Canalla, Prisionera, Princesa - Морган Райс 5 стр.


“A mí no me impresiona que hayas logrado vivir”, dijo Estefanía. “Esta no era para nada la idea”.

Ceres intentó alcanzarla con la mano. En teoría, este debería ser el momento perfecto para escapar. Si hubiera tenido más fuerza, podría haber pasado por delante de Estefanía y haber ido hacia la puerta. Si hubiera encontrado el modo de combatir la nubosidad que parecía llenar su cabeza hasta el punto más álgido, podría haber agarrado a Estefanía y obligado a ayudarla a escapar.

Pero parecía que su cuerpo solo la obedecía de forma perezosa, reaccionando bastante tiempo después de lo que ella quería. Era lo único que Ceres pudo hacer para incorporarse envuelta con sus sábanas e incluso esto le trajo una ráfaga de agonía.

Vio que Estefanía pasaba un dedo por debajo de la botella que sostenía. “Oh, no te preocupes, Ceres. Existe una razón por la que te sientes tan indefensa. Los curanderos me pidieron que me asegurara de que te tomabas la dosis de tu medicina, y así lo hice. En parte, por lo menos. Lo suficiente para mantenerte dócil. No lo suficiente para quitarte el dolor, en realidad”.

“¿Qué he hecho para que me odies tanto?” preguntó Ceres, aunque ya conocía la respuesta. Ella había estado cerca de Thanos y él la había rechazado. “¿Tanto te importa realmente tener a Thanos como marido?”

“No se entienden tus palabras, Ceres”, dijo Estefanía, con otra de aquellas sonrisas en las que Ceres no veía ninguna amabilidad de fondo. “Y yo no te odio. El odio significaría, de algún modo, que tú mereces ser mi enemiga. Dime, ¿sabes algo sobre el veneno?”

Tan solo mencionarlo fue suficiente para que el corazón de Ceres se acelerara y la ansiedad creciera en su pecho.

“El veneno es un arma muy elegante”, dijo Estefanía, como si Ceres no estuviera ahí. “Mucho más que los cuchillos y las lanzas. ¿Piensas que eres tan fuerte porque juegas a las espadas con todos los combatientes de verdad? Sin embargo, podría haberte envenenado fácilmente mientras dormías. Podría haberle añadido algo a la bebida que te tomas antes de dormir. Sencillamente, podría haberte dado tanto que no levantaras jamás”.

“Se hubieran enterado”, consiguió decir Ceres.

Estefanía encogió los hombros. “¿Les hubiera importado? En cualquier caso, hubiera sido un accidente. Pobre Estefanía, intentaba ayudar, pero realmente no sabía lo que hacía, le dio a nuestra nueva combatiente demasiada medicina”.

En tono de burla, se tapó la boca con la mano como si se sorprendiera. Era la mímica perfecta del remordimiento y la sorpresa, incluso por la lágrima que brillaba en el rabillo de su ojo. Cuando volvió a hablar, a Ceres le sonó diferente. Su voz estaba llena de lamento y recelo. Incluso estaba un poco agarrada, como si estuviera reprimiendo la necesidad de llorar.

“Oh, no. ¿Qué he hecho? Yo no quería. Yo pensaba…¡Pensaba que lo había hecho exactamente como me dijeron!”

Entonces se rio y, en aquel instante, Ceres vio cómo era realmente. Pudo ver el papel que tan cuidadosamente interpretaba Estefanía todo el tiempo. ¿Cómo no se daba cuenta nadie? se preguntaba Ceres. ¿Cómo no veían lo que había detrás de aquellas hermosas sonrisas y la delicada risa?

“Todos piensas que soy estúpida, ¿sabes?” dijo Estefanía. Ahora estaba más erguida y a Ceres le pareció mucho más peligrosa que antes. “Me cuido mucho de asegurarme que piensen que soy estúpida. Oh, no estés tan preocupada, no voy a envenenarte”.

“¿Por qué no?” preguntó Ceres. Ella sabía que debía de haber una razón.

A la luz de la vela vio que el gesto de Estefanía se endurecía, el ceño fruncido arrugaba la piel de su frente, suave por otro lado.

“Porque esto sería demasiado fácil”, dijo Estefanía. “Después del modo en que Thanos y tú me humillasteis, quiero veros sufrir. Los dos os lo merecéis”.

