Transmisión - Морган Райс 4 стр.


—Esa no es una palabra que me guste usar aquí —dijo la Dra. Yalestrom—. Creo que, a menudo, el comportamiento que etiquetamos como loco existe por una buena razón. Lo que sucede es que, a menudo, esas razones solo tienen sentido para la persona afectada. La gente hará cosas para protegerse a sí misma de situaciones que son demasiado difíciles de manejar, que parecen… insólitas.

—¿Piensa que es eso lo que estoy haciendo con esas visiones? —preguntó Kevin. Negó con la cabeza—. Son reales. No me las invento.

—¿Puedo decirte lo que pienso, Kevin? Creo que una parte de ti podría estar apegado a esas “visiones” porque te ayuda a pensar que tu enfermedad podría estar sucediendo por alguna especie de bien mayor. Creo que tal vez estas “visiones” realmente son tú intentando encontrarle el sentido a tu enfermedad. Las imágenes que hay en ellas… hay un lugar raro que no es como el mundo normal. ¿Eso podría representar el modo en el que han cambiado las cosas?

—Supongo —dijo Kevin. No estaba convencido. Las cosas que había visto no iban de un mundo en el que él no tenía su enfermedad. Iban de un lugar que no comprendía en absoluto.

—Pero tienes la sensación de una fatalidad inminente con fuego y luz —dijo la Dra. Yalestrom—. La sensación de que las cosas llegan a su fin. Incluso tienes una cuenta atrás, que incluye números.

Los números no eran parte de la cuenta atrás; solo era el ritmo lento, que poco a poco era más rápido. Kevin sospechaba que ahora no iba a convencerla de eso. Cuando los adultos habían decidido cuál era la verdad sobre algo, él no iba a poder hacerles cambiar de opinión.

—Entonces, ¿qué puedo hacer? —preguntó Kevin—. Si usted piensa que no son reales, ¿yo no debería querer deshacerme de ellas?

—¿Y tú quieres deshacerte de ellas? —preguntó la Dra. Yalestrom.

Kevin se lo pensó.

—No lo sé. Pienso que podrían ser importantes, pero yo no las pedí.

—Del mismo modo que no pediste que te diagnosticaran una enfermedad degenerativa del cerebro —dijo la Dra. Yalestrom—. Quizás esas dos cosas están relacionadas, Kevin.

Kevin ya había pensado que sus visiones estaban relacionadas con la enfermedad de alguna manera. Que tal vez su cerebro había cambiado lo suficiente para ser receptivo a esas visiones. Sin embargo, no creía que eso fuera lo que quería decir la psiquiatra.

—Entonces ¿qué puedo hacer? —preguntó de nuevo Kevin.

—Existen cosas que puedes hacer, no para que se vayan, pero al menos para poder sobrellevarlas.

—¿Como que? —preguntó Kevin. Debía confesar que tuvo un momento de esperanza al pensarlo. No quería que todo esto diera vueltas y más vueltas en su cabeza. Él no había pedido ser el que recibiera mensajes que nadie más entendía, y que eso le hiciera parecer loco cuando hablaba de ellas.

—Puedes intentar buscar cosas que te distraigan de las alucinaciones cuando vengan —dijo la Dra. Yalestrom—. Puedes intentar recordarte a ti mismo que eso no es real. Si tienes dudas, busca maneras de comprobarlo. Tal vez preguntarle a alguien si ve lo mismo. Recuerda, no hay ningún problema con ver lo que veas, pero cómo reacciones a eso depende de ti.

Kevin suponía que podría recordarlo todo. Aun así, no hizo nada para acallar el débil latido de la cuenta atrás, que tamboreaba de fondo, un poco más rápido cada vez.

—Y pienso que tienes que contárselo a la gente que no lo sabe —dijo la Dra. Yalestrom—. No es justo que no los tengas informados de esto.

Tenía razón.

Y había una persona a quien debía hacérselo saber más que a nadie.

Luna.

CAPÍTULO CUATRO

—Entonces —dijo Luna, mientras Kevin y ella se abrían camino por una de las rutas del área recreativa de Lafayette Reservoir, esquivando a los turistas y a las familias que estaban disfrutando del día—, ¿por qué me has estado evitando?

