Una Vez Cazado - Блейк Пирс 5 стр.


“Olvídate de tratar de arreglar las cosas con tu esposa. No es posible”.

Hatcher había estado en lo correcto, y Bill ahora estaba en pleno divorcio.

Al final de la misma visita, le había dicho algo a Riley que todavía la atormentaba.

“Deja de oponerte”.

Aún no entendía qué era lo que Hatcher había querido decirle con eso. Pero sintió un temor inexplicable de que algún día lo descubriría.

*

Bill se estacionó junto a una enorme pila de nieve arada afuera de la casa de Kelsey Sprigge en Searcy. Riley vio una patrulla estacionada cerca. Adentro estaban unos policías uniformados. Pero dos policías en una patrulla no le inspiraban mucha confianza. El criminal violento y brillante que se había fugado de Sing Sing podría vencerlos sin mucho esfuerzo.

Bill y Riley se bajaron del carro y les mostraron sus placas a los policías. Luego caminaron por la acera hacia la casa. Era una casa tradicional de dos pisos con un techo práctico y un porche cerrado, y estaba cubierta con luces navideñas. Riley tocó el timbre.

Una mujer contestó la puerta con una sonrisa encantadora. Ella estaba en forma y llevaba un traje para correr. Su expresión era brillante y alegre.

“Ustedes deben ser los agentes Jeffreys y Paige”, dijo. “Yo soy Kelsey Sprigge. Pasen. Hay mucho frío afuera”.

Kelsey Sprigge condujo a Riley y a Bill a una sala de estar acogedora con un fuego crepitante.

“¿Quieren algo de tomar?”, preguntó. “Obviamente están de servicio. Les serviré café”.

Ella entró en la cocina y Bill y Riley se sentaron. Riley miró sus alrededores y observó las decoraciones navideñas y las decenas de fotografías enmarcadas que colgaban de las paredes y que adornaban los muebles. Eran fotos de Kelsey Sprigge en distintos momentos de su vida adulta, con hijos y nietos alrededor de ella. En muchas de las fotografías, un hombre sonriente estaba parado a su lado.

Riley recordó que Flores había dicho que era viuda. Por lo que veía en las fotos, supuso que había sido un matrimonio largo y feliz. De alguna manera, Kelsey Sprigge había triunfado en un aspecto de su vida en el que Riley siempre había fallado. Había tenido una gran vida familiar durante su carrera en el FBI.

Riley quería preguntarle cómo había logrado eso, pero este obviamente no era el momento para hacerlo.

La mujer volvió rápidamente con una bandeja con dos tazas de café, crema y azúcar, y, para sorpresa de Riley, un whisky con hielo para sí misma.

Kelsey asombraba a Riley. Para una mujer de setenta años, estaba muy llena de vida y era más fuerte que la mayoría de las mujeres que había conocido. De alguna manera, Riley sentía que esta era una vista preliminar de la mujer en la que podría convertirse en el futuro.

“Listo”, dijo Kelsey, sentándose y sonriendo. “Ojalá nuestro clima fuera más acogedor”.

Su hospitalidad sorprendió a Riley. Dadas las circunstancias, le parecía que la mujer debía estar realmente alarmada.

“Sra. Sprigge”, comenzó Bill.

“Kelsey, por favor”, interrumpió la mujer. “Y sé por qué están aquí. Están preocupados de que Shane Hatcher venga por mí y de que sea su primer blanco. Creen que quiere asesinarme”.

Riley y Bill se miraron, no sabían qué decir.

“Y, por supuesto, por eso es que los policías están afuera”, dijo Kelsey, aún sonriendo dulcemente. “Les pedí que pasaran un rato a calentarse, pero no quisieron hacerlo. ¡Ni siquiera me dejaron salir para mi trote vespertino! Es una pena, me encantaría salir a correr en este clima. Bueno, no me preocupa ser asesinada, y no creo que ustedes deban preocuparse tampoco. Realmente no creo que Shane Hatcher tenga la intención de hacer tal cosa”.

Riley casi dijo: “¿Por qué no?”.

Por el contrario, dijo con cautela: “Kelsey, tú lo capturaste. Lo hiciste comparecer ante la justicia. Estaba en prisión por ti. Es posible que eres la única razón por la cual se fugó”.

