Canalla, Prisionera, Princesa - Морган Райс 2 стр.


Se escuchó otro toque de trompeta.

A continuación se escuchó un rugido mientras se abrían las puertas de hierro en el lateral de la arena y el tono fue suficiente para que un escalofrío recorriera a Ceres. En aquel instante, sintió que no era más que una presa, algo que debía cazarse, algo que tenía que correr. Osó alzar la vista hacia el cercado de la realeza, sabiendo que aquello debía ser intencionado. La lucha había terminado. Ella había ganado. Sin embargo, aquello no era suficiente. Entendió que iban a matarla de un modo u otro. No dejarían que saliera del Stade con vida.

Una criatura, más grande que un humano y cubierta por un pelo enmarañado, entró con un pesado movimiento. Unos colmillos sobresalían de su cara, parecida a la de un oso, mientras unas protuberancias espinosas lo hacían a lo largo de la espalda de la criatura. En los pies tenía unas garras tan largas como puñales. Ceres no sabía qué era, pero no le hacía falta para saber que sería mortífera.

La criatura con aspecto de oso se puso sobre sus cuatro patas y corrió hacia delante, mientras Ceres preparaba su espada.

Primero llegó hasta el combatiente caído y Ceres hubiera apartado la vista si se hubiera atrevido. El hombre gritó cuando esta se abalanzó sobre él, pero no hubo modo de salir rodando de su camino. Aquellas garras gigantes se clavaron hacia abajo y Ceres escuchó el crujido de su coraza al ceder. La bestia rugía mientras atacaba salvajemente a su antiguo contrincante.

Cuando alzó la vista, sus dientes estaban cubiertos de sangre. Miró hacia Ceres, le enseñó los dientes y embistió.

Apenas le dio tiempo de apartarse a un lado, mientras daba cuchilladas a su paso. La criatura soltó un grito de dolor.

Sin embargo, el mismo impulso arrancó la espada de sus manos, con la sensación de que podría arrancarle el brazo si no la soltaba. Observó horrorizada cómo su espada iba dando vueltas por la arena hasta ir a parar a uno de los hoyos.

La bestia continuaba avanzando y Ceres, frenética, bajó la vista hacia el lugar donde los dos trozos de la lanza rota estaban sobre la arena. Se lanzó hacia ellos, agarró uno de los trozos y rodó en un solo movimiento.

Mientras ella se levantaba sobre una rodilla, la criatura ya estaba atacando. Se dijo a sí misma que no podía correr. Esta era su única oportunidad.

Iba disparada hacia ella, el peso y la velocidad de aquella cosa hicieron que Ceres se pusiera de pie. No había tiempo para pensar, no había tiempo para tener tiempo. Ella atacaba con el trozo roto de su lanza, dando golpes una y otra vez con él mientras se le acercaban las garras de la bestia con aspecto de oso.

Su fuerza era terrible, demasiada para igualarla. Ceres sintió que sus costillas podían estallar por su presión, la coraza que llevaba crujía bajo la fuerza de la criatura. Sentía sus garras como un rastrillo sobre su espalda y sus piernas, la agonía la abrasaba por dentro.

Su pellejo era demasiado grueso. Ceres le daba más y más golpes, pero sentía que la punta de su lanza apenas penetraba su carne mientras la criatura la atacaba y sus garras rasgaban todos los trozos de piel que estuvieran al descubierto.

Ceres cerró los ojos. Con todas sus fuerzas, fue en busca del poder que tenía dentro, sin saber incluso si funcionaría.

Se sintió sobrecargada con una bola de poder. Entonces lanzó toda su fuerza hacia la lanza, arrojándola sobre el espacio donde ella esperaba que estuviera el corazón de la criatura.

La bestia chilló a la vez que retrocedía para apartarse de ella.

La multitud bramó.

Ceres, con el escozor que le provocaba el dolor de sus rasguños, salió como pudo de debajo de ella y se puso frágilmente de pie. Bajó la mirada hacia la bestia, que tenía la lanza clavada en el corazón, a la vez que daba vueltas y gimoteaba, haciendo un ruido que parecía demasiado pequeño para algo tan grande.

