Al sentirse más ansiosa, Caitlin volvió a buscar a Caleb, a Sam, a alguna persona que pudiera reconocer, que podría ayudarla. Nunca se había sentido tan sola, y solo quería ver a alguien conocido y saber que no había regresado sola a este lugar y que todo iba a estar bien.
Pero no reconoció a nadie.
Tal vez soy la única, pensó. Tal vez estoy por mi cuenta otra vez.
Esta idea le perforó su estómago como un cuchillo. Quería agacharse, arrastrarse y esconderse en la iglesia, para que la enviaran a algún otro tiempo, a otro lugar -cualquier lugar en el que pudiera despertar y ver que conocía a alguien.
Pero se hizo fuerte. Sabía que no había marcha atrás ni ninguna otra opción más que seguir adelante. Sólo tendría que ser valiente y encontrar su camino en este tiempo y lugar. Simplemente, no tenía otra opción.
*
Caitlin tenía que alejarse de la multitud. Necesitaba estar sola, para descansar y alimentarse, para pensar. Tenía que averiguar dónde ir, dónde buscar a Caleb, y saber si estaba aquí. Igualmente importante, tenía que averiguar por qué estaba en esa ciudad, y en ese tiempo. Ni siquiera sabía qué año era.
Una persona pasó a su lado y, abrumada por el repentino deseo de saber, Caitlin se acercó y la agarró del brazo.
Él se volvió y la miró, sorprendido por haber sido detenido de manera tan abrupta.
"Lo siento," dijo ella, dándose cuenta de lo seca que tenía su garganta y de lo terrible que debía verse, al pronunciar sus primeras palabras, "¿pero qué año es?"
Le dio vergüenza preguntar, dándose cuenta de que debía parecer una loca.
"¿El año?" El hombre confundido le preguntó.
"Um … Lo siento, pero no puede recordar …"
El hombre la miró de arriba abajo, y luego sacudió lentamente la cabeza, como si estuviera imaginando cuál era su problema.
"Es 1789, por supuesto. Y no estamos ni siquiera cerca de Año Nuevo, así que realmente no tienes ninguna excusa ", dijo, sacudiendo la cabeza con sorna mientras se marchaba.
1789. Esos números corrieron por la mente de Caitlin. Recordó que la última vez había estado en 1791. Dos años. No tan atrás en el tiempo.
Sin embargo, ahora estaba en París, un mundo completamente diferente al de Venecia. ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?
Se devanó los sesos, tratando desesperadamente de recordar sus clases de historia, de recordar lo que había sucedido en Francia en 1789 Se sintió avergonzada de que no podía. Se enojó consigo misma una vez más por no prestar más atención en clase. Si hubiera sabido en la escuela secundaria que algún día iba a viajar hacia atrás en el tiempo, habría estudiado historia toda la noche, y habría hecho un esfuerzo para memorizar todo.
Eso ya no importaba. Ahora, ella era parte de la historia. Ahora, tenía la oportunidad de cambiarla, y cambiarse a sí misma. El pasado, se dio cuenta, podría cambiar. El hecho de que ciertos acontecimientos habían sucedido en los libros de historia, no significaba que ella, viajando hacia atrás, no podría cambiarlos. En cierto sentido, ya lo había hecho: aparecer allí, en este momento, afectaría todo. Eso, a su vez, podría, en una pequeña escala, cambiar el curso de la historia.
Aún más, tomó conciencia de la importancia de sus acciones . El pasado era suyo y podía crearlo de nuevo.
Mientras se sumergía en el paisaje tan elegante, Caitlin empezó a relajarse un poco, e incluso a sentirse un poco animada. Al menos había aterrizado en un lugar hermoso, en una hermosa ciudad, y en una época también hermosa. No era la edad de piedra, después de todo, y no era como si hubiera aparecido en medio de la nada. Todo a su alrededor lucía inmaculado, y la gente se vestía muy bien, y las calles empedradas brillaban bajo la luz de las antorchas. Y lo único que se acordaba de París en el siglo 18 era que se trataba de una época de lujo para Francia, una época de gran riqueza, cuando aún gobernaban reyes y reinas.