Sin duda Luna iba a ir directo al grano. Era una de las cosas que a Kevin le gustaban de ella. A ella no le gustaba gustarle a él. La gente siempre parecía darlo por sentado. Pensaban que porque era guapa, y rubia, y probablemente material de animadora, si no fuera porque ella pensaba que todo eso era estúpido, que evidentemente eran novios. Daban por sentado que así era cómo funcionaba el mundo.

No estaban juntos. Luna era, desde luego, su mejor amiga. La persona con la que pasaba más tiempo, fuera de la escuela. Probablemente la única persona en el mundo con la que podía hablar de absolutamente cualquier cosa.

Excepto, mira por dónde, esto.

—Yo no he… —Kevin se fue apagando ante la mirada fija de Luna. A ella se le daban bien las miradas. Kevin sospechaba que probablemente practicaba. Había visto a todo el mundo desde abusones hasta propietarios de tiendas maleducados echarse atrás por no mantenerle más la mirada. Ante aquella mirada fija, era imposible mentirle—. De acuerdo, sí, pero es difícil, Luna. Tengo algo… bueno, algo que no sé cómo contarte.

—Oye, no seas tonto —dijo Luna. Se encontró una lata de refresco abandonada y la iba chutando por el camino, pasándosela de un pie a otro con la habilidad que proporciona hacerlo muy a menudo—. Quiero decir, ¿tan malo es? ¿Vas a mudarte? ¿Vas a cambiar de escuela otra vez?

Tal vez notó algo en su gesto, pues se quedó callada durante unos segundos. Ese silencio tenía algo de frágil, como si los dos anduvieran de puntillas para no romperlo. Aun así, tenían que hacerlo. No podían seguir andando así para siempre.

—¿Entonces es malo? —dijo, mandando la lata a una papelera con un último golpe con el pie.

Kevin asintió. Malo era una buena palabra para ello.

—¿Cómo de malo?

—Malo —dijo él—. ¿El embalse?

El embalse era el lugar al que iban los dos cuando querían sentarse y hablar de cosas. Habían hablado de que a Billy Hames le gustaba Luna cuando tenían nueve años y de que el gato de Kevin, Tiger, se estaba muriendo cuando tenían diez. Nada de esto parecía una buena preparación para lo de ahora. Él no era un gato.

Se dirigieron hacia el borde del agua y miraron hacia los árboles del otro extremo, a la gente con sus canoas y sus botes a pedales en el embalse. Comparado con alguno de los sitios a los que iban, este era bonito. La gente daba por sentado que Kevin era el chico del lugar malo de la ciudad que llevaba por el mal camino a Luna, pero era ella la que tenía facilidad para saltar vallas y escalar por edificios abandonados, dejando a Kevin que la siguiera si podía. Aquí, no había nada de eso, solo agua y árboles.

—¿Qué pasa? —preguntó Luna. Se quitó de una patada los zapatos y dejó los pies colgando dentro del agua. A Kevin no le apetecía hacer lo mismo. Ahora mismo, deseaba correr, esconderse. Cualquier cosa para no tener que decirle la verdad. Le daba la sensación de que, cuanto más tiempo pudiera evitar decirle la verdad, más tiempo no sería realmente real.

—¿Kevin? —dijo Luna—. Ahora me estás preocupando. Mira, si no me dices qué es, voy a llamar a tu mamá y lo voy a saber de esta manera.

—No, no hagas eso —dijo Kevin rápidamente—. No estoy seguro de que… mamá lo esté llevando bien.

Luna parecía cada vez más preocupada.

—¿Qué pasa? ¿Está enferma? ¿Estás enfermo tú?

Kevin asintió a lo último.

—Yo estoy enfermo —dijo. Puso la mano sobre el hombro de Luna—. Tengo una cosa que se llama leucodistrofia. Me estoy muriendo, Luna.

Sabía que lo había dicho demasiado rápidamente. Algo así debería tener toda una preparación, un preámbulo adecuado, pero sinceramente, esa era la parte importante.

Ella lo miró fijamente, diciendo que no con la cabeza con evidente incredulidad.

—No, no puede ser, eso es…

Entonces ella lo abrazó, tan fuerte que Kevin apenas podía respirar.

—Dime que es una broma, dime que no es verdad.

—Ya me gustaría que no lo fuera —dijo Kevin. Ahora mismo, no había nada que deseara más que eso.

