A lo que todos se sentaron alrededor de la mesa (salvo Avery, que siempre prefería estar de pie), uno de los oficiales que no conocía comenzó a repartir copias impresas de la información escasa que tenían hasta los momentos: imágenes de la escena del crimen y una hoja de viñetas de lo que sabían acerca de la escena. Le pareció breve después de leerla.
Notó que Ramírez se sentó frente a ella. Lo miró y se dio cuenta de que ella instintivamente había dado un paso para acercarse a él. También se dio cuenta de que quería descansar su mano sobre su hombro, solo para tocarlo. Retrocedió, dándose cuenta de que Finley estaba mirándola curiosamente.
“Mierda”, pensó. “¿Es tan obvio?”.
Se ocupó en releer las notas. Mientras lo hacía, O’Malley y Connelly entraron en la sala. O’Malley cerró la puerta y se dirigió al frente de la sala. Antes de que empezara a hablar, los murmullos y las conversaciones dentro de la habitación llegaron a su fin. Avery lo observó con gran aprecio y respeto. Él era el tipo de hombre que podía tomar las riendas simplemente aclarándose la garganta o dejando que se hiciera evidente que estaba a punto de hablar.
“Gracias por agruparse tan rápido”, dijo O’Malley. “Tienen en sus manos todo lo que sabemos acerca de este caso hasta el momento, con una excepción. Hice que los trabajadores de la ciudad me ubicaran todas las imágenes de las cámaras de semáforos de la zona. Dos de las cuatro cámaras muestran a una mujer paseando a su perro. Y eso es todo lo que tenemos”.
“Hay otra cosa”, dijo uno de los oficiales sentados en la mesa. Avery sabía que el nombre de este hombre era Mosely, pero no sabía nada más. “Me enteré dos minutos antes de entrar en esta reunión que recibimos una llamada esta mañana de un hombre de edad que alegó que vio lo que describió como ‘un hombre alto y espeluznante’ caminando en esa zona. Dijo que estaba metiéndose una especie de bolsa abajo de un abrigo largo. Tomaron nota de su llamada, pero supusieron que era solo un viejo entrometido sin nada mejor que hacer. Pero cuando nos llegó este caso de quemadura esta mañana, me avisaron de la llamada”.
“¿Tenemos la información de contacto de este anciano?”, preguntó Avery.
Connelly le lanzó una mirada molesta. Suponía que él pensaba que estaba hablando fuera de turno, a pesar de que él le había dicho hace no más de cuarenta y cinco minutos que esta era su caso.
“Sí”, respondió Mosely.
“Quiero que alguien lo llame justo después de que termine esta reunión”, dijo O’Malley. “Finley… ¿Cómo vamos con la lista de lugares que venden productos químicos que pueden quemar fuertemente en muy poco tiempo?”.
“Encontré tres lugares dentro de treinta kilómetros. Dos de ellos me enviarán una lista de los productos químicos que podrían hacer tal cosa y si los mantienen en stock por correo electrónico”.
Avery escuchó el vaivén, tomando notas mentales y tratando de clasificarlas en las ranuras apropiadas. Con cada nuevo pedacito de información, más sentido tenía la escena del crimen extraña de esta mañana. Aunque, en realidad, no había mucho que analizar en este momento.
“Aún no sabemos quién es la víctima”, dijo O’Malley. “Tendremos que utilizar los registros dentales a menos que podamos hacer alguna conexión con las imágenes de las cámaras”. Luego miró a Avery y le hizo un gesto para que se acercara al frente de la mesa. “La detective Black está a cargo de este caso, así que todo lo que encuentren de aquí en adelante irá directamente a ella”.
Avery se fue al frente y examinó la mesa. Miró a Jane Parks, una de las investigadoras forenses principales. “¿Tenemos algún resultado de los fragmentos de vidrio?”, preguntó.
“Todavía no”, dijo Parks. “Sabemos con certeza que no hay huellas dactilares. Todavía estamos tratando de descifrar qué era el objeto. Hasta ahora solo podemos imaginar que podría haber sido algún tipo de objeto que no está nada relacionado con el crimen”.
“¿Y cuál es la opinión de los forenses sobre el incendio?”, preguntó Avery. “¿También estás de acuerdo en que esto no fue un incendio casual?”.