Caitlin se dio cuenta de que Notre Dame estaba en una pequeña isla, y sintió la necesidad de irse. Estaba demasiado lleno de gente allí, y necesitaba un poco de paz. Vio varios puentes peatonales, y se dirigió a uno. Tenía la esperanza de que la presencia de Caleb la estuviera dirigiendo en una dirección en particular.
Mientras caminaba sobre el río, notó lo hermosa que era la noche en París, iluminada por la luz de las antorchas a lo largo del río y la luna llena. Pensó en Caleb y deseó que estuviera a su lado para disfrutar de la vista.
Cuando miró hacia el agua, se llenó de recuerdos. Pensó en Pollepel, en el río Hudson por la noche, cómo la luna lo iluminaba. Tuvo un repentino impulso de saltar del puente para probar sus alas y ver si podía volar y elevarse.
Pero, se sentía débil, y con hambre, y cuando se hizo hacia atrás, ni siquiera pudo sentir la presencia de sus alas. Le preocupó que el viaje en el tiempo hubiera afectado sus habilidades, sus poderes. No se sentía tan fuerte como antes. De hecho, se sentía casi humana. Fragil. Vulnerable. No le gustaba esa sensación.
Después de cruzar el río, caminó por las calles laterales, vagando durante horas, irremediablemente perdida. Caminó por calles que daban muchas vueltas y se alejaban más y más del río, hacia el norte. Le sorprendió la ciudad. En algunos aspectos, parecía similar a Venecia y Florencia en 1791. Al igual que esas ciudades, París seguía siendo la misma, incluso se veía igual que en el siglo 21. Nunca había estado allí, pero había visto fotos, y se sorprendió al reconocer muchos edificios y monumentos.
Las calles aquí también, en su mayoría, eran de adoquines, estaban llenas de caballos y carruajes, o de vez en cuando se veían caballos con un jinete. La gente, vistiendo trajes elaborados, paseaba tranquilamente, con todo el tiempo del mundo. No había cañerías aquí tampoco, y Caitlin no pudo evitar notar la basura en las calles y retrocedió ante el horrible hedor aumentado por el calor del verano. Deseó tener una de esas pequeñas bolsas de popurrí que Polly le había dado en Venecia.
Pero a diferencia de esas otras ciudades, París era un mundo en sí mismo. Las calles eran más anchas, los edificios eran más bajos y estaban más bellamente diseñados. La ciudad se sentía más vieja, más preciosa, más hermosa. También había menos gente: cuanto más se alejaba de la catedral de Notre Dame, menos personas veía. Tal vez era porque era tarde en la noche, las calles estaban casi vacías.
Caminó y caminó, hasta que se le cansaron las piernas y los pies, buscando en cada esquina alguna señal de Caleb, alguna pista que la condujera en una dirección especial. No vio nada.
Cada veinte cuadras, más o menos, el barrio cambiaba, y la sensación cambiaba, también. Yendo más y más hacia el norte, subió una colina, allí encontró un barrio nuevo, esta vez con callejones estrechos, y varios bares. Al pasar por un bar en una esquina, vio a un hombre tirado contra la pared, estaba borracho e inconsciente. La calle estaba completamente vacía y, por un momento, Caitlin sintió la peor punzada de hambre. Sentía como si su estómago se le estuviera desgarrando por la mitad.
El hombre yacía inconsciente, ella acercó su mirada a su cuello y vio la sangre latir en su interior. En ese momento, más que cualquier otra cosa, quiso descender sobre él para alimentarse. La sensación era más que un deseo – era una orden. Su cuerpo le gritaba que tenía que hacerlo.
Le tomó hasta la última gota de su voluntad obligarse a mirar hacia otro lado. Prefería morir de hambre a herir a un ser humano.
Miró a su alrededor y se preguntó si habría un bosque cerca de allí, un lugar donde pudiera cazar. Había visto algunos caminos de tierra y parques de la ciudad, pero no había visto nada como un bosque.
Justo en ese momento, la puerta del bar se abrió y un hombre salió tropezándose – lo estaban echando, en realidad- empujado por uno de los camareros. Él los maldijo y les gritó, estaba claramente borracho.
