Héroe, Traidora, Hija - Морган Райс 3 стр.


Entonces Thanos quería hacer algo por su hermano; hacer que lo enterraran o, por lo menos, entregárselo a un sacerdote. Pero, mientras lo pensaba, sabía que no podía. Las propias palabras de su hermano querían decir que aquello era imposible.

Felldust estaba invadiendo el Imperio y, si Thanos quería poder hacer algo para ayudar a la gente que le importaba, tenía que irse ahora.

Se puso de pie, recogió su espada, dispuesto a salir corriendo hacia la puerta. También cogió la de Lucio. De todas las cosas que su hermano tenía cerca, los instrumentos de violencia parecían ser las más cercanas. Thanos estaba allí con ambas en sus manos, sorprendido de lo bien que combinaban. Casi se sorprendió igual al encontrarse con una serie de clientes de la taberna que le cerraban el paso.

—Él dijo que tú eras el Príncipe Thanos —dijo un hombre con una barba poblada, mientras toqueteaba el filo de un cuchillo—. ¿Es eso cierto?

—Las piedras pagarán un buen dinero por ti —dijo otro.

Un tercero asintió con la cabeza.

—Y si no lo hacen, lo harán los esclavistas.

Fueron hacia delante y Thanos no esperó. Todo lo contrario, fue al ataque. Su hombro golpeó al que estaba más cerca, tirándolo de espaldas sobre una mesa. Thanos ya estaba atacando, haciéndole un corte en el brazo al hombre del cuchillo.

Thanos lo oyó chillar cuando la espada se clavó en su antebrazo, pero ya estaba en movimiento, dando un puntapié al tercero, que fue a parar a un lugar donde había cuatro hombres que no habían parado de jugar a los dados, ni siquiera por la lucha que acababa de tener con Lucio. Entonces uno de ellos gruñó, se giró y agarró al matón.

En unos instantes, la taberna hizo lo que no había hecho cuando había sido Lucio el que peleaba: estalló en una refriega a gran escala. Los hombres que se habían conformado con quedarse quietos, mientras Thanos y su hermano intercambiaban golpes de espada, ahora daban puñetazos y desenfundaban los cuchillos. Uno agarró una silla y la balanceó hacia la cabeza de Thanos. Thanos se apartó y escupió una astilla de madera mientras desviaba el golpe hacia otro de los clientes.

Podría haberse quedado luchando, pero el pensar en el peligro en el que podría estar Ceres, le empujó a echar a correr. Había estado seguro de que podría detener la invasión solo si llegaba hasta Lucio y, después, habría tiempo suficiente para descubrir la verdad sobre su origen, encontrar la prueba que necesitaba y volver a Delos. Ahora, no había tiempo para nada de eso.

Thanos fue a toda prisa hacia la puerta. Cayó y patinó por debajo de las manos de un hombre que intentó agarrarlo para detenerlo, causándole un rasguño poco profundo en el muslo. Salió corriendo hacia las calles…

… directo al peor polvo que había visto Thanos desde que había venido a la ciudad. No redujo la velocidad. Metió sus espadas gemelas a la fuerza en su cinturón, se subió el pañuelo para protegerse del polvo y siguió hacia delante como pudo.

Tras él, Thanos escuchaba los ruidos de los hombres que intentaban seguir, aunque no sabía cómo esperaban ver bien para alcanzarlo con ese tiempo. Thanos se abría camino a tientas como si fuera un hombre ciego, pasó por delante de un comerciante que estaba recogiendo su carreta y de un par de soldados que soltaban palabrotas mientras se protegían del viento en un portal.

—¡Mira a aquel loco! —Thanos escuchó que decía uno de ellos en la lengua de Felldust.

—Probablemente corre para unirse a la invasión. He oído que la Cuarta Piedra Vexa ha empezado a mandar algo parecido a una flota, mientras las otras tres todavía están tramando. La Primera Piedra se les ha adelantado.

—Siempre lo hace —respondió el primero.

