Meredith se quedó mirándola fijamente por un momento.
“Espero que estés lista para volver a trabajar”, dijo Meredith. “Porque te necesitamos mucho en este caso”.
La mente de Riley estaba dando vueltas.
Finalmente, Meredith dijo: “Shane Hatcher se ha fugado del Centro Penitenciario Sing Sing”.
Esas palabras fueron como una cachetada para Riley. Se sentía aliviada de que estaba sentada.
“Dios mío”, dijo Bill, viéndose igual de sorprendido que ella.
Riley conocía bien a Shane Hatcher, demasiado bien para su propio gusto. Había estado cumpliendo una cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional desde hace décadas. Durante su tiempo en prisión, se había vuelto un experto en criminología. Había publicado artículos en revistas académicas y había dado clase en los programas académicos de la cárcel. Riley lo había visitado en Sing Sing varias veces en búsqueda de asesoramiento sobre casos actuales.
Las visitas siempre habían sido perturbadoras. Hatcher parecía sentir una gran simpatía por ella. Y Riley sabía que se sentía muy fascinada por él. Le parecía que probablemente era el hombre más inteligente que jamás había conocido, y probablemente también el más peligroso.
Había jurado no regresar jamás después de cada visita. Ahora recordó muy bien la última vez que había estado en Sing Sing.
“No volveré aquí a verte nuevamente”, le había dicho Riley.
“Puede que no tengas que hacerlo”, le había respondido.
Ahora esas palabras le parecían inquietantemente proféticas.
“¿Cómo se escapó?”, le preguntó Riley a Meredith.
“No tengo muchos detalles”, dijo Meredith. “Pero, como probablemente ya sabes, pasaba mucho tiempo en la biblioteca de la prisión, y a menudo trabajaba allí como ayudante. Estuvo allí ayer cuando llegaron unos libros. Debió haberse escapado en el camión que había traído los libros. Ayer por la noche, justo cuando los guardias se dieron cuenta que no estaba, el camión fue hallado abandonado a unas pocas millas a las afueras de Ossining. No vieron al chofer por ningún lado”.
Meredith se quedó callado de nuevo. A Riley le resultaba fácil creer que Hatcher había planificado todo esto. Riley no quería ni siquiera pensar en lo que le había sucedido al chofer.
Meredith se inclinó en su escritorio y se acercó a Riley.
“Agente Paige, conoces a Hatcher tal vez más que cualquier otra persona. ¿Qué puedes decirnos de él?”.
Riley respiró profundamente, ya que aún estaba sobresaltada por estas noticias.
Ella dijo: “En su juventud, Hatcher fue un pandillero en Siracusa. Fue inusualmente cruel, incluso para un criminal curtido. La gente lo llamaba ‘Shane de las Cadenas’ porque le gustaba matar a sus adversarios con cadenas”.
Riley hizo una pausa, recordando lo que Shane le había dicho.
“Un cierto policía se fijó la misión personal de acabar con él. Hatcher se vengó, pulverizándolo con cadenas para llantas. Dejó su cuerpo en su porche delantero para que su esposa y sus hijos lo encontraran. Allí fue cuando lo atraparon. Lleva treinta años en prisión. Se suponía que no saldría jamás”.
Hubo un momento de silencio.
“Tiene cincuenta y cinco años ahora”, dijo Meredith. “Creo que no es tan peligroso como lo era cuando joven, ya que lleva treinta años en prisión”.
Riley negó con la cabeza.
“Pues estás equivocado”, dijo. “En aquel entonces, solo era un pandillero ignorante. No estaba consciente de todo su potencial. Pero con los años ha adquirido muchos conocimientos. Él sabe que es un genio. Y nunca se ha visto arrepentido por sus acciones. Más bien se ha convertido en tremendo personaje. Y se ha comportado en la cárcel, así que eso le ha permitido obtener privilegios, aunque no lo ha ayudado a reducir su sentencia. Pero estoy segura de que es más feroz y peligroso que nunca”.
Riley analizó las cosas por un momento. Algo la estaba molestando, pero no podía descifrar lo que era.
“¿Alguien sabe el por qué?”, preguntó.
“¿El porqué de qué?”, preguntó Bill.
“De su fuga”.
Bill y Meredith intercambiaron miradas perplejas.
