Una Vez Atado - Блейк Пирс 5 стр.


—¿Qué puedes decirnos hasta ahora? —le preguntó al médico forense.

—No veo señales de agresión sexual. Eso concuerda con la autopsia del otro médico forense de la víctima de hace cuatro días, cerca de Allardt. —Hammond señaló pedazos destrozados de cinta para embalar plateada alrededor del cuello y los hombros de la mujer—. El asesino la ató de manos y pies y luego pegó su cuello a la vía e inmovilizó sus hombros. La víctima debió haber luchado mucho por soltarse. Pero no tenía ninguna oportunidad.

Riley se volvió hacia Cullen y le preguntó: —Su boca no estaba amordazada. ¿Alguien habría oído sus gritos?

—No creemos —dijo Cullen, señalando hacia unos árboles—. Hay unas casas al otro lado de esos árboles, pero están fuera del alcance del oído. Algunos de mis hombres fueron de puerta en puerta preguntando si alguien había oído algo o tenía alguna idea de lo que había ocurrido en el momento del asesinato. Nadie supo nada. Se enteraron del asesinato por televisión o en Internet. Recibieron órdenes de mantenerse alejados de aquí. Hasta ahora, no hemos tenido ningún problema con curiosos.

Bill preguntó: —¿Le robaron algo?

Cullen se encogió de hombros y dijo: —No creemos. Encontramos su cartera a su lado, y todavía tenía su identificación, dinero y tarjetas de crédito. Ah, y un teléfono celular.

Riley estudió el cuerpo, tratando de imaginarse cómo el asesino había colocado a la víctima en esa posición. A veces obtenía sensaciones poderosas y extrañas del asesino simplemente sintonizándose a su entorno en la escena del crimen. A veces parecía que podía meterse en sus pensamientos, saber lo que tuvo en mente mientras cometió el asesinato.

Pero no ahora.

Había demasiado movimiento y demasiada gente aquí.

Ella dijo: —Tuvo que haberla sometido de alguna forma antes de atarla. ¿Y qué del otro cadáver, la víctima que fue asesinada antes? ¿El médico forense local encontró drogas en su sistema?

—Se encontró flunitrazepam en su torrente sanguíneo —dijo el forense Hammond.

Riley miró a sus colegas. Sabía lo que era el flunitrazepam, y sabía que Jenn y Bill también. Su nombre comercial era Rohypnol, y se conocía comúnmente como la droga para cometer violaciones. Era ilegal, pero muy fácil de comprar en las calles.

Y ciertamente habría sometido a la víctima, dejándola indefensa aunque quizá no totalmente inconsciente. Riley sabía que el flunitrazepam tenía un efecto amnésico una vez que sus efectos se desvanecían. Se estremeció al darse cuenta que quizá sus efectos habían desvanecido aquí, justo antes de morir.

Si fue así, la pobre mujer no habría tenido ninguna idea de cómo o por qué le había sucedido esa cosa tan terrible.

Bill se rascó la barbilla mientras miraba el cuerpo y dijo: —Así que tal vez esto comenzó como una «violación», con el asesino drogando su bebida en un bar o una fiesta o algo así.

El forense negó con la cabeza y dijo: —Aparentemente no. No se encontraron rastros de la droga en el estómago de la otra víctima. Debió haber sido inyectada.

Jenn dijo: —Eso es raro.

El subjefe Toro Cullen miró a Jenn con interés.

—¿Por qué? —preguntó.

—Es un poco difícil de imaginar, eso es todo —dijo Jenn, encogiéndose de hombros—. El flunitrazepam no hace efecto de inmediato, sin importar cómo se administre. En una situación de violación, eso generalmente no importa. La víctima desprevenida tal vez se toma unos tragos con su futuro asaltante, empieza a sentirse mareada sin saber muy bien por qué y dentro de pronto queda indefensa. Pero si el asesino le clavó una aguja, se habría dado cuenta de que estaba en problemas, y habría tenido unos minutos para luchar antes de que la droga hiciera efecto. No me parece tan... eficiente.

Cullen le sonrió a Jenn coquetamente.

—Tiene sentido para mí —dijo Cullen—. Déjame enseñarte.

Se colocó detrás de Jenn, quien era mucho más bajita que él. Empezó a alcanzar alrededor de su cuello por detrás.

Jenn se apartó y le preguntó: —Oye, ¿qué estás haciendo?

