—¿Así que desarrolló una consciencia? —preguntó Keri apretando los dientes. Se sentía disgustada, pero quería respuestas y le preocupaba que exteriorizar demasiado ese disgusto podría hacer que Anderson se cerrara. Él pareció percibir cómo se sentía ella pero prosiguió de todas formas.
—No en ese momento. Eso no fue lo que me hizo cambiar. Sucedió mucho después. Vi una historia en el noticiero local, hace como año y medio, acerca de una detective y su compañero que rescataron a una pequeña niña que había sido secuestrada por el novio de su niñera, un auténtico asqueroso.
—Carlo Junta —dijo Keri automáticamente.
—Correcto. En todo caso, en la historia, mencionaban que esta detective era la misma mujer que había ingresado a la academia de policía unos pocos años atrás. Y mostraron un vídeo de una entrevista que dio luego de su graduación en la academia. Dijo que se había unido a la fuerza porque su hija había sido secuestrada. Dijo que aunque no pudiera salvar a su propia hija, siendo policía, podría quizás ayudar a la hija de alguna otra familia. ¿Le suena familiar?
—Sí —dijo Keri suavemente.
—Así que —continuó Anderson— como trabajaba en la biblioteca y tenía acceso a todo tipo de vídeos de noticias pasadas, regresé y encontré la historia de la hija de esta mujer que fue secuestrada y la de su conferencia de prensa donde suplicó por el regreso a salvo de su hija.
Keri recordó la conferencia de prensa, casi toda borrosa en su recuerdo. Recordaba hablándole a una docena de micrófonos colocados delante de su cara, rogándole al hombre que había raptado a su hija en medio de un parque, que la había arrojado en una van como una muñeca de trapo, que la regresara.
Recordaba el grito de "Por favor, mami, ayúdame” y las bamboleantes colitas de pelo rubio alejándose, al tiempo que Evie, con solo ocho años en ese momento, desaparecía del parque. Recordaba los pedacitos de grava que todavía estaban incrustados en sus pies durante la conferencia de prensa, incrustados cuando ella corrió descalza por el estacionamiento, persiguiendo la van hasta que la dejó atrás con el rastro de polvo. Lo recordaba todo.
Anderson había dejado de hablar. Ella le miró y vio cómo asomaban las lágrimas a sus ojos, al igual que asomaban a los de ella. Él prosiguió.
—Luego de eso, vi otra historia, unos meses después, donde esta detective rescató a otro niño, esta vez un chico raptado cuando iba de camino a su práctica de béisbol.
—Jimmy Tensall.
—Y un mes después, ella encontró una bebé que había sido sustraída de un cochecito en el supermercado. La mujer que la había robado tenía un certificado de nacimiento falso y planeaba huir con la bebé hacia el Perú. Usted la atrapó en la puerta cuando se disponía a abordar el avión.
—Lo recuerdo.
—Ahí fue cuando decidí que ya no podía hacerlo más. Con cada transacción me acordaba de usted en la conferencia de prensa rogando por el regreso de su hija. Ya no pude tener ese recuerdo tan cerca. Me ablandé, supongo. Y justo entonces, nuestro amigo cometió un error.
—¿Cuál? —preguntó Keri, con una sensación de hormigueo que solo aparecía cuando sentía que algo grande estaba a punto de ser revelado.
Thomas Anderson la miró. Ella podía asegurar que debatía consigo mismo una importante decisión. Entonces su ceño se distendió y sus ojos se aclararon. Parecía haberse decidido.
—¿Confía en mí? —preguntó en voz baja.
—¿Qué clase de pregunta es esa? No me venga con esa m...
Pero antes de que finalizara la frase, él ya había apartado de un golpe la mesa que los separaba, rodeaba con sus esposas el cuello de ella, y la hacía caer al suelo, deslizándose hasta un rincón de la sala de interrogatorio.
Cuando el Oficial Kiley irrumpió en la habitación, Anderson se escudó con el cuerpo de ella, manteniéndola delante de él. Ella sintió una aguda punzada en su cuello, miró hacia abajo y vio lo que era. Parecía el mango de un cepillo de dientes que había sido afilado. Y estaba siendo presionado sobre su yugular.
