Continuaron mirando por el búnker y no tardaron mucho en encontrar lo que parecía una salida trasera. Las palabras « Espacio sin cerrar. ¡Solo para salidas de emergencia!» estaban estarcidas por encima de una trampilla que parecía el tubo de torpedo de un submarino, que se completaba con una gran manivela circular para cerrarlo. Apenas parecía lo suficientemente grande para que la mayor parte de las personas pudieran atravesarlo reptando. Evidentemente, para Kevin y Luna eso significaría espacio de sobra.
—¿Espacio sin cerrar? —dijo Luna—. ¿Qué crees que significa eso?
—Supongo que significa que en esta salida no hay un compartimento estanco, ¿no? —dijo Kevin, inseguro. Las palabras estarcidas a su alrededor lo hacían parecer algo enormemente peligroso si se abría. Tal vez lo fuera.
—¿Sin compartimento estanco?
—La gente no lo querría si tuvieran que salir rápido.
Vio que Luna se llevaba la mano a la máscara antigás que había tenido que llevar durante todo el viaje hacia allí, y que ahora colgaba del cinturón de sus pantalones vaqueros. Kevin podía imaginar lo que estaba pensando.
—No hay manera de que el vapor de los extraterrestres pueda entrar aquí —dijo, intentando tranquilizarla. No quería que Luna se asustara—. No si no abrimos esa puerta.
—Sé que es una estupidez —dijo Luna—. Sé que probablemente el vapor ya no está allí; que solo es la gente de la que se han apoderado…
—¿Pero aun así no parece seguro? —adivinó Kevin. Ahora mismo, nada parecía seguro, ni tan solo dentro de un búnker.
Luna asintió.
—Tengo que alejarme de esa puerta.
Kevin fue con ella, de vuelta al búnker, lejos de la salida de emergencia. Realmente le hizo sentir un poco más seguro, al saber que los dos podrían escapar si era necesario, pero esperaba de verdad no tener que hacerlo. Ahora mismo, necesitaban un lugar seguro. Algún lugar en el que pudieran esconderse de los extraterrestres hasta que fuera seguro salir de nuevo.
O hasta que su enfermedad lo matara. Ese era un pensamiento particularmente horrible. Ahora mismo no había ningún temblor de la leucodistrofia, pero Kevin no tenía ninguna duda de que volverían, y peor. Solo el hecho de que tenían cosas mayores de las que preocuparse le obligaba a apartar esos pensamientos, y ¿qué indicaba que hiciera falta una invasión alienígena para hacer que su enfermedad pareciera insignificante?
—Creo que allá abajo hay habitaciones —dijo Luna, bajando por uno de los pasillos. Las había. Allí había dormitorios completos, con una hilera tras otra de literas que en su mayoría no eran más que estructuras de metal, pero algunas tenían algunas posesiones al lado, junto con colchones y ropa de cama.
—Podría pensarse que algunos de ellos se quedaron dentro —dijo Kevin—. No tiene sentido que no haya nadie aquí.
Luna negó con la cabeza.
—Saldrían fuera a ayudar. Y entonces… bueno, para cuando dedujeron que era una mala idea, los extraterrestres ya los habían controlado.
Eso tenía algo de sentido, pero aun así era un pensamiento horrible.
—Echo de menos a mis padres —dijo Luna inesperadamente, aunque tal vez lo había estado pensando todo este tiempo. El dolor que provocó que se llevaran a la madre de Kevin no había desaparecido; solo se había empujado al fondo por la necesidad de continuar haciendo cosas, por la necesidad de llegar a un lugar seguro y para asegurarse de que los dos estaban a salvo.
—Yo también echo de menos a mi madre —dijo Kevin, sentado en el borde de la estructura de una cama. Pensó que entonces era imposible imaginarla como era antes de que llegaran los extraterrestres. En su lugar, la imagen que aparecía en su mente era la de cuando estaba en el umbral de su casa, controlada por los extraterrestres e intentando cogerlo.
Luna se sentó en la estructura de otra cama. Ninguno de ellos había escogido una de las que tenían sábanas. De algún modo, no parecía correcto. Daba la sensación de que pertenecían a alguien, y que sus propietarios podrían volver en cualquier momento.