Luego se volvió y miró a Caitlin.
Tenía un cuerpo grande y miró a Caitlin con malas intenciones.
Se puso nerviosa. Se preguntó de nuevo, desesperadamente, dónde habían ido sus poderes.
Se dio la vuelta y se alejó, caminando rápidamente; el hombre la seguía.
Antes de que pudiera girar, él la agarró por detrás, en un abrazo de oso. Él era más rápido y más fuerte de lo que había imaginado, y podía oler su aliento horrible por encima de su hombro.
Pero el hombre también estaba borracho. Tropezó, incluso mientras la sostenía, y Caitlin se concentró, recordó lo que había aprendido, lo esquivó y lo lanzó en el aire, utilizando una de las técnicas de lucha que Aiden le había enseñado en Pollepel. El hombre salió volando y aterrizó sobre su espalda.
Caitlin tuvo un flashback a Roma, al Coliseo, a la lucha en la pista del estadio cuando varios combatientes se lanzaron sobre ella. Era tan vívido que por un momento se olvidó dónde estaba.
Regresó al tiempo presente justo a tiempo. El hombre borracho se levantó, tropezó, y se lanzó sobre ella de nuevo. Caitlin esperó hasta el último segundo, luego lo esquivó, y él salió volando, cayendo sobre su rostro.
Estaba aturdido y, antes de que pudiera levantarse de nuevo, Caitlin se apresuró a alejarse. Se alegró de que había logrado librarse de él pero el incidente la había sacudido. Le preocupó que todavía tuviera flashbacks de Roma. Tampoco había sentido su fuerza sobrenatural. Todavía se sentía tan frágil como un ser humano. Esa idea, más que cualquier otra cosa, la asustaba. Realmente, tenía que arreglárselas por su cuenta.
Caitlin miró a su alrededor y empezó a sentirse desesperada por no saber dónde ir ni qué hacer. Sus piernas le quemaban por la caminata, y estaba cansada.
Fue entonces cuando la vio. Al levantar la vista, vio ante ella una enorme colina. Además, había una gran abadía medieval. Por alguna razón que no podía explicar, se sintió atraída hacia allí. La colina era desalentadora, pero no tenía otra opción.
Caitlin subió hasta la cima de la colina, más cansada de lo que nunca había estado en su vida y deseó poder volar.
Finalmente, llegó a las puertas de entrada de la abadía, y miró sus enormes puertas de roble. Este lugar tenía un aspecto antiguo. Se maravilló ante el hecho de que, aunque era 1789, esta iglesia había sido construida miles de años antes.
No sabía por qué, pero ese lugar la atraía. Al no tener otro lugar a donde ir, se llenó de coraje, y llamó suavemente.
No hubo ninguna respuesta.
Caitlin probó el picaporte y se sorprendió cuando la puerta se abrió. Y entró.
La antigua puerta se abrió lentamente, y los ojos de Caitlin tardaron un momento en acostumbrarse a la iglesia que estaba oscura como una caverna. Mientras la examinaba, le impresionó la magnitud y la solemnidad del lugar. Todavía era de noche, y esta sencilla y austera iglesia, hecha enteramente de piedra, adornada con vitrales, estaba iluminada por velas grandes con pequeñas flamas que estaban en todas partes. En su extremo más alejado había un altar sencillo, a su alrededor había decenas de más velas.
Sin embargo, parecía no haber nadie.
Caitlin se preguntó qué estaba haciendo allí. ¿Había alguna razón especial? ¿O su mente solo le estado jugando una mala pasada?
De repente, una puerta lateral se abrió y Caitlin es dio vuelta.
Caitlin se sorprendió al ver a una monja -bajita y frágil, vestida con túnicas blancas y una capucha blanca, caminando hacia ella. Se acercó lentamente hasta Caitlin.
La monja se echó la capucha hacia atrás, la miró y sonrió. Tenía grandes y brillantes ojos azules, se veía demasiado joven para ser una monja. Cuando sonrió, Caitlin pudo sentir su calor. También notó que era de las suyas: era un vampiro.
"Hermana Paine," la monja dijo en voz baja. "Es un honor tenerla aquí."
