Un Rastro de Esperanza - Блейк Пирс 7 стр.


Anderson la miró y ella pudo ver que pensaba lo mismo. Parecía estar luchando con la ganas de poner los ojos en blanco.

—Hola, Sr. Anderson. ¿Puede decirme qué es lo que le está molestando esta noche? —dijo en tono inofensivo y ensayado.

—La verdad, Cal —replicó Anderson con suavidad— mientras te esperábamos, la Detective Locke me dijo cosas de mucho sentido. Me di cuenta que me estaba dejando abrumar un poco por mi situación y reaccioné... pobremente. Creo que estoy listo para rendirme y aceptar las consecuencias de mis decisiones.

—Okey —dijo Cal, sorprendido—. Bueno, esta es la negociación menos sufrida de mi vida. Ya que está haciendo las cosas tan fáciles para mí, tengo que preguntar: ¿está seguro de que no quiere nada?

—Quizás unas pocas cosas sin importancia —dijo Anderson—. Pero no creo que ninguna sea un problema para ti. Me gustaría que me aseguren que la Detective Locke será llevada directo a la enfermería. Accidentalmente la pinché con la punta del cepillo de dientes y no sé qué tan limpio esté. Ella debería ser atendida de inmediato. Y apreciaría que el Oficial Kiley, el caballero que me trajo hasta acá, sea el que me espose y me lleve adondequiera que sea enviado. Tengo la sensación de que algunos de esos otros sujetos podrían ser más bruscos de lo necesario. Y quizás, una vez deje caer el objeto puntiagudo, podría pedirle al francotirador que baje el arma. Me está poniendo un poco nervioso. ¿Las peticiones son razonables?

—Todo es razonable, Sr. Anderson —convino Cal—. Haré lo más que pueda para satisfacerlas. ¿Por qué no comienza a poner en marcha las cosas dejando caer el cepillo de dientes y dejando ir a la detective?

Anderson se inclinó de tal manera que solo Keri pudiera escucharlo.

—Buena suerte —susurró de forma casi inaudible, antes de dejar caer el cepillo de dientes y levantar sus brazos en alto para que ella pudiera deslizarse por debajo de sus esposas. Ella se arrastró para alejarse de él y lentamente se puso de pie con la ayuda de la mesa volcada. Cal alargó su mano para ofrecerle ayuda pero ella no la tomó.

Una vez quedó de pie y recuperó el equilibrio se volvió para encararse con Thomas "El Fantasma” Anderson por lo que estaba segura sería la última vez.

—Gracias por no matarme —musitó, tratando de sonar sarcástica.

—Seguro —dijo, sonriendo dulcemente.

Mientras caminaba hacia la puerta de la sala de interrogatorios, esta se abrió por completo y cinco hombres con todo el equipamiento SWAT irrumpieron y pasaron pitando por su lado. Ella no miró hacia atrás para ver lo que hacían mientras se abalanzaba fuera de la habitación y salía al pasillo.

Al parecer Cal Brubaker había cumplido al menos parte de su palabra. El francotirador, recostado de la pared opuesta, con el arma a su lado, estaba en posición de descanso. Pero el Oficial Kiley no estaba a la vista por ningún lado.

Mientras caminaba por el pasillo, escoltada por una oficial que dijo que la estaba llevando a la enfermería, Keri estuvo segura de haber escuchado el sonido de unos proyectiles al chocar con huesos humanos. Y aunque no escuchó ningún grito en consecuencia, oyó un gruñido, seguido por un gemido profundo e incesante.

CAPÍTULO OCHO

Keri se apresuró a regresar a su auto, esperando abandonar la estructura del estacionamiento antes de que alguien notara que se había ido. Su corazón latía al ritmo de sus zapatos, que resonaban con fuerza y rapidez en el concreto.

Su ida a la enfermería había sido un regalo de Anderson. Él sabía que después de una situación de rehenes, de seguro ella tendría que encarar horas de interrogatorio, horas que ella no tenía para malgastar. Al pedir que a ella se le permitiera ir a la enfermería, le estaba asegurando una ventana de tiempo en la que habría poca supervisión y así, posiblemente sería capaz de irse sin ser acorralada por un hatajo de detectives de la División Centro.

