Gobernante, Rival, Exiliado - Морган Райс 2 стр.


—Tenemos una oferta de un comerciante para abastecer a nuestras fuerzas —dijo uno de los cortesanos—. Un hombre llamado Grathir.

Estefanía resopló al escucharlo e Irrien bajó la mirada hacia ella.

—¿Tienes algo que decir, esclava?

Se tragó la necesidad de replicar a aquello.

—Solo que Grathir tiene la mala fama de suministrar bienes de calidad inferior. Pero su antiguo compañero de negocios está listo para hacerse cargo de ellos. Si lo financia a él, podría conseguir todas las provisiones que desee.

Irrien la miró fijamente manteniendo la compostura.

—¿Por qué me cuentas esto?

Estefanía sabía que esa era su oportunidad, pero debía actuar con cautela.

—Quiero demostrarle que puedo serle útil.

No respondió, sino que dirigió su atención a los hombres que había allí.

—Lo pensaré. ¿Qué más hay?

Al parecer, lo que había eran más peticiones por parte de los representantes de los otros gobernantes de Felldust.

—La Segunda Piedra querría saber cuándo regresará a Felldust —dijo un representante—. Hay asuntos que requieren que las Cinco Piedras estén juntas.

—La Cuarta Piedra Vexa solicita más espacio para su contingente de barcos.

—La Tercera Piedra Kas manda sus felicitaciones por nuestra victoria compartida.

Estefanía repasaba los nombres de las otras Piedras de Felldust. El Astuto Ulren, Kas, Barba de Horca, Vexa, la única Piedra mujer, Borion el Vanidoso. Los nombres secundarios se comparaban a Irrien, aunque teóricamente todos menos sus iguales. Tan solo el hecho de que no estuvieran aquí le daba tanto poder a Irrien.

Junto con los nombres, la memoria de Estefanía almacenaba intereses, flaquezas, deseos. Ulren estaba envejeciendo a la sombra de Irrien, y hubiera tenido el asiento de Primera Piedra si el señor de la guerra no lo hubiera tomado. Kas era cauteloso, un señor de comerciantes que calculaba cada moneda antes de actuar. Vexa tenía una casa lejos de la ciudad, donde se rumoreaba que sus sirvientes no tenían lengua para que no pudieran contar lo que veían. Borion era el más débil, posiblemente perdería su asiento frente al próximo contrincante.

Mientras pensaba en la situación de Felldust, Estefanía posó delicadamente sus dedos sobre el brazo de Irrien. Se movía con delicadeza, sin apenas tocar. Había aprendido las habilidades de la seducción mucho tiempo atrás, y había pasado tiempo perfeccionándolas con una serie de útiles amantes. Había persuadido a Thanos, ¿verdad? ¿Cuánto más le costaría hacerlo con Irrien?

Notó el momento en el que él se puso tenso.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.

—Parece tenso con toda esta conversación —dijo Estefanía—. Pensé que podía ayudar. Tal vez podría ayudarle a relajar… ¿de otro modo?

La clave estaba en no presionar demasiado. Insinuar y ofrecer, pero nunca exigir abiertamente. Estefanía puso su mirada más inocente, miró fijamente a Irrien a los ojos… y lanzó un grito cuando este le dio una bofetada con indiferencia.

La furia estalló en su interior ante eso. El orgullo de Estefanía le dijo que encontraría el modo de hacer pagar a Irrien por ese golpe, que se vengaría de él.

—Ah, aquí tenemos a la verdadera Estefanía —dijo Irrien—. ¿Piensas que me engañas fingiendo ser una humilde esclava? ¿Piensas que soy tan estúpido como para creer que te puedo destrozar con un golpe?

El miedo estalló de nuevo en Estefanía. Todavía recordaba el silbido del látigo cuando Irrien la golpeó con él. Su espalda todavía ardía al recordar los golpes. Hubo un tiempo en el que disfrutaba castigando a los sirvientes que lo merecían. Ahora, pensar en ello solo le hacía revivir el dolor.

Aun así, usaría el dolor si tenía que hacerlo.

—No, pero estoy segura de que planeas más —dijo Estefanía. Esta vez ni siquiera intentó parecer inocente—. Vas a disfrutar tanto intentando destrozarme como yo voy a disfrutar jugando contigo mientras lo haces. ¿No es esa la mitad de la diversión?

