Neilbolt se fue de bruces por el porche. Al aterrizar, golpeó los dos escalones inferiores. Gritó de dolor e intentó volver a ponerse de pie de inmediato. La miró consternado, intentando determinar qué había sucedido. Impulsado por la rabia y la sorpresa, subió renqueando los escalones en dirección a ella, claramente mareado.
Ella hizo una finta con la rodilla derecha dirigida a su cara cuando ya alcanzaba el escalón más alto. Ya él se disponía a esquivarla, cuando ella lo alcanzó en un costado de su cabeza y de nuevo se puso de rodillas. Golpeó con fuerza la cabeza de él con el porche mientras sus brazos y sus piernas se agitaban buscando apoyo en los escalones. Ella sacó las esposas del interior de su chaqueta y las colocó con una rapidez y una facilidad que solo treinta años de experiencia podían brindar.
Se separó de Brian Neilbolt y lo miró. No luchaba con las esposas; se veía más bien aturdido, de hecho.
Kate buscó su teléfono con la intención de llamar a los policías y se dio cuenta de que su mano estaba temblando. Estaba excitada, llena de adrenalina. Se dio cuenta de que había una sonrisa en su rostro.
Dios, yo extrañaba esto.
Las rodillas, sin embargo, le dolían en verdad —mucho más sin duda de lo que hubieran dolido hacía cinco o seis años. ¿Acaso por entonces le habían dolido de esa manera las articulaciones de sus rodillas tras una escaramuza?
Se concedió a si misma un momento para recordarse en lo que había hecho, y entonces se las arregló para finalmente hacer una llamada a los policías. Entretanto, Brian Neilbolt seguía mareado a sus pies, preguntándose quizás cómo una mujer veinte años al menos mayor qué el se las había arreglado para tumbarlo por completo.
CAPÍTULO CINCO
Honestamente, Kate había esperado hasta cierto punto un tiro salido por la culata por lo que había hecho, pero nada que se pareciera a lo que experimentó cuando llegó a la Estación del Tercer Precinto. Ella sabía que algo venía cuando vio las miradas de los policías que pasaban en medio de los trajines de la oficina. Algunas de las miradas eran de asombro en tanto que otras eran de burla.
Kate las dejó resbalar por su espalda. Estaba todavía demasiado irritada con la confrontación en el porche de Neilbolt como para que eso le importara.
Tras esperar varios minutos en el lobby, un oficial de aspecto nervioso se acercó a ella. —Es usted la Sra. Wise, ¿correcto? —preguntó.
—Así es.
Un destello indicando que la reconocía brilló en sus ojos. Era una mirada de la que otrora había sido objeto todo el tiempo, cuando los oficiales o agentes que solo habían oido hablar de su historial se encontraban con ella por primera vez. Extrañaba esa mirada.
—Al Jefe Budd le gustaría hablar con usted.
Francamente estaba bastante sorprendida. Había tenido la esperanza de poder hablar con alguien más en la línea del Subcomisionado Greene. Aunque por teléfono pudiera haber sido un tipo estricto, ella sabía que podía convencerlo con mayor facilidad en una reunión cara a cara. El Jefe Randall Budd, sin embargo, era un hombre totalmente racional. Vagamente recordaba las circunstancias en las que anteriormente había hecho contacto, lo cierto es que Budd le había dejado la.impresión de ser alguien determinado y estrictamente profesional.
Aun así, Kate no quería para nada parecer intimidada o preocupada. De modo que se levantó y siguió al oficial para salir del área de espera, de regreso al recinto principal. Pasaron junto a varios escritorios donde fue objeto de miradas indescifrables antes de que el oficial la condujera por el corredor. A mitad del mismo ingresaron a la oficina de Randall Budd. La puerta estaba abierta, como si él la hubiera estado esperando por algún tiempo.
El oficial no tuvo que decir nada; una vez que la hizo pasar por la entrada, se dio la vuelta y se marchó. Kate miró hacia el interior de la oficina y vio al Jefe Budd haciéndole señas de que entrara.