Luna se apartó y Kevin vio que hacía un gesto fuerte en un esfuerzo por no llorar. Normalmente, a Luna se le daba bien no llorar por las cosas. Sin embargo, ahora, él veía que ahora estaba haciendo un gran esfuerzo.

—Esto… ¿cuánto tiempo? —preguntó ella.

—Dijeron que quizás seis meses —dijo Kevin.

—Y eso ya fue hace días, o sea que ahora es menos —replicó Luna—. Y has tenido que enfrentarte a esto tú solo, y… —Se fue apagando hasta quedar en silencio cuando toda su gravedad la golpeó.

Kevin veía que miraba a la gente que había en el embalse, los observaba con sus pequeñas barcas y sus incursiones rápidas dentro del agua. Parecían muy felices allí. Los miraba fijamente como si fueran ellos la parte que no podía creer, no la enfermedad.

—No parece justo —dijo—. Toda esta gente, siguiendo como si el mundo fuera lo mismo, continuando con la diversión mientras tú te estás muriendo.

Kevin sonrió con tristeza.

—¿Y qué se supone que tenemos que hacer? ¿Decirles a todos que dejen de divertirse?

Se dio cuenta del peligro de decirlo un poco demasiado tarde cuando Luna se puso de pie de un salto y, con las manos ahuecadas alrededor de la boca, gritó todo lo fuerte que pudo.

—¡Eh, todos vosotros, tenéis que parar! ¡Mi amigo se está muriendo y os exijo que dejéis de divertiros inmediatamente!

Un par de personas echaron un vistazo, pero nadie se detuvo. Kevin sospechaba que no se trataba de eso. Luna se quedó quieta durante varios segundos y, esta vez, fue él el que la abrazó, sujetándola mientras lloraba. Era rareza suficiente que el mismo significado de la sorpresa mantuviera allí a Kevin. Que Luna gritara a la gente, que se comportara de un modo que nunca se esperaría de ella, era normal. Que Luna se derrumbara no lo era.

—¿Estás mejor? —le dijo él después de un rato—.

Ella negó con la cabeza.

—La verdad es que no. ¿Y tú?

—Bueno, está bien saber que hay alguien que pararía el mundo por mí —dijo él—. ¿Sabes la peor parte?

Luna consiguió sonreír de nuevo.

—¿No saber escribir lo que te está matando?

Kevin no pudo hacer otra cosa que devolverle la sonrisa. Sin duda Luna sabía que él necesitaba que fuera la de siempre, la que le tomaba el pelo.

—Sí que sé, practiqué. Lo peor es que esto significa que nadie me cree cuando les digo que he visto cosas. Dicen que todo es solo por la enfermedad.

Luna inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Qué tipo de cosas?

Kevin le habló de los extraños paisajes que había visto, del fuego arrasándolos, de la sensación de cuenta atrás.

—Eso… —empezó Luna cuando él terminó. Pero parecía que no sabía cómo acabar.

—Ya sé, es una locura, estoy loco —dijo Kevin. Ni tan solo Luna le creía.

—No me has dejado acabar —dijo Luna, tomando aire—. Eso… mola mucho.

—¿Mola? —repitió Kevin. Esa no era la respuesta que esperaba, ni tan solo de ella—. Todos los demás piensan que estoy loco, o que se me está derritiendo el cerebro, o algo así.

—Todos los demás son imbéciles —declaró Luna, aunque, para ser justos, ese parecía ser una configuración suya por defecto para la vida. Según ella, todo el mundo era imbécil hasta que se demostrara lo contrario.

—O sea, ¿que me crees? —dijo Kevin. Incluso ni él estaba ya completamente seguro, después de todo lo que la gente le había dicho.

Luna lo cogió por los hombros, mirándolo directamente a los ojos. Si fuera otra chica, Kevin podría haber pensado que estaba a punto de darle un beso. Pero con Luna, no.

—Si tú me dices que estas visiones son reales, entonces son reales. Yo te creo. Y poder ver mundos extraterrestres está claro que mola.

Kevin abrió un poco más los ojos al oír eso.

—¿Por qué piensas que es un mundo extraterrestre?

Luna dio un paso atrás y encogió los hombros.

—¿Qué otra cosa va a ser?

Cuando se lo preguntó, Kevin tuvo la sensación de que estaba tan atónita con todo esto como lo estaba él. Solo que a ella se le daba mejor ocultarlo.