Irrien la azotó de nuevo. Entonces Estefanía dejó que viera su desafío. Era evidente lo que él quería. Ella haría todo lo que tuviera que hacer para ligarlo a ella. Una vez lo hubiera hecho, no importaría lo que hubiera sufrido para llegar allí.

—Te crees especial, ¿verdad? —dijo Irrien—. Eres solo una esclava.

—Una esclava que tienes atada a tu trono —remarcó Estefanía con su voz más sensual—. Una esclava a la que evidentemente tienes pensado llevarte a la cama. Una esclava que podría ser mucho más. Una compañera. Conozco Delos como nadie más. ¿Por qué no admitirlo?

Entonces Irrien se puso de pie.

—Tienes razón. He cometido un error.

Extendió los brazos, cogió sus cadenas y la liberó del trono. Por un instante, Estefanía tuvo la sensación de triunfo cuando él la levantó. Incluso aunque ahora fuera cruel con ella, aunque la arrastrara hasta sus aposentos y la arrojara reivindicando que era suya, estaba avanzando.

Sin embargo, no fue allí donde la arrojó. La tiró contra el frío mármol y ella sintió su dureza bajo sus rodillas mientras patinaba hasta detenerse frente a uno de los tipos que había allí.

La conmoción le golpeó más que el dolor. ¿Cómo podía hacer eso Irrien? ¿Ella no había sido todo lo que él podía desear? Al alzar la vista, Estefanía vio al hombre de túnica oscura mirándola con evidente desprecio.

—Cometí el error de pensar que bien valías mi tiempo —dijo Irrien—. ¿Desea un sacrificio, padre? Llévesela. Sáquele la criatura y ofrézcala a los dioses en mi nombre. No mantendré vivo a un mocoso gimoteando mientras reclama este trono. Cuando acabes, arroja lo que quede de ella para que los carroñeros se la coman.

Estefanía miró fijamente al sacerdote, después echó un vistazo a Irrien, sin apenas poder formar las palabras. Esto no podía estar sucediendo. No. Ella no lo permitiría.

—Por favor —dijo—. Esto es ridículo. ¡Yo puedo hacer mucho más que esto por ti!

Pero a ellos parecía no importarles. El pánico se apoderó de ella, junto con la conmoción de pensar que esto estaba sucediendo realmente. Iban a hacerlo de verdad.

No. No, ¡no podían hacerlo!

Gritó cuando el sacerdote le agarró los brazos. Otro la cogió por las piernas y se la llevaron entre los dos, mientras ella todavía forcejeaba. Irrien y los demás les siguieron, pero ahora mismo a Estefanía no le importaban. Solo le importaba una cosa:

Iban a matar a su bebé.

CAPÍTULO DOS

Ceres todavía no podía creer que hubieran escapado. Estaba tumbada en la cubierta de la barca que habían robado y parecía imposible pensar que realmente estaban allí y no en una cantera de lucha debajo del castillo, esperando morir.

Pero todavía no estaban a salvo. Una flecha que pasó volando por encima de sus cabezas lo dejó mucho más claro.

Ceres miró por encima del barandal de la barca, intentando pensar en algo que pudiera hacer. Los arqueros disparaban desde la orilla, la mayoría de sus astas impactaban contra el agua alrededor de la barca, otras chocaban contra la madera y se quedaban vibrando hasta agotar la energía.

—Tenemos que movernos más rápido —dijo Thanos, que estaba a su lado. Fue corriendo hacia una de las velas—. Ayúdame a levantarla.

—No… todavía no —graznó una voz desde el otro lado de cubierta.

Akila estaba allí tumbado y a Ceres le parecía que tenía un aspecto horrible. Solo unos minutos antes, tenía la espada de la Primera Piedra clavada y, ahora que Ceres se la había quitado, estaba perdiendo sangre de forma evidente. Aun así, consiguió levantar la cabeza y la miró con un apuro que era difícil de ignorar.

—Todavía no —repitió—. Los barcos que rodean el puerto tienen nuestro viento, y una vela nos convertiría en un objetivo. Usad los remos.