Entonces se puso rígida y murió.

“¡Ceres! ¡Ceres! ¡Ceres!”

El Stade se llenó de ovaciones nuevamente. Allá donde Ceres mirara, había gente aclamando su nombre. La nobleza y pueblo llano por igual parecían estar unidos por el canto, perdidos en aquel momento de su victoria.

“¡Ceres! ¡Ceres! ¡Ceres!”

Se empapó de ello. Era imposible que la sensación de adulación no la atrapara. Todo su cuerpo parecía vibrar con el canto que la rodeaba y ella extendió los brazos como para recibirlo todo. Se dio la vuelta dibujando lentamente un círculo, observando los rostros de aquellos que un día antes no habían ni oído hablar de ella, pero que ahora la trataban como si fuera la única persona del mundo que importara.

Ceres estaba tan prendida por aquel momento que apenas ya sentía el dolor de las heridas que había sufrido. Ahora le dolía el hombro y lo tocó con una mano. Al retirarla estaba empapada, aunque su sangre todavía era de un rojo vivo a la luz del sol.

Ceres miró fijamente aquella mancha durante varios segundos. La multitud todavía cantaba su nombre, pero el latir de su corazón en sus oídos de repente parecía mucho más fuerte. Alzó la vista hacia la multitud y le llevó un instante darse cuenta de que lo estaba haciendo sobre sus rodillas. No recordaba haber caído sobre ellas.

Por el rabillo del ojo, Ceres vio que Paulo se acercaba a toda prisa, pero parecía muy lejano, como si no tuviera nada que ver con ella. La sangre goteaba desde sus dedos hasta la arena, oscureciendo allá donde tocaba. Nunca se había sentido tan desubicada, tan mareada.

Y la última cosa de la que fue consciente fue que ya estaba cayendo de cara, hacia el suelo de la arena y sentía que sería incapaz de volverse a mover.

CAPÍTULO DOS

Thanos abrió lentamente los ojos, confuso mientras sentía que las olas golpeaban sus tobillos y sus muñecas. Bajo él, la áspera arena blanca de las playas de Haylon. Un rocío salado llenaba su boca de vez en cuando, haciendo difícil el respirar.

Thanos miró hacia los lados a lo largo de la playa, incapaz de hacer algo más que aquello. Incluso eso era una lucha, mientras perdía y recuperaba de nuevo la conciencia. En la distancia, le pareció distinguir las llamas y los ruidos de la violencia. Los gritos llegaban hasta él, junto al ruido del acero contra el acero.

La isla, recordó. Haylon. Su ataque había comenzado.

¿Entonces por qué estaba él tumbado sobre la arena?

Al dolor que tenía en el hombro le llevó un instante responder a aquella pregunta. Hizo un gesto de dolor al recordarlo. Recordó el momento en el que le clavaron la espada, hiriéndole en la parte superior de la espalda por detrás. Recordó la conmoción al haberlo traicionado el Tifón.

El dolor quemaba en el interior de Thanos, extendiéndose como una flor desde la herida que tenía en la espalda. Le dolía cada vez que respiraba. Intentó levantar la cabeza, pero solo consiguió desmayarse.

Cuando volvió a despertar, estaba de nuevo de cara a la arena y solo supo que el tiempo había pasado porque la marea había subido un poco y el agua golpeaba ahora su cintura en lugar de sus tobillos. Finalmente consiguió subir la cabeza lo suficiente para ver que habían otros cuerpos en la playa. Los muertos parecían cubrir el mundo, se extendían por las blancas playas tan lejos como le alcanzaba la vista. Vio hombres con la armadura del Imperio, tumbados donde habían caído, mezclados con los defensores que habían muerto protegiendo su hogar.

El hedor a muerto llenaba la nariz de Thanos e hizo todo lo que pudo para no vomitar. Nadie había separado a los amigos de los enemigos todavía. Esos detalles podían esperar hasta que la batalla hubiera finalizado. Quizás el Imperio dejaría que la marea se encargara de ello; al mirar hacia atrás vio sangre en el agua y Thanos vio cómo unas aletas sobresalían en las olas. Todavía no eran tiburones grandes, eran carroñeros más que depredadores, ¿pero cómo de grandes debían de ser para devorarlo antes de que subiera la marea?

