Antes De Que Atrape - Блейк Пирс 4 стр.


“Eso estaría genial.”

“Haré que incluyan su información de contacto en los informes. ¿Estás bien aquí?”

“Por ahora, sí. ¿Me puedes dar tu número de teléfono para contactar más fácilmente?”

“Claro, pero este maldito aparato me falla a veces, necesito actualizarme. Debería haberlo hecho hace unos cinco meses. Así que, si me llamas y la llamada va directamente al buzón de voz, no es que te esté ignorando. Te llamaré de inmediato. Odio los teléfonos móviles de todos modos.”

Después de su perorata sobre la tecnología moderna, Tate le dio su número de móvil y Mackenzie lo guardó en su teléfono.

“Te veo por ahí,” dijo Tate. “Por ahora, el forense está de camino. Estaré realmente contento cuando podamos mover ese cadáver.”

Parecía algo insensible que decir, pero cuando Mackenzie volvió a mirarlo y vio el estado ensangrentado y fracturado del cadáver, no pudo evitar sentir que estaba totalmente de acuerdo.

CAPÍTULO CINCO

Eran las 10:10 cuando entró a la comisaría. El lugar estaba absolutamente muerto, el único movimiento provenía de una mujer de aspecto aburrido que estaba sentada a un escritorio—que Mackenzie asumió hacía las veces de servicios de emergencia del Departamento de Policía de Kingsville—y dos agentes que hablaban animadamente de política en un pasillo detrás del escritorio de la mujer.

A pesar del aspecto dejado del lugar, parecía estar bien llevado. La mujer en el centro de servicios de emergencia ya había copiado los informes que había mencionado el alguacil Tate y los tenía en una carpeta esperando a que llegara Mackenzie. Mackenzie le dio las gracias y entonces le preguntó por algún hotel en la zona. Por lo visto, solo había un motel en Kingsville, a menos de dos millas de distancia del departamento de policía.

Diez minutos después, Mackenzie estaba abriendo la puerta de su habitación en el Motel 6. Sin duda alguna, se había alojado en sitios peores durante su periodo como agente del FBI, pero no era probable que este fuera a recibir comentarios espectaculares en Yelp o en Google. Le prestó poca atención al estado minimalista de la habitación, dejando los archivos sobre la mesita que había junto a la cama individual y sin perder ni un minuto para ponerse a repasarlos.

Hizo algunas anotaciones propias mientras leía los archivos. Lo primero y quizá más alarmante que descubrió fue que de los catorce suicidios que habían tenido lugar en los últimos tres años, once habían tenido lugar en el Puente de Miller Moon. Los otros tres incluían dos suicidios por arma de fuego y un solo caso de alguien que se había colgado de la viga de un ático.

Mackenzie sabía lo bastante sobre pueblos pequeños como para entender el atractivo de un hito rural como el Puente de Miller Moon. Su historia y el misterio general de su abandono eran atrayentes, sobre todo para los adolescentes. Y, como mostraban los informes enfrente de ella, seis de los catorce suicidios habían sido de chicos menores de veintiún años.

Echó una ojeada a los informes; aunque no eran tan detallados como le hubiera gustado, estaban por encima de lo que cabía esperar de los departamentos de policía locales de pueblos pequeños. Anotó varias cosas, creando una lista exhaustiva de detalles que le pudieran ayudar a llegar al fondo de las múltiples muertes que estaban asociadas con el Puente de Miller Moon. Tras una hora más o menos, tenía lo suficiente como para fundamentar algunas opiniones generales.

En primer lugar, de los catorce suicidios, exactamente la mitad habían dejado notas. Las notas dejaban claro que habían tomado la decisión de terminar con sus vidas. Cada informe tenía una fotocopia de la carta y todas ellas expresaban lamentaciones de alguna u otra forma. Decían a sus seres queridos que los querían y expresaban desgracias que no habían podido superar.