CAPÍTULO SIETE
Keri estaba totalmente estupefacta. Un momento antes, Anderson había estado llorando al pensar en su hija desaparecida. Ahora tenía colocada una afilada pieza de plástico sobre su garganta.
Su primer impulso fue hacer un movimiento para zafarse. Pero sabía que no funcionaría. No había manera de que ella pudiera hacer algo antes de que él le enterrara la punta de plástico en la vena.
Además, había algo que no estaba bien. Anderson nunca había dado señales de albergar malas intenciones con respecto a ella. De hecho parecía que simpatizaba con ella. Parecía querer ayudarla. Y si realmente tenía cáncer, esto era un ejercicio inútil. Él mismo dijo que pronto estaría muerto.
¿Es esta la forma de evitar la agonía, su versión de suicidio haciéndose matar por la policía?
—¡Arrójalo, Anderson! —gritó el Oficial Kiley, con su arma apuntando en dirección a ellos.
—Baja tu pistola, Kiley —dijo Anderson con una sorprendente calma—. Vas a dispararle por accidente a la rehén y tu carrera habrá terminado antes de empezar. Sigue el procedimiento. Alerta a tu superior. Trae hasta acá a un negociador. No debería tomar mucho tiempo. El departamento siempre tiene uno de guardia. Alguien probablemente estará en esta habitación en diez minutos.
Kiley se quedó allí parado, sin saber qué hacer. Sus ojos miraban alternativamente a Anderson y Keri. Sus manos estaban temblando.
—Él tiene razón, Oficial —dijo Keri, tratando de ponerse a la par del tono tranquilizador de Anderson—. Solo siga el procedimiento estándar y esto se resolverá. El prisionero no va a ir a ningún lado. Salga y asegúrese de que la puerta quede cerrada. Haga sus llamadas. Yo estoy bien. El Sr. Anderson no va a lastimarme. A todas luces quiere negociar. Así que necesita traer a alguien que tenga autorización para hacerlo, ¿okey?
Kiley asintió, pero sus pies permanecieron anclados en el mismo lugar.
—Oficial Kiley —dijo Keri, esta vez de manera más firme— salga y llame a su supervisor. ¡Ahora mismo!
Eso pareció hacer reaccionar a Kiley. Retrocedió hasta salir de la habitación, cerró la puerta y le echó llave, para luego tomar el teléfono de la pared, sin quitarles la vista de encima.
—No tenemos mucho tiempo —susurró Anderson en el oído de Keri al tiempo que dejaba parcialmente de presionar con el plástico su piel—. Siento esto pero es la única manera de que pudiéramos hablar con toda confianza.
—¿Realmente? —susurró a su vez Keri, entre furiosa y aliviada.
—Cave tiene gente en todas partes, aquí adentro y allá afuera. Después de esto, estoy acabado eso es seguro. No pasaré de esta noche. Puede que no pase de esta hora. Pero estoy más preocupado por usted. Si él cree que usted sabe todo lo que sé, podría hacer que la eliminaran, sin importar las consecuencias.
—¿Y qué es lo que sabe? —preguntó Keri.
—Le dije que Cave cometió un error. Vino a verme y dijo que estaba preocupado a causa de usted. Había hecho unas comprobaciones y descubrió que uno de sus hombres había secuestrado a su hija. Como usted lo averiguó, fue Brian Wickwire, el Coleccionista. Cave no lo ordenó ni sabía acerca de eso. Wickwire operaba con frecuencia por su cuenta y Cave con frecuencia ayudaba a facilitar el traslado de las niñas después del hecho. Eso fue lo que hizo con Evie y nunca se paró a pensar en ello.
—¿Así que él no la había señalado? —preguntó Keri. Ella lo había sospechado pero quería estar segura.
—No. Ella era una niña rubia muy linda por la que Wickwire creyó que podía conseguir un buen precio. Pero luego que usted comenzó a rescatar chicas y a generar encabezados, Cave revisó sus registros y vio que estaba conectado con su secuestro a través de Wickwire. Le preocupaba que eventualmente usted llegara hasta él y me pidió que le ayudara a meter a Evie en algún lugar donde quedara bien oculta, manteniéndolo a él fuera de eso. Él no quería saber.