“Sí. La ceniza todavía está siendo estudiada, pero es obvio que ningún fuego estándar puede quemar carne humana así. Ni siquiera había restos calcinados en los huesos y los huesos en sí casi parecían prístinos, sin signos de quemazón”.
“Y ¿puedes describirnos cómo podría ser el proceso habitual de quemar un cuerpo?”, preguntó Avery.
“Bueno, quemar un cuerpo no es nada típico a menos que estés cremándolo”, dijo Parks. “Pero digamos que un cuerpo está atrapado en una casa en llamas y se prende fuego de esa manera. La grasa corporal actúa como una especie de combustible una vez que la piel se quema, lo que mantiene el fuego encendido. Casi como una vela, ¿entiendes? Pero esta quemadura fue rápida… Probablemente tan intensa que vaporizó la grasa antes de que incluso pudiera actuar como un combustible”.
“¿Cuánto tiempo se tardaría un cuerpo en quemarse hasta los huesos?”, preguntó Avery.
“Bueno, hay varios factores determinantes”, dijo Parks. “Pero entre cinco a siete horas es un número exacto. Las incineraciones lentas y controladas, como las utilizadas en crematorios, pueden tardar hasta ocho horas”.
“¿Y este cuerpo se quemó en menos de hora y media?”, preguntó Connelly.
“Sí, ese es el supuesto”, dijo Parks.
La sala de conferencias fue inundada de murmullos de disgusto y asombro. Avery entendía. Era difícil darle sentido a todo esto.
“O el cuerpo fue quemado en otro lugar y los restos fueron vertidos en ese terreno esta mañana”, dijo Avery.
“Pero ese esqueleto… era nuevo”, dijo Parks. “No estuvo mucho tiempo sin su piel, músculos y tejidos”.
“¿Hace cuánto tiempo crees que el cuerpo fue quemado?”, preguntó Avery.
“Hace no más de un día”.
“Así que el asesino tuvo que haber planificado e investigado bien”, dijo Avery. “Seguramente sabe mucho de quemar cuerpos. Y como no hizo ningún intento de ocultar los restos y mató a la víctima de una manera tan sorprendente… eso indica un par de cosas. Y lo que más temo es que este es probablemente el primer asesinato de muchos por venir”.
“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Connelly.
Sintió la mirada penetrante de todos los presentes.
“Que probablemente fue obra de un asesino en serie”.
Un silencio tenso inundó la sala.
“¿De qué estás hablando?”, preguntó Connelly. “No hay ninguna evidencia que respalde eso”.
“Nada obvio”, admitió Avery. “Quería que los restos fueran encontrados. No hizo nada para esconderlos en el terreno. Hay un arroyo justo atrás de la propiedad. Pudo haber vertido los restos allí. También había ceniza. ¿Por qué verter la ceniza en la escena cuando fácilmente pudo haberlas desechado en casa? La planificación y el método del asesinato definitivamente le ocasionaron gran orgullo y placer. Él quería que los restos fueran encontrados y analizados. Y eso indica un asesino en serie”.
Sentía las miradas de todos, y sabía que estaban pensando lo mismo que ella: esto estaba evolucionando rápidamente de un caso raro que implicaba una cremación improvisada a una búsqueda urgente de un asesino en serie.
CAPÍTULO CINCO
Después de la tensión de la reunión, Avery estaba contenta de encontrarse a sí misma de vuelta al volante de su auto con Ramírez en el asiento del pasajero. Había un silencio un poco extraño entre ellos que la ponía nerviosa. ¿Realmente había sido tan ingenua en pensar que acostarse no alteraría su relación de trabajo?
“¿Fue un error?”.
Estaba empezando a sentir que sí. El hecho de que el sexo había sido alucinante lo hacía difícil de aceptar.
“¿Podemos hablar de anoche, ya que tenemos un poco de tiempo?”, preguntó Ramírez.
“Sí”, dijo Avery. “¿De qué quieres hablar?”.
“Bueno, a riesgo de sonar como un hombre estereotípico, me preguntaba si era una sola ocurrencia, o si lo haremos de nuevo”.
“No lo sé”, dijo Avery.
“¿Ya estás arrepentida?”, preguntó.
“No”, dijo. “Nada de arrepentimientos. Es que, en ese momento, no estaba pensando en cómo afectaría nuestra relación de trabajo”.