—No solo son mis padres —dijo Luna—. Son todos los otros chicos de la escuela, toda la gente que he conocido. Se los han llevado a todos. A todos ellos.
Puso la cabeza sobre sus manos y Kevin estiró el brazo para cogerle la mano, sin decir nada. En ese momento, era igual de tremendo para él pensar que los alienígenas podrían haberse llevado a todas las personas del mundo. La gente común, los famosos, los amigos…
—No queda gente —dijo Luna.
—Pensaba que no te gustaba la gente de todos modos —replicó Kevin—. Pensaba que habías decidido que la mayoría de personas eran estúpidas.
Luna sonrió un poco al oírlo, pero parecía que tenía que esforzarse.
—Cualquier día me encargaré de los estúpidos en lugar de los controlados por los extraterrestres. —Se paró por un instante—. ¿Piensas… piensas que la gente volverá a estar bien alguna vez?
Kevin no podía mirarla.
—No lo sé. —No podía imaginar cómo lo harían—. Pero nosotros estamos a salvo. Es lo único que importa.
Pero no lo era. Ni de lejos.
***
Empezaron a buscar por el búnker hasta encontrar más sábanas, pues no querían coger nada de las literas que ya estaban hechas. Esas continuaban tan impolutas como si sus dueños pudieran regresar en cualquier momento, aunque Kevin debía esperar que no lo hicieran, pues imaginaba que ahora los controlaban los alienígenas.
Regresaron a la cocina el tiempo suficiente para comer algo. En el paquete ponía pollo, pero Kevin apenas pudo probarlo. Tal vez hizo bien, a juzgar por la mirada en la cara de Luna.
—Nunca volveré a quejarme por tener que comer verdura —dijo, aunque Kevin sospechaba que posiblemente lo haría. No sería Luna si no lo hiciera.
Cuando hubieron acabado, se lavaron por turnos en uno de los baños del búnker. Posiblemente podrían haber cogido un baño cada uno pero, por lo menos Kevin, no quería estar tan lejos de Luna por ahora. Incluso cuando llegó el momento de escoger litera, escogieron unas que estaban casi una al lado de la otra, cuando tenían todo el espacio del dormitorio para escoger. Era como escoger una pequeña isla allá en medio y, si lo intentaba con todas sus fuerzas, Kevin casi podía fingir que era una especie de fiesta de pijamas. Bueno, no podía, pero estaba bien por lo menos intentarlo.
Apagaron las luces y usaron linternas de estilo militar para que los guiaran hasta la cama. Luna saltó sobre la cama de arriba de la litera que había escogido, mientras que Kevin cogió la parte de debajo de la suya.
—¿Te dan miedo las alturas? —preguntó Luna.
—Sencillamente no quiero tener una visión desde allá arriba y caerme al suelo —dijo Kevin. No porque hubiera tenido alguna visión desde la que lo avisó de la invasión. No porque si lo hiciera haría algún bien. Se puso a pensar qué sentido tenían sus visiones si ninguna de ellas había ayudado.
—De acuerdo —dijo Luna—. Supongo… sí, supongo que debes ir con cuidado.
—Tal vez veremos las cosas más claras por la mañana —sugirió Kevin. Realmente no lo creía.
—Tendríamos que ver la mañana antes de verla más clara —puntualizó Luna.
—Bueno, tal vez podremos encontrar un modo de ver las cosas de nuevo —dijo Kevin. Pero si lo hacían, ¿qué podrían ver? ¿Verían multitudes de alienígenas por el mundo ahora? ¿Un paisaje árido sin nada?
—Tal vez calcularemos qué vamos a hacer a continuación —sugirió Luna—. Tal vez soñaremos una manera de hacer que esto mejore.
—Tal vez —dijo Kevin, aunque sospechaba que cualquier sueño que tuviera estaría dominado por la vista de todas aquellas personas silenciosas.
—Que duermas bien —dijo Kevin.
—Que duermas bien.
De hecho, a Kevin le parecía que no iba a dormirse nunca. Estaba allí tumbado a oscuras, escuchando cómo la respiración de Luna se hacía más profunda y empezaba a roncar de un modo que posiblemente ella no reconocería cuando estuviera despierta. Esto hubiera sido muy diferente sin ella aquí. Aunque hubiese habido alguien más allí, Kevin se hubiera sentido solo, pero tal y como estaban las cosas…
…Tal y como estaban las cosas, todavía estaba casi solo, pero por lo menos Luna estaba allí para compartir aquella soledad. Kevin no podía escapar de los pensamientos sobre lo que le había pasado a su madre, a todo el mundo, pero por lo menos sabía que Luna estaba a salvo.
