—El cuerpo fue descubierto ante su escritorio, en esta misma silla —dijo Bannerman. Hizo un gesto dirigido a una silla de escritorio muy sencilla. El tipo de sencilla que suele ostentar una etiqueta con un precio exorbitante. El solo verla hizo que Kate sintiera la comodidad en su espalda.
—La víctima era Karen Hopkins, lugareña durante la mayor parte de su vida, creo. Estaba trabajando cuando la asesinaron. El correo-e que nunca terminó estaba todavía en la pantalla cuando su marido descubrió el cuerpo.
—Los reportes dicen que no había señales de que hayan forzado la entrada, ¿es eso correcto? —preguntó DeMarco.
—Es correcto. De hecho, el marido nos dijo que todas las puertas estaban cerradas cuando él llegó a casa.
—Así que el asesino cerró antes de marcharse —dijo Kate—. No es inusual. Sería una forma infalible de despistar a los investigadores. Con todo… tuvo que entrar de alguna manera.
—La Sra. Hopkins es la segunda víctima. Hace cinco días, hubo otra. Una mujer como de la misma edad, asesinada en su casa mientras su marido estaba en el trabajo. Marjorie Hix.
—Usted dijo que Karen Hopkins estaba trabajando cuando fue asesinada —dijo Kate—. ¿Sabe qué era lo que hacía?
—De acuerdo a su esposo, no era en realidad un trabajo. Era solo una actividad complementaria para ganar algo extra de dinero y acelerar el retiro. Mercadeo en línea o algo así.
Kate y DeMarco se tomaron un momento para examinar la oficina. DeMarco revisó la papelera junto al escritorio y los folios de papel en la pequeña bandeja en el borde del mismo. Kate recorrió el piso buscando posibles fragmentos, hasta quedar parada una vez más junto al florero de falsas ramas de algodón. Casi instintivamente, estiró la mano y tocó la suave cabeza de uno de los tallos. Justo como imaginó, era falso pero su suavidad era casi calmante. Notó que varios de los tallos estaban rotos antes de volver su atención al escritorio.
Bannerman mantuvo una respetuosa distancia, paseándose entre el límite de la sala de estar y la ventana, mirando hacia el jardín que se hallaba fuera de la oficina.
Karen notó de inmediato que el escritorio miraba hacia la pared. No era demasiado inusual; tenía entendido que para la gente con problemas de atención era una excelente forma de mejorar su concentración. También sabía que ello significaba que probablemente nunca supo lo que venía hasta que sucedió.
Sus sospechas se volvieron automáticamente hacia el marido. Quienquiera que la mató había entrado a la casa silenciosamente y hecho muy poco ruido.
Eso, o ya estaba aquí y ella no sospechaba nada.
De nuevo, todos los indicios apuntaban al marido. Pero era una calle ciega: basándose en todo lo que sabían, el marido tenía una sólida coartada. Ella podía verificarla pero la historia le decía que no solía haber fisuras en las coartadas laborales.
Antes de enunciar tal cosa a DeMarco o Bannerman, puso un pie en la sala de estar. Para pasar a la oficina, uno tenía que pasar por la sala de estar. El piso estaba cubierto con una muy hermosa alfombra oriental. El sofá parecía que raramente era usado y el piano lucía como una antigüedad —de la clase que nunca era tocado pero que era agradable de ver.
En las paredes había un surtido de libros, muchos de los cuales le parecieron que nunca habían sido abiertos… solo eran libros de mesa de café que se veían bonitos en los estantes. Casi al final del estante más alejado vio libros que lucían en cambio gastados y usados: algunos clásicos, unas pocas novelas de suspenso en tapa blanda, y varios libros de cocina.
Buscó algo extraño o fuera de lugar pero no encontró nada. DeMarco entró también a la sala de estar. Frunció el ceño y se encogió de hombros.
—¿Ideas? —preguntó Kate.
—Creo que necesitamos hablar con el marido. Incluso con tan sólida coartada, quizás pueda desvelar algún pequeño dato.
Bannerman estaba parado en la entrada de la sala de estar, con los brazos cruzados mientras las miraba. —Lo hemos interrogado, por supuesto. Su coartada es a prueba de balas. Al menos nueve personas en su trabajo lo vieron y hablaron con él mientras su esposa era asesinada. Pero también declaró que estaba dispuesto a contestar cualquier pregunta que tengamos.
