Una Vez Inactivo - Блейк Пирс 4 стр.


Sus compañeros la molestaban mucho por eso…

—Sam, la confiable. Siempre la primera en llegar y la última en irse.

Pero nunca lo decían de buena forma. Sin embargo, estaba acostumbrada a que la gente se burlara de ella. Era la policía más joven y nueva en la fuerza policial de Rushville. Tampoco era de ayuda que era la única mujer policía.

Por un momento, Mary Ruckle no pareció notar la llegada de Sam. Estaba arreglándose las uñas, su ocupación habitual durante la mayor parte de su día de trabajo. Sam no entendía el atractivo de arreglarse las uñas. Siempre mantenía las suyas cortas y cuadradas, razón por la cual muchas personas creían que era poco femenina.

Mary Ruckle no le parecía nada atractiva. Su cara era apretada y mezquina, como si estuviera pellizcada por una pinza de ropa. Sin embargo, Mary estaba casada y tenía tres hijos, y poca gente en Rushville previó ese tipo de vida para Sam.

Sam ni siquiera sabía si quería ese tipo de vida para sí misma. Trataba de no pensar demasiado en el futuro. Tal vez por eso se centraba en todo lo que el presente le deparaba. En realidad no podía imaginarse un futuro para sí misma, al menos no entre las opciones que parecían estar disponibles.

Mary se sopló las uñas, miró a Sam y dijo: —El jefe Crane quiere hablar contigo.

Sam asintió con un suspiro.

«Tal como esperaba», pensó.

Hizo su camino a su oficina y encontró al jefe Carter Crane jugando al Tetris en su computadora.

–Un minuto —dijo al escuchar a Sam entrar en la oficina.

Probablemente distraído por la llegada de Sam, perdió el juego poco después.

–Maldita sea —dijo Crane, mirando la pantalla.

Sam se preparó. Probablemente estaba molesto con ella. Perder el juego de Tetris no mejoraría su estado de ánimo.

El jefe se dio la vuelta en su silla giratoria y dijo: —Kuehling, siéntate.

Sam se sentó obedientemente frente a su escritorio.

El jefe Crane juntó las yemas de sus dedos y la miró por un momento, tratando, como de costumbre, de parecer al pez gordo que se creía ser. Y, como de costumbre, Sam no estaba impresionada.

Crane tenía unos treinta años y era de aspecto agradable. Para Sam, parecía más un asegurador que un jefe de policía. En cambio, había escalado al puesto de jefe de policía debido al vacío de poder que el jefe Jason Swihart había dejado cuando se retiró de repente hace dos años.

Swihart había sido un buen jefe y le había agradado a todo el mundo, incluyendo a Sam. Había sido ofrecido un gran trabajo con una empresa de seguridad en Silicon Valley, y comprensiblemente había pasado a pastos más verdes.

Así que ahora Sam y los otros policías respondían al jefe Carter Crane. Para Sam, era un mediocre en un departamento lleno de mediocres. Sam nunca lo admitiría en voz alta, pero se sentía segura de que era más inteligente que Crane y el resto de los policías.

«Sería bueno tener la oportunidad de demostrarlo», pensó.

Finalmente Crane dijo: —Recibí una llamada telefónica interesante anoche, del agente especial Brent Meredith de Quantico. Nunca me creerías lo que me dijo. Aunque tal vez sí…

Sam gruñó con disgusto y dijo: —Por favor, jefe. Vamos directo al grano. Llamé al FBI ayer por la tarde. Hablé con varias personas antes de que finalmente hablé con Meredith. Supuse que alguien debería llamar al FBI. Deberían estar aquí ayudándonos.

Crane sonrió y dijo: —No me digas. Es porque todavía piensas que el asesinato de Gareth Ogden anteanoche fue obra de un asesino en serie que vive aquí en Rushville.

Sam puso los ojos en blanco.

–¿Tengo que explicarlo todo de nuevo? —dijo Sam—. Toda la familia Bonnett fue asesinada aquí hace diez años. Alguien los mató a todos a martillazos. El caso nunca fue resuelto.

Crane asintió y dijo: —Y crees que el mismo asesino volvió a atacar diez años después.

Sam se encogió de hombros y dijo: —Es bastante obvio que hay alguna conexión. El MO es idéntico.

Crane levantó la voz un poco.