—Vamos, entra —dijo—. No voy a mentirte. No estoy feliz contigo, pero no muerdo. Cierra la puerta, ¿quieres?
Kate pasó adentro e hizo lo que le pidieron. Tomó entonces una de las tres sillas que se hallaban en el lado opuesto del escritorio de Budd. El escritorio estaba ocupado más bien con efectos personales que con objetos relacionados con el trabajo: fotografías de su familia, un pelota de béisbol autografiada, una taza de café personalizada, y un casquillo que a modo de recuerdo sentimental estaba colocado sobre una placa.
—Déjame comenzar diciendo que estoy muy al tanto de tu historial —dijo Budd—. Más de cien arrestos en tu carrera. En el tope de tu clase en la academia. Medallas de oro y de plata en ocho torneos consecutivos de kickboxing en adición al entrenamiento estándar del Buró, donde también pateaste traseros. Tu nombre se dio a conocer mientras estabas al frente de las cosas y la mayoría de la gente aquí en el Departamento de Policía del Estado de Virginia te tiene un tremendo respeto.
—¿Pero? —dijo Kate. No lo dijo por intentar parecer graciosa. Simplemente le estaba dejando saber que ella estaba más que dispuesta a recibir una reprimenda… aunque honestamente no creía que la mereciera totalmente.
—Pero a pesar de todo eso, no tienes derecho a andar por allí asaltando a las personas solo porque crees que pudieran haber estado involucradas en la muerte de la hija de una de tus amigas.
—No lo visité con la intención de asaltarlo —dijo Kate—. Lo visité para hacerle unas preguntas. Cuando quiso ponerme la mano encima, simplemente me defendí.
—Él le dijo a mis hombres que tú lo tiraste por los escalones del porche y golpeaste su cabeza contra el piso.
—No me pueden culpar por ser más fuerte que él, ¿o sí? —preguntó.
Budd la miró atentamente, escrutándola. —No puedo asegurar si estás tratando de ser graciosa, si estás tomándote esto a la ligera, o si esta es tu actitud cotidiana.
—Jefe, comprendo su posición y cómo una jubilada de cincuenta y cinco, que golpea a alguien a quien sus hombres habían interrogado brevemente, podría causarle un dolor de cabeza. Pero por favor, comprenda... Yo solo visité a Brian Neilbolt porque mi amiga me lo pidió. Y honestamente, cuando supe algo más acerca de él, pensé que no podía ser una mala idea.
—¿Asi que simplemente asumiste que mis hombres no hicieron un trabajo adecuado? —preguntó Budd.
—No dije tal cosa.
Budd puso sus ojos en blanco y suspiró. —Mira, no estoy tratando de armar una discusión sobre eso. Honestamente, nada me encantaría más que dejes mi oficina en unos minutos y que una vez que terminemos de hablar de este asunto, ahi quede. Necesito que comprendas, sin embargo, que cruzaste una línea y que si resulta que sales de nuevo con algo parecido, es posible que tenga que ponerte bajo arresto.
Había varias cosas que Kate quería decir en respuesta. Pero supuso que si Budd estaba dispuesto a hacer a un lado toda discusión, también ella podía. Ella sabía que estaba en su mano descargar el mazo sobre ella si así lo quisiera, así que decidió ser lo más civil que podía.
—Comprendo —replicó.
Budd pareció por un instante pensar en algo antes de entrecruzar sus manos sobre el escritorio como si estuviera tratando de centrarse. —Y como ya sabes, estamos seguros de que Brian Neilbolt no asesinó a Julie Hicks. Tenemos imágenes de él captadas por cámaras de seguridad fuera de un bar, la noche en que fue asesinada. Entró como a las diez y no salió hasta después de medianoche. Luego de eso tenemos el hilo de un mensaje de texto entre él y una aventura del momento que se extendió entre la una y las tres de la madrugada. Lo hemos verificado. Él no es el hombre.
—Él había hecho maletas —observó Kate—, como si tuviera prisa por dejar la ciudad.
