Una Vez Enfriado - Блейк Пирс 6 стр.


Ella dijo: “Me dijeron que arruinaba todo lo que tocaba”.

“Sí, literalmente. En uno de los bares, tomó un vaso que el asesino había tocado y no pudimos buscar huellas”.

“¿No se encontraron huellas en las servilletas ni en las cajas de fósforos?”.

“No después de haber sido cubiertas de tierra en las tumbas pocos profundas. El chico metió la pata. Debió haber sido despedido en ese mismo momento. Sin embargo, no duró mucho más. Lo último que supe es que estaba trabajando en una tienda. Adiós y hasta nunca”.

Riley notó que Jake había dejado de teclear. Supuso que ahora tenía todos sus materiales a la mano.

“OK, ahora cierra los ojos”, dijo Jake.

Riley cerró los ojos y sonrió. Iba a hacerla pasar por el mismo ejercicio que les había enseñado a sus alumnos. Él se lo había enseñado después de todo.

Jake dijo: “Tú eres el asesino, pero no has matado a nadie todavía. Acabas de entrar en el Bar McLaughlin en Brinkley, y acabas de presentarte a una chica llamada Melody Yanovich. Han coqueteado bastante, y las cosas van bien”.

Ella comenzó a ver las cosas desde el punto de vista del asesino. La escena se estaba desarrollando en su mente.

Jake dijo: “Hay un pequeño bol de cajas de fósforos en la barra. En pleno coqueteo, agarras una y te la metes en el bolsillo. ¿Por qué?”.

Riley casi podía sentir la pequeña caja de fósforos entre sus dedos. Se imaginó metiéndosela en el bolsillo de su camisa.

“Pero ¿por qué?”, se preguntó.

Cuando el caso había estado abierto, se había producido una teoría bastante práctica para explicarlo. El asesino había dejado cajas de fósforos de los bares y papel para notas de los moteles en los cuerpos de las víctimas para burlarse de la policía.

Pero ahora entendió que Jake no creía eso.

Y ahora ella tampoco lo creía.

Ella dijo: “Ni siquiera sabía que iba a matarla, al menos no cuando estuvo en el Bar McLaughlin, no esa primera vez. Tomó la caja de fósforos como recuerdo de su inminente conquista, un trofeo para el buen momento que esperaba tener”.

“Excelente”, dijo Jake. “¿Y después qué pasó?”.

Riley podía visualizar claramente el asesino ayudando a Melody Yanovich a bajarse de su auto y escoltándola a la habitación del motel.

“Melody estaba dispuesta, y él se sentía seguro. Tan pronto como llegaron a la habitación, ella se dirigió al baño para prepararse. Mientras tanto, tomó papel para notas con el logo del motel por la misma razón por la cual tomó la caja de fósforos, como un recuerdo. Luego se quitó la ropa y se metió bajo las sábanas. Melody salió del baño...”.

Riley hizo una pausa para obtener una imagen más clara.

¿La mujer había estado desnuda en ese momento?

“No, no exactamente”, pensó Riley.

“Melody salió con una toalla envuelta alrededor de su cuerpo. En ese momento comenzó a inquietarse. Había tenido problemas sexuales en el pasado. ¿Tendría problemas de nuevo? Melody se metió en la cama con él, se quitó la toalla y...”.

“¿Y?”, dijo Jake.

“Y supo en ese momento que no podía hacerlo. Estaba avergonzado y humillado. No podía permitir que la mujer se escabullera sabiendo que había fallado. Se enfureció en ese momento. Esa furia acabó con su humanidad. La agarró por el cuello y la estranguló en la cama. Murió muy rápidamente. Su rabia se disipó, se dio cuenta de lo que había hecho y se sintió muy culpable. Y...”.

El resto del crimen se reprodujo en la mente de Riley como una película. El asesino no solo había enterrado a las víctimas en tumbas poco profundas, sino que también las había enterrado cerca de calles y carreteras. Sabía perfectamente que los cuerpos serían encontrados. De hecho, se aseguró de que fuera así.

Los ojos de Riley se abrieron de golpe.

“Entiendo, Jake. Cuando tomó las cajas de fósforos y los trozos de papel para notas, solo eran recuerdos para él. Pero, después de los asesinatos, las utilizó para algo diferente. Las dejó con los cuerpos para ayudar a la policía, no para burlarse. Quería ser atrapado. No tuvo el valor para entregarse, así que dejar pistas fue lo mejor que pudo hacer”.