Los otros siete casi podían ser considerados como clásicos casos de sospecha de asesinato: cuerpos que se descubrieron de repente, en muy mal estado. Uno de los suicidios, una chica de diecisiete años, había mostrado pruebas de actividad sexual reciente. Cuando hallaron el DNA de su pareja en su cuerpo, él había proporcionado pruebas en forma de mensajes de texto de que ella había venido a su casa, habían tenido relaciones sexuales, y después se había marchado. Y por lo que parecía, ella se había tirado desde el Puente de Miller Moon unas tres horas después.

El único caso de los catorce que podía entender que hubiera provocado algún tipo de investigación más a fondo era el triste y desafortunado suicidio de un chico de dieciséis años. Cuando le habían encontrado sobre esas rocas ensangrentadas debajo del puente, había moratones en su pecho que no encajaban con ninguna de las heridas que hubiera podido sufrir debido a la caída. En unos pocos días, la policía había descubierto que el chico había recibido palizas habituales de su padre alcohólico que, tristemente, había tratado de suicidarse tres días después del descubrimiento del cadáver de su hijo.

Mackenzie terminó su sesión de investigación con el informe recién recopilado sobre Malory Thomas. Su caso destacaba un poco de los demás debido a que la habían encontrado desnuda. El informe mostraba que habían hallado sus ropas en una pila bien ordenada sobre el puente. No había signos de abusos, ni de actividad sexual reciente, o de juego sucio. Por una u otra razón, simplemente parecía que Malory Thomas había decidido dar ese salto como vino al mundo.

Eso resulta raro, pensó Mackenzie. Fuera de lugar, la verdad. Si te vas a quitar la vida, ¿por qué querrías estar así de expuesta cuando encontraran tu cadáver?

Lo consideró por un momento y entonces se acordó de la psiquiatra que había mencionado Tate. Claro que, como ya era casi medianoche, era demasiado tarde para llamarle por teléfono.

Medianoche, pensó. Miró su teléfono, sorprendida de que Ellington no hubiera tratado de contactar con ella. Se imaginó que estaba actuando de manera inteligente—y que no quería molestarle hasta que creyera que se encontraba en un buen punto emocional. Y honestamente, ella no estaba segura de dónde se encontraba. Así que él había cometido un error en su vida mucho antes de conocerla… ¿por qué diablos debería enfadarse tanto por algo así?

No estaba segura, pero sabía que lo estaba… y en ese momento, eso era todo lo que realmente importaba.

Antes de prepararse para irse a dormir, miró la tarjeta de visita que la mujer de comisaría había colocado dentro del archivo. Tenía el nombre, el número, y la dirección de email de la psiquiatra local, la doctora Jan Haggerty. Con la intención de estar tan preparada como fuera posible, Mackenzie le envió un email, diciéndole a la doctora Haggerty que estaba en el pueblo, por qué estaba aquí, y pidiéndole que se reunieran en cuanto fuera posible. Mackenzie pensó que, si no había recibido una llamada de Haggerty para las nueve de la mañana, le llamaría ella misma.

Antes de apagar las luces, pensó en llamar a Ellington, solo para ver cómo estaba. Le conocía muy bien; seguramente estaba dándose una fiesta de autocompasión, tomándose varias cervezas con planes de quedarse frito en el sofá.

Pensar en él en este estado le facilitó mucho más la decisión. Apagó las luces y, en la oscuridad, empezó a sentir que se encontraba en un pueblo que era más tenebroso que los demás. El tipo de pueblo que escondía algunas cicatrices horrendas, condenadas a la oscuridad eterna no debido al ambiente rural sino gracias a cierto hito que había en una pista de gravilla a unas seis millas de donde reposaba su cabeza en este preciso instante. Y a pesar de que hizo lo que pudo para despejar la mente, se quedó dormida con imágenes de adolescentes suicidándose, saltando desde lo alto del Puente de Miller Moon.

CAPÍTULO SEIS

Mackenzie se despertó sobresaltada por el sonido de su teléfono móvil. El reloj de la mesita le informó de que eran las 6:40 cuando extendió la mano para agarrarlo. Vio el nombre de McGrath en la pantalla, tuvo solo el tiempo suficiente para desear que hubiera sido Ellington en vez de él, y entonces lo respondió.

“Aquí la Agente White.”

“White, ¿dónde estamos en lo que se refiere al caso del sobrino del director Wilmoth?”