Kelsey se quedó callada por un momento. Estaba mirando la pistola en la funda de Riley.

“¿Qué arma llevas, querida?”, preguntó.

“Una Glock calibre 40”, dijo Riley.

“¡Genial!”, dijo Kelsey. “¿Puedo echarle un vistazo?”.

Riley le entregó su arma a Kelsey. Ella sacó el barrilete y examinó la pistola. La manejó como una experta.

“Las Glocks llegaron un poco tarde para mí”, dijo. “Sin embargo, me gustan bastante. La estructura de polímero se siente bien, es muy ligera y muy equilibrada”.

Volvió a colocar el barrilete en su lugar y le devolvió el arma a Riley. Luego caminó hacia un escritorio. Sacó su propia pistola semiautomática.

“Derribé a Shane Hatcher con esta bebé”, dijo ella, sonriendo. Le entregó el arma a Riley, y luego volvió a tomar asiento. “Smith y Wesson, modelo 459. Lo herí y lo desarmé. Mi compañero quería matarlo como venganza por el policía que había asesinado. Yo no se lo permití. Le dije que si él mataba a Hatcher, habría más de un cadáver que enterrar”.

Kelsey se ruborizó un poco.

“Ay, Dios”, dijo. “No quiero que nadie sepa eso. Por favor no se lo digan a nadie”.

Riley le devolvió el arma.

“De todos modos, sabía que contaba con la aprobación de Hatcher”, dijo Kelsey. “Sabes, él tenía un código estricto, incluso como pandillero. Sabía que solo estaba haciendo mi trabajo. Creo que respetaba eso. Y también estaba agradecido. De todos modos, nunca demostró ningún interés en mí. Incluso le escribí unas cartas, pero él nunca las respondió. Probablemente ni siquiera recuerda mi nombre. Estoy casi cien por ciento segura de que no quiere matarme”.

Kelsey miró a Riley con interés.

“Pero Riley… ¿Puedo llamarte Riley? Me dijiste por teléfono que lo habías visitado, que habías llegado a conocerlo. Debe ser fascinante”.

Riley creyó detectar un poco de envidia en la voz de la mujer.

Kelsey se levantó de su silla.

“Disculpen que hable tanto. ¡Sé que tienen que ir a atrapar a un criminal! Y quién sabe lo que pueda estar haciendo, incluso en este mismo momento. Tengo información que podría ayudarlos. Vengan, les mostraré todo lo que tengo”.

Guio a Riley y a Bill por un pasillo, hasta la puerta de un sótano. Los nervios de Riley se pusieron de punta.

“¿Por qué tiene que ser en un sótano?”, pensó.

Riley había albergado una fobia leve pero irracional a los sótanos desde hace algún tiempo, vestigios del TEPT de haber estado cautiva en el sótano de poca altura húmedo de Peterson, y por haber acabado con un asesino diferente en un sótano oscuro hace poco.

Riley no vio nada siniestro cuando siguieron a Kelsey por las escaleras. El sótano había sido convertido en una sala de juegos. En una esquina había un área de oficina bien iluminada con un escritorio lleno de carpetas manila, un tablón de anuncios con fotografías viejas y recortes de periódicos y un par de cajoneras.

“Aquí tienen todo lo que quieren saber de ‘Shane de las Cadenas’ y su carrera y su derrota”, dijo Kelsey. “Adelante. No duden en preguntarme cualquier cosa que se les venga a la mente”.

Riley y Bill empezaron a ojear carpetas. Riley se sentía sorprendida y emocionada. Era un corpus informativo enorme y fascinante y gran parte de toda esta información jamás había sido escaneada para la base de datos del FBI. La carpeta que estaba ojeando estaba abarrotada de artículos aparentemente insignificantes, como servilletas de restaurantes con notas manuscritas y bocetos relacionados con el caso.

Abrió otra carpeta que tenía informes fotocopiados y otros documentos. Darse cuenta que Kelsey seguramente no debía haber copiado o guardado estas cosas hizo a Riley sonreír. Los originales seguramente habían sido destrozados después de haber sido escaneados.