—Solo estoy demostrando. No te preocupes, no te haré daño.

Jenn resopló y se mantuvo alejada de él.

—Tienes toda la razón, no lo harás —dijo ella—. Y estoy bastante segura de que sé lo que tienes en mente. Piensas que el asesino usó una llave.

—Eso es correcto —dijo Cullen, aun sonriendo—. Específicamente una llave al cuello. —Se retorció el brazo para ilustrar sus palabras y explicó—: El asesino se le acercó por detrás, luego dobló el brazo así alrededor de la parte delantera de su cuello. La víctima todavía podía respirar, pero sus arterias carótidas estaban bloqueadas, cortando el flujo sanguíneo al cerebro. La víctima perdió el conocimiento en cuestión de segundos. Luego fue fácil para el asesino administrar una inyección que la dejó indefensa por un período más largo.

Riley detectó la fricción que había entre Cullen y Jenn. Cullen era obviamente un hombre condescendiente, cuya actitud hacia Jenn era también coqueta.

A Jenn obviamente no le agradaba ni un poquito, y Riley se sentía igual. El hombre era superficial, con un pobre sentido del comportamiento apropiado a la hora de tratar con una colega, y un sentido aún peor de cómo comportarse en una escena del crimen.

Sin embargo, Riley tenía que admitir que la teoría de Cullen era sólida.

Era desagradable, pero no era estúpido.

De hecho, podría ser de mucha ayuda trabajar con él.

«Bueno, si es que podemos soportar estar cerca de él», pensó Riley.

Cullen se bajó de las vías y por la pendiente y señaló un espacio donde la tierra había sido acordonada.

Él dijo: —Encontramos unas huellas de neumáticos, desde donde condujo por aquí después de girar en la carretera principal en el paso a nivel. Son huellas grandes, obviamente de algún tipo de vehículo todoterreno. También encontramos unas pisadas.

Riley dijo: —Haz que tu gente les tome fotos. Las enviaremos a Quantico y haremos que nuestros técnicos las busquen en nuestra base de datos.

Cullen puso los brazos en jarras por un momento, contemplando la escena con lo que le parecía a Riley una sensación de satisfacción.

—Tengo que decir que esto es una nueva experiencia para mí y mis hombres. Estamos acostumbrados a investigar robos de carga, vandalismo, colisiones, y cosas por el estilo. Los asesinatos son escasos y aislados. Y algo así... Bueno, nunca hemos visto algo así antes. Supongo que esto no es nada especial para ustedes del FBI. Ya están acostumbrados. —Cullen no obtuvo respuesta y se quedó callado por un momento. Luego miró a Riley y sus colegas y añadió—: Bueno, no quiero tomar mucho de su valioso tiempo. Solo denos un perfil y mi equipo se encargará. Pueden regresar a casa hoy mismo, a menos que realmente quieran pasar la noche.

Riley, Bill y Jenn intercambiaron una mirada sorprendida.

¿Realmente creía que podrían terminar su trabajo aquí tan rápido?

—No estoy segura de lo que quieres decir —dijo Riley.

Cullen se encogió de hombros y dijo: —Estoy seguro de que ya han determinado algo en cuanto al perfil. Después de todo, para eso es que están aquí. ¿Qué pueden decirme?

Riley vaciló por un momento y luego dijo: —Solo podemos decirte generalizaciones. Estadísticamente, la mayoría de los asesinos que dejan cadáveres en escenas de crimen tienen antecedentes penales. Más de la mitad de ellos tienen edades comprendidas entre los quince y treinta y siete. Y más de la mitad son afroamericanos, empleados por lo menos a tiempo parcial y han completado su educación secundaria. Algunos de esos asesinos han tenido problemas psiquiátricos y algunos han estado en el ejército. Pero...

—Pero ¿qué? —preguntó Cullen.

—Trata de entender que nada de esto es información realmente útil, al menos no a estas alturas. Siempre hay casos aparte. Y nuestro asesino está empezando a parecer un caso aislado. Por ejemplo, el tipo de asesino del que estamos hablando generalmente tiene motivaciones sexuales. Pero ese no parece ser el caso aquí. Supongo que no es típico de muchas formas. Tal vez no es típico en absoluto. Todavía tenemos mucho trabajo por hacer.

Por primera vez desde que había llegado, la expresión de Cullen se oscureció un poco.

