A menudo cenaban juntos y, cuando los dos estaban de acuerdo, se permitían una cena en un restaurante, optando entre las distintas posibilidades que ofrecía la ciudad de Bologna y su provincia.
Ambos eran apasionados de la cocina étnica, que alternaban con la tradicional y la pizza, a menudo para probar sabores y tradiciones distintas: desde el más popular restaurante chino al indio o al griego, pasando por los restaurantes menos frecuentados por las masas, como el restaurante africano o el persa, todas las ocasiones eran buenas para variar y probar manjares inusuales.
Estaban de acuerdo en muchas cosas, desde las más importantes hasta las más fútiles: incluso tenían gustos musicales parecidos. Tanto a Luigi como a su hermano les gustaban casi todos los géneros: uno no escuchaba nunca música house porque, por lo que decía, le producía sueño; el otro casi que detestaba la música comercial, diciendo que era insignificante. Decía que existía una música para cada situación y cada tipo de música creaba una emoción distinta dependiendo del género:
–La comercial no te deja nada dentro –afirmaba el hermano mayor.
Mientras pensaba en todas estas cosas y miraba a Luigi que estaba tumbado e inmóvil a Mario se le hizo un nudo en la garganta y contuvo con dificultad las lágrimas.
– ¡Ya ha terminado el horario de visita! –gritó un enfermero, despertándolo de sus pensamientos.
–Salgo enseguida –respondió Mario caminando hacia la salida.
Cuando llegó a la calle la oscuridad de la noche lo envolvió como un manto oscuro.
6
Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. A mi alrededor sólo hay oscuridad. Y no hay nadie que pueda ayudarme, nadie que pueda hacerme comprender algo de lo que está sucediendo, nadie que me suministre una pista. ¿Desde hace cuánto tiempo estoy aquí? He perdido la noción del tiempo.
A veces tengo la impresión de ser el protagonista de un fotograma, luego me doy cuenta de que consigo moverme de alguna manera. ¿Hay alguien? Intento preguntar sin obtener ninguna respuesta. Confirmo que estoy solo. Dentro de un automóvil, ¿o de otro vehículo? Todavía no lo he entendido. Sin otros pasajeros, sin otros asientos, sin palanca de cambios. Pero con el volante, que permanece siempre delante de mí.
¿Qué me está ocurriendo? No lo sé, pero creo no saber tantas cosas. Quizás me encuentro aquí por casualidad. Me vienen a la mente los experimentos con la máquina del tiempo, aunque siempre he pensado que fuese sólo fruto de la fantasía de alguien que quería crear unas historias para un libro o película, donde eres lanzado a un mundo y a una época lejana. ¿Cómo se llamaba aquella película? No me acuerdo, quizás me venga a la memoria dentro de un rato. Ahora, aunque me esfuerce, no consigo extraer nada de mi memoria. Tampoco consigo entender cómo me siento pero es una sensación extraña.
Aquí está, otra vez ha vuelto el dolor de cabeza, me laten las sienes, primero a la derecha, luego a la izquierda, es un dolor más fuerte que la otra vez. ¿Tenéis un analgésico, por favor?, es inútil porque sé que no responderá nadie. Yo, de todas formas, lo he intentado.
Ahora estoy pensando que quizás estoy siendo víctima de una cámara oculta: te llaman con una excusa, te plantan aquí en la oscuridad, en esta especie de coche, y te dejan solo esperando.
Es una broma de mal gusto, ¿lo sabéis?, digo dirigiéndome hacia la nada que tengo delante. Casi lo he gritado porque esta situación está comenzando a cansarme. ¿Desde hace cuánto tiempo que estoy aquí? ¡Adelante, salid de las sombras! ¡Sé que estáis escondidos en algún sitio!
No me responden, no me queda otra que esperar.
La espera es enervante, nunca he esperado tanto. Todavía no se ve a nadie. Parece que no se quieren mostrar. O tienen miedo, o son unos bastardos y me están gastando una broma que no me está gustando en absoluto.
