Federico Betti
Coma
La historia de Luigi Mazza
Traductor: María Acosta
Copyright © 2019 - Federico Betti
1
El silencio y la soledad reinaban en aquella habitación del hospital Maggiore di Bologna. Los únicos ruidos que se escuchaban eran los producidos por las máquinas que había allí y que los médicos controlaban a intervalos regulares durante el día.
Desde hacía cinco días el cuerpo de Luigi Mazza yacía inmóvil en estado de coma farmacológico, inducido por el equipo de expertos anestesistas después del grave accidente de tráfico que le había causado un traumatismo craneal curable, según la opinión de los médicos, sólo de aquella manera.
Cuando había llegado en la ambulancia a urgencias, transportado con toda rapidez con las sirenas sonando desde la autopista de circunvalación de la capital Emiliana, el hombre había sido diagnosticado rápidamente en estado crítico y le habían atribuido un código rojo; después de mucho esperar se llevaron a cabo todos los exámenes pertinentes y le habían dado un diagnóstico de pronóstico reservado.
Vivía solo: ni siquiera había tenido nunca la intención de casarse, por lo que el único pariente que le podía ayudar era su hermano, Mario, el cual, en cuanto recibió la noticia de los técnicos de urgencias había llegado enseguida a informarse sobre las condiciones de Luigi, consiguiendo, sin embargo, verlo sólo un momento mientras lo trasladaban en camilla a la habitación donde se encontraba ahora.
Sin darse cuenta de nada, a Luigi lo visitaba a diario el hermano que sólo podía limitarse a mirarlo desde detrás de un cristal. Se quedaba aproximadamente una hora al día, mirándolo fijamente con la vana esperanza de infundirle la fuerza para sanar, y a menudo se iba sin decir una palabra, ni siquiera a los médicos.
Cuando les preguntaba, el director del hospital le decía siempre que las condiciones del hombre eran estables y que se necesitarían por lo menos dos semanas antes de que pudiese salir del coma.
–Nos encargaremos nosotros, cuando se ponga bien –aseguraba.
Periódicamente los médicos examinaban a Luigi para tener controlada la situación, intentando notificar los progresos al hermano.
–Un enfermero me ha dicho que el coma ha sido… ¿inducido? ¿Quiere decir que vosotros habéis hecho posible que esté en coma? –preguntó Mario a un enfermero dos días después del accidente.
–Sí. Se decidió inducirle un coma farmacológico al paciente –respondió el joven.
–Farmacológico –repitió como el eco Mario.
–Exacto, farmacológico. ¿No sabe de qué se trata?
– ¡No, explíquemelo! –le dijo Mario.
–Cuando un paciente sufre lesiones graves, como puede ser el traumatismo craneal de su hermano, los médicos pueden decidir causar un coma farmacológico, usando para ello medicamentos. De esta manera toda la energía vital se dirige hacia el daño que hay que reparar –explicó el enfermero.
–Gracias por la explicación. ¿Podría hablar con quien se ha ocupado de esto, directamente, para que pueda tener una estimación del progreso?
–Debería hablar sólo con los anestesistas. Sólo ellos pueden inducir un coma farmacológico –respondió el hombre.
– ¿Y dónde los puedo encontrar?
–Puede hablar con el doctor Parri. Ahora, por desgracia, creo que está ocupado con una operación quirúrgica. Normalmente por la mañana está más libre.
–Entiendo. Entonces lo buscaré mañana. ¿Al mediodía lo encontraría?
–Sí, salvo algún imprevisto, hace el descanso para comer a las 13:30. Luego, a las 15 horas, comenzamos con las intervenciones, por lo que le aconsejo hablarle antes de la comida, de esta manera, seguramente, le podrá dedicar un poco de tiempo –acabó de decir el enfermero.
–Muchas gracias –dijo Mario Mazza justo antes de despedirse y salir del hospital.
Cuando llegó a la calle eran casi las cinco de la tarde y la oscuridad invernal sólo era interrumpida por las luces de las farolas.