“Supongo que se están preguntando por qué simplemente no puedo dejar ir este caso”, comentó Kelsey mientras Bill y Riley escudriñaban todos los materiales. “A veces hasta yo misma me lo pregunto”.

Kelsey se detuvo para pensar por un momento.

“El caso de Shane Hatcher fue el único en el que realmente me topé con el mal”, dijo. “Durante mis primeros catorce años con el FBI, prácticamente estuve metida en la oficina de Siracusa. Pero trabajé en este caso desde el principio, hablando con pandilleros en la calle, tomando las riendas del equipo. Nadie me creyó capaz de derribar a Hatcher. De hecho, todos creían que nadie sería capaz de derribarlo. Pero lo hice”.

Ahora Riley estaba ojeando una carpeta de fotos de mala calidad que el FBI probablemente ni siquiera se había tomado la molestia de escanear. Kelsey había sido lo suficientemente inteligente como para no botarlas.

Una mostraba a un policía sentado en una cafetería hablando con un pandillero. Riley reconoció inmediatamente al joven como Shane Hatcher. Le tomó un momento reconocer al policía.

“Ese es el oficial que Hatcher mató, ¿cierto?”, preguntó Riley.

Kelsey asintió por la cabeza.

“El oficial Lucien Wayles”, dijo. “Yo tomé esa foto”.

“¿Qué está haciendo hablando con Hatcher?”.

“Eso es muy interesante”, dijo. “Supongo que se enteraron de que Wayles era un policía íntegro y condecorado. Eso es lo que los policías locales todavía quieren que todo el mundo piense. En realidad era muy corrupto. En esta foto, estaba reunido con Hatcher con la esperanza de hacer un trato con él, obtener una parte de las ganancias de las drogas por no interferir con el territorio de Hatcher. Hatcher le dijo que no. Allí fue que Wayles decidió acabar con él”.

Kelsey sacó una fotografía del cuerpo mutilado de Wayles.

“Obviamente saben cómo terminó yéndole a Wayles”, dijo.

Riley sintió haber entendido todo. Este era exactamente el material que había anhelado. Le acercaba mucho más a la mente de un joven Shane Hatcher.

Riley sondeó la mente del joven mientras observó la foto. Se imaginó los pensamientos y sentimientos de Hatcher en el momento en el que la foto fue tomada. También recordó algo que Kelsey había dicho.

“Sabes, él tenía un código estricto, incluso como pandillero.”

Riley sabía que eso seguía siendo verdad hoy en día por las conversaciones que había tenido con él. Y ahora, mirando la foto, Riley podía sentir la repugnancia visceral de Hatcher ante la propuesta de Wayles.

“La propuesto lo ofendió”, pensó Riley. “Fue un insulto para él”.

No era sorprenderte que Hatcher hubiera hecho de Wayles un terrible ejemplo. Según el código retorcido de Hatcher, era lo más moral del mundo.

Riley encontró la foto de otro pandillero.

“¿Quién es este?”, preguntó Riley.

“Smokey Moran”, dijo Kelsey. “El teniente más confiable de Shane de la Cadenas, hasta que lo capturé  por vender drogas. Enfrentaba una gran sentencia en prisión, así que no me costó lograr que entregara pruebas en contra de Hatcher a cambio de cierta clemencia. Así es que finalmente logré capturar a Hatcher”.

Los pelos de Riley se pusieron de punta.

“¿Qué pasó con Moran?”, preguntó.

Kelsey negó con la cabeza con desaprobación.

“Todavía está libre”, dijo. “Muchas veces deseo jamás haber hecho ese trato. Lleva años dirigiendo todo tipo de actividades pandilleras. Los jóvenes pandilleros lo admiran. Él es inteligente y escurridizo. La policía local y el FBI no han podido llevarlo ante la justicia”.

Los pelos de Riley seguían de punta. Riley se encontró en la mente de Hatcher, meditando en la cárcel durante décadas sobre la traición de Moran. En el universo moral de Hatcher, un hombre así no merecía vivir. Y la justicia debió haberle llegado desde hace mucho tiempo.

“¿Tienes su dirección actual?”, le preguntó Riley a Kelsey.