“Ya captaste”, dijo Jake. “Para mí, los primeros dos asesinatos fueron exactamente así. Ahora échale un vistazo al resumen del último asesinato”.

Riley miró el informe en la pantalla de su computadora.

“¿En qué se diferenció de los otros?”, preguntó Jake.

Riley escaneó el texto. No vio nada distinto.

“Enterró a Tilda Steen completamente vestida. Parece que no intentó tener relaciones sexuales con ella en absoluto”.

Jake dijo, “Ahora dime lo que dice de la causa de muerte de las tres víctimas”.

Riley encontró eso rápidamente en el texto.

“Estrangulamiento”, dijo. “Igual para las tres”.

Jake gruñó con consternación.

“Ahí es donde se equivocaron los locales”, dijo. “Las dos primeras, Melody Yanovich y Portia Quinn, definitivamente fueron estranguladas. Pero me enteré del médico forense que el cuello de Tilda Steen no presentó hematomas. Ella fue asfixiada, más no estrangulada. ¿Qué te dice eso?”.

El cerebro de Riley comenzó a procesar esta nueva información.

Ella cerró los ojos otra vez, tratando de imaginarse la escena.

“Algo pasó cuando metió a Tilda en esa habitación de motel”, dijo Riley. “Le confió algo, tal vez algo que jamás le había contado a nadie. O tal vez le dijo algo sobre sí mismo que él quería oír. De repente se volvió...”.

Riley se detuvo.

Jake dijo: “Continúa. Dilo”.

“Humana. Se sintió culpable por lo que iba a hacer. Y retorcidamente...”.

Le tomó a Riley un momento organizar sus pensamientos.

“Decidió matarla como un acto de piedad. No la estranguló con sus manos. Lo hizo suavemente. Él la dominó en la cama y la asfixió con una almohada. Se sintió tan lleno de remordimiento que...”.

Riley abrió los ojos.

“... jamás mató de nuevo”.

Jake dejó escapar un gruñido de aprobación.

“Yo llegué a esa misma conclusión en ese entonces”, dijo. “Todavía creo que tengo razón. Creo que todavía está en esa área, y que todavía se siente atormentado por lo que hizo hace todos esos años”.

Una palabra comenzó a hacer eco en la mente de Riley...

Remordimiento.

Algo le pareció evidente en ese momento.

Sin detenerse a pensar, dijo: “Todavía está lleno de remordimientos, Jake. Y apuesto a que deja flores en las tumbas de las mujeres”.

Jake se rio.

“Bien pensado”, dijo. “Eso es lo que siempre me agradó de ti, Riley. Entiendes la psicología, y sabes cómo usarla para poner un plan en acción”.

Riley sonrió.

“Aprendí del mejor”, dijo.

Jake le dio las gracias por el cumplido, luego ella le dio las gracias a él por su ayuda y finalizaron la llamada. Ella se quedó sentada en su oficina pensando.

“Ahora depende de mí”.

Tenía que cazar al asesino y llevarlo ante la justicia de una vez por todas.

Pero sabía que no podía hacerlo sola.

Necesitaba ayuda para lograr que la UAC reabriera el caso.

Corrió al pasillo y se dirigió a la oficina de Bill Jeffreys.

CAPÍTULO OCHO

Bill Jeffreys estaba disfrutando de una mañana inusualmente tranquila en la UAC cuando su compañera irrumpió en su oficina. Inmediatamente reconoció la expresión en su rostro. Así se veía cuando estaba emocionada por un nuevo caso.

Hizo un gesto hacia la silla en el otro lado de su escritorio, y Riley se sentó. Pero a medida que escuchaba su descripción de los homicidios con atención, Bill se sintió un poco perplejo por su entusiasmo. A pesar de ello, no hizo ningún comentario mientras ella le dio el resumen completo de su conversación telefónica con Jake.

“Entonces, ¿qué te parece?”, le preguntó a Bill cuando terminó.

“¿Qué me parece qué?”, preguntó Bill.

“¿Quieres trabajar en el caso conmigo?”.

Bill estaba indeciso.

