“Así que ¿usted cree que hubo juego sucio en esos casos?” preguntó Mackenzie.
Haggerty se tomó un momento antes de responder. “Es una sospecha que tengo, pero no me sentiría cómoda diciendo algo como eso con absoluta certeza.”
“¿Y asumo que esa sensación se basa en su opinión profesional y no solo se trata de alguien apenado porque haya tantos suicidios en su pueblecito?” preguntó Mackenzie.
“Eso es correcto,” dijo Haggerty, pero pareció hasta un tanto ofendida por la naturaleza de la pregunta.
“Por casualidad, ¿acaso atendió en alguna ocasión a Kenny Skinner o a Malory Thomas como clientes?”
“No. Ni a ninguna de las otras víctimas desde al menos 1996.”
“Entonces, ¿ha conocido al menos a una de las personas que se han suicidado en el puente?”
“Sí, en una ocasión. Y en ese caso, lo vi venir. Hice todo lo que pude para convencer a la familia de que ella necesitaba ayuda. Sin embargo, para cuando me las arreglé para conseguir que lo pensaran, se tiró del puente. Verá… en este pueblo, el Puente de Miller Moon es sinónimo con suicidio. Y por eso me gustaría que el condado lo derribara.”
“¿Porque le parece que básicamente atrae a cualquiera que tenga pensamientos suicidas?”
“Exactamente.”
Mackenzie percibió que la conversación había terminado. Y eso le parecía bien. Podía decir de inmediato que la doctora Haggerty no era la clase de persona que exagerara las cosas solo para que le escucharan. Aunque había tratado de quitarle importancia por miedo a equivocarse, Mackenzie estaba bastante segura de que Haggerty creía firmemente que al menos algunos de los casos no eran suicidios.
Y ese atisbo de escepticismo era todo lo que necesitaba Mackenzie. Si había incluso la más leve posibilidad de que cualquiera de los últimos dos cadáveres fueran asesinatos y no suicidios, quería saberlo con certeza antes de regresar a DC.
Terminó con el café, le dio las gracias a la doctora Haggerty por su tiempo, y se dirigió de vuelta a la calle. De camino al coche, miró al bosque que bordeaba la mayor parte de Kingsville. Miró hacia el oeste, donde se escondía el Puente de Miller Moon al fondo de una serie de carreteras secundarias y una pista de gravilla que parecía indicar que todos los que la transitaban estaban llegando al final de algo.
Mientras pensaba en esas rocas manchadas de sangre al fondo del puente, la comparación le provocó un escalofrío en el corazón.
La alejó de sí, dando marcha al motor y sacando el teléfono móvil. Si iba a obtener una respuesta definitiva sobre todo esto, necesitaba tratarlo como si fuera un caso de asesinato. Y con esa mentalidad, se imaginó que necesitaba empezar a hablar con los familiares de los recientemente fallecidos.
CAPÍTULO SIETE
Antes de visitar a la familia de Kenny Skinner, Mackenzie telefoneó a McGrath para obtener permiso explícito. Su respuesta fue breve, clara y concisa: No me importa si tienes que hablar con alguien del maldito equipo de béisbol de la Liga Infantil, solo que averigües lo que pasa.
Esa confirmación le empujó a la residencia de Pam y Vincent Skinner. Por lo que McGrath le había explicado, Pam Skinner solía llamarse Pam Wilmoth. Hermana mayor del director Wilmoth, trabajaba desde casa como especialista en propuestas para una agencia del medio ambiente. Por lo que se refería a Vincent Skinner, era el propietario de la Tienda de Repuestos de Tractores y Neumáticos de Kingsville, y había empleado a su hijo Kenny desde que tenía quince años.
Cuando Mackenzie llamó a la puerta, ninguno de los Skinner salió a recibirla. En vez de ellos, salió el pastor de la Iglesia Presbiteriana de Kingsville. Cuando Mackenzie le mostró su placa y le dijo por qué estaba allí, la dejó pasar y le pidió que esperara en el recibidor. La familia Skinner vivía en una bonita casa en una esquina de lo que asumió se consideraba como el centro urbano de Kingsville. Podía oler a algo que se estaba cocinando, cuyo aroma salía de un largo pasillo. En alguna otra parte de la casa, podía escuchar cómo sonaba un teléfono móvil. También escuchaba la voz apagada del pastor, mientras les decía a Pam y a Vincent Skinner que había llegado una señora del FBI para hacerles unas cuantas preguntas sobre Kenny.