Pero para entonces, Thanos ya estaba muy adentrado en el polvo, buscando su ruta con las difusas formas de los edificios, vigilando las señales que colgaban en las calles, iluminadas solo con lámparas de aceite. También había grabados en la piedra, evidentemente pensados para que la gente del pueblo pudiera encontrar su camino desde la calle del oso grabado hasta la de las serpientes enredadas con el tacto, si era necesario.

Thanos no conocía lo suficiente el sistema como para usarlo, pero aún así continuaba avanzando a través del polvo.

Había otros que hacían lo mismo y, unas cuantas veces, Thanos se detuvo para intentar distinguir si aquellos pies que calzaban botas eran los de los perseguidores o no. Una vez, se apretó detrás del bulto de hierro curvado de un cortavientos, con las manos sobre sus espadas, y se aseguró de que los que le seguían desde la taberna no lo habían encontrado.

En cambio, por allí pasó corriendo un grupo de esclavos, con las caras envueltas para protegerse del viento, que llevaban un palanquín desde dentro del cual Thanos escuchaba a un comerciante metiéndoles prisa.

—¡Más rápido, perros callejeros! Más rápido, o haré que os ensarten. Tenemos que llegar al puerto antes de que nos perdamos los botines.

Thanos los observó, siguiéndoles la pista detrás del palanquín, pensando que aquellos que la llevaban probablemente conocían mejor el camino que él. No podía seguir el rastro muy de cerca, porque en una ciudad como Puerto Sotavento todos vigilaban a los posibles ladrones o asesinos pero, aún así, consiguió seguirlo a lo largo de varias calles antes de desaparecer en el polvo.

Thanos se quedó quieto uno o dos segundos, recuperó la respiración y, tan pronto como había venido, la tormenta de polvo se levantó, dejando el puerto a la vista.

Lo que Thanos vio allí hizo que se quedara quieto y mirando fijamente.

Antes pensaba que en el puerto había barcos de sobra. Ahora, parecía que el agua estaba a rebosar de ellos hasta el punto que a Thanos le parecía que podía ir andando hasta el horizonte por encima de sus cubiertas.

Muchos de ellos eran barcos de guerra, pero ahora muchos más eran barcos de mercaderías o embarcaciones más pequeñas. Ahora que la flota principal ya se había marchado de Felldust, el puerto debería estar vacío, pero a Thanos le daba la sensación de que allí no había espacio para otra barca. Parecía que todos en Felldust habían venido aquí, dispuestos a llevarse su parte de lo que se iba a ganar al Imperio.

Entonces Thanos empezó a ver la magnitud de aquello y lo que significaba. No era solo un ejército invasor, sino todo un país. Habían visto la oportunidad de tomar unas tierras que hacía tiempo que se les habían negado y, ahora, las iban a conseguir por la fuerza.

Sin tener en cuenta lo que aquello significaba para los que ya estaban allí.

—¿Quién eres tú? —preguntó un soldado, acercándose a él—. ¿De qué flota, qué capitán?

Thanos pensó con rapidez. La verdad supondría otra pelea y ahora el velo del polvo, que invitaba a esconderse, no estaba. No tenía ninguna duda de que estaba cubierto por él como cualquiera de los nativos, pero si alguien adivinaba quién era, o incluso tan solo que venía del Imperio, esto no acabaría bien.

Por unos instantes se preguntó qué les hacían a los espías en Felldust. Fuera lo que fuera, no sería agradable.

—¿Con la flota de quién estás? —insistió de nuevo el hombre, esta vez con una voz penetrante.

—Con la de la Cuarta Piedra Vexa —respondió bruscamente Thanos, con una voz igual de penetrante. Intentaba dar la sensación de que no tenía tiempo para interrupciones de ese tipo. Ahora mismo no costaba hacerlo, pues tenía muy poco tiempo para regresar a ayudar a Ceres.

—Por favor, dime que no es cierto que su flota ya ha marchado.

El hombre se rio en su cara.

—Parece que estás gafado. ¿Qué, pensabas que podías quedarte de brazos cruzados, despidiéndote de la puta favorita de la tripulación? Si pierdes el tiempo, pierdes tu oportunidad.

—¡Maldita sea! —dijo Thanos, intentando interpretar su papel—. No puede ser que todos se hayan ido. ¿Y los otros barcos?