“Claro que me gustaría, pero... Bueno, el caso ni siquiera está abierto. No depende de nosotros”.

Riley respiró profundamente y dijo con cautela: “Esperaba que ambos pudiéramos hacer algo al respecto”.

A Bill le tomó un momento entender qué quería decir. Entonces sus ojos se abrieron y negó con la cabeza.

“No, Riley”, dijo. “Esto es cosa del pasado. Meredith no estará interesado en reabrir el caso”.

Veía que ella también tenía dudas, pero estaba tratando de ocultarlo.

“Tenemos que intentarlo”, dijo. “Podemos resolver este caso. Lo sé. Los tiempos han cambiado, Bill. Tenemos nuevas herramientas a nuestra disposición. Por ejemplo, las pruebas de ADN estaban en pañales en ese entonces. Ahora las cosas son diferentes. No estás trabajando en otro caso en este momento, ¿cierto?”.

“No”.

“Yo tampoco. ¿Por qué no lo intentamos?”.

Bill miró a Riley con preocupación. En menos de un año, su compañera había sido reprendida, suspendida, e incluso despedida. Su carrera estuvo en peligro varias veces. Lo único que la había salvado era su extraña habilidad para encontrar a su presa, a veces de maneras poco ortodoxas. Esa habilidad, y el hecho de que él la había encubierto de vez en cuando, eran las razones por las cuales seguía en la UAC.

“Riley, eso causará problemas”, dijo. “No busques problemas donde no los hay”.

Vio la mueca que hizo ante lo que dijo y de inmediato se arrepintió de su elección de palabras.

“Está bien si no quieres hacerlo”, dijo ella, levantándose de su silla, dándose la vuelta y dirigiéndose a la puerta de su oficina.

*

Riley odiaba esa frase. “No busques problemas donde no los hay”.

Después de todo, ella estaba acostumbrada a agitar las cosas. Y sabía perfectamente bien que era una de las cosas que la hacían una buena agente.

Estaba a punto de salir de la oficina cuando Bill le dijo: “Espera. ¿Adónde vas?”.

“Creo que ya lo sabes”, respondió.

“¡Está bien! ¡Ya voy!”.

Ella y Bill corrieron por el pasillo hacia la oficina del jefe de equipo, Brent Meredith. Riley tocó la puerta de su jefe, y oyeron una voz ronca decir: “Adelante”.

Riley y Bill entraron a la oficina espaciosa de Meredith. Como siempre, el jefe de equipo tenía una presencia intimidante con su gran físico y sus rasgos negros y angulosos. Él estaba encorvado sobre su escritorio estudiando unos informes detenidamente.

“Sean breves”, dijo Meredith, sin levantar la mirada de su trabajo. “Estoy ocupado”.

Riley ignoró la expresión de preocupación que Bill tenía en el rostro y se sentó audazmente junto al escritorio de Meredith.

Ella dijo: “Jefe, el agente Jeffreys y yo queremos reabrir un caso sin resolver, y nos preguntábamos si...”.

Todavía concentrado en los papeles, Meredith la interrumpió.

“No”.

“¿Qué?”, dijo Riley.

“Solicitud denegada. Ahora discúlpenme, pero tengo trabajo por hacer”.

Riley se quedó sentada. Se sintió momentáneamente obstaculizada.

Luego dijo: “Acabo de hablar por teléfono con Jake Crivaro”.

Meredith levantó la cabeza y la miró. Una sonrisa se formó en sus labios.

“¿Cómo está el viejo Jake?”, preguntó.

Riley también sonrió. Ella sabía que Jake y Meredith habían sido amigos cercanos en aquel entonces en la UAC.

“Malhumorado”, dijo Riley.

“Siempre lo fue”, dijo Meredith. “Ese viejo bastardo era intimidante”.

Riley reprimió una risita. Era cómico que a Meredith le pareciera alguien intimidante. Riley jamás se había sentido intimidada por Jake.

Ella dijo: “Ayer fue el vigésimo quinto aniversario del último asesinato del ‘Asesino de la caja de fósforos’”.

Meredith se volvió hacia ella en su silla, comenzando a verse interesado.

“Recuerdo ese caso”, dijo. “Jake y yo éramos agentes de campo en aquel entonces. Nunca superó no haber podido resolverlo. Hablamos mucho de eso”.

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