“Creo que no nos afectará negativamente”, dijo Ramírez. “Fuera de broma, llevábamos meses en esta tensión sexual. Finalmente hicimos algo al respecto, así que la tensión debe desaparecer, ¿cierto?”.
“Sí”, dijo Avery con una sonrisa maliciosa.
“¿Tú todavía sientes tensión?”, dijo Ramírez.
Ella pensó por un momento y luego se encogió de hombros. “No lo sé. Y, francamente, no estoy segura de estar lista para hablar de ello”.
“Eso es justo. Estamos casi en el medio de lo que parece ser un caso muy jodido”.
“Sí, tienes razón”, dijo. “¿Recibiste el correo electrónico de la A1? ¿Qué más sabemos acerca de nuestro testigo salvo su dirección?”.
Ramírez miró su teléfono y buscó el correo electrónico. “Lo tengo”, dijo. “Nuestro testigo se llama Donald Greer, de ochenta y un años de edad. Jubilado. Vive en un apartamento como a unos trescientos metros de la escena del crimen. Es un viudo que trabajó durante cincuenta y cinco años como supervisor de un astillero después de que le reventaran dos dedos de los pies en Vietnam”.
“¿Y cómo vio al asesino?”, preguntó Avery.
“Aún no lo sabemos. Pero supongo que es nuestro trabajo averiguarlo, ¿o no?”.
“Correcto”, dijo ella.
El silencio cayó sobre ellos de nuevo. Ella sintió el instinto de extender y tomar su mano, pero no lo hizo. Lo mejor era mantener las cosas estrictamente profesionales. Tal vez acabarían juntos en la cama de nuevo y tal vez las cosas hasta progresarían a más que eso, a algo más emocional y concreto.
Pero nada de eso importaba ahora. Ahora tenían un trabajo que hacer y todo lo personal tendría que ser puesto en espera.
***
Donald Greer aparentaba sus ochenta y un años de edad. Su cabello blanco y sus dientes estaban un poco decolorados por la edad y una atención inadecuada. Sin embargo, era evidente que estaba contento de tener compañía a lo que invitó a Avery y Ramírez a pasar a su casa. Cuando les sonrió, su sonrisa fue tan genuina y amplia que la afección desagradable de sus dientes pareció desaparecer.
“¿Quieren café o té?”, les preguntó a lo que entraron.
“No, gracias”, dijo Avery.
En algún otro lugar de la casa, un perro ladró. Era un perro pequeño, y su ladrido sugería que podría ser igual de viejo que Donald.
“¿Vinieron por el hombre que vi esta mañana?”, preguntó Donald. Se dejó caer en un sillón en la sala de estar.
“Sí, señor”, dijo Avery. “Nos dijeron que vio a un hombre alto que parecía estar escondiendo algo bajo su…”.
El perro que se encontraba en algún lugar de la parte trasera del apartamento comenzó a ladrar de nuevo. Sus ladridos eran ruidosos.
“¡Cállate, Daisy!”, dijo Donald. La perra se quedó en silencio, dando un pequeño gemido. Donald negó con la cabeza y se echó a reír. “Daisy ama la compañía”, dijo. “Pero está vieja y tiende a orinarle a la gente cuando se emociona demasiado, así que tuve que encerrarla para su visita. Estaba paseando con ella esta mañana cuando vi al hombre”.
“¿Cuánta distancia recorren cuando van de paseo?”, preguntó Avery.
“Daisy y yo caminamos al menos dos kilómetros casi todas las mañanas. Mi corazón no es tan fuerte como antes. El doctor dice que necesito caminar tanto como sea posible. También me ayuda con mis articulaciones”.
“Entiendo”, dijo Avery. “¿Toman la misma ruta cada mañana?”.
“No. La cambiamos de vez en cuando. Tomamos cinco rutas diferentes”.
“¿Y dónde estuvo cuando vio al hombre esta mañana?”.
“En Kirkley. Daisy y yo acabábamos de cruzar en la esquina de la calle Spring. Esa parte de la ciudad siempre está vacía en las mañanas. Unos camiones por aquí y allá, pero eso es todo. Creo que hemos pasado solo a dos o tres personas en Kirkley en el último mes… y todas estaban paseando a sus perros. Aquí ni siquiera se ven esas personas masoquistas que les gusta correr”.
Era evidente por la forma en la que charlaba que Donald Greer no recibía muchos visitantes. Era demasiado hablador y hablaba en una voz muy alta. Avery se preguntó si era porque la edad había afectado su capacidad para oír o si sus oídos se habían dañado por los ladridos de Daisy.