Aquello provocó otra risa.

—Pregunta si quieres, pero si crees que no hay ni una sola tripulación que esté totalmente llena ahora, no has estado atento. En recolectas como esta, todo el mundo quiere un lugar. La mitad de ellos apenas saben luchar. Pero te diré una cosa, podría encontrarte un lugar en una de las tripulaciones del Viejo Barba de Horca. La Tercera Piedra se está tomando su tiempo. Solo pediría la mitad de la parte que consigas.

—Tal vez, si no consigo encontrar a los muchachos con los que se supone que debo estar —dijo Thanos. Cada segundo que estaba allí era un segundo en el que no estaba navegando de vuelta a Delos con la única tripulación de allí que no lo intentarían matar en el instante en que descubrieran quién era.

Vio que el hombre encogía los hombros.

—A estas alturas no encontrarás una oferta mejor.

—Ya veremos —dijo Thanos, y desapareció entre las barcas.

Desde fuera, debía parecer que Thanos estaba buscando una de las raras barcas de la flota que le aseguraba, aunque Thanos esperaba no encontrar ninguna. Lo último que quería era verse obligado a servir en la armada de Felldust.

Aunque si tuviera que hacerlo, lo haría. Si aquello significaba regresar a Ceres, si aquello significaba poder ayudarla, se arriesgaría. Interpretaría el papel de un guerrero de Felldust, ansioso por estar a la altura. Si la flota principal hubiera estado allí, podría haber sido incluso su primera opción, para intentar acercarse todo lo posible a la Primera Piedra para poder matarlo.

Pero ahora, si se dejaba llevar en esta segunda flota, no llegaría allí hasta que ya fuera demasiado tarde. Así que caminó entre aquel montón de barcos, observando a los guerreros que transportaban barriles de agua dulce y cajones de comida. Thanos rajó al menos tres barricas, pero ninguna cantidad de sabotaje sin importancia detendría a una flota como esta.

En cambio, continuó mirando. Vio hombres y mujeres afilando armas y encadenando esclavos a los remos para inmovilizarlos. Vio sacerdotes cubiertos de polvo entonando oraciones para traer buena suerte, sacrificando animales de una manera que convertían el polvo en barro de color sangre. Vio dos grupos de soldados bajo banderas diferentes discutiendo sobre cuál de ellos debía llegar primero al muelle.

Thanos vio de sobra cosas que le enojaban, y más que le hacían temer por Delos. Solo había una cosa que no encontraba en medio del caos que había en los muelles, y era la única cosa que había ido a buscar allí. Allí había centenares de barcas, de todas las formas, tamaños y diseños. Había barcos llenos hasta los topes de guerreros con aspecto de matones, y barcos que parecían poco más que barcazas del placer engrandecidas, que estaban allí para llevar a la gente a ver la invasión tanto como a participar en ella.

Lo que no lograba ver era la barca que lo había traído hasta allí. Necesitaba volver a Ceres y, ahora mismo, Thanos no sabía cómo lo iba a hacer.

CAPÍTULO CUATRO

Estefanía corría por el castillo, empujada por el sonido de los cuernos de guerra, como un ciervo delante de un grupo de caza. Si no salía ahora, no habría escapatoria. Ya había hecho lo suficiente en referencia a Ceres.

—Dejemos que Felldust acabe con ella —dijo Estefanía.

Volvió a andar sobre sus pasos por el castillo, hasta el punto donde conectaba con los túneles de debajo de la ciudad. Esperaba que Elethe hubiera mantenido su ruta de escape abierta tal y como Estefanía había ordenado. Ahora era el momento de huir. Si los atrapaba la rebelión sería terrible, pero sería mucho peor quedar atrapadas en medio de una batalla entre esta y las Cinco Piedras de Felldust.

A no ser que…

Estefanía se detuvo y miró por una ventana hacia el puerto. Vio el cielo oscurecido con misiles, barcos en llamas formando un oscuro lazo de embarcaciones invasoras que se acercaban más. Estefanía fue corriendo hacia un lugar donde podía ver por encima de los muros y vio que a lo lejos también había fuego.