Se fue a casa a reposar sabiendo que, después de unas pocas horas, tendría que estar de nuevo allí.
2
Estoy conduciendo, pero no sé hacia dónde. Ni siquiera sé dónde estoy. En un coche. Sostengo el volante y delante de mí no hay nada. No comprendo si está oscuro o hay luz. Yo, delante de un volante, que sostengo de manera firme. Nada más. ¿Dónde voy? No lo sé. ¿O no lo recuerdo? No escucho ningún ruido a mi alrededor, ni proveniente del exterior. Suponiendo que afuera haya algo. Suponiendo que el afuera exista. Parece como si estuviese en un lugar en que se ha creado de manera artificial el vacío. Después de todo, en el vacío no se propaga el sonido, y esto explicaría también el motivo porque el que no oigo ningún ruido a mi alrededor. ¿Estoy dentro de una caja cerrada herméticamente? Quizás no estoy en un coche, sino dentro de un simulador de conducir como en el parque de atracciones. Sí, quizás estoy en el parque de atracciones, pero no sé qué he venido a hacer. Yo, dentro del simulador. No estoy conduciendo un coche. ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo he llegado? En coche. Sí, probablemente he venido en coche.
No, ahora que lo pienso no puedo estar dentro de un simulador, oiría por lo menos un poco de ruido, de algún engranaje que se mueve, algún pistón que sube y baja.
Entonces eso significa que estoy en un coche. ¿Con el vacío alrededor? ¡Imposible! He debido ser introducido aquí de algún modo. Ni siquiera sé dónde me encuentro. No lo entiendo o no me acuerdo. ¿Dónde estoy? ¿Por qué? ¿Qué me ha traído hasta aquí? ¿Y a dónde voy? Siempre y cuando esté yendo a algún sitio. Afuera está la nada, ¿o quizás soy yo que no consigo ver? No veo qué hay más allá del volante que tengo entre mis manos. Quizás no es un simulador, pero hay, de todas formas, una tela negra delante de mí, que me esconde la vista del exterior. Estoy en el parque de atracciones, no dentro de un simulador de conducir, sino en un tiovivo en el que, aparentemente, conduces un coche u otro vehículo cualquiera, y parece que te mueves, mientras que, en realidad, estás delante de esta tela negra y esperas que suceda algo. ¿Pero el qué? Y sobre todo, ¿existen tiovivos de ese tipo? No lo sé, o por lo menos no recuerdo haberlos visto jamás.
Volvamos al principio. No sé dónde me encuentro. No tengo indicios que me puedan ayudar a comprender. Por lo menos entiendo que estoy solo y que no hay nadie más conmigo. Un momento... estoy solo, pero también es verdad que ni siquiera hay asientos para los pasajeros. Sólo estoy yo. Delante de mí el volante y la tela negra, suponiendo que sea una tela. No consigo ni siquiera comprender si hay un vidrio entre el volante y la tela.
¿Me estoy moviendo o estoy parado? Quizás sólo me muevo aparentemente. Quizás no estoy yendo a ningún sitio, estoy parado, sentado en cualquier puesto, con un volante, una tela negra y nada a mí alrededor.
No entiendo nada, o puede que tenga un buen lío en mi cabeza.
Si estoy en un coche, ¿hay cristales? Miro a la izquierda: una segunda tela negra. Miro a la derecha: una tercera tela negra. ¿Y detrás? Una tela negra.
Intento tocar con la mano la tela que está a mi izquierda, pero me doy cuenta de que no toco nada: mi mano no encuentra ninguna resistencia, es como si pasase a través de la tela, o quizás es la tela, que no existe. Tela o no tela, mi mano es engullida por el color negro y ahora sólo veo mi brazo. Entonces lo vuelvo a llevar para adentro, a mi lado, y encuentro mi mano, todavía allí, y no está perdida como parecía.
Ahora mantengo el volante con las dos manos. No consigo entender nada. Es más, cada vez mi cabeza está más confusa.