En las cámaras ocultas tradicionales, si podemos llamarlas de esta manera, todo se resuelve en unas pocas horas, como máximo un día, pero, sinceramente, parece que estoy en este lugar desde hace más tiempo, o quizás soy yo el equivocado. En el fondo, creo que me ha sucedido algo que me ha apartado: de cualquier forma, es una broma pesada. No se hacen bromas de este tipo, ni siquiera al peor enemigo.
Tengo miedo de la oscuridad porque para mí significa incertidumbre. O mejor dicho, pérdida de la certidumbre.
Tengo miedo a la oscuridad y alguien está jugando justo con esto, aprovechando esta debilidad mía.
Me doy cuenta de que es un cobarde ya que no tiene la intención de darse a conocer. Sea quién sea ha comprendido que le cantaré las cuarenta, por lo que está muy atento a que no le vea la cara.
¿Hay alguien?, vuelvo a preguntar, rompiendo el silencio que reina aquí dentro. No hay todavía respuesta. ¿Tenéis un analgésico? Me duele la cabeza, pero aquí, evidentemente, no hay nadie que esté dispuesto a escucharme. ¿Dónde estáis? Dejaos ver.
No sale nadie, no viene nadie a verme.
Qué horrible situación, no me gusta en absoluto.
Si por lo menos notase algún movimiento podría intentar comprender quién es el culpable de todo esto: pero no veo a nadie.
Reflexionando, me doy cuenta que todo está igual desde que estoy aquí dentro. Yo, en el asiento, con un volante delante de mi y todo oscuro alrededor. Una oscuridad capaz de engullirme. Podría ser una bonita escena para una película de terror.
Ya me lo imagino. Y a lo mejor le darían una publicidad adecuada: “Señoras y señores, venid todos al reestreno de la nueva película de terror. Os pondrá la piel de gallina. ¿Sois acaso unos cobardes, verdad? Entrad, ¿a qué estáis esperando? En todas las salas. Venid, venid, venid...”
Y yo sería el protagonista. ¡Qué suerte! Me convertiré en famoso, pero, por favor, me gustaría que fuese de otra manera.
Estoy divagando un poco, quizás para intentar no pensar en lo que me está sucediendo, quizás para que se me ocurra alguna idea para entender cómo salir de esta situación. Y, para variar, no se me ocurre nada.
¿Hay alguien?, pregunto otra vez. ¡Necesito algo para que se me pase el dolor de cabeza!
Nada y nadie.
Es deprimente, como resultado.
Sólo me queda esperar, esperar a alguien, esperar que algo cambie.
7
Los días transcurrían todos iguales, uno tras otro, mientras los médicos transmitían seguridad al hermano de Luigi:
–Se nota la mejoría –le decían. –El paciente se comporta bien. Su cuerpo responde de manera adecuada al traumatismo sufrido.
Mario era feliz escuchando estas palabras, pero, de todas formas, no veía la hora de asistir al despertar del hermano, de poderlo abrazar de nuevo.
Quería verlo como lo recordaba antes del accidente de tráfico: siempre alegre, pimpante y, sobre todo, caminaba con sus propias piernas.
–Tendrá que hacer un poco de rehabilitación: al permanecer quieto durante días en la misma posición sus músculos habrán perdido fuerza. Durante un tiempo deberá hacer gimnasia para recuperarse plenamente –le explicó uno de los enfermeros.
–Hará todo lo que sea necesario para volver a ser el de antes –confirmó Mario Mazza –es un muchacho muy voluntarioso, por lo tanto no habrá problemas para que se comprometa en este sentido.
–Seguirá un programa muy preciso que lo llevará a una rehabilitación gradual pero completa.
–Perfecto, os doy las gracias por todo lo que estáis haciendo. Confiamos en vuestra experiencia.
–Si no le importa, ahora me voy a tomar un café –dijo el enfermero.
– ¡Por favor! Es más, le voy a hacer compañía, también yo necesito uno –replicó Mario.
Se fueron hasta la esquina destinada a las máquinas automáticas de bebidas y comida, puestas al fondo del pasillo.
