cullen tendrá que ponerlos al día respecto a otros detalles.

El grupo salió a la pista de aterrizaje, donde el pequeño avión a reacción estaba esperando, sus motores ya retumbando.

Sobre el sonido, Meredith dijo: —Ustedes serán recibidos en O'Hare por unos policías ferroviarios quienes los llevarán directamente a la escena del crimen.

Meredith se dio la vuelta y se dirigió de nuevo al edificio, y Riley y sus colegas subieron los escalones hasta el avión. La premura de su partida tenía a Riley mareada. Meredith nunca los había hecho salir tan rápido.

Pero esto no era sorprendente, teniendo en cuenta que el tráfico ferroviario estaba paralizado. Riley no podía ni imaginarse las enormes dificultades que eso podría estar causando en este momento.

Una vez que el avión estaba en el aire, los tres agentes abrieron sus portátiles y entraron en Internet para buscar la poca información que podrían encontrar a estas alturas.

Riley vio que se estaba difundiendo la noticia del asesinato más reciente, aunque el nombre de la víctima actual aún no estaba disponible. Pero vio que el nombre de la víctima anterior era Fern Bruder, una mujer de veinticinco años de edad cuyo cuerpo decapitado había sido encontrado en una vía férrea cerca de Allardt, Indiana.

Riley no pudo encontrar mucho más sobre los asesinatos. Si la policía ferroviaria tenía algún sospechoso o sabía de cualquier móvil, esa información no se había filtrado al público aún. Y, para Riley, eso era bastante bueno.

Aun así, era frustrante no tener más información.

Con tan poco para pensar en relación con el caso, Riley se encontró dándole vueltas a lo que había sucedido hasta ahora. Todavía se sentía mal por haber perdido a Liam, aunque también se dio cuenta que «perder» no era exactamente la palabra correcta.

No, ella y su familia habían hecho lo mejor para el chico. Y ahora todo había resultado para mejor, y Liam estaba bajo el cuidado de personas que lo amarían y cuidarían bien de él.

Aun así, Riley se preguntaba por qué se sentía como una pérdida.

Riley también tenía sentimientos encontrados acerca de haberle comprado un arma a April y haberla llevado al campo de tiro. La madurez de April había enorgullecido a Riley, así como también su buena puntería. Riley también se sentía profundamente conmovida por el hecho de que su hija quería seguir sus pasos.

Pero igualmente no pudo evitar recordarse a sí misma que iba en camino a ver un cadáver decapitado.

Toda su carrera era una larga lista de horrores. ¿Esta era la vida que quería para April?

«No es mi decisión, sino suya», se recordó Riley.

Riley también se sentía extraña por esa conversación telefónica incómoda que había tenido con Jenn hace un rato. Mucho no se había expresado, y Riley no tenía ni la menor idea de lo que podría estar sucediendo en este momento entre Jenn y la tía Cora. Y, por supuesto, ahora no era el momento de hablar del asunto, no con Bill sentado aquí con ellas.

Riley no pudo evitar preguntarse: «¿Jenn está en lo cierto? ¿Debería entregar su placa?»

¿Riley le estaba haciendo un favor al alentarla a seguir en el FBI?

¿Y Jenn estaba en un estado mental correcto para trabajar en un nuevo caso en este momento?

Riley miró a Jenn, quien estaba sentada en su asiento, absorta en su portátil.

Jenn se veía totalmente concentrada en este momento, hasta más que Riley.

Los pensamientos de Riley fueron interrumpidos por el sonido de la voz de Bill.

—Atada a vías férreas. Parece...

Riley vio que Bill también estaba mirando la pantalla de su portátil. Hizo una pausa, pero Jenn terminó su pensamiento: —Una de esas películas mudas de antaño. Sí, estaba pensando lo mismo.

Bill negó con la cabeza y dijo: —No estoy tomándome esto a la ligera… pero no dejo de pensar en un villano con bigote y sombrero de copa atando a una joven damisela a las vías férreas hasta que aparece un héroe brillante para rescatarla. ¿Eso no era lo que siempre pasaba en las películas mudas?

Jenn señaló la pantalla de su portátil y dijo: —En realidad no. He estado investigando sobre eso. Es un tropo, un cliché. Y todos parecen creer que lo han visto en algún momento, como una especie de leyenda urbana. Pero nunca apareció en las verdaderas películas mudas, al menos no en serio.

Jenn giró la pantalla de su portátil para que Bill y Riley pudieran ver.

Luego continuó: —El primer ejemplo ficticio de un villano atando a alguien a vías férreas parece haber aparecido mucho antes de que las películas se inventaran, en una obra de 1867 llamada Under the Gaslight. Pero oigan esto, el villano ató a un hombre a las vías, y la protagonista tuvo que rescatarlo. Lo mismo pasó en otro cuento y en otras obras en esa época.