—¿Dónde se está quedando? —preguntó Kate.
—En casa de su hermana, como a cinco kilómetros de aquí.
—Sheriff, ¿tiene un archivo de la primera víctima?
—Lo tengo. Puedo hacer que alguien le envíe por correo-e una copia si gusta.
—Eso sería grandioso.
Bannerman tenía tanta edad como experiencia. Sabía que las agentes habían terminado su escrutinio de la residencia Hopkins. Sin que se lo dijeran, se giró para encaminarse a la puerta principal con Kate y DeMarco detrás de él.
Al caminar hasta sus autos, agradeciendo a Bannerman por reunirse con ellas, el sol finalmente había alcanzado su sitio de permanencia en el cielo. Eran poco más de las ocho de la mañana y Kate sentía que el caso ya estaba casi en movimiento.
Esperaba que fuese un buen presagio.
Por supuesto, cuando se subieron al auto y notó que unas nubes grises venían flotando, intentó ignorarlas.
CAPÍTULO TRES
Bannerman había llamado para avisarle al marido que el FBI venía a hablar con él. Cuando Kate y DeMarco llegaron a la casa de su hermana diez minutos después, Gerald Hopkins estaba sentado en el porche con una taza de café. Al subir los escalones, Kate vio que el hombre estaba agotado. Sabía cómo se veía la pena, y nadie se veía bien con ella. Pero cuando la fatiga formaba parte de la ecuación, era mucho peor.
—Gracias por aceptar hablar con nosotras, Sr. Hopkins —dijo Kate.
—Por supuesto. Cualquier cosa que pueda hacer para encontrar al que hizo esto.
Su voz sonaba ronca y débil. Kate imaginó que había pasado buena parte de los últimos dos días llorando, sollozando, y quizás incluso gritando. Y durmiendo muy poco entretanto. Contemplaba su taza de café, sus ojos pardos parecían a punto de cerrarse en cualquier instante. Kate pensó que de no haber estado envuelto en tan horrendo pesar, Gerald Hopkins sería probablemente un hombre apuesto.
—¿Está su hermana? —preguntó DeMarco.
—Sí. Está adentro, encargándose de los… arreglos —hizo una pausa, inhaló con fuerza para luchar con lo que Kate supuso eran unas ganas de llorar, y luego tembló un poco. Sorbió un poco de café y prosiguió—. Ella ha sido increíble. Manejando todo, enfrentando las cosas por mí. Manteniendo alejados a los entremetidos de esta ciudad.
—Sabemos que la policía ya lo ha interrogado, así que seremos breves —dijo Kate—. Si puede, me gustaría que describiera la última semana que pasó con Karen. ¿Podría hacerlo?
Se encogió de hombros. —Supongo que fue como cualquier otra semana. Me iba al trabajo, ella se quedaba. Yo venía a casa, hacíamos todo lo básico de una pareja casada. Habíamos caído en un programa… algo aburrido. Algunas parejas lo llamarían rutina.
—¿Pasaba algo malo? —preguntó Kate.
—No. Nosotros solo… No sé. En los últimos años, desde que los chicos se fueron, de alguna manera dejamos de intentarlo. Todavía nos amábamos pero todo era muy simple. Aburrido, ¿entiende? —suspiró y se estremeció una vez más— Oh, Dios, los chicos. Todos ya vienen para acá. Henry, el mayor, debería estar aquí en la próxima hora. Y luego yo tengo… tengo que atravesar por esto...
Bajó la cabeza y dejó escapar un gemido desesperado que acentuó unos sollozos entrecortados. Kate y DeMarco se apartaron, para darle espacio. Le tomó dos minutos calmarse. Cuando lo hizo, enjugó sus ojos y las miró como si se excusara.
—Tome su tiempo —dijo Kate.
—No, está bien. Es solo que desearía haber sido un mejor esposo hacia el final, ya sabe. Yo siempre estuve cerca, pero nunca estuve realmente allí. Creo que ella se estaba sintiendo sola. De hecho, sé que así era. Es solo que yo no quería invertir un mayor esfuerzo. ¿No ha sido miserable de mi parte?