Llevó unos cuantos minutos, pero finalmente, salió Pam Skinner a saludarla. La mujer tenía el rostro enrojecido de llorar y daba la impresión de que no había pegado ojo la noche anterior. “¿Es usted la agente White?” le preguntó.
“Así es.”
“Gracias por venir,” dijo Pam. “Mi hermano me dijo que vendría en algún momento.”
“Si es demasiado pronto, puedo—”
“No, no, quiero contárselo ahora,” dijo ella.
“¿Está su marido en casa?”
“Ha optado por quedarse en la sala de estar con el pastor. Vincent se lo tomó realmente mal. Se desmayó dos veces anoche y atraviesa estos momentos en que simplemente se niega a creer lo que ha pasado y—”
Como si llegara de la nada, un enorme sollozo se escapó de la garganta de Pam y se apoyó contra la pared. Detuvo su respiración y reprimió lo que Mackenzie podía asegurar era su pena que trataba de salir a la superficie.
“Señora Skinner… puedo volver más tarde.”
“No. Ahora, por favor. Me he tenido que mantener entera toda la noche para Vincent. Puedo arreglármelas para hacerlo unos cuantos minutos más para usted. Pero… venga a la cocina.”
Mackenzie siguió a Pam Skinner por el pasillo hasta la cocina, donde Mackenzie empezó a reconocer el aroma que había percibido antes. Por lo visto, Pam había metido unos bollos de canela al horno, quizá en un intento de seguir posponiendo su sufrimiento por su marido. Pam los echó un vistazo con pocas ganas mientras Mackenzie se sentaba en un taburete junto a la barra de la cocina.
“Hablé con la doctora Haggerty por la mañana,” dijo Mackenzie. “Ha estado presionando para que derriben el Puente de Miller Moon. El nombre de su hijo surgió en la conversación, Dijo que le parece muy difícil de creer que Kenny se hubiera quitado la vida.”
Pam asintió con firmeza. “Y tiene toda la razón. Kenny nunca se hubiera quitado la vida. La idea es absolutamente ridícula.”
“¿Tiene alguna razón válida y contundente para sospechar que alguien quisiera hacerle daño a su hijo?”
Pam sacudió la cabeza, tan furiosamente como había asentido hacía unos instantes. “He pensado en ello toda la noche. Y me trajo a la mente algunas verdades desagradables sobre Kenny, por supuesto. Hay unos cuantos chicos que no le aprecian demasiado porque Kenny solía quitarles la novias a muchos de ellos. Pero nunca llegó a nada serio.”
“Y las últimas semanas, ¿no le ha oído decir algo a Kenny o quizá le ha visto actuar de cierta manera que pudiera indicar que estaba teniendo pensamientos de hacerse daño?”
“No. Nada de eso. Incluso cuando Kenny estaba de mal humor, se las arreglaba para iluminar una habitación. Rara vez se enfadaba por nada. No era un chico perfecto, pero por Dios santo, no creo que hubiera ni una onza de odio o de ira dentro de él. Simplemente me resulta más allá de lo comprensible pensar que se haya quitado la vida.”
Se le escapó otro sollozo de la garganta entre las palabras quitado y la vida.
“¿Sabe si tenía algún tipo de vínculo con ese puente?” preguntó Mackenzie.
“No más que otros adolescentes y adultos jóvenes del pueblo. Estoy segura de que en ocasiones bebió o flirteó allá abajo, pero nada fuera de lo normal.”
Mackenzie podía percibir cómo el dique estaba a punto de romperse dentro de Pam Skinner. Un minuto o dos más y ella se derrumbaría.
“Una pregunta más, y por favor sepa que he de hacerla. ¿Cómo de segura está de que conocía bien a su hijo? ¿Cree que pueda haber alguna clase de secretos de una vida oculta que estuviera manteniendo a escondidas de usted y de su marido?”