Esos pensamientos le siguieron hasta quedarse dormido y en sus sueños.
En sus sueños, Kevin estaba rodeado por todos los que conocía. Su madre estaba allí, sus amigos de la escuela, sus profesores, la gente de la NASA. Ted estaba allí, con herramientas militares colgadas por todas partes y el Profesor Brewster, con una mala cara que daba a entender que desaprobaba todo lo que Kevin había hecho.
Sus rostros se distorsionaron mientras Kevin miraba, convirtiéndose en cada uno de los alienígenas de películas de ciencia ficción de todos los tiempos. A algunos la piel se les volvía gris y los ojos grandes, mientras otros parecían más insectos con placas de coraza por encima. Al Profesor Brewster le salían tentáculos de las manos, mientras que a la Dra. Levin los ojos le sobresalían al final de unos tallos. Se movían con pesadez hacia Kevin y él empezó a correr.
Corría por los pasillos del instituto de la NASA, manteniéndose a duras penas por delante de ellos mientras ellos atravesaban una puerta tras otra y, a pesar de que Kevin había vivido allí, no podía encontrar la salida hacia un lugar seguro. No podía encontrar la manera de hacer que esto fuera mejor.
Se metió en un laboratorio, cerró la puerta tras él y construyó una barricada con sillas, mesas y todo lo que encontró. Aun así, la gente transformada que estaba fuera aporreaba la puerta, golpeándola con los puños mientras, por ninguna razón que Kevin comprendiera, empezó a sonar una alarma…
Kevin despertó respirando agitadamente. Todavía estaba oscuro, pero al mirar la hora en su teléfono entendió que solo era porque estaban bajo tierra. La alarma sonaba de fondo, su sordo zumbido era constante, mientras que por debajo de él había un seco ruido metálico.
Supo que Luna estaba despierta porque ella encendió las luces.
—¿Qué es eso? —preguntó Kevin.
Luna lo miró.
—Creo… creo que alguien quiere entrar.
CAPÍTULO DOS
Fueron a toda prisa hacia el centro de comandos, los golpes eran más fuertes ahora que se acercaban a la entrada. Aun así, con el compartimento estanco en medio, a Kevin le impresionó que el ruido continuara. ¿Con qué estaban golpeando la puerta?
Luna no parecía impresionada, parecía preocupada.
—¿Qué pasa? —preguntó Kevin.
—¿Y si son los extraterrestres, o los controlados? —preguntó—. ¿Y si van por ahí reuniendo supervivientes?
—¿Por qué iban a hacerlo? —preguntó Kevin, pero el miedo se coló dentro de él al pensarlo. ¿Y si era así? ¿Y si entraban?
—Eso es lo que yo haría si fuera un extraterrestre —dijo Luna—. Tomar el poder de todo, asegurarme de que no queda nadie para contraatacar. Matar a cualquiera que se meta en mi camino.
No por primera vez en su vida, Kevin juró que nunca se iría al lado malo de Luna. Aun así, podía oír el miedo bajo sus palabras. Incluso podía compartirlo. ¿Y si habían ido corriendo a un lugar que parecía seguro, para encontrarse con que este ya estuviera haciéndose pedazos?
—¿Podemos ver quién hay ahí fuera? —preguntó Kevin.
Luna señaló hacia las pantallas en blanco.
—Están muertas desde ayer por la noche.
—Pero esta solo es la señal para alrededor del mundo —insistió Kevin—. Debe haber… no sé, cámaras de seguridad o algo así.
Tenía que haber. Un edificio de investigación militar no estaría ciego a todo lo que pasase a su alrededor. Empezó a tocar teclas de los sistemas informáticos para intentar encontrar una manera de que hicieran lo que ellos querían. La mayoría de las pantallas estaban en blanco, las señales de alrededor del mundo cortadas, o bloqueadas, o sencillamente… habían desaparecido. Luna empezó a tocar teclas a su lado, aunque Kevin sospechaba que no tenía más idea que él sobre qué hacer.