Riley agregó: —Y quiero que su teléfono celular sea enviado a Quantico, junto con el de la otra víctima. Nuestros técnicos tienen que ver si pueden extraerle información.

Antes de que Cullen pudiera responder, su propio teléfono celular sonó y él frunció el ceño.

Él dijo: —Ya sé quién es. Es el administrador ferroviario, queriendo saber si ya puede poner los trenes en marcha. La línea tiene tres trenes de carga y un tren de pasajeros con retraso. Hay una nueva tripulación lista para llevarse el tren que aún está en las vías. ¿Ya podemos mover el cadáver?

Riley asintió y le dijo al forense: —Adelante, métela en tu furgoneta.

Cullen se dio la vuelta y tomó la llamada mientras que el médico forense llamó a su equipo y se pusieron a trabajar en el cadáver.

Cuando Cullen colgó la llamada, parecía estar de muy mal humor.

Les dijo a Riley y sus colegas: —Supongo que se quedarán por un tiempo.

Riley creyó entender lo que lo estaba molestando. Cullen estaba ansiando resolver un caso sensacional, y no había esperado que el FBI le robara los aplausos.

Riley dijo: —Mira, estamos aquí a petición tuya. Pero creo que nos vas a necesitar, al menos por un tiempo más.

Cullen negó con la cabeza y arrastró los pies. Luego dijo: —Bueno, mejor nos vamos a la comisaría de Barnwell. Tenemos que lidiar con algo bastante desagradable allí.

Sin decir nada más, se volvió y se alejó.

Riley miró el cuerpo, que ahora estaba siendo cargado en una camilla.

«¿Más desagradable que esto?», se preguntó.

Se sentía atontada mientras ella y sus colegas siguieron a Cullen de vuelta por donde habían venido.

CAPÍTULO SEIS

Jenn Roston estaba enfurecida mientras se volvió para seguir sus colegas. Caminó por los árboles detrás de Riley y el agente Jeffreys mientras el subjefe Jude Cullen guiaba el camino hacia los vehículos estacionados.

«Se hace llamar ‘Toro’ Cullen», recordó con desprecio.

Le alegraba tener a dos personas entre ella y el hombre.

Seguía pensando: «¡Trató de hacerme una llave!»

Estaba segura de que había estado buscando una excusa para manosearla. También era seguro que estaba buscando una oportunidad para demostrar su control físico sobre ella. Ya era bastante malo que sentía la necesidad de explicarle la llave y sus efectos, como si ella ya no supiera todo esto.

Pensó que los dos eran afortunados por el hecho de que Cullen en realidad no había puesto su brazo alrededor de su cuello. Si eso hubiera pasado, Jenn quizá no se habría podido controlar. Aunque el hombre era ridículamente musculoso, probablemente habría acabado rápidamente con él. Obviamente eso habría sido bastante indecoroso en una escena del crimen y no habría hecho nada para promover las buenas relaciones entre los investigadores. Jenn sabía que lo mejor había sido que las cosas no se habían descontrolado.

Por sobre todo lo demás, ahora Cullen parecía estar cabreado por el hecho de que Jenn y sus colegas no se iban aún y porque no podría acaparar toda la gloria de resolver el caso.

«Mala suerte, imbécil», pensó Jenn.

El grupo salió de los árboles y se metió en la camioneta policial con Cullen. El hombre se quedó callado durante el viaje a la comisaría y sus compañeros del FBI tampoco dijeron nada. Supuso que, como ella, estaban pensando en la escena del crimen espantosa y en el comentario de Cullen que tendrían que lidiar con algo bastante desagradable en la comisaría.

Jenn odiaba los acertijos, tal vez porque la tía Cora a menudo era tan críptica y amenazante en sus intentos de manipulación. Y también odiaba vivir con la sensación de que algo de su pasado podría destruir su sueño hecho realidad de ser agente del FBI.

Cuando Cullen estacionó la furgoneta frente a la comisaría, Jenn y sus colegas se bajaron y lo siguieron adentro. Allí, Cullen los presentó al jefe de policía de Barnwell, Lucas Powell, un hombre de mediana edad con un mentón hundido.

—Vengan conmigo —dijo Powell—. Todos están aquí. Mi gente y yo no sabemos lidiar con este tipo de cosas.

¿A qué tipo de «cosas» se refería?