—¿Sabe de alguien con quien ella pudo haberse reunido en los últimos días? —preguntó Kate— ¿Alguna reunión, cita, o algo parecido?
—Ni idea. Karen se encargaba de la casa. Ni siquiera sé que pasaba en mi propia casa… en mi propiavida la mitad del tiempo. Ella lo hacía todo. Hacía la contabilidad, fijaba las citas y la agenda, planeaba las cenas, cuidaba su condenado jardín, estaba pendiente de los cumpleaños y las reuniones familiares. Yo era bastante inútil.
—¿Nos permitiría tener acceso a la agenda de ella? —preguntó DeMarco.
—Lo que necesiten. Cualquier cosa. Bannerman y sus hombres ya tienen acceso a nuestra agenda conjunta. Hacíamos todo en nuestros teléfonos. Él puede indicarles.
—Gracias. Sr. Hopkins, le dejamos por ahora, pero por favor... si piensa en algo de interés, ¿podría por favor contactar con nosotras o con el Sheriff Bannerman?
Asintió, pero era evidente que estaba a punto de sollozar de nuevo.
Kate y DeMarco se marcharon, dirigiéndose de regreso a su auto. No había sido una reunión muy productiva, pero convenció a Kate de que no había forma de que Gerald DeMarco hubiera asesinado a su esposa. Uno no puede simular un dolor como ese. Había visto muchos hombres en el curso de su carrera y siempre había reconocido cuando era auténtico. Gerald Hopkins tenía un gran pesar y ella lo compadecía profundamente.
—¿Próxima parada? —preguntó DeMarco mientras se ponía detrás del volante.
—Me gustaría regresar a la casa de los Hopkins… quizás hablar con los vecinos. Él mencionó ese jardín, justo fuera de la oficina. Había una casa vecina que podía verse desde esa ventana. Es una pequeña posibilidad, pero quizás valga la pena probar.
DeMarco asintió y salió de la via de acceso. Se dirigieron de regreso a la residencia Hopkins cuando la primera de esas nubes que anunciaban tormenta se colocaba delante del sol.
***
Comenzaron con el vecino que estaba a la derecha de la residencia de los Hopkins. Tocaron la puerta principal sin obtener respuesta. Tras aguardar treinta segundos, Kate tocó de nuevo con el mismo resultado.
—¿Sabes? —dijo Kate— Después de trabajar durante tanto tiempo en vecindarios como este, casi esperas que al menos un miembro de la pareja esté en casa.
Tocó una vez más y como nadie respondió, se dieron por vencidas. Se marcharon, cruzando el patio de los Hopkins para probar suerte con el otro vecino. Al hacerlo, Kate miró hacia el césped entre las dos casas. Apenas podía ver el borde de la casa que era visible desde la ventana de la oficina de Karen Hopkins. Miraba la parte trasera de esa casa, cuyo frente estaría situado en la calle que cortaba aquella donde vivían los Hopkins.
Al dirigirse a la casa de la izquierda, Kate notó las primeras gotas de lluvia provenientes de las nubes tormentosas. Comenzaron a subir los escalones en el momento en el que su celular vibró en el bolsillo. Lo sacó y revisó la pantalla. Era Melissa. Un pequeño remordimiento atenazó su corazón. Estaba segura de que su hija estaba llamando para quejarse del hecho de que anoche hubiera dejado a Michelle con Alan. Y ahora, habiendo pasado el momento cuando tomó la decisión, Kate sentía que Melissa tenía todo el derecho a estar molesta.
Pero lo que sí era cierto es que no era una conversación para la que ahora estuviera lista, mientras subían los escalones de la casa del vecino. DeMarco tocó esta vez. A la puerta acudió de inmediato una mujer de aspecto juvenil, cargando a un niño que tendría dieciséis o dieciocho meses de edad.
—¿Sí? —dijo la joven.
—Hola. Somos las Agentes Wise y DeMarco del FBI. Estamos investigando el asesinato de Karen Hopkins y esperábamos obtener algo de información de los vecinos.
—Bueno, no soy exactamente una vecina —dijo la joven—. Pero igual podría serlo. Soy Lily Harbor, niñera al servicio de Barry y Jan Devos.
—¿Conocía bien a los Hopkins? —preguntó DeMarco.