“¿Por qué cualquier persona se escapa de la prisión?”, preguntó Bill.
Riley entendió lo extraña que había sonado su pregunta. Recordó la vez que Bill fue con ella a hablar con Hatcher.
“Bill, tú lo conociste”, dijo ella. “¿Te pareció que estaba insatisfecho? ¿Inquieto?”.
Bill frunció el ceño, reflexionando.
“No, realmente parecía…”.
Su voz se quebró.
“¿Bien?”, dijo Riley, terminando su oración. “La prisión le sienta bien. Nunca tuve la sensación de que haya ansiado su libertad. Él parece no estar apegado a nada. Creo que no desea nada. La libertad no le ofrece nada de lo que él quiere. Y ahora está fugado, es un hombre buscado. Así que ¿por qué decidió escapar? ¿Y por qué ahora?”.
Meredith tamborileó los dedos sobre su escritorio.
“¿Cómo dejaron las cosas la última vez que lo viste?”, preguntó. “¿Todo fue amistoso?”.
Riley apenas logró reprimir una sonrisa irónica.
“Nunca es amistoso”, dijo.
Después de una pausa, añadió: “Entiendo tu punto. Te estás preguntando si soy su blanco”.
“¿Es eso posible?”, preguntó Bill.
Riley no respondió. Recordó lo que Hatcher le había dicho de nuevo.
“Puede que no tengas que hacerlo”.
¿Había sido una amenaza? Riley no lo sabía.
Meredith dijo: “Agente Paige, no necesito decirte que este caso será polémico e importante. La prensa ya se enteró de esto. Las fugas de prisión siempre son grandes noticias. Pueden incluso provocar pánico en el público. Tenemos que detenerlo ahora mismo. Quisiera que no tuvieras que volver para un caso tan peligroso y difícil. ¿Te sientes preparada? ¿Sientes que puedes con esto?”.
Riley sintió un cosquilleo extraño a lo que analizó la pregunta. Era una sensación que jamás había sentido antes de tomar un caso. Le tomó un momento darse cuenta de que esa sensación era miedo.
Pero no temía por su propia seguridad. Era algo más que eso. Era algo totalmente innombrable e irracional. Quizás era el hecho de que Hatcher la conocía tan bien. Por su experiencia, sabía que todos los presos querían algo a cambio de información. Pero Hatcher no había estado interesado en la oferta poco habitual de whisky o cigarrillos. Su compensación había sido simple y profundamente inquietante.
Había querido que le contara cosas de sí misma.
“Algo que no quieres que las personas sepan”, había dicho. “Algo que no quieres que nadie más sepa”.
Riley había accedido, tal vez demasiado fácilmente. Ahora Hatcher sabía todo tipo de cosas sobre ella, como que no era la mejor madre, que odiaba a su padre y que no había ido a su funeral, que había tensión sexual entre ella y Bill y que a veces le placía la violencia y matar, al igual que a Hatcher.
Recordó lo que le había dicho en su última visita.
“Yo te conozco. De alguna forma, te conozco mejor que lo que te conoces tú misma”.
¿Podría realmente competir en ingenios con un hombre así? Meredith estaba esperando una respuesta a su pregunta pacientemente.
“Estoy lo más preparada posible”, dijo, tratando de sonar más segura de lo que se sentía.
“Excelente”, dijo Meredith. “¿Cómo debemos proceder?”.
Riley lo pensó por un momento.
“Bill y yo necesitamos echarle un vistazo a toda la información de Shane Hatcher que la agencia tiene a mano”, dijo.
Meredith asintió y dijo: “Sam Flores ya está preparando todo”.
*
Unos minutos después, Riley, Bill y Meredith estaban en la sala de conferencias de la UAC, observando la gran pantalla. Flores era un técnico de laboratorio que tenía gafas negras.
“Creo que ya tengo todo lo que querrían ver”, dijo Flores. “Partida de nacimiento, expedientes de arrestos, transcripciones de la corte”.
Riley notó que era una exposición bastante impresionante. Y ciertamente no dejaba mucho a la imaginación. Había varias fotos terribles de las víctimas asesinadas de Shane Hatcher, incluyendo la del policía pulverizado en su propio porche.