Riley veía que Jenn estaba bastante envuelta en lo que había encontrado.

Jenn continuó: —En cuanto a películas de antaño, hubo tal vez dos comedias mudas en las que ocurrió exactamente lo mismo: una damisela indefensa fue atada a las vías por un villano ruin y fue rescatada por un héroe guapo. Pero todo era por diversión, al igual que los dibujos animados del sábado por la mañana.

Los ojos de Bill se abrieron con interés y dijo: —Parodias de algo que nunca fue real.

—Exactamente —dijo Jenn.

Bill negó con la cabeza y dijo: —Pero las locomotoras a vapor eran parte de la vida cotidiana en aquella época, las primeras décadas del siglo veinte. ¿No hubo ninguna película muda que retrató a alguien en peligro de ser atropellado por un tren?

—Claro —dijo Jenn. —A veces un personaje era empujado o caía en las vías y tal vez perdía el conocimiento cuando un tren se acercaba. Pero ese no es el mismo escenario, ¿cierto? Además, al igual que en esa vieja obra, ¡el personaje de la película que corría peligro era generalmente un hombre que tenía que ser rescatado por la heroína!

Riley se sintió muy interesada en ese momento. Sabía que Jenn no estaba perdiendo el tiempo investigando este tipo de cosas. Necesitaban saber sobre cualquier cosa que pudiera estar impulsando al asesino. Parte de eso podría ser comprender todos los antecedentes culturales de cualquier escenario con el que pudieran tener que lidiar, incluso aquellos que podrían ser ficticios.

«O en este caso, inexistentes», pensó Riley.

Cualquier cosa que pudiera haber influido al asesino era de interés. Ella se quedó pensando por un momento y luego le preguntó a Jenn: —¿Esto quiere decir que nunca ha habido ningún caso real de una persona que fue asesinada de esa forma?

—Sí ha pasado en la vida real —dijo Jenn, señalando otra información en la pantalla del portátil—. Entre 1874 y 1910, al menos seis personas fueron asesinadas de esa forma. No he podido encontrar más casos desde esa fecha, excepto uno reciente. En Francia, un hombre ató a su esposa distanciada a las vías férreas en su cumpleaños. Luego se puso delante del tren que se aproximaba, así que murió junto con ella, un asesinato-suicidio. De lo contrario, parece ser una forma rara de asesinar a una persona. Y ninguno de ellos fueron asesinatos en serie.

Jenn volvió la pantalla del portátil hacia ella y se quedó callada otra vez.

Riley reflexionó sobre lo que Jenn acababa de decir...

... una forma rara de asesinar a una persona.

«Rara, pero no inaudita», pensó Riley.

Ella se preguntó si esa cadena de asesinatos entre 1874 y 1910 había sido inspirada por las viejas obras en las que los personajes habían sido atados a vías férreas. Riley sabía de casos más recientes de la vida imitando al arte de formas horribles, en los que asesinos habían sido inspirados por libros, películas o videojuegos.

Tal vez las cosas no habían cambiado mucho.

Tal vez la gente no había cambiado mucho.

¿Y qué del asesino que estaban a punto de buscar?

Parecía ridículo imaginar que estaban cazando algún psicópata que estaba emulando a un villano melodramático bigotudo que nunca había existido, ni siquiera en las películas.

Pero ¿qué podría estar impulsando a este asesino?

La situación era muy evidente y muy familiar. Riley y sus colegas tendrían que responder esa pregunta, o más personas serían asesinadas.

Riley se quedó mirando a Jenn trabajar en su computadora. Era una vista alentadora. Por el momento, Jenn parecía haberse librado de sus ansiedades sobre la misteriosa «tía Cora».

«Pero ¿cuánto tiempo durará eso?», se preguntó Riley.

De todos modos, ver a Jenn tan concentrada en la investigación recordó a Riley que debería estar haciendo lo mismo. Nunca había trabajado un caso relacionado con trenes, y ella tenía mucho que aprender. Volvió su atención a su computadora.

*

Justo como Meredith había dicho, Riley y sus colegas fueron recibidos en la pista del O'Hare por un par de policías ferroviarios uniformados. Todos se presentaron, y Riley y sus colegas se subieron a su vehículo.

—Será mejor que nos apuremos —dijo el policía en el asiento del pasajero—. Los peces gordos están presionando al jefe para que retire el cadáver de las vías.

Bill preguntó: —¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar?

El policía que conducía dijo: —Normalmente una hora, pero hoy no nos tardaremos tanto.

Encendió las luces y la sirena, y el auto comenzó a deslizarse por el tráfico pesado de la tarde. Fue un viaje caótico y tenso a alta velocidad que cruzó el pueblito de Barnwell, Illinois. Después de eso, atravesaron un paso a nivel.