“¿Y este hombre iba o venía?”, preguntó Avery.
“Creo que venía. No estoy seguro. Iba muy adelante de mí y pareció parar por un segundo cuando llegué a Kirkley. Creo que él sabía que yo estaba allí, detrás de él. Empezó a caminar de nuevo, más o menos rápido, y luego solo desapareció en la niebla. Tal vez tomó una de las calles laterales a lo largo de Kirkley”.
“¿Estaba paseando un perro?”, preguntó Ramírez.
“No. Lo hubiera sabido. Daisy se enfurece cuando ve a otro perro o incluso cuando huele uno en la zona. Pero se quedó tranquilita”.
“¿Tiene usted alguna idea de lo que podría haber estado llevando en el abrigo que dijo que llevaba puesto?”.
“No lo vi”, dijo Donald. “Solo lo vi moviendo algo debajo del abrigo. La niebla de esta mañana fue terrible”.
“¿Y el abrigo que llevaba puesto?”, preguntó Avery. “¿De qué tipo era?”.
Antes de que pudiera responder, fueron interrumpidos por el teléfono celular de Ramírez. Él contestó y se alejó, hablando en voz baja en el mismo.
“El abrigo era como uno de esos largos y lujosos de color negro que los empresarios usan a veces. De los que llegan hasta las rodillas”.
“Parecido a un sobretodo”, dijo Avery.
“Sí”, dijo Donald.
Avery se estaba quedando sin preguntas, sintiéndose bastante segura de que esta entrevista con su único testigo era un fracaso. Trató de pensar en otra pregunta relevante cuando Ramírez volvió a entrar en la habitación.
“Necesito irme”, dijo Ramírez. “Connelly me necesita en Boston College”.
“Está bien”, dijo Avery. “Creo que ya terminamos de todos modos”. Se volvió a Donald y dijo: “Sr. Greer, muchas gracias por su tiempo”.
Donald salió a la entrada del edificio de apartamentos y los despidió con la mano cuando se metieron en el auto.
“¿Irás conmigo?”, preguntó Ramírez cuando se dirigían por la calle.
“No”, dijo. “Creo que voy a volver a la escena del crimen”.
“¿A la calle Kirkley?”, dijo.
“Sí. Puedes tomar el auto para hacer lo que Connelly te pidió. Tomaré un taxi de vuelta a la oficina central”.
“¿Estás segura?”.
“Sí. No es como si tuviera otra cosa…”.
“¿Qué?”.
“¡Mierda!”.
“¿Qué pasa?”, preguntó Ramírez, preocupado.
“Rose. Se suponía que pasaría el rato con Rose esta tarde. Hice un gran alboroto sobre un día de chicas. Y parece que eso no va a suceder. Tendré que decepcionarla otra vez”.
“Ella lo entenderá”, dijo Ramírez.
“No. No, lo hará. Siempre le hago esto”.
Ramírez no tenía respuesta para eso. No dijeron nada hasta que llegaron a la calle Kirkley. Ramírez detuvo el auto a un lado de la calle, justo enfrente de la escena del crimen de esa mañana.
“Ten cuidado”, dijo Ramírez.
“Lo haré”, dijo. Se sorprendió a sí misma cuando se inclinó y lo besó brevemente en la boca.
Luego se bajó del auto y comenzó a estudiar la escena inmediatamente. Estaba tan centrada y en la zona que apenas se dio cuenta cuando Ramírez se fue.
CAPÍTULO SEIS
Después de mirar fijamente la escena por un momento, Avery se volvió y miró por la calle. Sus ojos siguieron el camino que Donald Greer debió haber tomado, todo el camino a su derecha, hasta la intersección de Kirkley con la calle Spring. Ella caminó por la calle, llegó a la intersección y luego se volvió.
Varios pensamientos entraron en su mente a lo que comenzó a caminar hacia adelante. ¿El asesino había estado a pie todo el tiempo? Y, si es así, ¿por qué había entrado por la calle Spring, una calle igual de desértica que Kirkley? O tal vez había llegado en auto. Si ese fue el caso, ¿en dónde se estacionó? Si la niebla estuvo lo suficientemente espesa, quizás se estacionó en cualquier lugar a lo largo de Kirkley y nadie lo vio.