“No hay nada más que puedas hacerme”, dijo Ceres, aunque en aquel momento no parecía que fuera así. Estefanía podía haber ido hacia su cama y la podía haber herido de cien maneras diferentes y Ceres sabía que hubiera estado indefensa para detener aquello. Ceres sabía que la noble no tenía ni idea de luchar, pero ahora mismo la podría vencer fácilmente.

“Por supuesto que lo hay”, dijo Estefanía. “En el mundo existen armas incluso mejores que el veneno. Las palabras adecuadas, por ejemplo. Vamos a ver. ¿Cuáles de ellas te dolerán más? Tu querido Rexo está muerto, por supuesto. Vamos a empezar con esto”.

Ceres intentó que la conmoción no se reflejara para nada en su rostro. Intentaba que el dolor no se elevara lo suficiente como para que la noble pudiera verlo. Pero por la mirada de satisfacción en la cara de Estefanía, supo que debía haber algún destello.

“Murió luchando por ti”, dijo Estefanía. “Pensé que querrías saber esta parte. Esto lo hace mucho más… romántico”.

“Mientes”, insistió Ceres, pero en algún lugar en su interior sabía que no era así. Solo diría una cosa así si fuera una verdad que Ceres pudiese comprobar, algo que dolería y continuaría doliendo cuando descubriera la realidad que había en ello.

“No me hace falta mentir. No cuando la verdad es mucho mejor”, dijo Estefanía. “Thanos también está muerto. Murió luchando en Haylon, allí mismo en la playa”.

Una nueva ola de dolor golpeó a Ceres, apoderándose de ella y amenazando con llevarse toda sensación de ella misma. Había discutido con Thanos antes de que este se fuera, sobre la muerte de su hermano y sobre lo que tenía intención de hacer, luchar contra la rebelión. Nunca pensó que estas podían ser las últimas palabras que le diría. Había dejado un mensaje a Cosmas específicamente para que no lo fueran.

“Hay otra cosa más”, dijo Estefanía. “¿Tu hermano pequeño? ¿Sartes? Se lo ha llevado el ejército. Me aseguré de que los que se lo llevaron no hicieran la vista gorda con él solo porque era el hermano de la armera de Thanos”.

Esta vez Ceres intentó abalanzarse sobre ella, la furia que la llenaba la impulsó a saltar sobre la chica noble. Sin embargo, con lo débil que estaba, no tenía ninguna posibilidad de éxito. Sintió que sus piernas se enredaban con las sábanas de la cama, haciéndola caer al suelo y, al alzar la vista, vio a Estefanía.

“¿Cuánto tiempo crees que durará tu hermano en el ejército?” preguntó Estefanía. Ceres vio que su gesto cambiaba a algo parecido a una pena en plan de burla. “Pobre chico. Son muy crueles con los reclutas. Al fin y al cabo, prácticamente todos ellos son unos traidores”.

“¿Por qué?” consiguió decir Ceres.

Estefanía extendió sus manos. “Me quitaste a Thanos y esto era todo lo que yo había planeado para mi futuro. Ahora, yo te lo voy a quitar todo”.

“Te mataré”, prometió Ceres.

Estefanía se rio. “No tendrás ocasión. Esto” –extendió su mano para tocarle la espalda y Ceres tuvo que morderse el labio para no gritar- “no es nada. Aquel pequeño combate en el Stade no fue nada. Los peores combates que puedas imaginar te estarán esperando, una y otra vez, hasta que mueras”.

“¿Piensas que la gente no se dará cuenta?” dijo Ceres. “¿Piensas que no adivinarán lo que estás haciendo? Me arrojaste allí porque pensaste que se sublevarían. ¿Qué harán si piensan que los estás engañando?”

Ella vio que Estefanía negaba con la cabeza.

“La gente ve lo que quiere ver. Contigo, parece ser que quieren ver a su princesa combatiente, la chica que sabe luchar tan bien como cualquier hombre. Se lo creerán y te querrán, hasta el punto en el que te conviertas en un hazmerreír allí en la arena. Observarán cómo te hacen pedazos, pero antes de esto aclamarán para que suceda”.