Ceres asintió y llamó a Thanos para que fuera hacia donde los combatientes que habían rescatado estaban remando. Era difícil encontrar un espacio en el que meterse al lado de aquellos hombres tan musculosos, pero consiguió apretujarse y contribuir con la poca fuerza que le quedaba a sus esfuerzos.

Llegaron hasta la sombra de una galera amarrada y las flechas se detuvieron.

—Ahora debemos ser astutos —dijo Ceres—. No pueden matarnos si no nos encuentran.

Ella soltó su remo y los demás hicieron lo mismo durante uno o dos instantes, dejando que su barca fuera a la deriva con el oleaje de la otra barca más grande, imposible de ver desde la orilla.

Esto le permitió un instante para acercarse a Akila. Hacía muy poco que Ceres lo conocía, pero todavía se sentía culpable por lo que le había sucedido. Había estado luchando por su causa cuando sufrió la herida que, incluso ahora, parecía una boca muy abierta en su costado.

Sartes y Leyana estaban de rodillas a su lado, intentando detener la pérdida de sangre. Ceres se quedó sorprendida ante el buen trabajo que estaban haciendo. Supuso que la guerra había obligado a la gente a aprender todo tipo de habilidades que, de otro modo, no tendrían.

—¿Saldrá de esta? —preguntó Ceres a su hermano.

Sartes alzó la vista para mirarla. Tenía sangre en las manos. A su lado, Leyana estaba pálida por el esfuerzo.

—No lo sé —dijo Sartes—. He visto muchas heridas de espada antes, y creo que esta no ha afectado a los órganos importantes, pero solo me baso en el hecho de que no ha muerto todavía.

—Lo estás haciendo bien —dijo Leyana, alargando el brazo hasta tocar la mano de Sartes—. Pero nadie puede hacer gran cosa en una barca y necesitamos a un curandero de verdad.

Ceres estaba contenta de que ella estuviera allí. Por lo poco que había visto de la chica hasta el momento, Leyana y su hermano parecían encajar bien el uno con el otro. Realmente, parecía que estaban haciendo un buen trabajo entre los dos para mantener a Akila con vida.

—Te conseguiremos un curandero —prometió Ceres, aunque ahora mismo no estaba segura de poder mantener esta promesa—. Como sea.

Ahora Thanos estaba en la proa de la barca. Ceres fue hacia él, con la esperanza de que él tuviera alguna idea más de cómo salir de allí. Ahora mismo, el puerto estaba lleno de barcas, la flota invasora parecía una ciudad flotante junto a la de verdad.

—En Felldust era peor que esto —dijo Thanos—. Esta es la flota principal, pero todavía hay más barcas esperando para venir.

—Esperando para destrozar el Imperio —supuso Ceres.

No estaba segura de cómo se sentía por ello. Ella había estado trabajando para derribar al Imperio, pero esto… esto solo significaba que más gente sufriría. La gente común y los nobles por igual serían esclavizados a manos de los invasores, si no los mataban directamente. A estas alturas, también habrían encontrado a Estefanía. Seguramente, Ceres debería sentir cierta satisfacción por ello, pero costaba sentir otra cosa que no fuera alivio porque finalmente estaba fuera de sus vidas.

—¿Te arrepientes de haber dejado atrás a Estefanía? —preguntó Ceres a Thanos.

Alargó un brazo y la rodeó con él.

—Me arrepiento de haber llegado hasta esto —dijo—. Pero después de todo lo que hizo… no, no me arrepiento. Merecía eso y más.

Parecía decirlo sinceramente, pero Ceres sabía lo complicadas que eran las cosas cuando se trataba de Estefanía. Sin embargo, ahora había desaparecido, probablemente estaría muerta. Ellos eran libres. O lo serían, si podían salir de este puerto con vida.

Al otro lado de cubierta, vio que su padre hacía una señal con la cabeza mientras señalaba con el dedo.

—¿Veis aquellos barcos de allí? Parece que se van.

En efecto, galeras y cocas abandonaban el barco, apiñadas en un grupo como si tuvieran miedo de que alguien les quitara lo que tenían si no lo hacían. Teniendo en cuenta como era Felldust, probablemente alguien lo haría.