—¿Estaba cubriendo su rastro incluso antes de que yo sospechara que él estaba involucrado? —preguntó Keri, maravillada ante la previsión de Cave.
—Es un hombre brillante —convino Anderson—, pero en lo que no cayó en cuenta es que le estaba pidiendo ayuda precisamente a la persona equivocada. No podía haberlo sabido. Después de todo, yo soy el que lo corrompió en primer lugar. ¿Por qué iba a sospechar de mí? Pero yo me había decidido a ayudarla. Por supuesto, lo hice de tal manera que, así lo pensaba, me mantendría protegido.
Justo entonces Kiley abrió la puerta con un crujido.
—El negociador viene en camino —dijo, con voz trémula—. Estará aquí en cinco minutos. Solo mantén la calma. No hagas ninguna locura, Anderson.
—¡No hagas que yo haga alguna locura! —le gritó en respuesta Anderson, presionando de nuevo con el cepillo de dientes sobre el cuello de Keri, y pinchándola sin querer. Kiley cerró rápidamente la puerta.
—Ay —dijo ella—, creo que me ha sacado sangre.
—Lo siento —dijo, sonando sorprendentemente manso—. Es difícil maniobrar despatarrado así en el piso.
—Solo deje de presionar un poco, ¿okey?
—Lo intentaré. Falta mucho que decir, ¿sabe? En todo caso, hablé con Wickwire y le dije que llevara a Evie a una ubicación en algún lugar de Los Ángeles donde sería bien cuidada, en caso de que la necesitáramos más adelante. Quise asegurarme de que ella no dejara la ciudad. Y no quería que pasara… por más cosas como aquellas por las que había tenido que pasar.
Keri no respondió, pero ambos sabían que no había nada que él pudiera hacer con respecto a los años anteriores y los horrores que su hija debió de haber sufrido en ese tiempo. Anderson continuó rápidamente, a todas luces no quería detenerse en ese pensamiento más de lo que ella lo había hecho.
—No supe lo que hizo con ella, pero resultó que la puso con el viejo que usted descubrió finalmente.
—Si se había decidido a ayudarme, ¿por qué simplemente no averiguó su paradero y la fue a buscar usted mismo?
—Por dos razones —dijo Anderson—. Primero, Wickwire no iba a darme la ubicación a mí. Era una información preciada y él la tenía muy bien guardada. Segundo, y no estoy orgulloso de esto, sabía que quedaría arrestado si venía hasta usted con su hija.
—Pero usted se hizo arrestar unos pocos meses después por secuestros de niños —protestó Keri.
—Hice eso después, cuando me di cuenta que tenía que tomar una acción drástica. Sabía que usted eventualmente investigaría a los secuestradores y traficantes de niños y llegaría hasta mí. Y sabía que podría ponerla en el camino correcto sin que Cave sospechara de mí. En cuanto a procurar que me arrestaran, eso es cierto. Pero recuerde que yo mismo me defendí en la corte. Y si verifica atentamente el registro de la corte, descubrirá que tanto el fiscal como el juez cometieron varios errores, errores en los que yo los hice incurrir, que casi con seguridad llevarían a que mi condena fuese anulada. Solo estaba aguardando el momento correcto para apelar mi caso. Por supuesto que es algo lejano ahora.
Keri levantó la vista y vio una conmoción a través de la ventanilla de la habitación. Podía ver a varios oficiales que pasaban, al menos uno de ellos llevaba un arma larga. Era un francotirador.
—No quiero sonar fría, pero necesitamos finiquitar esto —dijo—. No sería de sorprender que alguien allá afuera fuese un gatillo alegre o que Cave haya ordenado a uno de los suyos que le liquide a usted como precaución.
—Tiene mucha razón, Detective —convino Anderson—. Aquí estoy yo parloteando en torno a mi conversión moral cuando todo lo que usted quiere saber es cómo recuperar a su hija. ¿Estoy en lo correcto?
—Lo está. Así que dígame. ¿Cómo la recupero?
—La verdad es que no lo sé. No sé dónde está. No creo que Cave sepa dónde está. Podría saber la ubicación del evento Vista de mañana por la noche, pero no es probable que asista. Así que es inútil hacer que lo sigan.