–No hay conexión. Hablamos de esto ayer. El MO es solo una coincidencia. Para mí, Gareth Ogden fue asesinado por un vagabundo que pasaba por el pueblo. Estamos siguiendo todas las pistas posibles. Pero a menos que haga lo mismo en otro lugar, de seguro nunca lo atraparemos.

Sam sintió una oleada de impaciencia.

Ella dijo: —Si solo era un vagabundo, ¿por qué no se encontró ninguna señal de robo?

Crane golpeó la mesa con la palma de su mano.

–Maldita sea, tú no sabes rendirte. No sabemos que no hubo robo. Ogden era tan tonto que dejaba su puerta principal abierta. Tal vez también era lo suficientemente tonto como para dejar un fajo de billetes sobre su mesa de centro. Quizá el asesino lo vio y decidió robarlo, martillando la cabeza de Ogden en el proceso. —Acunando sus dedos de nuevo, Crane añadió—: No te parece eso más plausible que algún psicópata que ha pasado diez años… ¿haciendo qué, exactamente? ¿Hibernando, tal vez?

Sam respiró profundo.

«No te pongas a discutir con él de nuevo», se dijo a sí misma.

No tenía sentido volver a explicar por qué esa teoría le parecía poco probable. Por un lado, ¿y qué del martillo? Se había dado cuenta de que los martillos de Ogden seguían en su caja de herramientas. ¿Entonces el asesino carga consigo un martillo por cada pueblo por el que pasa?

Sí, era posible.

Pero también le parecía un poco ridículo.

Crane gruñó y añadió: —Le dije a Meredith que estabas aburrida y que eras demasiado imaginativa y que lo olvidara. Pero, francamente, toda la conversación fue vergonzosa. No me gusta cuando la gente pasa por encima de mí. No tenías ningún derecho a hacer esas llamadas telefónicas. Pedirle ayuda al FBI es mi trabajo, no el tuyo.

Sam estaba moliendo los dientes, luchando por contener sus pensamientos.

Alcanzó a decir en voz baja: —Sí, jefe.

Crane dio un suspiro de aparente alivio y dijo: —Dejaré esto pasar, lo que significa que no tomaré ninguna medida disciplinaria. La verdad es que preferiría que nadie se enterara de que esto sucedió. ¿Le hablaste a alguien de lo que hiciste?

–No, jefe.

–Ni se te ocurra hacerlo —dijo Crane antes de volverse y comenzar un nuevo juego de Tetris mientras Sam salía de su oficina.

Se dirigió a su escritorio, se sentó y meditó en silencio.

«Explotaré si no puedo hablar con nadie de esto», pensó.

Pero acababa de prometer que no tocaría el tema con los otros policías.

Entonces, ¿con quién más podría hablar?

En ese momento se le ocurrió una persona… el motivo por el que estaba aquí, tratando de hacer este trabajo…

Mi papá.

Había sido policía aquí cuando la familia Bonnett fue asesinada.

El hecho de que el caso nunca se resolvió lo había atormentado durante años.

«Tal vez papá pueda decirme algo —pensó—. Tal vez tenga buenas ideas.»

Pero se le cayó el alma a los pies al darse cuenta de que no sería buena idea. Su padre estaba en un asilo y sufría de ataques de demencia. Tenía sus días buenos y sus días malos, pero hablarle de un caso de su pasado de seguro lo confundiría y molestaría. Sam no quería hacer eso.

En este momento no tenía nada más que hacer hasta que su compañero, Dominic, se presentara a trabajar. Esperaba que llegara pronto para que pudieran hacer una ronda antes de que el calor se pusiera insoportable. Según el pronóstico del clima, hoy la temperatura batiría récords.

Entretanto, no tenía ningún sentido preocuparse por cosas que se salían de sus manos, ni siquiera por la posibilidad de que había un asesino en serie en Rushville, preparándose para atacar de nuevo.

«Trata de no pensar en eso», se dijo a sí misma.

Luego se echó a reír y murmuró en voz alta: —Vamos… Sé que pasaré todo el día pensando en eso.

CAPÍTULO SEIS

El teléfono celular de Riley sonó mientras Blaine conducía de vuelta a Fredericksburg. Le sorprendió y alarmó ver quién la estaba llamando.

«¿Es una emergencia?», se preguntó.