Eso es exactamente lo que ella había hecho. Luego que una enfermera hubo limpiado un pequeño pinchazo en su cuello y puesto una gasa, Keri había simulado un breve ataque de pánico atribuido a una crisis post-rehén y había solicitado usar el baño. Ya que ella no era una reclusa, fue fácil escabullirse después de eso.

Caminó hacia el ascensor junto con el personal de mantenimiento que salía a las 9 p.m. El Oficial de Seguridad Beamon debe de haber estado disfrutando de un receso porque había otro hombre ocupando la recepción y este no la miró más de una vez.

Una vez fuera del edificio, comenzó a cruzar la calle en dirección al estacionamiento, esperando todavía que algún detective saliera corriendo detrás de ella exigiendo saber por qué había estado interrogando a un prisionero estando suspendida. Pero no escuchó nada.

De hecho, estaba en la sola compañía de sus latidos y sus pisadas, luego que los empleados de mantenimiento se dirigieron, bajando la calle, a la parada de autobús y la estación del metro. Aparentemente ninguno vino conduciendo al trabajo.

Solo fue cuando llegó al segundo piso de la escalera que escuchó el sonido de unos zapatos más abajo. Eran sonoros y pesados y parecían venir de la nada. Los habría notado si hubieran estado caminando desde antes. No podían haber cruzado la calle. Casi era como si alguien hubiera estado esperando su llegada para comenzar a moverse.

Se dirigió a su auto, como a medio camino de la hilera de la izquierda. Las pisadas la siguieron y ahora se hizo obvio que no era un par de zapatos sino dos, y que ambos claramente pertenecían a unos hombres. Sus pasos eran lentos y pesados y podía escuchar a uno de ellos resollar ligeramente.

Era posible que estos hombres fuesen detectives, pero lo dudaba. Lo más probable es que ya se hubiesen identificado si quisieran hacerle alguna pregunta. Y si fueran policías con malas intenciones, no estarían aproximándose a ella en el estacionamiento de Twin Towers. Había cámaras por todas partes. Si estuvieran en la nómina de Cave y se propusieran hacerle daño, habrían aguardado hasta que ella hubiese salido del edificio público.

Keri deslizó su mano automáticamente hasta la funda de su pistola antes de recordar que había dejado su arma personal en la cajuela. Había querido evadir preguntas sobre seguridad, y por ello había decidido que llevar su arma personal a la cárcel de la ciudad no la ayudaría a alcanzar ese objetivo. Por la misma razón, su pistola de tobillo se encontraba en el mismo lugar. Estaba desarmada.

Sintiendo que su pulso se aceleraba, Keri se ordenó a si misma guardar la calma, y no acelerar el paso para dejarle saber a estos sujetos que ya estaba al tanto de ellos. Ellos tenían que saber. Pero mantener el disimulo podría darle tiempo. Igual pasaba con voltear a mirar sobre su hombro; se rehusó a hacerlo. Eso era ponerlos a correr tras ella.

En su lugar, miraba con naturalidad las ventanillas de algunos de los utilitarios más brillantes, con la esperanza de tener una idea de con quiénes se las veía. Al cabo de unos cuantos autos, fue capaz de detallarlos. Dos sujetos, ambos de traje: una grande, el otro enorme con una panza que sobresalía por encima de su cinturón. Era difícil calcular la edad, pero el más grande se veía más viejo también. Él era el que resollaba. Ninguno llevaba armas, pero el gordo tenía lo que parecía un Taser, y el más joven apretaba en su mano una especie de porra. Aparentemente alguien la quería viva.

Tratando de parecer desenfadada, sacó las llaves de su cartera, deslizando hacia afuera los extremos agudos por entre los nudillos mientras pulsaba el botón para abrir su auto, ahora a solo siete metros de distancia. Los dos hombres todavía estaban a tres metros de ella, pero no había forma de que llegara al auto, abriera la puerta, se subiera, cerrara la puerta, y la asegurara antes de que la atraparan, incluso para su tamaño. Se maldijo en silencio por no haber estacionado en reversa.