Se quedó pensativa por un instante mientras le corrían las lágrimas por las mejillas. Lentamente, dijo: “Supongo que todo es posible, pero si Kenny estaba escondiendo una segunda vida de nosotros, lo estaba haciendo con la pericia de un espía. Y aunque era un gran chico, no se comprometía mucho con las cosas. Que hubiera escondido algo como esto…”
“La entiendo,” dijo Mackenzie. “Le voy a dejar para que procese esto ahora, pero por favor, si se le ocurre cualquier otra cosa en los próximos días, llámeme de inmediato.”
Dicho eso, Mackenzie se puso en pie y colocó su tarjeta de visita sobre el mostrador. “Lamento muchísimo su pérdida, señora Skinner.”
Mackenzie salió deprisa pero no de manera grosera. Podía sentir el peso de la pérdida familiar hasta que estuvo afuera, con la puerta cerrada detrás suyo. Incluso entonces, de camino al coche, podía escuchar los sonidos de Pam Skinner finalmente entregándose a su pesar. Era increíblemente abrumador y le rompió un poco el corazón a Mackenzie.
Hasta cuando ya estaba en la salida a la carretera, el ruido de los sollozos de Pam Skinner le recorría la mente como una brisa de otoño azotando las hojas muertas en una calle abandonada.
CAPÍTULO OCHO
No había un solo forense en todo el condado. Lo que es más, la oficina del examinador médico se encontraba a una hora y media de Kingsville, en Arlington. En vez de conducir de regreso a DC para probablemente acabar regresando a Kingsville, Mackenzie volvió a su habitación de motel y realizó una serie de llamadas. Diez minutos más tarde, estaba llamando para comenzar una sesión en Skype con el forense que había supervisado los cadáveres de Malory Thomas y Kenny Skinner. El cadáver de Kenny Skinner todavía no estaba completamente preparado y listo para ser evaluado lo cual dificultaba las cosas todavía más. Aun así, Mackenzie comenzó la llamada y esperó a la respuesta. El hombre que le respondió era alguien con quien Mackenzie había trabajado unas pocas veces en otros casos, un hombre de mediana edad con pelo canoso enervado llamado Barry Burke. Era agradable ver un rostro familiar después de la mañana que había pasado. Todavía no se había quitado del todo de encima los sonidos de la pérdida que habían salido de Pam Skinner mientras ella dejaba la casa.
“Hola, agente White,” dijo Burke.
“Hola. Me dicen que todavía no hay gran cosa que podamos decir del cadáver de Kenny Skinner, ¿no es cierto?”
“Me temo que sí. A riesgo de sonar algo bestia, es algo realmente horrible. Si me dices lo que estás buscando lo puedo poner a la cabeza de la lista de prioridades.”
“Cualquier arañazo o moratón reciente. Cualquier signo de que pudiera haberse metido en una pelea.”
“Muy bien, lo haré. Y entonces… entiendo que necesitas saber lo mismo sobre Malory Thomas, ¿verdad?”
“Así es. ¿Tienes alguna cosa?”
“Pues mira por donde, puede que sí. Odio decirlo, pero cuando recibimos un cadáver qué obviamente es de alguien que se ha suicidado, hay ciertas cosas que al instante van al fondo de nuestra lista de prioridades. Y sí… encontramos algo en Malory Thomas que, honestamente, podría no tratarse de nada, pero si estás buscando arañazos…”
“¿Qué es lo que tienes?”
“Dame un segundo y te envío una foto,” le dijo. Él pulsó unas cuantas veces y entonces surgió el icono del sujetapapeles en la ventana de Skype.
Mackenzie hizo clic en él y se abrió un JPEG en su pantalla. Estaba mirando la parte inferior de la mano derecha de Malory Thomas.
