“¿Cómo puede preguntarme eso, después de lo que le he dicho?”
“Porque una cosa es leer sobre la gente que tienen en las instalaciones,” le respondió. “Es muy diferente interactuar con ellos. Las cosas se ponen difíciles muy deprisa. Por las redacciones en tu tesis, ¿asumo que sabes algo acerca algunos de los presos que tienen alojados allí?”
“Sobre unos cuantos; sé que el violador en serie de Bakersfield, Delmond Stokes, está preso allí. Y el asesino múltiple de menores que esa policía retirada atrapó el año pasado también está allí. Y estoy bastante segura de que también tienen allí a Bolton Crutchfield.”
Hosta se le quedó mirando fijamente, como si estuviera indeciso respecto a decirle lo que estaba pensando. Finalmente, pareció llegar a una decisión.
“A él es a quien quieres observar, ¿no es cierto?”
“He de admitir, que siento curiosidad,” dijo Jessie. “He escuchado todo tipo de historias sobre él. No estoy segura de cuántas de ellas son ciertas.”
“Una historia que te puedo asegurar es cierta es que asesinó brutalmente a diecinueve personas en un periodo de seis años. Puede que otras cosas sean verdades o mitos, pero eso es un hecho. Nunca te olvides de ello.”
“¿Le conoce?” preguntó Jessie.
“Así es. Le he entrevistado en dos ocasiones.”
“¿Y cómo fue?”
“Señorita Hunt, esa es una larga historia que tendré que compartir en otro momento,” dijo, devolviéndole sus propias palabras. “Por ahora, me pondré en contacto con ese doctor Ranier y comprobaré que lo que dices es cierto. Suponiendo que eso proceda sin incidencias, me pondré en contacto contigo para preparar tus prácticas. Sé que querrás empezar pronto.”
“Iría mañana, si pudiera.”
“En fin, ya veremos, puede que tarde un poco más que eso. Entretanto, intenta no saltar por las paredes. Que tengas un buen día, señorita Hunt.”
Dicho esto, cerró la puerta de su oficina, dejando a Jessie en el pasillo. Ella se dio la vuelta para marcharse. Echando un vistazo a este pasillo desconocido, se dio cuenta de que había estado tan metida en la conversación que no había prestado atención a nada más. No tenía ni idea de dónde estaba.
Se quedó allí parada un momento, imaginándose a sí misma sentada frente a frente con Bolton Crutchfield. La idea le excitaba tanto como le aterrorizaba. Había querido—no, necesitado—hablar con él durante algún tiempo. La posibilidad de que pudiera suceder pronto le hacía temblar de anticipación. Necesitaba respuestas a preguntas que nadie incluso sabía que tuviera. Y él era el único que las podía proporcionar. Pero no estaba segura de que lo haría. Y en caso de que estuviera dispuesto, ¿qué podía pedirle a cambio?
CAPÍTULO CINCO
Jessie se sentía tan entusiasmada que le llamó por teléfono a Kyle de camino entre la universidad y su casa, aunque sabía de sobra que siempre andaba de cabeza durante el día y casi nunca le respondía. Esta vez no fue diferente, pero no pudo evitar dejarle un mensaje de voz de todas maneras.
“Hola, cariño,” le dijo después del pitido. “Solo era para decirte que me fue extremadamente bien en mi primer día de clase. El profesor es todo un personaje, pero creo que puedo trabajar con él. Y espero empezar pronto con mis prácticas, quizá esta misma semana si todo sale bien. La verdad es que estoy algo mareada. Espero que tu día te esté yendo bien también. He pensado que podía hacer una cena especial para los dos esta noche, sobre todo ahora que por fin hemos encontrado las cajas con todas las cazuelas y sartenes. Dime a qué hora crees que vas a llegar esta noche y preparo algo rico. Podemos descorchar una de esas botellas de vino que hemos estado guardando y quizá empezar con eso de expandir nuestra unidad familiar. Bueno, hablamos luego. Te quiero.”
Hizo una parada en Bristol Farms de camino a casa y se dio el lujo de comprar unos peces branzino, que pensaba rellenar y cocinar en una pieza. Se encontró con unos mini brócolis de aspecto estupendo y también se los llevó. Mientras iba de camino a la caja, vio unas patatas enanas y también las metió al carro.
Sintió la tentación de encontrar algo decadente para postre, pero sabía que Kyle había estado entrenando con todas sus fuerzas y no lo probaría. Además, tenían algo de helado italiano en el congelador que serviría para la ocasión. Para cuando salió de la caja registradora, ya tenía todo el menú mapeado en su cabeza.
*
Jessie miraba fijamente a los platos llenos de comida sobre la mesa del comedor, antes de mirar su teléfono por tercera vez en cinco minutos. Eran las 7:13 y todavía no tenía noticias de Kyle.
Le había enviado un mensaje de texto después de recibir su mensaje de voz, diciéndole que le parecían genial los planes y que esperaba llegar a casa para las 6:30 de la tarde. Pero habían pasado más de cuarenta y cinco minutos y todavía no había llegado. Y peor aún, no se había puesto en contacto con Jessie para nada.
Lo había organizado todo para que la cena estuviera recién hecha y en la mesa esperándole a las 6:45, en caso de que llegara con algo de retraso. Pero no había aparecido. Le había enviado dos mensajes de texto y le había dejado un mensaje de voz en el intervalo entre ellos. Y, aun así, no había oído nada de Kyle desde ese primer mensaje de texto. Y ahora el pescado estaba en la mesa, mayormente frío, mirándole de vuelta con sus ojos inexpresivos.
Por fin, a las 7:21, Kyle le llamó. Por el ruido que se oía de fondo, supo que estaba en un bar antes de que dijera nada.
“Hola, Jess,” le gritó para que le oyera por encima de la música. “Disculpa por llamar tarde. ¿Cómo estás?”
“Estaba preocupada por ti,” le dijo, tratando de que no se le notara su frustración en la voz.
“Oh, lo siento,” dijo, sonando solo levemente arrepentido. “No tenía intención de preocuparte. Surgió algo de última hora. Teddy me llamó sobre las seis y dijo que tenía más clientes potenciales para mí. Me preguntó si podíamos vernos con estos tipos en un bar llamado Sharkie’s en el puerto. Supuse que no puedo dejar pasar este tipo de oportunidades cuando soy el chico nuevo de la oficina, ¿sabes?”
“¿Y no podías haberme llamado para decírmelo?”
“Es mi culpa,” chilló Kyle. “Todo fue tan apresurado que se salió del cauce. No he podido escabullirme hasta ahora para llamarte.”
“Preparé una gran cena, Kyle. Pensábamos celebrar juntos esta noche, ¿recuerdas? Abrí una botella de vino de cien dólares. Se suponía que iba a ser una velada romántica.”
“Ya lo sé,” le dijo. “Pero no podía escaparme de esto. Creo que puedo conseguir a los dos amigos de Teddy como clientes míos. Y siempre podemos probar con lo de hacer niños cuando llegue a casa.”
Jessie suspiró largamente para poder mantener la calma en la voz al responder.
“Va a ser tarde cuando regreses,” dijo ella. “Estaré cansada y tú medio borracho. No es así cómo lo había visualizado.”
“Escúchame, Jessie. Lamento no haber llamado. Pero ¿pretendes que deje pasar por alto una oportunidad como esta? No solo estoy tomando chupitos aquí. Estoy haciendo negocios e intentando hacer unos cuantos amigos mientras estoy en ello. ¿Vas a utilizar eso en mi contra?”
“Supongo que me estoy enterando de cuáles son tus prioridades,” le respondió.
“Jessica, tú siempre eres mi principal prioridad,” insistió Kyle. “Solamente estoy intentando balancear todo. Supongo que la he cagado. Te prometo que estaré en casa para las nueve, ¿vale? ¿Encaja eso con tu horario?”
Le había sonado sincero hasta esa última línea, que le salió llena de sarcasmo y resentimiento. La pared emocional que había erigido Jessie entre ellos se estaba derrumbando poco a poco hasta que escuchó esas palabras.
“Haz lo que tú quieras,” le replicó con brusquedad antes de colgar.
Se puso de pie y captó un reflejo de sí misma en el espejo del dormitorio. Llevaba puesto un vestido elegante de satén azul con un cuello que se hundía entre sus senos y una apertura alargada en el costado derecho desde su muslo. Tenía el pelo atado en un moño casual que había pensado deshacer como parte de su seducción después de la cena. Los tacones que llevaba le añadían como 12 centímetros a su altura normal, con lo que parecía que medía más de uno ochenta.
De pronto, le resultó todo tan ridículo. Estaba jugando a un juego patético con eso de ponerse guapa. Pero a la hora de la verdad, solo era otra patética ama de casa esperando a que llegara su hombre a casa para darle un sentido a su vida.
Agarró los platos y se dirigió a la cocina, donde tiró las dos comidas a la basura, con el pescado entero. Se cambió de ropa y se puso sus sudaderas. Después, regresó al comedor, agarró la botella que había abierto de Shiraz, se sirvió una copa hasta los topes, y le dio un buen trago de camino al comedor. Se tiró sobre el sofá, encendió la televisión, y se acabó conformando con lo que parecía ser un maratón de Life Below Zero, una serie de casos reales sobre gente que ha vivido voluntariamente en ciertas partes inhóspitas de Alaska. Lo racionalizó diciéndose a sí misma que esto le ayudaría a apreciar que había gente a la que le iba bastante peor que a ella con su mansión elegante al sur de California y su vino de cien dólares y su pantalla de televisión de 70 pulgadas.
En algún punto del tercer episodio, con la botella medio vacía, se quedó dormida. Se despertó cuando Kyle le sacudió suavemente el hombro. A través de sus ojos borrosos, podía asegurar que iba medio borracho.
“¿Qué hora es?” murmuró.
“Poco más de las once.”
“¿Qué pasó con lo de llegar a casa a las nueve?” le preguntó.
“Me entretuvieron,” le dijo tímidamente. “Mira, cariño, ya sé que te tenía que haber llamado antes. No estuvo bien, y lo siento de veras.”
“Muy bien,” dijo ella. Tenía la boca pastosa y le dolía la cabeza.
Kyle le pasó un dedo por el brazo.
“Me gustaría compensarte por ello,” le ofreció provocativamente.
“Esta noche no, Kyle,” le dijo, echando su mano a un lado al tiempo que se incorporaba. “No estoy de humor. Ni siquiera un poco. Quizá la próxima vez puedas tratar de no hacerme sentir como el pobre segundo plato. Me voy a la cama.”
Ascendió por las escaleras y, a pesar de las ganas que tenía de volver la vista para ver su reacción, siguió caminando sin decir ni una palabra más. Kyle no dijo nada. Se metió en la cama sin tan siquiera apagar las luces. A pesar del dolor de cabeza y de la boca pastosa, se quedó dormida en menos de un minuto.
*
Jessie notaba cómo unas ramas llena de pinchos le arañaban el rostro mientras corría a través del bosque. Era invierno y sabía que incluso descalza, sus pisadas, pateando las hojas caídas y secas que cubrían la nieve, se oían perfectamente; que seguramente él las podría escuchar. Pero no había elección. Su única esperanza era continuar en movimiento y esperar que él no pudiera encontrarla.
Pero ella no conocía bien el bosque y él sí. Estaba corriendo a ciegas, completamente perdida y en busca de algún hito familiar. Sus piernecitas eran demasiado cortas. Sabía que él le estaba alcanzando. Podía escuchar sus pisadas fuertes y hasta su respiración todavía más sonora. No había lugar dónde esconderse.
CAPÍTULO SEIS
Jessie se incorporó de repente en la cama, despertándose justo a tiempo de oír su propio grito. Le llevó unos segundos reorientarse y caer en la cuenta de que estaba en su propia cama en Westport Beach, y que llevaba puesta la ropa en la que se había quedado frita la noche pasada con la embriaguez.
Tenía el cuerpo cubierto de sudor y la respiración agitada. Creyó que realmente podía escuchar cómo le corría la sangre por las venas. Levantó la mano y se tocó la mejilla izquierda. La cicatriz causada por la rama todavía seguía allí. Se había difuminado y podía cubrirla con maquillaje, a diferencia de la otra más alargada que tenía a la derecha del cuello. Aun así, podía sentir dónde sobresalía del resto de su piel. Casi podía sentir el pincho afilado en este momento.
Echó una mirada a su izquierda y vio que la cama estaba vacía. Podía asegurar que Kyle había dormido allí por el hueco que había en su almohada y el lío de sábanas, pero él no estaba por ninguna parte. Se quedó escuchando a ver si oía el sonido de la ducha, pero la casa estaba en silencio. De una ojeada a su reloj de sobremesa, vio que eran las 7:45 de la mañana. A estas horas, Kyle ya se habría ido al trabajo.
Salió de la cama, tratando de ignorar su cabeza pulsante mientras se metía al cuarto de baño. Después de una ducha de quince minutos, de la que se pasó la mitad sentada en las baldosas frescas, se sentía preparada para vestirse y bajar. En la cocina, vio una nota que habían colocado sobre la mesa del desayuno. Decía “Lamento de nuevo lo de anoche. Me encantaría hacerlo de nuevo cuando estés dispuesta. Te quiero.”
Jessie la puso a un lado y se preparó algo de café y avena, lo único que se sentía capaz de engullir en este momento. Consiguió terminar la mitad del bol, tiró el resto a la basura, y se fue hasta la sala de estar, donde le esperaban una docena de cajas por desembalar.
Se acomodó en una butaca con unas tijeras, dejó su café sobre la mesa que había al final, y acercó una caja hacia sí. Mientras revisaba distraídamente las cajas, tachando artículos a medida que los localizaba, su mente divagó hacia el tema de su tesis en el DNR.
De no haberse peleado, seguramente Jessie le hubiera acabado contando a Kyle no solo lo de sus prácticas en las instalaciones, sino lo de las terribles consecuencias a las que había tenido que enfrentarse debido a su tesis, entre ellas el interrogatorio. Y eso hubiera sido una violación de su acuerdo de confidencialidad.
Obviamente, él conocía el tema a grandes rasgos, ya que había hablado del proyecto con él mientras lo investigaba. Pero el Panel le había obligado a guardar el secreto a posterioridad, incluso de su marido.
Le había resultado extraño ocultarle una parte tan importante de su vida a su compañero. Pero le habían asegurado que era necesario. Y aparte de algunas preguntas generales sobre cómo había ido todo el asunto, él no le presionó mucho sobre ello. Unas cuantas respuestas vagas le dejaron satisfecho, lo cual había sido todo un alivio en su momento.
Pero ayer, con el entusiasmo por lo que había estado haciendo—visitando un hospital mental para asesinos—en su máximo cociente, estaba dispuesta a ponerle por fin al día, a pesar de la prohibición y de sus consecuencias. Si su pelea tenía alguna consecuencia positiva, era que le había impedido contarle todo a Kyle y poner sus futuros en peligro.
Pero, ¿qué clase de futuro es ese si no puedo contarle mis secretos a mi propio marido? ¿Y si a él parece no importarle que los tenga?
Una ligera ola de melancolía le recorrió el cuerpo ante esa idea. Intentó echarla a un lado, pero no podía deshacerse de ella.
Le sobresaltó el sonido del timbre. Mirando a su reloj de pulsera, se dio cuenta de que había estado sentada en el mismo lugar, perdida en su tristeza, con las manos sobre una caja de embalaje sin abrir, durante los últimos diez minutos.
Se levantó y caminó hacia la puerta, tratando de sacudirse el pesar de su sistema a cada paso que daba. Cuando abrió la puerta, allí estaba Kimberly, la vecina de enfrente, con una sonrisa animada en la cara. Jessie intentó imitarla.
“Hola, vecina,” dijo Kimberly con entusiasmo. “¿Cómo va el desembalaje?”
“Lento,” admitió Jessie. “Pero gracias por preguntarlo. ¿Cómo estás?”