El bip que hizo su auto pareció sorprender al gordo y lo hizo tambalearse un poco. Luego de eso, Keri supo que pretender que no los notaba a estas alturas parecería más sospechoso que voltear, así que se detuvo abruptamente y se giró rápidamente, tomándolos por sorpresa.

—¿Cómo les va, amigos? —preguntó dulcemente, como si toparse con dos tipos descomunales justo detrás de ella fuera lo más natural del mundo. Ambos dieron un par de pasos antes de extrañamente detenerse a metro y medio de ella.

El más joven pareció estar confundido. El más viejo comenzó a abrir la boca para hablar. Los sentidos de Keri hormigueaban. Por alguna razón, notó que el hombre había dejado una porción de pelo en el lado izquierdo de su cuello la última vez que se había afeitado. Casi sin pensarlo, pulsó el botón de alarma de su auto. Ambos hombres miraron sin querer en esa dirección. Ahí fue cuando ella se movió.

Se abalanzó con rapidez, abanicando su puño derecho, el que tenía las llaves sobresalientes, hacia el lado izquierdo de la cara de él. Todo comenzó a moverse en cámara lenta. Él la vio demasiado tarde y para cuando comenzó a levantar su brazo izquierdo para tratar de bloquear el puñetazo, ella ya había hecho contacto.

Keri supo que había sido un golpe directo porque al menos una de las llaves se hundió bastante antes de encontrar resistencia. El grito salió casi de inmediato mientras la sangre salía a borbotones de su ojo. Ella no se paró a admirar su obra. En lugar de ello, usó el impulso hacia adelante para abalanzarse, pegando su hombro derecho con la rodilla izquierda de él, aunque ya estaba desplomándose en el suelo.

Escuchó un desagradable pop y supo que los ligamentos de la rodilla se habían desgarrado violentamente al caer al suelo. Sacó ese sonido de su cerebro mientras intentaba rodar con suavidad hacia atrás para poderse poner de pie.

Desafortunadamente, lanzarse contra una persona así de corpulenta había estremecido su cuerpo de pies a cabeza, volviendo a agravar el dolor de las lesiones que había sufrido solo unos días antes. Su pecho se sentía como si lo hubiesen impactado con una sartén. Estaba casi segura de que al abalanzarse se había golpeado su rodilla lesionada con el concreto del suelo del estacionamiento, y la colisión además había dejado su hombro derecho palpitando de dolor.

Más problemático que todo lo demás era que aplastar al hombre había ralentizado lo suficiente sus movimientos como para que el más joven, que estaba en mejor forma, recuperara el sentido. Cuando Keri terminó de rodar y trató de recuperar el equilibrio, ya él estaba moviéndose hacia ella, llameando en sus ojos una mezcla de furia y temor, mientras comenzaba a abanicar hacia abajo la porra que cargaba en su mano derecha.

Se dio cuenta que no iba a ser capaz de evitarla por completo y giró su cuerpo de tal manera que el golpe aterrizara en el lado izquierdo en lugar de su cabeza. Sintió el brutal mazazo en las costillas en el lado izquierdo de su torso justo por debajo del hombro, seguido por un agudo dolor que se irradió desde el punto de impacto.

El cuerpo se quedó sin aire al caer de rodillas delante de él. Sus ojos se llenaron de lágrimas, inmediatamente después de recibir el golpe, pero aun así logró captar algo terrible justo delante de ella. Los pies del hombre más joven habían comenzado a ponerse de puntillas, y sus talones ya se despegaban del suelo.

A Keri le tomó menos de una fracción de segundo entender lo que eso significaba. Él se estaba alzando, levantando la porra por encima de su cabeza, para aplicar un golpe de lleno sobre ella y así noquearla. Ella vio el pie izquierdo comenzar a moverse hacia adelante, y comprendió que estaba iniciando el movimiento hacia abajo.