—En el hilo de la conversación por mensajería, él y su aventura discutieron acerca de visitar Atlantic City. Se suponía que se irían esta tarde.
—Ya veo —asintió Kate. No se sentía avergonzada per se, pero comenzó a lamentar haber actuado tan agresivamente en el porche de Neilbolt.
—Hay una cosa más —dijo Budd—, y de nuevo, tienes que ver las cosas desde mi posición sobre esto. No me quedó otra opción que llamar a tus ex-supervisores en el FBI. Es el protocolo. Seguro que tú sabes eso.
Ella lo sabía pero honestamente no había pensado en eso. Una leve pero molesta irritación comenzó a manifestarse en sus entrañas.
—Lo sé —dijo.
—Hablé con el Subdirector Durán. Él no estaba feliz, y quiere hablar contigo.
Kate puso sus ojos en blanco y asintió. —Bien. Le llamaré y le haré saber que sigo tus instrucciones.
—No, no comprendes —dijo Budd—, ellos quieren verte. En Washington.
Y con eso, la irritación que estaba sintiendo rápidamente se transformó en algo que no había sentido hacía tiempo: una legítima preocupación.
CAPÍTULO SEIS
Tras su reunión con el Jefe Budd, Kate hizo las llamadas correspondientes para hacerle saber a sus antiguos supervisores que había recibido su convocatoria. No se le facilitó ninguna información por teléfono y en realidad no habló con nadie importante. Así que no le quedó sino dejar unos mensajes más bien bruscos con dos desafortunadas recepcionistas —un ejercicio que la ayudó a drenar parte de su estrés.
Salió de Richmond a la mañana siguiente a las ocho en punto. Curiosamente estaba más excitada que nerviosa. Se imaginó que era como si un graduado universitario volviera a visitar su campus al cabo de un breve tiempo lejos de allí. Había extrañado muchísimo el Buró durante el año que había pasado y anhelaba estar de regreso en ese ambiente… incluso si era para ser reprendida.
Se distrajo escuchando un oscuro podcast sobre películas —una sugerencia de su hija. A los cinco minutos, los comentaristas pasaron a un segundo plano y en su lugar Kate reflexionaba sobre los últimos años de su vida. En buena medida, ella no era una sentimental pero por alguna razón que nunca había comprendido, tendía a ponerse nostálgica y meditabunda siempre que pisaba la carretera.
Asi que en lugar de concentrarse en el podcast, pensó en su hija —su hija embarazada, que daría a luz en unas cinco semanas. El bebé era una niña, llamada Michelle. El padre de la bebé era un buen hombre pero, a ojos de Kate, nunca había sido suficientemente bueno para Melissa Wise. Melissa, llamada Lissa por Kate desde que había empezado a gatear, vivía en Chesterfield, técnicamente dentro de Richmond pero considerada aparte por quienes vivian allí. Kate nunca se lo había dicho a Melissa, pero por eso era que había regresado a Richmond. No había sido sólo por sus lazos con la ciudad nacidos de su paso por la universidad, sino porque allí era donde estaba su familia —donde su primer nieto viviría.
Un nieto, pensaba a menudo Kate. ¿Cuándo creció Melissa? Diablos, hablando de eso, ¿cuándo envejeci yo?
Y cuando pensaba en Melissa, y en Michelle que estaba por nacer, Kate por lo general dirigia sus pensamientos a su fallecido esposo. Había sido asesinado hacía seis años, con un disparo dirigido a la parte trasera de la cabeza, mientras paseaba a su perro por la noche. Se llevaron su billetera y su teléfono y a ella la llamaron para que identificara el cuerpo menos de dos horas después de que salió de la casa con el perro.
La herida estaba todavía fresca la mayor parte del tiempo, pero ella la escondía bien. Cuando se retiró del Buró, lo hizo ocho meses antes de la edad oficial de retiro. En realidad, había sido incapaz de ponerle todo el tiempo, la atención y la concentración a su trabajo, luego de finalmente haber esparcido las cenizas de Michael en un campo de béisbol abandonado, cerca de su hogar en Falls Church.