Thanos sintió una ola de pánico. Intentó arrastrarse hacia la playa, tirando con sus brazos como si estuviera intentando escalar por la arena. Gritaba de dolor mientras avanzaba hacia delante, quizás la mitad del largo de su cuerpo.

La oscuridad le nubló la vista de nuevo.

Cuando volvió en sí, Thanos estaba de lado, mirando hacia arriba a dos figuras que estaban sentadas de cuclillas sobre él, tan cerca que podía haberlos tocado si hubiera tenido la fuerza para hacerlo. No parecían soldados del Imperio, no parecían soldados en absoluto y Thanos había pasado el tiempo suficiente rodeado de guerreros para distinguirlos. Estos, un hombre joven y otro mayor, parecían más bien granjeros, hombres corrientes que probablemente habían huido de sus casas para evitar la violencia. Sin embargo, aquello no significaba que fueran menos peligrosos. Ambos llevaban cuchillos y Thanos se preguntaba si podrían ser tan carroñeros como los tiburones. Él sabía que siempre había quien robaba a los muertos tras las batallas.

“Este todavía respira”, dijo el primero de ellos.

“Ya lo veo. Córtale el cuello y acabemos con esto”.

Thanos se puso tenso, su cuerpo se preparaba para luchar aunque no había nada que pudiera hacer entonces.

“Míralo”, insistió el más joven. “Alguien lo apuñaló por la espalda”.

Thanos vio que el hombre mayor frunció un poco el ceño al verlo. Fue por detrás de Thanos, fuera de su línea de visión. Thanos consiguió reprimir un grito de nuevo cuando el hombre le tocó el lugar donde la sangre todavía brotaba de la herida. Era un príncipe del Imperio. No iba a mostrar flaqueza.

“Parece que tienes razón. Ayúdame a levantarlo hasta donde los tiburones no lo alcancen. Los demás querrán ver esto”.

Thanos vio que el joven asentía con la cabeza y juntos consiguieron levantarlo, con la armadura y todo. Esta vez, Thanos gritó, incapaz de detener el dolor mientras tiraban de él por la playa.

Lo abandonaron como madera a la deriva, pasado el punto donde la marea había dejado atrás las algas, abandonándolo sobre la arena seca. Se fueron corriendo a toda prisa, pero Thanos estaba demasiado atrapado en el dolor para verlos marchar.

Para él no existía un modo de saber el tiempo que pasaba. Todavía escuchaba la batalla de fondo, con los gritos de violencia y de furia, con sus gritos de guerra y el sonido de los cuernos. Sin embargo, una batalla podía durar unos minutos o unas horas. Podía terminar tras el primer ataque o continuar hasta que ninguno de los bandos tuviera la fuerza para hacer otra cosa que no fuera marcharse dando tumbos. Thanos no tenía modo de saber qué caso era.

Finalmente, se acercó un grupo de hombres. Estos sí que parecían soldados, con la perspicacia más dura que solo tiene un hombre una vez ha luchado por su vida. Era fácil ver cual de ellos era el líder. El hombre alto y de pelo oscuro que estaba delante no llevaba la elaborada armadura que un general del Imperio podía tener, pero todos los que allí estaban lo miraban mientras el grupo se acercaba, obviamente a la espera de órdenes.

El recién llegado tendría probablemente unos treinta años o más, llevaba una barba corta tan oscura como el resto de su pelo y tenía una sobria constitución que, sin embargo, le daba un aspecto fuerte. Llevaba una espada en cada cadera y Thanos imaginó que no era solo para lucirlas, a juzgar por el modo en que sus manos se colocaban junto a las empuñaduras de forma automática. A Thanos le pareció por su gesto que estaba calculando cada ángulo que tenía de la playa, vigilando ante la posibilidad de una emboscada, siempre pensando con antelación. Sus ojos se clavaron en Thanos y la sonrisa que le siguió escondía un extraño humor tras ella, como si su propietario hubiera visto algo en este mundo que nadie más había visto.