CAPÍTULO DOS
Todo se volvió surrealista para Caitlin mientras la monja la conducía por la abadía, por un largo pasillo. Era un lugar hermoso, y era evidente que allí había gran actividad; las monjas en túnicas blancas caminaban alrededor, preparándose, al parecer, para los servicios de la mañana. Una de ellas balanceaba un decantador que difuminaba un delicado perfume, mientras otras cantaban suavemente oraciones para la mañana.
Después de varios minutos de caminar en silencio, Caitlin empezó a preguntarse a donde la estaba conduciendo la monja. Finalmente, se detuvieron ante una puerta. La monja la abrió, revelando una pequeña y humilde habitación, con una vista de París. A Caitlin le recordó la habitación donde se había quedado en el claustro en Siena.
"En la cama, encontrarás una muda de ropa", le dijo la monja. "En nuestro patio, hay un pozo donde podrás bañarte, ", dijo. Y señaló, "y eso es para ti."
Caitlin siguió su dedo y vio un pequeño pedestal de piedra en la esquina de la habitación, sobre el que había una copa de plata llena de un líquido blanco. La monja le devolvió la sonrisa.
"Tienes todo lo que necesitas para dormir durante la noche. Después, la decisión es tuya."
"¿La decisión?" preguntó Caitlin.
"Me han dicho que ya tienes una llave. Tendrás que encontrar las otras tres. Sin embargo, la decisión para cumplir tu misión y continuar tu viaje es siempre tuya."
"Esto es para ti."
Alargó la mano y le entregó un casco cilíndrico de plata, estaba cubierto de joyas.
"Es una carta de tu padre. Sólo para ti. La hemos estado custodiando desde hace siglos. Nunca la hemos abierto."
Caitlin la tomó con asombro, sintiendo su peso en la mano.
"Espero que continúes tu misión", dijo en voz baja. "Te necesitamos, Caitlin."
De repente, la monja se volvió para irse.
"¡Espera!" Caitlin gritó.
Ella se detuvo.
"Estoy en París, ¿correcto? ¿En 1789?"
La mujer le devolvió la sonrisa. "Eso es correcto."
"Pero ¿por qué? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué en este lugar?"
"Me temo que eso es algo que necesitas descubrir por ti misma. Yo no soy más que un simple servidor."
"Pero ¿por qué me atrajo esta iglesia?"
"Estás en la abadía de San Pedro. En Montmartre" dijo la mujer. "La abadía ha estado aquí desde hace miles de años. Es un lugar muy sagrado."
"¿Por qué?" Caitlin la presionó.
"Este fue el lugar donde todo el mundo se reunió para tomar sus votos y fundar la Compañía de Jesús. En este lugar nació el cristianismo."
Sin decir palabras, Caitlin le devolvió la mirada y la monja finalmente sonrió y dijo: "Bienvenida."
Y con eso, se inclinó un poco y se marchó, cerrando la puerta suavemente detrás de ella.
Caitlin se volvió y examinó la habitación. Estaba agradecida por la hospitalidad, el cambio de ropa, la oportunidad de bañarse, la cómoda cama en una esquina de la habitación. No podía dar un paso más. De hecho, estaba tan cansada que sentía que podía dormir para siempre.
Sosteniendo el casco enjoyado, caminó hasta la esquina de la habitación y lo dejó allí. La carta podía esperar. Pero su hambre no.
Levantó la copa rebosante y la examinó. Pudo sentir lo que contenía: glóbulos blancos.
Se la llevó a los labios y bebió. Era más dulce que la sangre roja y bajaba más fácilmente- y corría por sus venas más rápidamente. En un momento, se sintió renacer y con más fuerza que nunca. Podría haber bebido para siempre.
Caitlin finalmente dejó la copa vacía y llevó la caja de plata a la cama. Se acostó y se dio cuenta cuánto le dolían sus piernas. Se sentía tan bien que simplemente se quedó allí.
Se echó hacia atrás y apoyó la cabeza contra la simple almohada pequeña y cerró los ojos, sólo por un segundo. Estaba decidida a abrirlos en un momento y leer la carta de su padre.