—¿Así que me está diciendo que no hay esperanza de recuperarla? —exigió saber Keri, incrédula.
¿He pasado por todo esto para esa respuesta?
—Probablemente no, Detective —admitió él—. Pero quizás pueda hacer que él se la regrese.
—¿Qué quiere decir?
—Jackson Cave la consideraba una molestia, un obstáculo para su negocio. Pero eso cambió el año pasado. Se ha obsesionado con usted. Él no solo cree que usted va a destruir su negocio. Él piensa que usted quiere destruirlo personalmente. Y como él ha retorcido la realidad para hacer de sí mismo el hombre bueno, piensa que usted es el malo.
—¿Él piensa que yo soy el malo? —repitió Keri, incrédula.
—Sí. Recuerde, él manipula su código moral como le parece mejor para poder seguir funcionando. Si creyera que está haciendo cosas malvadas, no podría vivir consigo mismo. Pero ha encontrado maneras de justificar incluso los actos más execrables. Una vez me dijo que las chicas que están en estas redes de esclavitud sexual estarían pasando hambre en las calles si no fuera por él.
—Se ha vuelto loco —dijo Keri.
—Él está haciendo lo que puede para mirarse en el espejo todas las mañanas, Detective. Y en estos días, parte de eso significa creer que usted lleva a cabo una cacería de brujas. Él la ve como el enemigo. Él la ve como su némesis. Y eso lo hace muy peligroso. Porque no estoy seguro de qué tan lejos irá para detenerla.
—Entonces, ¿cómo puedo hacer que un hombre como ese me devuelva a Evie?
—Si fuese con él y lo convenciera de que usted no va tras él, que todo lo que quiere es a su hija, quizás él transigiría. Si pudiera convencerlo de que una vez que tenga a su hija a salvo en sus brazos usted se olvidará de él para siempre, que incluso pudiera abandonar la fuerza, él podría quedar convencido de bajar la guardia. Ahora mismo él cree que usted quiere su destrucción. Pero si se le lleva a creer que usted no lo quiere a él, que usted solo la quiere a ella, quizás haya una oportunidad.
—¿Cree que eso funcionaría? —preguntó Keri, incapaz de ocultar el escepticismo que había en su voz— ¿Solo decir devuélvame a mi hija y le dejaré para siempre en paz y que él accede?
—No sé si funcionará. Pero sé que no le quedan opciones. Y nada pierde con intentarlo.
Keri empezó a considerar la idea en su mente cuanto alguien tocó a la puerta.
—El negociador está aquí —gritó Kiley—. Viene por el pasillo ahora mismo.
—¡Espera un minuto! —gritó Anderson—. Dile que se quede allí. Yo le diré cuándo puede entrar.
—Se lo diré —dijo Kiley, aunque su voz indicaba que estaba desesperado por ser relevado tan pronto fuese posible.
—Una última cosa —susurró Anderson en su oído, incluso más quedo que antes, si ello fuese posible—. Tiene un topo en su unidad.
—¿Qué? ¿En la División Los Ángeles Oeste? —preguntó Keri, asombrada.
—En su Unidad de Personas Desaparecidas. No sé quién es. Pero alguien le está pasando información al otro bando. Así que cuide su espalda. Más que de costumbre, quiero decir.
A nueva voz se escuchó al otro lado de la puerta.
—Sr. Anderson, soy Cal Brubaker. El negociador. ¿Puedo entrar?
—Un segundo, Cal —exclamó Anderson. Entonces se inclinó más para acercarse a Keri—. Tengo la sensación de que esta es la última vez que hablemos, Keri. Quiero que sepa que creo que usted es una persona en verdad impresionante. Espero que encuentre a Evie. Realmente lo espero. Entra, Cal.
Cuando la puerta se abrió, él apuntó de nuevo el cepillo hacia su cuello pero sin tocar la piel en realidad. Un hombre barrigón, de camino a los cincuenta, con una mata de pelo grisáceo y delgadas gafas con una montura de aros de metal, que Keri sospechaba era solo cosa de imagen, entró con calma en la habitación.
Llevaba blue jeans y una camisa arrugada, a cuadros, tablero de damas y todo. Bordeaba lo risible, como la versión "acostumbrada” de un inofensivo negociador de rehenes.