—Quizás … —supuso ella— …¿quizás todo esto ha cambiado tu cerebro, de manera que ahora tiene línea directa con un lugar extraterrestre?

Si Luna alguna vez conseguía algún superpoder, probablemente sería la habilidad de sacar grandes conclusiones rápidamente de un solo solo salto. A Kevin le gustaba eso de ella, especialmente cuando eso significaba que ella era la única persona que podría creerlo, pero aun así, daba la sensación de que era mucho, para decidirlo tan rápidamente.

—Sabes que suena a locura, ¿verdad? —dijo él.

—No es más locura que la idea que el mundo me va a arrebatar a mi amigo sin ninguna buena razón —replicó Luna, con los puños apretados de una manera que daba a entender que discutiría gustosamente sobre el tema. O tal vez los apretaba por el esfuerzo de no volver a llorar. Luna era propensa a enfadarse, o a hacer bromas, o a hacer locuras en lugar de estar molesta. Ahora mismo, Kevin no podía culparla.

Observó cómo bajaba de cualquier estado cercano al lloro en el que estuviera, quedándose poco a poco sin energía y forzando una sonrisa a cambio.

—O sea, una enfermedad terrible, visiones molonas de mundos extraterrestres… ¿hay algo más que no me hayas contado?

—Solo los números —dijo Kevin.

Luna lo miró evidentemente enojada.

—¿No pillas que aquí se suponía que no tenías que decir que sí?

—Quería contártelo todo —dijo Kevin, aunque imaginaba que ahora probablemente era un poco tarde—. Lo siento.

—Vale —dijo Luna. De nuevo, Kevin tuvo la sensación de que se estaba esforzando por procesarlo todo—. ¿Los números?

—También los veo —dijo Kevin. Los repetía de memoria—. 23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59

—Vale —dijo Luna. Frunció los labios—. Me pregunto qué querrán decir.

Parecía no ocurrírsele que no podrían no significar nada. A Kevin le encantaba eso de ella.

Sacó su teléfono.

—No puede ser para una matrícula y sería raro como contraseña. ¿Qué más?

Kevin no había pensado en ello, al menos no con la franqueza con la que Luna parecía estar poniendo en práctica con el problema.

—¿Tal vez como número de un artículo, un número de serie? —sugirió Kevin.

—Pero hay horas y minutos —dijo Luna. Parecía estar profundamente atrapada en el problema de lo que podría significar—. ¿Qué más?

—¿Tal vez una hora de entrega y una ubicación? —sugirió Kevin—. Esas segundas partes parecen ser coordenadas.

—No parece muy adecuado como referencia de un mapa —dijo Luna—. A lo mejor si lo busco en Google… oh, guay.

—¿Qué? —preguntó Kevin. Una mirada a la cara de Luna le dejó claro que habían dado en el clavo.

—Cuando escribes esa serie de números en un buscador, solo encuentras resultados sobre una cosa —dijo Luna. Hizo que sonara muy seguro. Giró su teléfono para mostrárselo, con las páginas colocadas en una clara fila—. El sistema estelar Trappist 1.

Kevin sentía que su emoción crecía. Aún más, notaba que crecía su esperanza. Esperanza de que esto realmente podría significar algo y que no era solo su enfermedad, a pesar de lo que dijeran. Esperanza de que realmente podría ser verdad.

—Pero ¿por qué iba a ver esos números? —preguntó él.

—¿Tal vez porque se cree que el sistema Trappist es uno de los que tienen la posibilidad de albergar vida? —dijo Luna—. Por lo que dice aquí, allí hay varios planetas en lo que se piensa que es una zona habitable.

Lo dijo como si fuera la cosa más evidente del mundo. La idea de que unos planetas podrían tener vida parecía demasiada coincidencia cuando Kevin, en efecto, había visto esa vida. O, por lo menos, había visto una vida extraña.

—Tienes que hablar de esto con alguien —declaró Luna—. Tú eres… algo así como la primera prueba de contacto extraterrestre. ¿Quiénes eran esa gente que buscaban extraterrestres, los científicos?

—¿SETI? —dijo Kevin.

—Esos son —dijo Luna—. ¿No tienen la base en San Francisco, o San José, o algo así?

Kevin no lo sabía, pero cuanto más pensaba en ello, más le tiraba la idea.

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