Quizás era por eso que había pasado el último año tan deprimida por haber dejado el trabajo. Lo había dejado meses antes de la fecha que legalmente le correspondía. ¿Que podrían haberle ofrecido esos meses? ¿Qué otra cosa hubiera podido hacer con su carrera?
Siempre se había interrogado con respecto a estas cosas, pero nunca había caído en la lamentacion. Michael al menos había merecido toda su atención durante unos meses. En realidad él merecía mucho más, pero ella sabía que incluso en el más allá, no había manera de que él hubiera esperado que ella abandonara su trabajo por tanto tiempo. Él habría sabido que a ella le habría tomado algún trabajo llorarlo apropiadamente —y ese trabajo había significado literalmente trabajar en el Buró en tanto se lo permitió su estado emocional después de la muerte de él.
Le aliviaba descubrir mientras se acercaba a Washington que no se sentía como si estuviera traicionando a Michael. Personalmente creía que la muerte no era el final; ella no sabía si eso significaba que el Cielo era real o que la reencarnación fuera posible; la verdad sea dicha para ella estaba bien no saberlo. Pero sabía que dondequiera que Michael pudiera estar, estaría feliz de verla dirigiéndose de regreso a Washington —incluso si solo era para ser severamente reprendida.
Sea como fuere, lo más probable es que se estaría riendo a costa de ella.
Esto hizo que Kate sonriera a pesar suyo. Detuvo el podcast y se concentró en el camino, en sus propios pensamientos, y en cómo, incluso si ella había metido la pata, la vida, en cierto modo, acababa pareciendo cíclica en su naturaleza.
***
No se sintió emocionada cuando cruzó la puerta principal e ingresó al gran vestíbulo del cuartel general del FBI. En todo caso, estaba agudamente consciente de que ya no pertenecía a ese lugar —como si fuera una mujer que volvía a visitar su antigua escuela secundaria y descubría que los salones ahora la hacian sentirse triste y nostálgica.
La sensación de familiaridad ayudaba, sin embargo. A pesar de sentirse fuera de lugar, también sentía como si en realidad, después de todo, no hubiera estado lejos por todo ese tiempo. Atravesó el vestíbulo, se registró al frente, y se dirigió a los ascensores como si hubiera estado allí la semana pasada. Incluso el espacio confinado del elevador se sentía confortable al pensar que la trasladaba a la oficina del Subdirector Durán.
Al poner un pie fuera del ascensor e ingresar al área de espera de Durán, vio sentada ante el mismo escritorio a la misma recepcionista de hacía poco más de un año. Nunca en realidad se habían tratado por su nombre de pila, pero la recepcionista se levantó de su silla y corrió a darle un abrazo.
—¡Kate! ¡Qué bueno volver a verte!
Afortunadamente, el nombre de la recepcionista vino a su mente en el momento justo. —Lo mismo digo, Dana —dijo Kate.
—Nunca pensé que te viniera bien el retiro —bromeó Dana.
—Sí, ha sido una especie de gran bostezo.
—Bueno, pasa adelante y entra —dijo Dana—, él te está esperando.
Kate tocó la puerta cerrada de la oficina. Encontró que, incluso la especie de gruñido que recibió en respuesta desde el otro lado, la hizo sentir cómoda.
—Está abierto —dijo la voz del Subdirector Vince Durán.
Kate abrió la puerta y pasó adelante. Se había preparado a fondo para ver a Durán y estaba lista para ello. Lo que no había esperado, sin embargo, era ver el rostro de su viejo compañero. Logan Nash le sonrió de inmediato, levantándose de una de las sillas que se hallaban frente al escritorio de Durán.
Durán pareció mirar a un lado para darle espacio al reencuentro. Kate y Logan Nash se fundieron en un abrazo de amigos junto a las sillas para visitantes. Ella había trabajado con Logan en los últimos ocho años de su carrera. Él era diez años menor que ella pero había ido armando con buen pie una distinguida carrera luego que ella se marchó.