Ahora sé que estoy conduciendo algo, tengo un volante delante de mí, todo a mí alrededor es negro, pero no hay telas. Me doy cuenta de que en este vehículo, siempre que se trate de un vehículo, falta el cambio de marchas. El caos aumenta en mi cabeza.
No sé a dónde voy, pero probablemente a ningún sitio: permanezco aquí, parado, esperando que suceda algo.
3
Las condiciones de Luigi Mazza seguían siendo estables, mejorando poco a poco cada día, y los médicos eran optimistas.
–El cuerpo se curará por sí solo –era la respuesta que escuchaba el hermano cada vez que pedía información.
Al día siguiente de la entrevista con el enfermero Mario Mazza consiguió hablar con el anestesista que había inducido el coma farmacológico a su hermano.
– ¿Podría explicarme mejor de qué se trata? –preguntó.
–Sé ya que le han dicho, en líneas generales, lo que hemos hecho –dijo el doctor Parri. –Su hermano ha llegado aquí con un traumatismo craneal nada desdeñable. El equipo médico de urgencias, después de haber hecho las pruebas pertinentes, ha creído que la única manera de curar este trauma era el coma farmacológico. Hemos suministrado a su hermano unos sedantes para inducirle el estado comatoso, considerando que, de esta manera, su cuerpo podría concentrarse sólo sobre la parte lesionada, la que realmente necesita curarse. Estamos monitorizando todas las mejorías de su hermano, día a día, y le garantizo que son evidentes. Cuando veamos que el traumatismo craneal se ha curado completamente, entonces despertaremos a su hermano: terminará con la ingesta de los sedantes y probablemente le suministraremos algunas medicinas estimulantes para ayudar a su despertar.
–He comprendido –dijo Mario Mazza después de escuchar la explicación del médico – ¿Y qué probabilidades hay de que se cure completamente?
–Yo diría que al cien por cien –replicó de manera optimista el médico.
– ¿Y de qué se despierte del coma? –dijo Mario.
–Total. Personalmente no he observado nunca problemas para despertar después de un coma farmacológico inducido. Sabemos cuáles son las dosis que debe ingerir el paciente. No se preocupe por esto –concluyó el doctor.
–De acuerdo –murmuró Mario suspirando.
–Ahora tengo que ir a comer, me espera una tarde bastante dura.
–Muchas gracias, doctor.
–No se merecen –dijo el médico antes de despedirse e irse hacia su estudio.
Mario Mazza se había tranquilizado después de haber escuchado las palabras del doctor Parri: eran positivas, optimistas y esperanzadoras.
Todavía no había terminado el horario permitido para las visitas a los pacientes, por lo que decidió permanecer un poco más para ver a su hermano.
Mientras salía del hospital sintió el corazón más ligero: era optimista porque sabía que Luigi sanaría. Dos semanas, más o menos, haciendo lo que decían los médicos. Habían pasado casi seis días, así que no faltaba mucho.
Se fue a casa, con el frío que lo oprimía y un viento gélido que lo envolvía, preparó algo de comer y se quedó dormido delante del televisor mientras se transmitía una película de vaqueros en la televisión.
4
Estoy conduciendo, pero no sé hacia dónde. Y no sé dónde me encuentro. Me doy cuenta sólo de que no hay nadie conmigo. Estoy en un coche, por lo menos eso parece, pero no hay asientos para los pasajeros. Alrededor todo es oscuridad, de un negro uniforme. La oscuridad me produce inseguridad, porque no sé qué esperar. Mientras tanto estoy aquí, sentado ante el volante. Parece que estoy parado, como en uno de esos drive-in americanos donde miras una película mientras estás sentado en el coche, pero en este caso no parece que se proyecte ninguna película. Alrededor de mí sólo veo una oscuridad sombría y uniforme.
¿Dónde estoy? Nunca he estado en América, por lo tanto no estoy en un drive-in. ¿Y entonces dónde?