—¿Qué son? —preguntó Ceres—. ¿Barcos mercantes?

—Algunos puede que sí —respondió su padre—. Llenos con el botín de la conquista. Imagino que algunos también son barcos negreros.

Pensar en ello llenaba a Ceres de indignación. El hecho de que hubiera barcos allí llevándose a la gente de su ciudad, que pasarían el resto de su vida encadenados, le hacía sentir ganas de destrozar los barcos con sus propias manos. Pero no podía. Ellos solo tenían una barca.

A pesar de su indignación, Ceres veía la oportunidad que representaban.

—Si podemos llegar hasta allí, nadie dudará del hecho de que nos vayamos —dijo.

—Pero aún tenemos que llegar hasta allí —puntualizó Thanos, aunque Ceres vio que intentaba escoger una ruta.

Los barcos abarrotados estaban tan juntos que más bien parecía que guiaban su barca por una serie de canales y no que estuvieran navegando. Empezaron a hacer su camino a través de las barcas apiñadas, utilizando sus remos, intentando no llamar la atención. Ahora que ya no estaban a la vista de los que disparaban desde la orilla, no había ninguna razón para que alguien pensara que estaban fuera de lugar. Podían perderse dentro de la gran masa de la flota de Felldust, usándola como protección incluso si alguien los perseguía allí dentro.

Ceres alzó la espada que le había sacado a Akila. Era tan grande que a duras penas podía levantarla, pero si alguien iba a por ellos, pronto verían lo bien que la blandía. Incluso algún día tal vez tendría la oportunidad de devolvérsela a su dueño, con la punta atravesando el corazón de la Primera Piedra.

Pero por ahora, no podían permitirse una lucha. Los marcaría como extraños y haría que todas las barcas que había a su alrededor se les echaran encima. En su lugar, Ceres esperó sintiendo la tensión mientras se deslizaban por delante de las variadas embarcaciones, por delante de los cascos de barcos quemados y por delante de barcas donde estaban sucediendo las peores cosas. Ceres vio barcas en las que las personas eran marcadas como el ganado, vio una en la que dos hombres estaban luchando hasta la muerte mientras los marineros los alentaban con sus gritos, vio otra en la que…

—Ceres, mira —dijo Thanos, señalando un barco que estaba cerca de ellos.

Ceres miró, se trataba de un ejemplo más del horror que los rodeaba. Una mujer de aspecto extraño, con el rostro cubierto por lo que parecía ser ceniza, estaba atada a la proa de un barco como un mascarón. Dos soldados se turnaban para azotarla, despellejándola viva poco a poco.

—No podemos hacer nada —dijo el padre de Ceres—. No podemos luchar contra todos ellos.

Ceres comprendía aquel sentimiento pero, aun así, no le gustaba la idea de quedarse quieta mientras estaban torturando a alguien.

—Pero es Jeva —respondió Thanos. Evidentemente, vio la mirada de confusión de Ceres—. Ella me llevó hasta el Pueblo del Hueso que atacó a la flota para que pudiera entrar en la ciudad. Es culpa mía que esté sucediendo esto.

Aquello hizo que el corazón de Ceres se apretara dentro de su pecho, pues Thanos tan solo había vuelto a la ciudad por ella.

—Aun así —dijo su padre—, si intentamos ayudar, nos pondremos todos en peligro.

Ceres escuchó lo que estaba diciendo, pero quería ayudar de todas formas. Al parecer, Thanos iba un paso por delante de ella.

—Debemos ayudar —dijo Thanos—. Lo siento.

El padre de ella alargó el brazo para agarrarlo, pero Thanos fue demasiado rápido. Se lanzó al agua y fue nadando hacia el barco, al parecer ignorando la amenaza de los depredadores que pudiera haber en el agua. Ceres pensó por un instante en el peligro… pero enseguida se lanzó tras él.

Era difícil nadar agarrando la gran espada que había robado, pero ahora mismo necesitaba cualquier arma que pudiera conseguir. Se metió en el frío de las olas, con la esperanza de que los tiburones ya se hubieran saciado con la batalla, y no morir por los deshechos que tantos barcos lanzaban por la borda. Ceres agarró con sus manos la cuerda de la galera amarrada y empezó a trepar.

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