Parecía ser que, sin importar hacia donde corriera ahora, habría enemigos. No podía escapar por agua, del mismo modo en el que había venido hasta Delos. No podía arriesgarse a escapar inadvertidamente a campo abierto, porque si fuera ella quien dirigiera la invasión, habría destacamentos de ataque por allí fuera para hacer volver a la gente hacia la ciudad. No podía arriesgarse a deambular por Delos abiertamente, pues las fuerzas de la rebelión intentarían apresarla.

Pero ¿dónde estaban aquellos soldados? Estefanía había pasado por delante de algunos soldados al entrar, su disfraz fue más que suficiente para poder pasar inadvertida por delante de ellos. Pero tampoco había habido muchos. El castillo tenía el aspecto de un barco fantasma, abandonado ante problemas más urgentes. Al echar un vistazo fuera, Estefanía veía a lo rebeldes moviéndose por las calles con brillantes armaduras y cosas hechas de retales. Por allí cerca habría algunos tipos , pero ¿cuántos? ¿Y dónde?

La idea le vino a Estefanía lentamente, más como una posibilidad que como una realidad. Sin embargo, cuanto más pensaba en ello, más le parecía que era su mejor opción. Ella no se lanzaba sin pensar. En los círculos de la nobleza, era una manera de ponerte bajo el poder de otra persona, o de verte desterrado, o algo peor.

Pero había momentos en que una acción decisiva era la respuesta. Cuando había un premio por ganar, no hacer nada lo hacía perder de la misma manera que un exceso de ímpetu.

Estefanía se dirigió hacia donde estaba Elethe, que miraba de un lado a otro entre los túneles y la ciudad como si esperara a que una horda de enemigos llegara en cualquier instante.

—¿Es hora de marchar, mi señora? —dijo Elethe—. ¿Ceres está muerta?

Estefanía negó con la cabeza.

—Ha habido un cambio de palnes. Ven conmigo.

Elethe no dudó, lo que decía mucho a su favor. Se puso a andar junto a Estefanía a pesar de las preocupaciones que pudiera tener.

—¿A dónde vamos? —preguntó Elethe.

Estefanía sonrió.

—Hacia las mazmorras. He decidido que vas a entregarme a la rebelión.

Aquello provocó la mirada atónita de su doncella, aunque no fue nada comparada con la sorpresa que tuvo cuando Estefanía le explicó más su plan.

—¿Estás preparada? preguntó Estefanía a medida que se iban acercando a las mazmorras.

—Sí, mi señora —dijo Elethe.

Estefanía se puso las manos detrás de la espalda como si las llevara atadas y se puso a caminar con lo que ella esperaba que fuera una muestra de temerosa contrición. Elethe estaba haciendo un trabajo sorprendentemente bueno al hacerse pasar por una matona rebelde que acababa de capturar a un enemigo.

Había dos guardias cerca de la puerta principal, sentados a una mesa con unas cartas preparadas, que mostraban cómo estaban pasando el tiempo. Algunas cosas no cambiaban, independientemente de quien estuviera al mando.

Alzaron la vista hacia Estefanía cuando esta se acercó, y a ella le pareció muy divertida la sorpresa que provocó en ellos.

—Esta es… ¿has capturado a Lady Estefanía? —preguntó uno.

—¿Cómo lo hiciste? —dijo el otro—. ¿Dónde la encontraste?

Estefanía notó su incredulidad, pero también tuvo la sensación de que no sabían qué hacer a continuación.

—Estaba huyendo sin hacer ruido de los aposentos de Ceres —respondió Elethe sin problemas. Su doncella era buena mintiendo—. ¿Podéis…? Necesito decírselo a alguien, pero no estoy segura de a quién.

Aquella era una buena jugada. Los dos se quedaron mirando a Elethe, como intentando decidir qué hacer a continuación. Entonces fue cuando Estefanía sacó una aguja en cada una de sus manos y las llevó hasta los cuellos de los guardias. Ellos se giraron, pero el veneno actuaba con rapidez y sus corazones ya estaban bombeándolo por todo su cuerpo. Tras respirar una o dos veces más, se desplomaron.

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