Ceres solo vio cómo Estefanía se dirigía hacia la puerta. La chica noble se detuvo, se giró hacia ella y, por un instante, pareció tan dulce e inocente como siempre.

“Oh, casi se me olvida. Intenté darte tu medicina, pero no pensé que podrías tirarla de un golpe de mi mano antes de que pudiera darte suficiente”.

Sacó el botellín que llevaba antes y Ceres vio cómo lo tiraba y este caía al suelo. Se hizo añicos, los trocitos se esparcieron por el suelo de la habitación de Ceres en astillas que harían que fuera doloroso y peligroso para ella intentar regresar a la cama. Ceres no dudaba que Estefanía había planeado que así fuera.

Vio cómo la chica noble agarraba la vela que iluminaba la habitación y, por poco tiempo, en el instante antes de que la apagara, la dulce sonrisa de Estefanía se desvaneció de nuevo para ser sustituida por algo cruel.

“Estaré allí para bailar en tu funeral, Ceres. Te lo prometo”.

CAPÍTULO SIETE

“Sigo diciendo que deberíamos destriparlo y arrojar su cuerpo para que los otros soldados del Imperio lo encuentren”.

“Eso es porque eres idiota, Nico. Aunque encontraran un cuerpo más entre el resto, ¿quién te dice que les importara? Y además tendríamos el inconveniente de llevarlo hasta algún lugar donde lo vieran. No. Debemos pedir un rescate”.

Thanos estaba sentado en la cueva donde los rebeldes se habían refugiado por un instante y escuchaba cómo discutían sobre su destino. Tenía las manos atadas delante de él, pero por lo menos se habían esforzado en poner un parche y vendar sus heridas, dejándolo frente a una pequeña hoguera para que no se congelara mientras decidían si lo mataban a sangre fría o no”.

Los rebeldes estaban sentados en otras hogueras, apiñados a su alrededor, discutiendo qué podían hacer para evitar que la isla cayera ante el Imperio. Hablaban en voz baja, para que Thanos no pudiera escuchar los detalles, pero él ya había pillado el quid de la cuestión: estaban perdiendo y perdiendo estrepitosamente. Estaban en las cuevas porque no tenían otro lugar al que ir.

Después de un rato, el que era evidentemente su líder vino y se sentó delante de Thanos, con las piernas cruzadas sobre la dura piedra del suelo de la cueva. Empujó un pedazo de pan que Thanos devoró con hambre. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que comió por última vez.

“Me llamo Akila”, dijo el otro hombre. “Estoy al mando de esta rebelión”.

“Thanos”,

“¿Solo Thanos?”

Thanos notó la curiosidad y la impaciencia en su respuesta. Se preguntaba si el otro hombre había descubierto quien era. De cualquier modo, la verdad parecía ser la mejor opción en aquel momento.

“Príncipe Thanos”, confesó.

Akila permaneció sentado delante de él durante varios segundos y Thanos se preguntaba si era entonces cuando iba a morir. Había estado muy cerca cuando los rebeldes pensaron que era solo otro noble sin nombre. Ahora que ya sabían que pertenecía a la familia real, que era cercano al rey que tanto los oprimía, parecía imposible que hicieran otra cosa.

“Un príncipe”, dijo Akila. Miró a los demás, que estaban a su alrededor, y Thanos vio un destello de sonrisa. “Hey, chicos, tenemos a un príncipe aquí”.

“¡Entonces está claro que debemos pedir un rescate por él!” exclamó uno de los rebeldes. “¡Valdrá una fortuna!”

“Está claro que deberíamos matarlo”, dijo otro bruscamente. “¡Pensad en todo lo que nos han hecho los de su especie!”

“De acuerdo, ya es suficiente”, dijo Akila. “Concentraos en la batalla que tenemos por delante. Esta será una noche larga”.

Thanos escuchó un ligero suspiro de otro hombre mientras los hombres volvían a sus hogueras.

“¿No está yendo bien, entonces?” dijo Thanos. “Antes dijiste que vuestro bando estaba perdiendo”.

Akila le dirigió una mirada penetrante. “Yo debo saber cuando tengo que cerrar la boca. Quizás deberías saberlo tú también”.

“De todas formas, estáis pensando si me matáis”, resaltó Thanos. “Me imagino que no tengo mucho que perder”.