“¿Qué información tenemos sobre el policía que Hatcher mató?”, preguntó Bill.
Flores colocó unas fotos de un policía.
“Este era el oficial Lucien Wayles, tenía cuarenta y seis años cuando murió en 1986”, dijo Flores. “Estaba casado y tenía tres hijos, recibió una Medalla de Honor, fue muy querido y respetado. El FBI colaboró con la policía local y atraparon a Hatcher solo unos días después del asesinato de Wayles. Lo asombroso es que no pulverizaron a Hatcher a golpes en ese momento”.
Riley se sintió impactada por las fotos del propio Hatcher. Casi no lo reconocía. Aunque el hombre que conocía podía ser intimidante, lograba proyectar un porte respetable, incluso libresco, con un par de anteojos para leer. El joven afroamericano en las fotos policiales de 1986 tenía un rostro delgado y endurecido, y una mirada cruel y vacía. A Riley le costó creer que era la misma persona.
Riley se sentía insatisfecha, a pesar de lo detallada y completa que era la exposición. Había creído que era la persona que más conocía a Shane Hatcher. Pero ella no conocía a este Shane Hatcher, al joven pandillero llamado ‘Shane de las Cadenas’.
“Tengo que conocerlo mejor”, pensó.
De lo contrario, dudaba que fuera capaz de atraparlo.
De alguna manera, sintió que la pantalla fría y digital estaba actuando en su contra. Necesitaba algo más tangible, fotografías brillantes reales con pliegues y bordes deshilachados, informes y documentos amarillentos y frágiles.
Le preguntó a Flores: “¿Podría echarle un vistazo a los originales?”.
Flores dejó escapar un resoplido.
“Lo siento, agente Paige, pero eso no es posible. El FBI destruyó todos sus archivos en el 2014. Ahora todo está escaneado y digitalizado. Lo que ves es todo lo que tenemos”.
Riley dejó escapar un suspiro desanimado. Sí, ya recordó la destrucción de millones de expedientes. Otros agentes se habían quejado, pero en aquel entonces a ella no le había parecido un problema. En este momento añoraba palpar algo tangible.
Pero ahora lo importante era averiguar el siguiente paso de Hatcher. Se le ocurrió una idea.
“¿Quién fue el policía que atrapó a Hatcher?”, preguntó. “Si todavía está vivo, lo más probable es que sea el primer blanco de Hatcher”.
“No fue un policía local”, dijo Flores. “Fue una oficial”.
Colocó una foto vieja de una agente.
“Su nombre es Kelsey Sprigge. Fue agente del FBI en la oficina de Siracusa, tenía treinta y cinco años de edad en ese entonces. Tiene setenta ahora, está retirada y vive en Searcy, un pueblo cercano a Siracusa”.
A Riley le sorprendió el hecho de que Sprigge fuera mujer.
“Debió haber entrado al FBI…”, comenzó Riley.
“Ella entró en 1972, cuando apenas se estaba enfriando el cadáver de J. Edgar”, dijo Flores.
“En ese momento fue cuando las mujeres finalmente tuvieron permitido convertirse en agentes. Había sido policía local antes de eso”.
Riley estaba impresionada. Kelsey Sprigge había vivido mucha historia en carne propia.
“¿Qué puedes decirme sobre ella?”, le preguntó Riley a Flores.
“Bueno, es una viuda con tres hijos y tres nietos”.
“Llama a la oficina de campo del FBI en Siracusa y diles que hagan todo lo posible para mantener a Sprigge segura”, dijo Riley. “Está en grave peligro”.
Flores asintió con la cabeza.
Luego se volvió a Meredith.
“Señor, voy a necesitar un avión”.
“¿Por qué?”, preguntó, confundido.
Respiró profundamente.
“Shane puede estar en camino para matar a Sprigge ahora mismo”, dijo. “Y quiero llegar a ella primero”.
CAPÍTULO SEIS
Cuando el jet del FBI pisó la pista de aterrizaje en el Aeropuerto Internacional de Siracusa Hancock, Riley recordó algo que su padre le había dicho en el sueño de la noche anterior.
“Tú no ayudas a nadie, excepto a los muertos”.
Eso le parecía paradójico. Este quizás era su primer caso en el que nadie había sido asesinado aún.
“Pero es probable que eso cambie pronto”, pensó.