Había una para las bebidas calientes, otra para los refrescos, una que distribuía aperitivos dulces y salados y una cuarta con bocadillos.
Mario metió las monedas y seleccionó un café exprés clásico mientras que el enfermero, usando una llave magnética suministrada para el personal del hospital, optó por un capuccino con chocolate.
–A veces me siento un poco goloso –dijo el hombre.
–Hace bien en permitirse un capricho de vez en cuando. Deberíamos hacerlo todos cada tanto.
Acabaron las bebidas y cada uno se fue por su lado.
–Ahora debo dejarle –dijo el enfermero –debo hacer unas cuantas cosas.
–Por favor, le dejo ir. Gracias por la compañía.
Mario Mazza se fue a la habitación de su hermano y se paró en el pasillo puesto que sabía que no podría entrar.
Estaba muy contento porque las condiciones de su hermano estaban mejorando cada día, le bastaba por el momento; una vez que estuviese completamente curado, tendría la posibilidad de estar junto a él y recuperar el tiempo perdido.
Todavía una semana y todo volvería a ser como antes. O casi.
Se quedó hasta el final del horario de visita, luego salió y se fue a casa: había pasado otro día.
8
Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Me encuentro aquí solo, en medio de la oscuridad homogénea de esta habitación, con un volante delante de mí, mi única certeza. Sólo veo eso: el volante.
No entiendo qué ha ocurrido con el resto del coche. Porque estoy dentro de un automóvil, ¿verdad?
¡Eh, chicos! Sé que estáis en algún lugar. ¿Estoy en un coche? ¿Alguien me lo puede confirmar?
No me responde nadie. ¿Dónde están todos?
Se esconden, esa es la verdad. No desean ser vistos. Me están gastando una broma, esto lo he comprendido. Una broma de mal gusto.
Acaricio la oscuridad con una mano pero sin sentir nada al tacto; no siento movimientos de aire, no siento calor, no siento frío...
Sigo sin comprender dónde me encuentro, sin embargo estoy convencido de que me han dejado solo. Quien me ha traído aquí, se ha largado, o se ha escondido por algún sitio en los alrededores.
Venga, dejaos ver. Se que estáis ahí.
Nada, no obtengo ninguna respuesta.
¿Qué lugar es este? ¿Un sótano? No parece que sea un pasillo. Más bien parece un local cerrado, una habitación. Por lo menos es mi impresión, es lo que puedo intuir por los elementos que tengo a disposición. Si tuviese un poco más de información, quizás podría tener una mayor seguridad sobre mi situación. No se ni siquiera si corro algún peligro, no sé qué puedo esperar de un futuro próximo. En definitiva continúo sin saber nada que pueda ser útil para comprender.
¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que he llegado aquí?
Me doy cuenta de que ninguna de las preguntas que he hecho hasta ahora ha obtenido respuesta: esto no me gusta, soy una persona que siempre ha basado sobre la certeza cada momento de su vida y perderla podría, a largo plazo, irritarme.
¿Es posible que no haya nadie a quien pedir ayuda? Una ayuda cualquiera...
Incluso me duele la cabeza, por lo que un analgésico no me vendría mal, pero no sé a quién pedirlo. ¿Hay alguien?, grito, pero por respuesta sólo obtengo el silencio.
¡Necesito algo que me quite este dolor de cabeza! Por favor, si hay alguien escondido ahí detrás, ¡estaría bien que saliese al descubierto!
No veo nada, el local parece vacío, aparte del auto en el que estoy.
Ya he visto esta escena en algún sitio: yo solo en este vehículo.
La oscuridad reina alrededor, ¿dónde están todos?
Existirá alguien más, aparte de mí, en este Mundo, ¿no?
¡Dios mío! En mi cabeza se está abriendo camino un pensamiento bastante preocupante, por lo menos para mí: ¿y si por casualidad me encontrase en otro Mundo? ¿Un Mundo paralelo a aquel donde habitualmente se encuentran los humanos? ¿He sido raptado por alienígenas?
Espero obtener alguna respuesta a todos estos interrogantes que están naciendo dentro de mí. Y espero conseguirlas enseguida, de lo contrario me arriesgo a enloquecer.