Gabriela nunca la llamaba solo para charlar, y no había llamado ni una sola vez durante las dos semanas que habían pasado en la playa. Solo había enviado algunos mensajes de texto informando que todo estaba bien en casa.

Riley se preocupó más cuando atendió la llamada y oyó la voz alarmada de Gabriela decir: —Señora Riley, ¿cuándo llega a casa?

–En aproximadamente media hora —dijo Riley—. ¿Por qué?

Oyó a Gabriela inhalar bruscamente. Luego dijo: —Él está aquí.

–¿Quién está ahí? —preguntó Riley.

Cuando Gabriela no respondió de inmediato, Riley entendió…

–Dios mío —dijo—. ¿Ryan está ahí?

–Sí —dijo Gabriela.

–¿Qué es lo que quiere? —preguntó Riley.

–No me lo ha dicho. Pero mencionó que es importante. Está esperándote.

Riley estuvo a punto de pedirle a  Gabriela que la comunicara con Ryan. Pero entonces se le ocurrió que Ryan probablemente no querría decírselo por teléfono. No con todos los demás allí en el auto.

En su lugar, Riley dijo: —Dile que estaré en casa pronto.

–Eso haré —dijo Gabriela.

Finalizaron la llamada y Riley se quedó mirando por la ventana del VUD.

Después de un momento. Blaine dijo: —Eh… ¿Te oí decir algo sobre…?

Riley asintió.

Sentadas detrás de ellos escuchando música, las chicas no habían estado escuchando nada hasta ahora.

–¿Qué? —preguntó April—. ¿Qué está pasando?

Riley suspiró y dijo: —Es tu padre. Está en casa esperándonos.

April y Jilly jadearon en voz alta.

Luego Jilly dijo: —¿Por qué no le dijiste a Gabriela que lo hiciera irse?

Riley se sintió tentada a decir que aunque eso es lo que había quería hacer, sabía que no debía dejarle esa tarea a Gabriela.

En su lugar, dijo: —Sabes que no puedo hacer eso.

April y Jilly gimieron con consternación.

Riley entendía cómo se sentían sus hijas. La última visita no anunciada de Ryan a su casa había sido desagradable para todos, incluyendo Ryan. Su intento de engatusarlas le había salido por la culata. April había sido fría con él, y Jilly había sido muy grosera.

Pero Riley no podía culparlas.

Ryan las había ilusionado demasiadas veces para solo terminar decepcionándolas. Ahora las chicas no querían tener nada que ver con él.

«¿Que es lo que quiere ahora?», se preguntó Riley, suspirando de nuevo.

Fuera lo que fuese, esperaba que no amargara el recuerdo de estas vacaciones. Habían pasado dos semanas muy preciosas, a pesar del sueño de Riley sobre su padre. Desde entonces, había hecho todo lo posible para sacar la llamada del agente Meredith de su mente.

Pero ahora el hecho de que Ryan había aparecido pareció desencadenar sus pensamientos oscuros de nuevo.

«Un martillo —pensó—.  Alguien fue asesinado con un martillo.»

Se recordó a sí misma que había hecho lo correcto al decirle que no al jefe Meredith. Además, no la había vuelto a llamar, lo que seguramente significaba que no estaba muy preocupado después de todo.

«Probablemente no fue nada —pensó Riley—.  Solo un caso que la policía local debe resolver por su cuenta.»

*

Todos se sintieron muy ansiosos cuando Blaine detuvo su VUD frente a la casa adosada de Riley. Un Audi costoso estaba estacionado en el frente. Era el auto de Ryan, por supuesto, pero Riley no recordaba si era el mismo auto que había tenido la última vez que había venido aquí. Le gustaba tener el último modelo de auto, sin importar el precio.

Una vez que se estacionaron, Blaine comenzó a temblar un poco. Quería ayudar a Riley y sus dos hijas a llevar su equipaje a la casa, pero…

–¿Será extraño? —le preguntó Blaine a Riley.

Riley contuvo un gemido.

«Por supuesto», pensó.

Blaine y Ryan se habían visto poco, pero esos encuentros apenas habían sido amables, al menos por parte de Ryan. Blaine había hecho todo lo posible para ser agradable, pero Ryan había sido hosco y hostil.

Riley, April y Jilly fácilmente metieron todo su equipaje en la casa en un solo viaje. En realidad no necesitaban la ayuda de Blaine, y Riley no quería que Blaine se sintiera incómodo, y sin embargo…

«¿Por qué demonios debería sentirse incómodo en mi propia casa?», pensó.