Thanos esperó. Este no era el tipo de hombre al que debía insistir para que le diera respuestas. Había algo duro en Akila. Thanos imaginaba que le hubiera gustado si lo hubiera conocido en otras circunstancias.

“De acuerdo”, dijo Akila. “Sí, estamos perdiendo. Tus Imperiales tienen más hombres que nosotros y no os importa el daño que podáis hacer. La ciudad está sitiada por tierra y por mar, así que nadie puede escapar. Lucharemos desde las colinas, pero cuando podáis reabasteceros por agua, no hay mucho que nosotros podamos hacer. Draco puede que sea un asesino, pero es inteligente”.

Thanos asintió con la cabeza. “Lo es”:

“Y evidentemente, tú probablemente estabas allí cuando lo planearon todo”, dijo Akila.

Ahora Thanos lo comprendía. “¿Era esta la esperanza que tenías? ¿Qué yo conociera todos sus planes?” Negó con la cabeza. “No estaba allí cuando los hicieron. Yo no quería estar aquí y solo vine porque me escoltaron hasta el barco bajo vigilancia. Quizás si hubiera estado allí, hubiera escuchado la parte en la que planearon apuñalarme por la espalda”.

Entonces pensó en Ceres, en el modo en que le habían obligado a dejarla atrás. Esto dolía más que todo lo demás junto. Si alguien en una situación de poder iba a intentar matarlo a él, ¿qué le harían a ella? se preguntaba.

“Tienes enemigos”, Akila estaba de acuerdo. Thanos vio cómo apretaba y relajaba una mano, como si la larga batalla por la ciudad hubiera empezado a provocarle calambres. “Incluso son mis mismos enemigos. Aunque no sé si esto te convierte en mi amigo”.

Thanos echó una atenta mirada al resto de la cueva. Al asombrosamente bajo número de soldados que allí quedaban. “Ahora mismo, parece que podrías arreglártelas con todos los amigos que tienes”.

“Aún así eres un noble. Todavía tienes tu posición a causa de la sangre del pueblo llano”, dijo Akila. Suspiró de nuevo. “Parece ser que si te mato, haré lo que Draco y sus capitanes quieren, pero como tú bien me has dicho, no saco nada contigo. Tengo una batalla que ganar y no tengo tiempo de tener prisioneros si estos no saben nada. Es decir, ¿qué se supone que tengo que hacer contigo, Príncipe Thanos?”

A Thanos le dio la impresión de que hablaba en serio. De que realmente quería una solución mejor. Thanos pensó rápidamente.

“Creo que tu mejor opción es soltarme”, dijo.

Akila rio ante esto. “Buen intento. Si esto es lo mejor que puedes parecer, quédate quieto. Intentaré que sea lo menos doloroso posible”.

Thanos vio que su mano iba hacia una de sus espadas.

“Lo digo en serio”, dijo Thanos. “No puedo ayudarte a ganar la batalla por la isla si estoy aquí”.

Veía la incredulidad de Akila y la certeza de que aquello tenía que ser una trampa. Thanos continuó rápidamente, sabiendo que la única esperanza de supervivencia en los siguientes pocos minutos yacía en convencer a este hombre de que él quería ayudar a la rebelión.

“Tú mismo dijiste que uno de los mayores problemas es que el Imperio tiene a su flota respaldando el ataque”, dijo Thanos. “Sé que dejaron provisiones en los barcos porque estaban deseosos de ir al ataque. Así que podemos tomar sus barcos”.

Akila se puso de pie. “¿Lo habéis oído, chicos? Este príncipe que tenemos aquí tiene un plan para arrebatar los barcos al Imperio”.

Thanos vio que los rebeldes empezaban a reunirse alrededor.

“¿De qué nos serviría?” preguntó Akila. “Tomamos sus barcos, pero ¿después qué?”

Thanos se explicó lo mejor que pudo. “Por lo menos, proporcionará una ruta de escape para algunas de las personas de la ciudad y para más de tus soldados También dejaremos sin provisiones a los soldados del Imperio, de modo que no podrán continuar por mucho tiempo. Y luego están las balistas”.

“¿Qué son?” exclamó uno de los rebeldes. Parecía que no llevaba mucho como soldado. Por lo que Thanos veía, muy pocos de los que había allí lo parecían.

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