Mackenzie amplió la foto y al instante vio a lo que se refería Burke. Entre el primero y el segundo nudillo de 3 de sus dedos había cortes y laceraciones muy claras. Los cortes eran de aspecto desigual y aunque no estaban ensangrentados resultaban espeluznantes y crudos. Había dos arañazos muy grandes en la parte superior de la palma de su mano que también parecían ser bastante recientes. Por último, parecía haber algún tipo de muesca leve en la carne de la mano, justo por encima de la palma en forma de un pequeño semicírculo. Por alguna razón, esta destacaba entre todas las demás. Resultaba extraña, y por lo general eso quería decir que se trataba de la pista que andaba buscando.
“¿Te ayuda esto en algo?” dijo Burke.
“Todavía no lo sé,” dijo Mackenzie. “Pero es más de lo que tenía hace un minuto.”
“También puede que esto sea importante… un segundo.” Burke se alejó de su escritorio durante unos 10 segundos y entonces regresó de nuevo frente a la pantalla. Llevaba en la mano una pequeña bolsa de plástico. Dentro de ella había lo que parecía ser un trozo de corteza de árbol. Lo sostuvo frente a la cámara. Mackenzie vio un pedazo de madera de una pulgada de ancho y pulgada y media de largo.
“Esto estaba en su cabello,” dijo Burke. “Y la única razón por la que nos resultó interesante es porque fue la única pieza que encontramos en su cabello. Normalmente, cuando se encuentra algo así en un cadáver, hay una gran cantidad. Esquirlas de madera, gravilla cosas así, pero este era el único trozo.”
“Pregunta extraña para ti,” dijo Mackenzie. “¿Puedes tomar una foto de eso y enviármela por email?”
“Uf, esa es una de las peticiones menos extrañas que he recibido esta semana. Privilegios de la profesión ya sabes.”
“Gracias por la reunión,” dijo Mackenzie. “¿Tienes idea de cuándo vas a poder echar un vistazo más a fondo a Kenny Skinner?”
“Espero que en unas pocas horas.”
“Espero estar de regreso en DC esta noche. Te llamaré cuando regrese y ojalá pueda pasarme por allí.”
Tras acordar estos planes, concluyeron la llamada. Mackenzie envió por email la foto de la mano de Malory Thomas a su teléfono móvil y entonces salió de casa. Pensaba en los arañazos y en esa muesca apenas visible en la mano de la mujer, además de la pieza de madera. Sin duda alguna, todo esto significaba algo… podía sentir como trataba de encajar dentro de su cabeza.
En vez de devanarse los sesos en el motel, pensó que no habría mejor lugar para repasarlo que la misma escena del supuesto crimen. Su única esperanza era que el puente de Miller Moon fuera menos sombrío y siniestro a la luz del día.
***
Cuando llego al desvío que llegaba a la pista de gravilla que acababa en el Puente de Miller Moon, se alegró de ver un coche de la policía del condado aparcado al volver del puente. El agente de aspecto aburrido levantó la vista cuando ella aparcó su coche. Le mostró su placa y él le hizo una señal con la mano después de hacer un esfuerzo para mirarla de lejos.
Después de unos 400 metros se encontró con una señal que decía: FIN DE MANTENIMIENTO ESTATAL. Era en ese punto en que la pista se hacía poco más que un camino de gravilla. Se lo tomó con calma, escuchando los crujidos de los pedruscos debajo del coche que iba levantando polvo a su paso. Después de otra milla, se hicieron visibles los puntales blancos del Puente de Miller Moon, que se elevaban ligeramente en el aire en ángulo diagonal. Dobló una curva y entonces vio el puente entero que se expandía por encima del abismo debajo del cual corría un lecho de río muy seco. Aunque no parecía tan escalofriante a la luz del día, sin duda alguna la estructura mostraba su antigüedad.
Aparcó a varios metros de distancia de donde comenzaban los tablones de madera. Trató de imaginarse cómo hubiera sido conducir un coche hasta el otro lado de este puente hace 30 o 40 años y el mero pensamiento le aterrorizó. Cuando puso el pie en los tableros miró hacia el otro lado. Había dos barreras de cemento que serían de poco más de un metro de largo entre el final del puente y el principio de una carretera que claramente ya no estaba en uso. Parecía literalmente que estuviera poniendo el pie en el mismísimo fin del mundo donde todo llegaba a su final.