El policía sentado en el asiento del pasajero señaló y dijo: —Parece que el asesino salió de la carretera justo al lado de las vías en algún tipo de vehículo todoterreno. Condujo al lado de las vías hasta que llegó al lugar donde cometió el asesinato.

Se detuvieron en poco tiempo y se estacionaron junto a una zona boscosa. Había otra patrulla estacionada allí, y también la furgoneta del médico forense.

No había tantos árboles. Los policías llevaron a Riley y sus colegas hasta las vías férreas, que estaban a unos quince metros de distancia.

Luego vieron toda la escena del crimen.

Riley tragó grueso ante lo que vio.

Las imágenes cursi de villanos bigotudos y damiselas en apuros desparecieron de su mente.

Esto era demasiado real… y demasiado horrible.

CAPÍTULO CINCO

Riley se quedó mirando el cuerpo en las vías durante un rato. Había visto cuerpos mutilados en todo tipo de formas terribles. Aun así, esta víctima presentaba un espectáculo impactante y único. La mujer había sido decapitada por las ruedas del tren, casi como si hubiera sido obra de la cuchilla de una guillotina.

A Riley le sorprendió que el cuerpo sin cabeza de la mujer había salido ileso de todo esto. La víctima estaba atada con cinta de embalar, sus manos y brazos pegados a sus costados, y sus tobillos atados juntos. Vestida en lo que había sido un atuendo atractivo, el cuerpo estaba retorcido en una posición desesperada. En el lugar donde su cuello había sido cortado, sangre estaba salpicada en las rocas trituradas, las traviesas de madera y las vías. La cabeza había salido despedida a unos dos metros por las vías. Los ojos y la boca de la mujer estaban completamente abiertos, congelados en una expresión horrorizada.

Riley vio a varias personas paradas alrededor del cuerpo, algunas de ellas uniformadas, otras no. Riley supuso que eran una mezcla de la policía local y ferroviaria. Un hombre uniformado se acercó a Riley y sus colegas.

Él dijo: —Supongo que son los del FBI. Soy Jude Cullen, subjefe de la Policía Ferroviaria de Chicago. La gente me llama ‘Toro’ Cullen.

Se veía orgulloso del apodo. Riley sabía que así les decían a los policías ferroviarios. De hecho, en la organización policial ferroviaria llevaban los cargos de agente y agente especial, al igual que en el FBI. Este policía aparentemente prefería el término más genérico.

—Fue mi idea que ustedes vinieran —continuó Cullen—. Espero que el viaje valga la pena. Entre más pronto podamos sacar al cadáver de aquí, mejor.

Mientras Riley y sus colegas se presentaron, comenzó a observar a Cullen. Se veía muy joven y era muy musculoso, sus brazos sobresaliendo de las mangas cortas de la camisa de uniforme que le quedaba apretada sobre su pecho.

El apodo «Toro» le sentaba bastante bien, pero Riley nunca se encontraba atraída por hombres que obviamente pasaban muchas horas en un gimnasio para verse así.

Se preguntó cómo un tipo musculoso como Toro Cullen tenía tiempo para hacer otra cosa. Entonces se dio cuenta de que no llevaba un anillo de boda. Supuso que su vida consistía en trabajar y hacer ejercicio, y no mucho más.

Parecía ser bondadoso y no se veía muy conmovido por la naturaleza macabra de la escena del crimen. Eso sí, ya llevaba unas cuantas horas allí, lo suficiente como para entumecerse ante los acontecimientos. Aun así, el hombre le pareció superficial y vanidoso.

Ella le preguntó: —¿Ya identificaron a la víctima?

Toro Cullen asintió y dijo: —Sí, su nombre era Reese Fisher, de treinta y cinco años de edad. Vivía muy cerca de aquí en Barnwell, donde trabajaba como la bibliotecaria local. Estaba casada con un quiropráctico.

Riley miró por las vías. Este tramo estaba curvado, de modo que no podía ver muy lejos en cualquier dirección.

—¿Dónde está el tren que la atropelló? —le preguntó a Cullen.

Cullen señaló y dijo: —Aproximadamente a un kilómetro por allá abajo, exactamente en el mismo lugar donde se detuvo.

Riley notó un hombre obeso con uniforme negro que estaba en cuclillas al lado del cuerpo.

—¿Ese es el médico forense? —le preguntó a Cullen.

—Sí, te lo voy a presentar. Este es el forense de Barnwell, Corey Hammond.

Riley se puso en cuclillas al lado del hombre. Se dio cuenta de que, a diferencia de Cullen, Hammond aún estaba luchando por contener su shock. Su respiración estaba entrecortada, en parte debido a su peso, y en parte debido al horror y repugnancia. Seguramente nunca había visto nada parecido en su jurisdicción.

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