Si hay un alma buena en algún sitio que sepa algo con respecto a las pocas cosas que sé yo, le agradecería que se mostrase y me explicase un poco la situación.
No se ve a nadie. Nadie sale para dejarse ver, aquí todos son unos cobardes, gallinas, porque saben que se han equivocado y porque saben que les podría dar unos puñetazos por lo que me están haciendo. ¡Haceos ver, tened el valor de mostraros!
Nada ha cambiado. Nadie responde.
Sólo me queda esperar, pero espero que pronto alguien me explique qué está sucediendo aquí, porque dentro de poco perderé la paciencia, y cuando pierdo la paciencia.... ¡sálvese quien pueda!
9
De vez en cuando, volviendo a pensar en lo que había pasado junto a su hermano menor y viendo sus condiciones actuales de salud, a Mario Mazza le entraban ganas de llorar.
Lo había cuidado cuando era un niño y siempre estuvo a su lado en los años siguientes; habían pasado juntos muchos momentos felices.
Sus personalidades eran parecidas, otro motivo para estar de acuerdo, y se sentían realmente bien cuando estaban juntos.
Le vino a la mente la imagen de Luigi sonriente, bromista, y se acordó sólo de pocos momentos de tristeza, ya que su hermano, como él, era optimista y positivo por naturaleza.
A pesar de la discreta diferencia de edad y la pertenencia, de hecho, a dos generaciones sucesivas distintas, Luigi y Mario hacían una buena pareja: se complementaban y entre ellos había un entendimiento indescriptible.
Eran como uña y carne: uno se consideraba la mitad perfecta del otro, al menos desde cierto punto de vista, y esta situación se había reforzado cada vez más con el pasar de los años, sobre todo después de que Mario quedase viudo.
Luigi se sentía en deuda con él por todo lo que el hermano mayor había hecho por él:
–Ciertas cosas no se olvidan –le había dicho el día en que había muerto su mujer –siempre estaré a tu lado, cada vez más.
Y Luigi había mantenido su promesa.
No pasaba un día sin que se viesen o, en el peor de los casos, no hablasen por teléfono; conocían sus recíprocas obligaciones, cuando tenían necesidad, se consultaban y se daban consejos.
Ahora ya, desde hacía años, ambos estaban solteros y, aunque habían decidido de común acuerdo vivir en pisos distintos, se sentían de todas formas juntos, uno al lado de otro.
A veces tenían la impresión de que, con el paso del tiempo, se había creado entre ellos una especie de telepatía, y que se había desarrollado poco a poco. Se entendían enseguida, era como si se transmitiesen sus pensamientos con una mirada y a menudo no tenían ni necesidad de hablar para decidir ciertas cosas.
No habría pensado jamás que todo esto pudiese romperse en unos pocos segundos, pensó Mario mientras se encontraba delante del cuerpo de su hermano, extendido inmóvil en estado de coma.
Las condiciones de Luigi seguían mejorando día a día y esto al menos era una buena noticia, pero verlo siempre allí, en la misma posición, le hacía sentirse incómodo: le creaba un nudo en la garganta que difícilmente se desharía antes de que despertase.
Todos los días discurrían de la misma manera desde el accidente: todos eran iguales como fotocopias.
E incluso aquel día llegó la noche sin que Mario Mazza se diese cuenta, tan absorto estaba en sus pensamientos. Cuando fue despertado por la voz de un empleado que lo invitaba a dejar el hospital porque había terminado el horario de visita a los pacientes, el hombre se encaminó hacia la salida, bajó las escaleras y, con el abrigo bien cerrado, se preparó a afrontar la intemperie: afuera había comenzado a nevar.
10
Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy aquí solo, ya desde hace unos días, con una migraña que me late en las sienes con una intensidad variable y nadie que me pueda ayudar a superarla. De vez en cuando me siento como atontado, aturdido por el dolor. Intento no pensar en ello, pero esto no sirve de nada porque, de todas formas, el dolor de cabeza permanece.