“Pues bien, en este momento parece que sea un suicidio bastante claro. Si todo sale como creo que va a salir, debería estar de regreso en DC esta tarde.”

“¿Nada de juego sucio?”

“Por lo que puedo ver, no. Si no le importa que le pregunte… ¿está buscando el director Wilmoth juego sucio?”

“No, pero seamos realistas… un suicidio en la familia de un hombre de su posición no va a tener buena pinta. Solo quiere los detalles antes de que los obtenga el público.”

“Mensaje recibido.”

“White, ¿acaso te he despertado?” le preguntó bruscamente.

“Por supuesto que no, señor.”

“Mantenme informado sobre todo esto,” dijo antes de terminar la llamada.

Maldita manera de despertarse, pensó Mackenzie mientras salía de la cama. Se fue a la ducha y cuando terminó, envuelta en una toalla, salió del cuarto de baño al escuchar que sonaba su teléfono de nuevo.

No reconoció el número, así que lo respondió de inmediato. Con el pelo todavía húmedo, respondió: “Al habla la agente White.”

“Agente White, soy Jan Haggerty,” dijo una voz de tono sombrío. “Acabo de leer su email.”

“Gracias por responderme tan deprisa,” dijo Mackenzie. “Ya sé que es mucho pedir para alguien con su profesión, pero ¿hay alguna manera de que nos pudiéramos reunir para charlar en algún momento del día?”

“Eso no es ningún problema,” dijo Haggerty. “Mi consulta está en mi casa y hoy no tengo mi primera cita hasta las nueve y media de la mañana. Si me da media hora más o menos para prepararme para el día, puedo verla esta misma mañana. Prepararé algo de café.”

“Suena estupendo,” dijo Mackenzie.

Haggerty le dio a Mackenzie su dirección y terminó la llamada. Con media hora por delante, Mackenzie decidió hacer lo más adulto y llamar a Ellington por teléfono. No les haría ningún bien a ninguno de los dos esconderse del asunto que tenían entre manos y simplemente esperar que el otro se olvidara de ello o que lo pudiera barrer debajo de la alfombra sin más.

Cuando le respondió a la llamada, sonaba cansado. Mackenzie asumió que le había despertado, lo que no era del todo sorprendente ya que solía dormir hasta tarde cuando estaba libre. Pero también estaba bastante segura de que detectaba algo de esperanza en su voz.

“Hola,” le dijo.

“Buenos días,” dijo ella. “¿Cómo estás?”

“No lo sé,” dijo Ellington casi al instante. “Malhumorado sería la mejor manera de describirlo, pero sobreviviré. Cuantas más vueltas le doy, más seguro estoy de que esto se acabará desvaneciendo. Tendré una pequeña mancha en mi historial, pero siempre y cuando pueda volver al trabajo, creo que me las arreglaré. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo va tu caso super secreto?”

“Prácticamente terminado, creo,” dijo ella. Cuando le había llamado la noche anterior de camino a Kingsville, no había compartido demasiada información con él, diciéndole solo que no se trataba de un caso en el que ella corriera ningún peligro. También tuvo cuidado de no divulgar demasiada información por ahora. A veces esto solía pasar entre agentes cuando un caso estaba cerrado o a punto de concluirse.

“Bien,” dijo él. “Porque no me gusta como terminaron las cosas entre nosotros cuando te fuiste. Yo… en fin, no sé por qué necesito disculparme. Pero sigo creyendo que te he hecho un flaco favor con todo este asunto.”

“Es lo que hay,” dijo Mackenzie, odiando el sonido de un cliché como este saliendo de sus labios. “Debería estar de regreso esta noche. Podemos hablar de ello después.”

“Suena bien. Ten cuidado.”

“Tú también,” dijo ella con una risa forzada.

Terminaron la llamada y aunque se sentía un poco mejor después de hablar con él, no podía negar la tensión que todavía sentía. Sin embargo, no se permitió tomarse un tiempo para considerarlo. Se dirigió hacia Kingsville en busca de algo que comer para pasar el tiempo que le quedaba antes de ir a casa de la doctora Haggerty.