Decirle a Blaine y Crystal que se fueran no era la forma de solucionar este problema.

Riley le dijo a Blaine: —Pasen adelante.

Gabriela los recibió a todos en la puerta, junto con la perrita orejona de Jilly, Darby. La perrita saltó alrededor de ellos con deleite, pero Gabriela no se veía nada feliz.

A lo que colocaron el equipaje en la entrada, Riley vio a Ryan sentado en la sala de estar. Riley se alarmó al ver que estaba flanqueado por dos maletas…

«¿Tiene pensado quedarse?», pensó.

La gatita blanca y negra de April, Marbles, yacía cómodamente en su regazo.

Ryan levantó la mirada y dejó de acariciar a Marbles.

Sonrió débilmente y dijo en una voz bastante patética: —¡Una gatita y una perrita! ¡Vaya, todo esto sí que es nuevo!

Con un suspiro de fastidio, April quitó a Marbles de su regazo.

Eso pareció lastimar a Ryan. Pero Riley entendía cómo se sentía April.

Mientras April y Jilly se dirigieron hacia las escaleras, Riley dijo: —Un momento, chicas. ¿No tienen algo que decirles a Blaine y Crystal?

Pareciendo un poco avergonzadas por su falta de modales, April y Jilly les dieron las gracias a Blaine y Crystal por todo.

Crystal abrazó a sus dos hijas y luego le dijo a April: —Te llamo mañana.

–Ahora llévense sus cosas consigo —les dijo Riley a sus hijas.

April y Jilly agarraron su equipaje obedientemente. Jilly recogió la mayor parte de las cosas, dado que April estaba cargando a Marbles. Luego ambas se dirigieron hacia las escaleras, y Darby correteó detrás de ellas. Segundos después oyó las puertas de sus dormitorios cerrarse de golpe detrás de ellas.

Gabriela miró a Ryan con consternación y luego se dio la vuelta para dirigirse a su propio apartamento.

Ryan miró a Blaine y dijo tímidamente: —Hola, Blaine. Espero que hayan tenido unas buenas vacaciones.

Riley quedó boquiabierta.

«Está tratando de ser educado», pensó.

En ese momento supo que algo debía estar muy mal.

Blaine saludó a Ryan con la mano y dijo: —La pasamos muy bien, Ryan. ¿Cómo has estado?

Ryan se limitó a encogerse de hombros.

Riley estaba decidida a no dejar que Ryan limitara su comportamiento.

Besó a Blaine suavemente en los labios y dijo: —Gracias por las vacaciones.

Blaine se sonrojó, obviamente avergonzado por la situación.

–Gracias a ti, y también a las chicas —dijo.

Crystal le dio la mano a Riley y le dio las gracias.

Blaine le dijo a Riley: —Llámame más tarde.

Riley le dijo que lo haría, y luego Blaine y su hija se dirigieron a su camioneta.

Riley respiró profundo y se volvió hacia la única persona que quedaba en la sala de estar. Su ex esposo la miró con ojos suplicantes.

«¿Qué es lo que quiere?», se preguntó de nuevo.

Generalmente cuando Ryan pasaba por la casa, notaba de inmediato que aún era un hombre atractivo, un poco más alto, más viejo y más atlético que Blaine, y siempre perfectamente arreglado y vestido. Pero esta vez parecía distinto, arrugado, triste y solo. Nunca lo había visto así.

Riley estaba a punto de preguntarle qué le pasaba cuando dijo: —¿Podríamos tomarnos un trago?

Riley lo miró a la cara por un momento. Parecía derrotado. Ella se preguntó: «¿Ha estado bebiendo últimamente?

¿Se tomó un par de copas antes de venir aquí?»

Consideró brevemente decirle que no, pero luego se dirigió a la cocina y sirvió whisky americano con hielo para ambos. Llevó las bebidas a la sala de estar y se sentó en una silla frente a él, esperando a que dijera algo.

Finalmente, con los hombros encorvados, Ryan dijo en voz baja: —Riley, estoy arruinado.

Riley quedó boquiabierta.

«¿A qué se refiere?», se preguntó.

CAPÍTULO SIETE

Mientras Riley lo miraba, Ryan repitió las mismas palabras: —Estoy arruinado. Toda mi vida está arruinada.

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