“No, pero estoy segura de que la oficina de campo sí la tiene. ¿Por qué?”.

Riley respiró profundamente.

“Porque Shane va a matarlo”.

CAPÍTULO SIETE

Riley sabía que Smokey Moran corría gran peligro. Pero la verdad era que Riley no sentía mucha compasión por el matón feroz.

Shane Hatcher era lo que realmente importaba.

Su misión era regresar a Hatcher a la prisión. Si lo atrapaban antes de que matara a Moran por su traición, bien. Ella y Bill conducirían a la dirección de Moran sin darle ninguna advertencia. Llamarían a la oficina de campo local para que contaran con apoyo allá.

Los barrios pandilleros mucho más siniestros de Siracusa quedaban a media hora en carro de la casa de clase media en la que vivía Kelsey Sprigge. El cielo estaba nublado, pero no estaba nevando, y el tráfico se movía normalmente por las carreteras bien despejadas.

Riley accedió a la base de datos del FBI e investigó un poco en su celular mientras Bill manejaba. Vio que la situación local de las pandillas era grave, ya que se habían agrupado y reagrupado en esta área desde la década de 1980. En la era de Shane de las Cadenas, la mayoría habían sido locales. Desde entonces unas pandillas nacionales se habían trasladado a la zona, trayendo consigo mayores niveles de violencia.

Las drogas que alimentaban esta violencia con sus ganancias se habían vuelto más extrañas y mucho más peligrosas. Ahora incluían cigarrillos empapados en líquido para embalsamar y cristales llamados “sales de baño” que inducían paranoia. Nadie sabía qué sustancia aún más letal aparecería pronto.

Cuando Bill se estacionó frente al edificio de departamentos deteriorado donde vivía Moran, Riley vio a dos hombres con chaquetas del FBI bajarse de otro carro. Eran los agentes McGill y Newton, quienes los habían recibido en el aeropuerto. Pudo notar que llevaban chalecos Kevlar debajo de sus chaquetas. Ambos llevaban rifles de francotiradores marca Remington.

“Moran vive en el tercer piso”, dijo Riley.

Cuando los agentes entraron por la puerta principal del edificio, se encontraron con varios pandilleros que estaban pasando el rato en el vestíbulo raído y frío. Estaban parados con las manos metidas en los bolsillos de sus sudaderas con capucha y parecían no estar prestándoles mucha atención al grupo armado.

“¿Serán los guardaespaldas de Moran?”, se preguntó Riley.

No creía que era probable que intentaran detener a un pequeño ejército de agentes, aunque podrían avisarle a Moran que alguien iba en camino a su apartamento.

McGill y Newton parecían conocer a los jóvenes.

“Estamos aquí para ver a Smokey Moran”, dijo Riley.

Ninguno de los jóvenes dijo una palabra. Solo miraron a los agentes con expresiones extrañas y vacías. Ese comportamiento le parecía extraño.

“Salgan”, dijo Newton, y los chicos asintieron con la cabeza y salieron por la puerta principal.

Los agentes subieron tres tramos de escaleras con Riley en el frente. Los agentes locales revisaron cada pasillo cuidadosamente. Se detuvieron en frente del apartamento de Moran en el tercer piso.

Riley golpeó la puerta. Cuando nadie contestó, exclamó:

“Smokey Moran, te habla la agente del FBI Riley Paige. Mis colegas y yo necesitamos hablar contigo. No pretendemos hacerte daño. No estamos aquí para arrestarte”.

El silencio continuó.

“Tenemos razones para creer que tu vida está en peligro”, gritó Riley.

Nada.

Riley intentó el pomo. Para su sorpresa, la puerta no estaba cerrada con llave, y se abrió.

Los agentes entraron a un apartamento muy limpio que prácticamente no estaba decorado. Tampoco tenía una televisión, ni dispositivos electrónicos, ni una computadora. Riley entró en cuenta de que Moran lograba ejercer una gran influencia en el mundo criminal únicamente dando órdenes cara a cara. Pasaba desapercibido ya que nunca se conectaba, ni tampoco usaba un teléfono.

“Definitivamente es astuto”, pensó Riley. “A veces lo tradicional funciona mejor”.

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