Ignorando todo —su incapacidad para respirar, el dolor que rebotaba entre su pecho, su hombro, sus costillas y su rodilla, su visión borrosa— se abalanzó hacia él. Sabía que las rodillas no le proporcionaban mucho impulso, pero esperaba que este fuera suficiente para impedir un golpe directo en su coronilla. Al hacerlo, lanzó su mano derecha, la que todavía sostenía las llaves, en dirección a la entrepierna del sujeto, esperando hacer cualquier clase de contacto.

Todo sucedió al mismo tiempo. Ella sintió que la porra golpeó la parte superior de su espalda al tiempo que escuchó el gruñido. El golpe que le clavaron le dolió, pero solo por un segundo, al darse cuenta de que el hombre había aflojado la porra casi inmediatamente después de hacer contacto. Escuchó que golpeaba el concreto y rodaba a lo lejos, mientras ella caía al suelo.

Al levantar la vista, vio que el hombre se doblaba, con ambas manos atenazando la zona de su ingle. Maldecía a voz en cuello sin hacer pausa. Al menos por el momento, parecía ajeno a ella. Keri miró al gordo, que estaba a unos metros de distancia, todavía rodando por el suelo, gritando en su agonía, con ambas manos cubriéndose el ojo izquierdo, aparentemente inconsciente de lo que pasaba con su rodilla, que había quedado doblada de una manera extraña.

Keri aspiró una buena bocanada de aire por un momento que pareció eterno, y se forzó a sí misma a entrar en acción.

Levántate y muévete. Esta es tu oportunidad. Puede que sea la única.

Ignorando el dolor que sentía por todas partes, se levantó del duro suelo y entre cojeando y corriendo se dirigió hasta su auto. El más joven apartó la vista de su entrepierna e hizo el intento de extender el brazo para agarrarla. Pero ella se apartó bien de él y se abalanzó hacia su auto: subió, cerró, encendió y arrancó sin siquiera mirar por el retrovisor. Parte de ella esperaba que el joven estuviera allá atrás y ella escuchara un golpe sordo al impactar sobre él.

Pisó el acelerador, pasó volando la esquina del segundo piso, y bajó al primero. Al acercarse a la caseta de salida, le sorprendió ver al hombre más joven bajar por las escaleras y arrastrarse en dirección al auto de ella.

Pudo ver el horror en la cara del empleado de la caseta, que estaba mirando alternativamente al hombre encorvado que se arrastraba en dirección a él, y los neumáticos chirriantes que iban a toda velocidad hacia el mismo punto. Casi se sintió mal por él. Pero ello no impidió que pasara acelerando por la salida, golpeando el portón de madera, y haciendo volar pedazos del mismo en medio de la noche.

*

Pasó la noche en casa de Ray. Por un lado, no parecía aconsejable que regresara a la suya. No sabía quién había venido tras ella. Pero si estaban dispuestos a atacarla en un estacionamiento repleto de cámaras y cercano a la cárcel, su apartamento no lucía como una gran fortaleza. Además, para cómo se sentía, Keri no estaba en condiciones de enfrentar esa noche a otros atacantes.

Ray había preparado un baño para ella. Lo había llamado estando en camino para que supiera lo esencial, y él, misericordioso, no la acribilló a preguntas mientras trataba de recuperarse. Mientras ella descansaba en el agua, dejando que su tibieza aliviara los huesos adoloridos, él se sentó en una silla junto a la bañera, intentando con paciencia que de cuando en cuando sorbiera unas cucharadas de sopa.

Más tarde, luego de secarse y ponerse un pijama de él, se sintió mejor como para hacer un análisis. Se sentaron en el sofá de la sala de recibo, iluminada tan solo con media docena de velas. Ninguno de ellos comentó el hecho de que las armas de ambos descansaban sobre la mesita cercana.

—Luce tan descarado —dijo Ray, refiriéndose a la gravedad del ataque en el estacionamiento— y como desesperado.

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