Estaba especialmente preocupada por Kelsey Sprigge. Quería conocer a la mujer en persona y cerciorarse de que estuviera bien. Luego sería tarea de Riley y Bill asegurarse de que siguiera bien, y eso implicaría encontrar a Shane Hatcher y regresarlo a la prisión.
Riley vio que había viajado a un mundo de verdadero invierno justo cuando el avión se acercó al terminal. Aunque la pista de aterrizaje estaba despejada, enormes montañas de nieve demostraban la cantidad de trabajo que habían hecho los arados de nieve.
Todo esto se veía bastante distinto a Virginia. Riley se dio cuenta en este momento de lo mucho que necesitaba un nuevo reto. Había llamado a Gabriela en Quántico para explicarle que estaba en camino para trabajar en un nuevo caso. Gabriela se había alegrado mucho por ella y le había asegurado de que ella cuidaría de April.
Cuando el avión se detuvo, Riley y Bill agarraron su equipo y bajaron por las escaleras hacia la pista helada. Cuando sintió el choque de aire frío en su rostro, le alegró el hecho de que había sido asignada una gran chaqueta en Quántico.
Dos hombres corrieron hacia ellos y se presentaron como los agentes McGill y Newton de la oficina de campo del FBI en Siracusa.
“Estamos aquí para ayudar de cualquier forma posible”, les dijo McGill a Bill y a Riley cuando llegaron al terminal.
Riley le hizo la primera pregunta que le vino a la mente.
“¿Asignaron a unos agentes para que vigilaran a Kelsey Sprigge? ¿Están seguros de que está bien?”.
“Tenemos a algunos policías locales afuera de su casa en Searcy”, dijo Newton. “Estamos seguros de que está bien”.
Riley deseaba estar cien por ciento segura.
“Está bien”, dijo Bill. “Ahora solo necesitamos un vehículo para poder llegar a Searcy”.
McGill, dijo: “Searcy no queda lejos de Siracusa y las carreteras están despejadas. Trajimos un VUD que pueden utilizar, pero… ¿Están acostumbrados a conducir en inviernos nórdicos?”.
“Siracusa siempre gana el Premio de Oro de la Bola de Nieve”, añadió Newton con orgullo.
“¿Premio de Oro de la Bola de Nieve?”, preguntó Riley.
“Ese es el premio que el estado de Nueva York otorga a la ciudad en la que nieva más”, dijo McGill. “Somos los campeones. Tenemos un trofeo y todo”.
“Tal vez uno de nosotros debe llevarlos”, dijo Newton.
Bill dejó escapar una risita. “Gracias, pero creo que podemos manejarlo. Tuve una asignación en Dakota del Norte hace unos años. Allí conduje bastante en pleno invierno”.
Aunque ella no lo dijo, Riley también se sentía experimentada en este tipo de conducción. Había aprendido a conducir en las montañas de Virginia. Allí la nieve nunca era tan profunda como aquí, pero las carreteras nunca eran despejadas tan rápidamente. Probablemente había pasado el mismo tiempo en carreteras cubiertas con hielo que cualquiera de los lugareños.
Pero no le molestaba que Bill condujera en absoluto, ya que ahora estaba bastante preocupada por la seguridad de Kelsey Sprigge. Bill tomó las llaves y comenzaron su camino.
“Tengo que decir que se siente bien trabajar juntos de nuevo”, dijo Bill mientras conducía. “Es egoísta de mi parte, supongo. Me gusta trabajar con Lucy, pero no es igual”.
Riley sonrió. También se sentía bien trabajar con Bill de nuevo.
“Aún así, una parte de mí desea que no tuvieras que volver a este caso”, agregó Bill.
“¿Por qué no?”, preguntó Riley.
Bill negó con la cabeza.
“Solo tengo un mal presentimiento”, dijo. “Recuerda que yo también conocí a Hatcher. Muy pocas cosas me asustan, pero… bueno, él es clase aparte”.
Riley no respondió, pero también estaba de acuerdo. Sabía que Hatcher había inquietado a Bill durante esa visita. El preso había hecho observaciones astutas sobre la vida personal de Bill con un instinto sorprendente.
Riley recordó cuando Hatcher había señalado el anillo de boda de Bill y había dicho: