“¡Que nadie me moleste!” exclamó a la chica. “O haré que te arranquen la piel por ello”.
Estefanía necesitaba estar a solas con sus pensamientos, aunque fueran unos pensamientos tan oscuros que una parte de ella deseara tirarse desde el balcón de sus aposentos solo para acabar con todo aquello. Thanos se había ido. Con todo lo que ella había hecho, por todo lo que ella había trabajado y Thanos se había ido. Antes de él, ella nunca había creído en el amor; estaba convencida de que era una flaqueza que solo te abría las puertas al dolor, pero con él parecía valer la pena arriesgarse. Ahora, resultaba que ella estaba en lo cierto. El amor solo facilitaba las cosas al mundo para que te hiciera daño.
Estefanía escuchó el ruido de la puerta al abrirse y se giró de nuevo, buscando algo más para lanzar.
“¡Dije que no me molestaran!” gritó antes de ver quién era.
“Esto no es ser muy agradecida”, dijo Lucio al entrar, “después de que mandé que te escoltaran hasta aquí con cuidado para asegurarme de que estarías a salvo”.
Lucio iba vestido como un príncipe de cuento, con terciopelo blanco trabajado con motivos de oro y piedras preciosas. Llevaba su puñal en el cinturón, pero se había quitado la armadura dorada y la espada. Incluso su pelo parecía recién lavado, sin ninguna impureza de la ciudad. Para Estefanía, tenía más el aspecto de un hombre preparado para cantar canciones bajo la ventana que para organizar la defensa de la ciudad.
“Escoltarme”, dijo Estefanía con una sonrisa tensa. “Es una buena palabra para eso”.
“Me aseguré de que viajaras a salvo por las calles de nuestra ciudad rotas por la guerra”, dijo Lucio, “mis hombres se ocuparon de que no cayeras presa de los rebeldes, o de que no te secuestrara el asesino de tu marido. ¿Sabías que escapó?”
Estefanía frunció el ceño. ¿A qué estaba jugando Lucio?
“Por supuesto que lo sé”, contestó bruscamente Estefanía. Se puso de pie, pues no le gustaba que Lucio estuviera por encima de ella. “Yo estaba allí”.
Vio que Lucio levantaba una ceja fingiendo sorpresa. “¿Por qué, Estefanía, estás confesando que jugaste algún papel en la fuga de tu marido? Porque ninguna de las pruebas apunta en esa dirección”.
Estefanía lo miró guardando la compostura. “¿Qué hiciste?”
“Yo no hice nada”, dijo Lucio, que evidentemente estaba disfrutando mucho de todo aquello. “De hecho, he estado buscando arduamente la verdad del asunto. Muy arduamente”.
Lo que, para Lucio, significaba torturando a la gente. Estefanía no se oponía a la crueldad, pero desde luego no le producía el placer que le producía a él.
Suspiró. “Déjate de jueguecitos. ¿Qué has hecho?”
Lucio encogió los hombros. “He procurado que las cosas fueran como yo quería”, dijo. “Cuando hable con mi padre, le diré que Thanos mató a unos cuantos guardias al fugarse, mientras otro confesó ayudarle por afinidad con los rebeldes. Desgraciadamente, no vivió para contar su historia de nuevo. Tenía el corazón débil”.
Era evidente que Lucio se había asegurado de que nadie que hubiera visto a Estefanía allí sobreviviera. Incluso Estefanía sentía repulsión por la crueldad de todo aquello, aunque por otra parte ya estaba calculando en qué contexto la dejaba para todo lo demás a ella.
“Desgraciadamente, parece ser que una de tus doncellas se vio atrapada en la conspiración”, dijo Lucio. “Al parecer, Thanos la sedujo”.
La ira estalló como un fogonazo dentro de Estefanía. “¡Son mis doncellas!”
No solo era por pensar que hirieran a las mujeres que la habían servido con tanta lealtad, aunque aquello ya era suficientemente malo. Era el pensar que Lucio osara hacer daño a alguien que era obviamente suya. No era solo pensar que hicieran daño a una de las que la habían servido, ¡era el insulto que aquello representaba!”
“Y de eso se trataba”, dijo Lucio. “Demasiada gente la había visto haciendo encargos para ti. Y cuando le ofrecí a la chica su vida a cambio de todo lo que supiera, se mostró muy servicial”.
Estefanía apartó la mirada. “¿Por qué haces todo esto, Lucio? Podrías haberme dejado marchar con Thanos”.
“Thanos no te merecía”, dijo Lucio. “En absoluto merecía ser feliz”.
“¿Y por qué encubres mi papel en ello?” preguntó Estefanía. “Podrías haberte mantenido alejado y ver cómo me ejecutaban”.
“Lo pensé”, confesó Lucio. “O al menos, pensé en preguntar al rey por ti cuando se lo contamos. Pero había muchas posibilidades de que te ejecutaran sin pensarlo dos veces, y no podíamos permitir eso”.
Solo Lucio podía hablar de algo así tan abiertamente, o pensar que Estefanía era algo que podía pedir a su padre como si fuera una baratija preciosa. Solo pensar en ello le producía grima.
“Pero entonces me pasó por la cabeza”, dijo Lucio, “que estoy disfrutando demasiado del juego entre nosotros para hacer algo así. De todas formas, no es así como te quiero. Quiero que seas mi igual, mi compañera. Verdaderamente mía”.
Estefanía se dirigió hacia el balcón, sobre todo en busca de aire fresco. Desde tan cerca, el olor de Lucio era de una cara agua de rosas y perfumes claramente pensados para ocultar la sangre que había debajo de los sobreesfuerzos del resto del día.
“¿Qué estás diciendo?” preguntó Estefanía, aunque ya se hacía bien la idea de qué podría querer Lucio de ella. Ella misma se había preocupado de descubrir todo lo que podía de los demás de la corte, incluidos los gustos de Lucio.
Aunque quizás no había hecho un trabajo tan bueno. No se había dado cuenta de que Lucio había estado sonsacando a su red de confidentes y espías. Tampoco había averiguado las cosas que estaba haciendo Thanos, hasta que fue demasiado tarde.
Pero no podía compararlos. Lucio no tenía ninguna moral ni nada que lo detuviera en absoluto, siempre estaba buscando nuevas maneras de hacer daño a los demás. Thanos era fuerte y tenía principios, era cariñoso y protector.
Pero él había sido el que la había dejado. La había abandonado, sabiendo lo que pasaría después.
Lucio alargó el brazo para coger su mano, agarrándola de una forma más suave de lo que se podría esperar normalmente de él. Aún así, Estefanía tuvo que luchar para reprimir el ansia de encogerse cuando levantó su mano para acercarla a los labios de él, para besarle la parte interior de la muñeca, justo donde el pulso latía.
“Lucio”, dijo Estefanía, apartando la mano. “Soy una mujer casada”.
“Rara vez pienso que eso sea un impedimento”, remarcó Lucio. “Y, para ser honesto, Estefanía, dudo que para ti lo fuera”.
Entonces la furia de Estefanía estalló de nuevo. “No sabes nada sobre mí”.
“Lo sé todo sobre ti”, dijo Lucio. “Y cuanto más veo, más sé que tú y yo somos perfectos el uno para el otro”.
Estefanía se marchó, pero Lucio la siguió. Evidentemente. A él jamás lo rechazaban.
“Piénsalo, Estefanía”, dijo Lucio. “Pensaba que tenías la cabeza hueca, pero después descubrí la tela de araña que habías tejido en Delos. ¿Sabes qué sentí entonces?”
“¿Rabia por haber estado haciendo el tonto?” sugirió Estefanía.
“Cuidado”, dijo Lucio. “No te gustaría que me enfadara contigo. No, sentí admiración. Antes pensaba que serías buena en la cama para una o dos noches. Después pensé que eras alguien que verdaderamente comprendía cómo funcionaba el mundo”.
Oh, Estefanía lo comprendía, mejor que nadie a quien alguien como Lucio pudiera conocer. Él tenía su posición, que lo protegía de cualquier cosa con que se pudiera encontrar en el mundo. Estefanía solo tenía su inteligencia.
“Y decidiste que seríamos la pareja perfecta”, dijo Estefanía. “Entonces dime, ¿qué pensabas hacer acerca de mi matrimonio con Thanos?”
“Estas cosas se pueden dejar a un lado”, dijo Lucio, como si fuera tan sencillo como chasquear los dedos. “Después de lo que ha hecho, imaginaba que te alegrarías de liberarte de aquella ligadura”.
Sería una ventaja que los sacerdotes se encargaran de ello, porque sino Estefanía corría el peligro de que los crímenes de Thanos mancharan su imagen. Siempre sería la mujer que estaba casada con el traidor, a pesar de que Lucio se había asegurado de que nadie la relacionara con los crímenes.
“O, si no deseas eso”, dijo Lucio, “estoy seguro de que no costará mucho asegurar su deceso. Al fin y al cabo, tú casi lo conseguiste. Sin importar donde haya ido, se podría pensar en otro sicario. Podrías estar de luto durante un… tiempo razonable. Estoy seguro de que el negro te quedaría bien. Estás hermosa con todo lo demás”.
Había algo en la mirada de Lucio que hacía que Estefanía se sintiera incómoda, como si intentara imaginar qué aspecto tendría sin llevar nada encima. Lo miró directamente a los ojos, intentando mantener un tono formal.
“¿Y después qué?” exigió ella.
“Y después te casas con un príncipe más apropiado”, dijo Lucio. “Piensa en todo lo que podríamos hacer juntos, con las cosas que tú sabes y las cosas que yo puedo hacer. Podríamos gobernar el Imperio juntos, y la rebelión jamás podría ni tocarnos. Debes admitirlo, seríamos una pareja encantadora”.
Entonces Estefanía se rio. No pudo evitarlo. “No, Lucio. No lo seríamos, porque yo no siento nada por ti más allá del desprecio. Eres un matón, y peor, eres la razón por la que lo he perdido todo. ¿Por qué iba a considerar casarme contigo?”
Observó que la expresión de Lucio se endurecía.
“Yo podría conseguir que lo hicieras”, remarcó Lucio. “Podría hacerte hacer lo que quisiera. ¿No crees que todavía podría dar a conocer tu parte en la fuga de Thanos? Quizás me quedé con aquella doncella tuya, como seguro”.
“¿Forzándome a casarme?” dijo Estefanía. ¿Qué clase de hombre haría eso?
Lucio extendió las manos. “No eres tan diferente a mí, Estefanía. Conoces las reglas del juego. Tú no querrías a un estúpido que viniera a ti con flores y joyas. Además, aprenderías a quererme. Quisieras o no”.
Volvió a alargar el brazo hacia ella, y Estefanía puso su mano sobre el pecho de él. “Tócame, y no saldrás de esta habitación con vida”.
“¿Quieres que desvele tu parte ayudando a escapar a Thanos?” preguntó.
“Olvidas tu propia parte”, dijo Estefanía. “A fin de cuentas, tú lo sabías todo. ¿Cómo reaccionaría el rey si se lo dijera?”
En aquel momento esperaba rabia por parte de Lucio, quizás incluso violencia. En cambio, vio que sonreía.
“Sabía que eras perfecta para mí”, dijo. Incluso en tu situación, encuentras el modo de contraatacar, y a la perfección. Juntos, no habrá nada que no podamos hacer. Sin embargo, sé que te llevará un tiempo darte cuenta de ello. Has pasado mucho”.
Sonaba exactamente como lo haría un pretendiente preocupado, lo que hacía que Estefanía se fiara menos de él.
“Piensa por un rato en todo lo que he dicho”, dijo Lucio. “Piensa en todo lo que podría ofrecerte un matrimonio conmigo. Sin duda, comparado con ser la mujer que estuvo casada con un traidor. Puede que todavía no me quieras, pero la gente como nosotros no toma decisiones basadas en este tipo de tonterías. Las tomamos porque somos superiores y reconocemos a los que son como nosotros solo con verlos”.
Estefanía no era en absoluto como Lucio, pero sabía que era mejor no decirlo. Solo quería que se marchase.
“Mientras tanto”, dijo Lucio al ver que no contestaba, “tengo un regalo para ti. Aquella doncella tuya pensó que lo necesitarías. Me contó todo tipo de cosas sobre ti mientras suplicaba por su vida”.
Sacó un botellín de la pequeña bolsa que llevaba en el cinturón y lo dejó encima de la mesa que había al lado de la ventana.
“Me habló de la razón por la que tuviste que irte corriendo del festival de la luna de sangre”, dijo Lucio. “De tu embarazo. Evidentemente nunca podría criar al hijo de Thanos. Bébete esto y no habrá ningún problema. En ningún sentido”.
Estefanía deseaba arrojarle el botellín. Lo cogió para hacerlo, pero él ya había salido por la puerta.
Se disponía a lanzárselo de todos modos, pero se detuvo, se sentó junto a la ventana y miró fijamente a través de ella.
Estaba despejado, el sol brillaba a través de ella de un modo que hacía que pareciera más inocente de lo que era. Si bebía aquello, sería libre para casarse con Lucio, lo que era un pensamiento horrible. Pero que la situaría en una de las posiciones más poderosas dentro del Imperio. Si bebía aquello, el último resto de Thanos desaparecería.
Estefanía estaba allí sentada, sin saber qué hacer y, lentamente, las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas.
Quizás acabaría bebiéndoselo, después de todo.
CAPÍTULO TRES
Ceres luchaba desesperadamente por recuperar la conciencia, abriéndose camino entre los velos de oscuridad que la acorralaban, como una mujer que se está ahogando y agita brazos y piernas para salir del agua. Incluso ahora, podía escuchar los gritos de los que estaban muriendo. La emboscada. La batalla. Debía obligarse a despertar, o todo estaría perdido…
Abrió los ojos de golpe y se levantó, dispuesta a continuar con la lucha. Al menos, lo intentaría. Algo le sujetaba las muñecas y los tobillos, reteniéndola. Finalmente el sueño desapareció y Ceres vio donde estaba.
La rodeaban paredes de piedra, que trazaban una curva que apenas dejaba un espacio lo suficientemente grande para que Ceres se tumbara. No había cama, solo un suelo duro de piedra. Una pequeña ventana con barrotes dejaba entrar la luz. Ceres sentía el restrictivo peso del acero alrededor de sus muñecas y tobillos, y vio el pesado soporte donde las cadenas la conectaban a la pared, la gruesa puerta amarrada con bandas de hierro que la proclamaban prisionera. La cadena desaparecía a través de una ranura que había en la puerta, lo que sugería que podían tirar de ella desde fuera, directa hacia el soporte, hasta dejarla pegada a la pared.
Ceres se llenó de ira al verse atrapada de aquella manera. Tiró del soporte, simplemente para intentar arrancarlo con la fuerza que sus poderes le concedían. No pasó nada.
Era como si tuviera niebla dentro de su cabeza e intentara ver a través de ella hacia el paisaje que había más allá. La luz del recuerdo parecía abrirse camino a través de la niebla por aquí y por allí, pero era algo fragmentado.
Recordaba las puertas de la ciudad abriéndose, los “rebeldes” haciéndoles señales con la mano para que entraran. Yendo al ataque, entregándolo todo en la que pensaban que sería la batalla clave para la ciudad.
Ceres se desplomó hacia atrás. Se hizo daño y algunas de las heridas eran más profundas que las físicas.
“Alguien nos traicionó”, dijo Ceres en voz baja.
Habían estado a punto de alcanzar la victoria, y alguien lo había revelado todo. Por dinero, o miedo, o por la necesidad de poder, alguien había revelado todo por lo que habían estado trabajando y los había dirigido hacia una trampa.
Entonces Ceres lo recordó. Recordó ver al sobrino de Lord West con una flecha sobresaliendo de su garganta, la mirada de impotencia e incredulidad que había asomado en su rostro antes de caer de la silla.
Recordaba las flechas bloqueando el sol, las barricadas, el fuego.
Los hombres de Lord West habían intentado disparar a los arqueros que los atacaban. Ceres había visto sus habilidades como arqueros a caballo durante su viaje a Delos, eran capaces de cazar con arcos pequeños y disparar a todo galope si era necesario. Al disparar sus primeras flechas como respuesta, Ceres incluso se había atrevido a tener esperanza, porque parecía que aquellos hombres serían capaces de superar cualquier cosa.
Pero no lo hicieron. Con los arqueros de Lucio escondidos por los tejados, se habían encontrado en clara desventaja. En algún momento del caos, ollas de fuego se habían unido a las flechas, y Ceres había sentido el horror de ver que los hombres empezaban a arder. Solo Lucio podía haber usado el fuego como arma en su propia ciudad, sin importarle si las llamas se extendían a las casas de los alrededores. Ceres había visto a los caballos encabritarse, lanzando a los hombres que los montaban presos por el pánico.