El jefe de policía Lucas Powell llevó a Jenn, sus colegas y a Cullen directamente a la sala de entrevistas de la comisaría. Adentro encontraron a dos hombres sentados en la mesa, ambos vistiendo chalecos amarillo neón. Uno era delgado y alto, un hombre mayor pero de aspecto vigoroso. El otro era más bajito, como de la altura de Jenn, y probablemente no mucho mayor que ella.

Estaban bebiendo tazas de café y mirando la mesa fijamente.

Powell introdujo primero al hombre mayor y luego al segundo hombre.

—Les presento a Arlo Stine, el conductor de carga. Y él es Everett Boynton, su conductor auxiliar. Cuando el tren se detuvo, ellos fueron los que descubrieron el cadáver.

Los dos hombres apenas levantaron la mirada.

Jenn tragó grueso. Seguramente estaban traumatizados.

Sin duda tendrían que lidiar con algo desagradable.

Entrevistar a estos hombres no sería fácil. Por si fuera poco, probablemente no aprenderían nada que los ayudaría a atrapar al asesino.

Jenn se apartó mientras Riley se sentó en la mesa con los hombres y habló en voz baja.

—Siento mucho que hayan tenido que lidiar con esto. ¿Cómo lo están sobrellevando?

El hombre mayor, el conductor, se encogió de hombros y dijo: —Estaré bien. Lo crea o no, he visto este tipo de cosas antes. Me refiero a muertos en las vías. He visto cuerpos aún más mutilados. Nadie se acostumbra a eso, pero… —Stine asintió con la cabeza hacia su auxiliar y agregó—: Pero Everett nunca ha pasado por esto.

El joven levantó la mirada de la mesa a las personas en la sala.

—Estaré bien —dijo mientras asentía la cabeza, obviamente tratando de sonar como si lo decía en eso.

Riley dijo: —Siento preguntar esto, ¿pero usted vio a la víctima justo antes de…?

Boynton hizo un gesto de dolor y no dijo nada.

Stine dijo: —Solo un vistazo. Los dos estábamos en la cabina. Pero yo estaba en la radio haciendo una llamada de rutina a la siguiente estación, y Everett estaba haciendo cálculos para la curva que estábamos tomando. Cuando el ingeniero comenzó a frenar y sonó el silbato, levantamos la mirada y vimos algo… no estábamos seguros de lo que era. —Stine hizo una pausa y luego agregó—: Pero estábamos seguros de lo que pasó cuando caminamos al sitio para echar un vistazo.

Jenn estaba repasando mentalmente lo que había investigado en el avión. Ella sabía que las tripulaciones de los trenes de carga eran pequeñas. Aun así, parecía que faltaba alguien.

—¿Dónde está el ingeniero? —preguntó.

—¿El maquinista? —dijo Toro Cullen—. Está en una celda de custodia.

Jenn quedó boquiabierta.

Ella sabía que «maquinista» era la jerga ferroviaria para un ingeniero.

Pero ¿qué demonios estaba pasando aquí?

—¿Lo metieron en una celda? —preguntó.

Powell dijo: —No tuvimos otra opción.

El conductor mayor agregó: —El pobre no quiere hablar con nadie. La única palabra que ha dicho desde que ocurrió es ‘Enciérrenme’. La repitió una y otra vez.

El jefe de policía local dijo: —Así que eso es lo que hicimos. Parecía lo mejor.

Jenn sintió una punzada de ira.

Ella preguntó: —¿No han traído a un terapeuta para que hable con él?

El subjefe ferroviario dijo: —Hemos pedido que venga un psicólogo de la empresa desde Chicago. Son las reglas del sindicato. No sabemos cuándo va a llegar.

Riley se veía sobresaltada ahora.

—Ciertamente el ingeniero no se culpa a sí mismo por lo que pasó —dijo Riley.

Al conductor mayor pareció sorprenderle la pregunta.

—Por supuesto que sí —dijo él—. No fue su culpa, pero no puede evitarlo. Era el hombre al volante. Es el que se sintió más impotente. Lo está carcomiendo. Odio que se haya encerrado tanto. Realmente traté de hablar con él, pero ni siquiera me mira a los ojos. No debemos quedarnos esperando que llegue una maldita psicóloga ferroviaria. Reglas o no, alguien debería hacer algo ahora mismo. Un buen maquinista como él se merece algo mejor.

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