—Sea quien sea, no sé si deberíamos dejarlos entrar —dijo Luna—. Cualquiera podría estar allí fuera.
—Podría ser —dijo Kevin—, pero ¿y si es alguien que necesita nuestra ayuda?
—Tal vez —dijo Luna, sin parecer muy convencida—. Sea quien sea, está golpeando la puerta bastante fuerte.
Eso era cierto. Los ecos metálicos de cada golpe resonaban en el búnker. Venían de tres en tres y, poco a poco, Kevin empezó a darse cuenta de que los espacios entre ellos seguían un patrón.
—Tres cortos, tres largos, tres cortos —dijo.
—¿Un SOS, quieres decir? —preguntó Luna.
Kevin le lanzó una mirada.
—Pensé que todo el mundo lo sabía —dijo—. Eso es lo único que recuerdo.
—¿Así que alguien está en problemas allá fuera? —preguntó Kevin, y ese pensamiento le trajo otro tipo de preocupación. ¿Deberían estar ayudando en lugar de dudar? Divisó la imagen de una cámara en la esquina de una de las pantallas. La tocó y entonces las cámaras se encendieron con imágenes de las cámaras de seguridad de la base desierta.
—Esa —dijo Luna, señalando una de las imágenes como si Kevin no supiera distinguir a una del resto—. Déjame.
Tocó una tecla y la imagen llenó la pantalla.
Kevin no sabía lo qué esperar. Tal vez una multitud de personas controladas por los alienígenas. Un soldado que conociera la base y se había abierto camino luchando por todo el país para llegar allí. No una chica de su edad, que sujetaba lo que parecían los restos de un letrero y que golpeaba la puerta con él a un ritmo regular.
Era atlética y tenía el pelo oscuro, lo llevaba corto y llevaba un pendiente en la nariz con el que parecía retar al mundo a que dijeran algo sobre él. Kevin vio que su cara era bonita, muy bonita, pensó, pero con una dura astucia que daba a entender que no agradecería que la llamaran así. Llevaba una sudadera oscura con capucha y una chaqueta de cuero por encima que parecía ser un par de tallas grande, tejanos rotos y botas de montaña. Tenía una pequeña mochila, como si estuviera haciendo senderismo por la montaña, pero por lo demás parecía más una fugitiva, su ropa estaba tan sucia que podría haber estado por ahí fuera durante semanas antes de que vinieran los extraterrestres.
—Esto no me gusta —dijo Luna—. ¿Por qué solo hay una chica allá fuera intentando entrar?
—No lo sé —dijo Kevin—, pero probablemente deberíamos dejarla entrar.
Eso tenía sentido, ¿verdad? Si estaba pidiendo ayuda, ellos deberían por lo menos intentarlo, ¿verdad? Ahora la chica estaba mirando a la cámara y, a pesar de que parecía que no había ningún ruido, no parecía contenta de que la dejaran allá fuera.
Luna tocó algo y entonces la oyeron, los micrófonos recogieron sus palabras.
—¡… que me dejéis entrar! ¡Esas cosas todavía están por aquí fuera! ¡Estoy segura!
Kevin se puso a mirar por detrás de ella en las cámaras y, como era de esperar, pensó que podía distinguir señales de la gente que había allí, que se movían sin ninguna finalidad y que daba a entender que los extraterrestres los tenían.
—Deberíamos dejarla entrar —dijo Kevin—. No podemos dejar a alguien allá fuera.
—No lleva máscara —puntualizó Luna.
—¿Y?
Luna negó con la cabeza.
—Y si no lleva máscara, ¿cómo es que el vapor alienígena no la está transformando? ¿Cómo sabemos que no es una de ellos?
Como respuesta a ello, la chica de la pantalla se acercó más a la cámara y miró directamente hacia ella.
—Sé que hay alguien ahí —dijo—. Vi que la cámara se movió. Mirad, no soy uno de ellos, soy normal. ¡Miradme!
Kevin la miró a los ojos. Eran grandes y marrones, pero lo más importante es que las pupilas eran normales. No habían cambiado al blanco puro de las de los científicos cuando el vapor de la roca se había apoderado de ellos, o de la manera en que lo habían hecho las de su madre cuando él había ido a casa…