***

La doctora Haggerty vivía sola en una casa de dos plantas de estilo colonial. Estaba asentada en el centro de un hermoso jardín delantero. Un grupo frondoso de encinas y robles en el patio de atrás rodeaban la casa por detrás como si se tratara de una sombra provista por la propia naturaleza. La doctora Haggerty se encontró con Mackenzie en la puerta principal con una sonrisa y el aroma de café fuerte recién hecho que venía de la cocina. Parecía tener cincuenta y muchos, con una melena de cabello que todavía se las arreglaba para mantener la mayoría de su castaño claro. Sus ojos le escudriñaron a Mackenzie desde detrás de un par de pequeñas gafas. Cuando invitó a Mackenzie a pasar adentro, hizo gestos a través de la puerta con sus brazos raquíticos y una voz que apenas era más alta que un susurro.

“Gracias de nuevo por quedar conmigo,” dijo Mackenzie. “Sé que le avisé con poco tiempo.”

“No se preocupe en absoluto,” dijo ella. “Entre usted y yo, espero que podamos encontrar razones suficientes como para que hagamos que el alguacil Tate le dé la lata al condado para que derriben ese maldito puente.”

Haggerty sirvió una taza de café a Mackenzie y las dos mujeres se sentaron a la mesita en un pintoresco rincón de desayuno adyacente a la cocina. Un ventanal al lado de la mesa daba a esos robles y encinas del patio de atrás.

“¿Presumo que ya le han informado de las noticias de ayer por la tarde?” preguntó Mackenzie.

“Así es,” dijo Haggerty. “Kenny Skinner. De veintidós años, ¿no es cierto?”

Mackenzie asintió mientras le daba un sorbito al café. “Y también Malory Thomas varios días antes. Entonces… ¿puede decirme por qué ha estado dándole la lata al alguacil sobre ese puente?”

“Bueno, Kingsville tiene muy poco que ofrecer. Y aunque nadie en los pueblos pequeños guste de admitirlo, lo cierto es que estos pueblos no ofrecen nada a los adolescentes y a los adultos jóvenes. Y cuando eso sucede, estos hitos morbosos como el Puente de Miller Moon se hacen icónicos. Si echa un vistazo a los historiales del pueblo, ha habido gente que se ha quitado la vida en ese puente desde 1956, cuando todavía estaba abierto al tránsito. Los chicos de hoy en día están expuestos a tanta negatividad y problemas de autoestima que algo tan icónico como ese puente se puede acabar convirtiendo en mucho más. Los niños que están buscando una salida del pueblo van al extremo y ya no se trata de escapar del pueblo… sino de escapar de la vida.”

“Entonces… ¿usted cree que el puente les da a los niños suicidas una salida fácil?”

“No una salida fácil,” dijo Haggerty. “Es casi como una luz para ellos. Y todos los que han saltado del puente previamente les han abierto el camino. Ese puente ya ni siquiera es un puente. Es una plataforma de suicidio.”

“Anoche, el alguacil Tate también dijo que le parece difícil de creer que todos estos suicidios sean simplemente suicidios. ¿Me lo puede explicar mejor?”

“Sí… y creo que puedo utilizar a Kenny Skinner como ejemplo. Kenny era un chico popular. Entre usted y yo, seguramente no iba a llegar a hacer nada extraordinario. Probablemente estaría perfectamente bien pasándose el resto de su vida aquí, trabajando en la Tienda de Repuestos de Tractores y Neumáticos de Kingsville. Pero tenía una buena vida aquí, ¿sabe? Por lo que yo sé, era un chico bastante popular con el sexo opuesto y en un pueblo como este—diablos, en un condado como este—eso prácticamente garantiza algunos fines de semana bastante divertidos. Hablé personalmente con Kenny el mes pasado cuando pasé con el coche por encima de una punta. Él lo arregló para mí. Era amable, estaba riéndose todo el tiempo, un chico con buenos modales. Me resulta difícil de creer que se matara de tal manera. Y si regresa a la lista de personas que han saltado de ese puente en los últimos tres años, hay al menos uno o dos que me resultan de lo más sospechoso… gente a la que jamás hubiera imaginado suicidándose.”

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