—En realidad, no. Nos tratábamos por el nombre de pila, pero hablaba con ellos una o dos veces a la semana. E incluso entonces, era solo un saludo de pasada.
—¿Percibió que clase de personas son?
—Decentes por lo que pude ver —hizo una pausa cuando el niño empezó a halarle el pelo. Comenzaba a ponerse un poco inquieto—. Pero repito, no los conocía a fondo.
—¿Los Devos les conocían bien?
—Eso supongo. Barry y Gerald se prestaban cosas de vez en cuando. Combustible para las cortadoras de césped, carbón para la barbacoa, cosas así. Pero no creo que realmente se juntaran. Eran educados entre sí, pero no eran realmente amigos, ¿entiende?
—¿Sabe de alguien en la zona que los conociera bien? —preguntó Kate.
—En realidad, no. La gente por aquí es bastante reservada. Este no es un vecindario de mucho festejo, ¿entiende? Pero... me siento mal al decir esto… si quieren saber algo acerca de prácticamente cualquiera de la comunidad, podrían acercarse a la Sra. Patterson.
—¿Y quién es ella?
—Vive en la siguiente calle de atrás. Podemos ver su casa desde el patio de los Devos. Estoy bastante segura de que puede verse desde el porche trasero de los Hopkins.
—¿Cuál es la dirección?
—No estoy segura. Pero es facil de encontrar. Tiene en el porche unas esculturas de gatos que meten miedo de solo verlas.
—¿Cree que sería de ayuda? —preguntó DeMarco.
—Creo que sería su mejor apuesta, sí. No sé que tan veraz sea la información que tenga, pero nunca se sabe...
—Gracias por su tiempo —dijo Kate. Le brindó una sonrisa al pequeño, que le hizo extrañar a Michelle. También le recordó que muy probablemente tenía en su teléfono un agrio correo de voz de su hija.
Kate y DeMarco regresaron al auto. Para cuando se subieron y empezaron a rodar, la lluvia había comenzado a caer con un poco más de fuerza.
—Parece que esta casa de la Sra. Patterson, visible desde el patio de los Devos, bien pudiera ser la que vi por la ventana de la oficina de Karen Hopkins —dijo Kate—. Todos esos patios traseros conectados con solo unas cercas para dividirlos… eso podría ser un paraíso para una vieja entrometida.
—Bueno —dijo DeMarco—, veamos que sabe la Sra. Patterson.
***
Kate no pudo dejar de notar cómo se abrieron los ojos de la Sra. Patterson cuando se dio cuenta que dos agentes del FBI estaban paradas en su porche. No había una expresión de temor en su rostro; antes bien, era una de excitación. Kate imaginó que la vieja ya estaría planeando cómo le relataría la historia a todas sus amigas.
—Escuché todo lo que le sucedió a Karen, así es —dijo la Sra. Patterson como si fuera hubiera ganado un distintivo con ello—. La pobre… era tan encantadora y amable.
—¿La conocía, entonces? —preguntó Kate.
—Un poco, sí —dijo la Sra. Patterson—. Pero, por favor… pasen, pasen.
Condujo a Kate y DeMarco al interior de su casa. Antes de entrar, Kate miró los objetos que le habían servido de pista para deducir que esta era la casa correcta. Había ocho diferentes estatuas de gatos, ornamentos que parecían producto de un extraño cambalache o de una venta de garaje. Algunas se veían inquietantes, como Lily Harbor había expresado.
La Sra. Patterson las condujo a su sala de recibo. El televisor estaba encendido, sintonizado en Buenos Días América con el volumen más bien bajo, lo que hizo asumir a Kate que la Sra. Patterson era una viuda que no lograba acostumbrarse a estar sola. Había leído en alguna parte que los mayores tendían siempre a tener la televisión o el estéreo encendido luego de perder a su cónyuge, solo porque así la casa parecía tener vida todo el tiempo.
Al tomar asiento en una butaca, Kate miró hacia afuera por la ventana de la sala que estaba situada en el lado este de la casa. Vio la calle e hizo su mejor esfuerzo por imaginar la disposición del patio y la calle. Estaba bastante segura de que estaban de hecho en la casa que había atisbado desde la ventana del despacho de Karen Hopkins.