“¿Me habéis traído hasta aquí para ver esto?” dijo, mientras los dos que habían encontrado a Thanos dieron un paso hacia delante. “¿Un soldado del Imperio moribundo con una armadura demasiado brillante para lo que él merece?”

“Un noble, no obstante”, dijo el mayor. “Se puede ver por su armadura”.

“Y lo han apuñalado por la espalda”, señaló el más joven. “Parece ser que sus propios hombres”.

“¿O sea que no es ni lo suficientemente bueno para la escoria que está intentando tomar nuestra isla?” dijo el líder.

Thanos vio que el hombre se acercó más y se arrodilló a su lado. Quizás tenía intención de acabar lo que el Tifón había empezado. Ningún soldado de Haylon sentiría ningún amor por aquellos que estaban en su bando del conflicto.

“¿Qué hiciste para que tu propio bando intentara asesinarte?” dijo el recién llegado, en una voz lo suficientemente baja para que tan solo Thanos pudiera oírlo.

Thanos consiguió reunir la fuerza para negar con la cabeza. “No lo sé”. Las palabras salieron cortadas y rotas. Aunque no hubiera estado herido, hubiera estado tumbado en la arena durante un buen rato. “Pero yo no quería esto. Yo no quería luchar aquí”.

Esto supuso otra de aquellas extrañas sonrisas que a Thanos le parecía que se estaban riendo del mundo aunque no había nada de lo que reírse.

“Y sin embargo aquí estás”, dijo el recién llegado. “No querías formar parte de la invasión, pero estás en nuestras playas, en vez de estar seguro en tu casa. No querías ofrecernos violencia, pero el ejército del Imperio está quemando casas mientras hablamos. ¿Sabes lo que está sucediendo más allá de la playa?”

Thanos negó con la cabeza. Incluso esto le dolía.

“Estamos perdiendo”, continuó el hombre. “Oh, estamos luchando duro, pero eso no importa. No con estas perspectivas. La batalla todavía rabia, pero eso solo se debe a que la mitad de mi bando es demasiado tozuda para reconocer la verdad. No tenemos suficiente tiempo para estas distracciones”.

Thanos vio que el recién llegado desenfundaba una de sus espadas. Parecía extremadamente afilada. Tan afilada que probablemente ni la notaría aunque se la clavara en el corazón. Sin embargo, el hombre hizo gestos con ella.

“Tú y tú”, les dijo a los hombres, “traed a nuestro nuevo amigo. Quizás tiene algún valor para el otro bando”. Hizo una sonrisa maliciosa. “Y si no es así, yo mismo lo mataré”.

La última cosa que Thanos sintió fueron unas manos fuertes que lo agarraban por debajo de sus brazos, tirando de él, arrastrándolo, antes de que le venciera de nuevo la oscuridad.

CAPÍTULO TRES

Berin sentía el dolor de la nostalgia mientras caminaba por la ruta hacia su hogar en Delos, la única cosa que le hacía continuar, los pensamientos de su familia, de Ceres. El pensamiento de volver a su hija era suficiente para hacerlo continuar, aunque los días de caminata le habían parecido arduos, los caminos bajo sus pies duros con surcos y piedras. Sus huesos ya no iban a rejuvenecer y ya sentía que la rodilla le dolía por el viaje, añadiéndose a los dolores de una vida dando martillazos y calentando metal.

Sin embargo, todo valía la pena para ver su casa de nuevo. Para ver a su familia. Era lo único que había deseado todo el tiempo que Berin había estado fuera. Ahora podía imaginarlo. Marita estaría cocinando al fondo de su humilde casa de madera, el olor flotando pasada la puerta delantera. Sartes estaría jugando en algún lugar por allí detrás, probablemente mientras Nesos lo observaba, aunque su hijo mayor hiciera ver que no lo hacía.

Y también estaría Ceres. Él amaba a todos sus hijos, pero con Ceres siempre había existido aquella conexión especial. Ella había sido la que lo había ayudado con la forja, la que se parecía más a él y la que parecía que era más probable que siguiera sus pasos. Dejar a Marita y a los chicos había sido un doloroso deber, necesario si debía proveer a su familia. Dejar a Ceres había sido para él como abandonar una parte de sí mismo al marchar.

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