No lo entiendo. Con la mano izquierda toco lo negro, pero es algo inconsistente, como la oscuridad de la noche. Esto, sin embargo, es algo distinto, porque de noche hay algunas luces encendidas, pero no aquí, donde me encuentro ahora. ¿Y entonces, dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo? Vuelvo a poner la mano izquierda en el volante, la única cosa verdadera. Sé que hay un volante delante de mí, pero no sé nada más. Si tuviese la oportunidad de preguntar a alguien sería todo más fácil: pero no hay nadie conmigo, ni siquiera cerca. Estoy solo. Tarde o temprano sucederá algo, algo cambiará, eso espero, pero por ahora todo parece inmóvil. Parece que estoy en una habitación oscura, encerrado por algún motivo en espera de juicio: como si debiese esperar a que un juez emita su sentencia por algo que he cometido, pero estoy seguro que no he hecho nada ilegal; no he cometido ningún crimen, no he cometido un atraco, no he matado a nadie. Al menos por lo que yo sé, suponiendo que no haya sufrido de amnesia, algo que me haya hecho perder completamente la memoria, por lo que, realmente, me encuentro en una habitación oscura sin hacer nada hasta que llegue alguien, quizás un policía, para llevarme a mi destino.
No, no puede ser. Si realmente fuese así, ¿cómo se explicaría la presencia del volante?
No sé dónde me encuentro. Si alguien me pudiese ayudar a comprender....
Ahora me duele incluso la cabeza, un dolor que comienza en la parte izquierda de la cabeza y, poco a poco, se expande hasta el lado derecho.
No es un dolor muy fuerte pero es continuo, constante. Lo siento latir en la cabeza, se mueve de una parte a otra, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y, en algunos momentos, me duele por todas partes. No me estalla la cabeza, pero me duele. Quizás necesitaría un analgésico para calmar el dolor, o quizás debo esperar que se vaya solo, así como ha venido. Creo que la única opción que tengo sea la segunda, ya que no hay nadie aquí, nadie a quien preguntar dónde me encuentro ni porqué, nadie que pueda ayudarme de ninguna manera, ni dándome un simple analgésico para el dolor de cabeza, ni haciéndome comprender algo sobre lo que me está ocurriendo. Permanezco aquí, solo delante de un volante, en la oscuridad, a merced de los acontecimientos.
5
Las pruebas efectuadas el séptimo día mostraban una mejoría muy notable: Luigi Mazza estaba respondiendo bien a los tratamientos y la curación procedía a pasos agigantados.
Tenía treinta y cinco años y su cuerpo, todavía joven, conseguía subsanar, en cierto modo, el traumatismo craneal que le había causado el accidente de tráfico, en la carretera de circunvalación de la capital emiliana.
A pesar de que el hombre permanecía inmóvil en la misma posición, sin darse cuenta de los momentos en que, periódicamente, le suministraban los sedantes para mantener el estado de coma farmacológico, ni percatándose de las eventuales visitas, algo estaba cambiando a mejor dentro de él.
Los médicos estaban satisfechos y no dudaban en informar de ello al hermano del paciente.
–Muchas gracias por todo lo que estáis haciendo por él, de verdad. Si supiese quién ha sido el culpable de todo esto, juro que le cantaría las cuarenta. No se puede reducir a una persona a este estado, ¡entre la vida y la muerte! –repetía Mario Mazza mientras hablaba con el equipo médico.
–No morirá, eso seguro –le confirmó el director del hospital Maggiore, –está curándose, aunque necesitará tiempo.
No faltaba un día en el que Mario no fuese a visitar al hermano. Tenía sesenta años, veinticinco más, y se había quedado viudo cuando, diez años antes, su mujer había muerto prematuramente debido a una leucemia fulminante. De esta forma se habían encontrado solos los dos, uno por elección y el otro por imposición, y su relación se había hecho cada vez más fuerte.
Si bien no habían pensado jamás intentar vivir juntos, se veían habitualmente todos los días. Sólo en algunos casos de fuerza mayor podía ocurrir que una semana no se encontrasen durante siete días seguidos.