Una parte de ella deseaba que Sebastián y ella pudieran hacer lo mismo; al fin y al cabo, esta era su noche de bodas. Por desgracia, mientras que el nuevo encargado del ejército podía evitar la atención de la gente por un rato, Sofía imaginaba que se darían cuenta si su reina y su rey se iban pronto de la fiesta. Lo mejor era disfrutar del momento mientras duraba y aceptar que todas esas personas habían venido porque querían desearles a Sebastián y a ella lo mejor.
Sofía volvió a levantarse y se dirigió hacia una de las mesas en las que la comida estaba dispuesta en grandes bandejas que podrían haber dado de comer a cientos de personas más. Empezó a picar perdiz y jabalí asado, los dátiles azucarados y otras delicias que nunca podría haber imaginado cuando era una niña en la Casa de los Abandonados.
—¿Sabes que podrías hacer que un sirviente te trajera comida? —dijo Sebastián, aunque lo hizo con una sonrisa que a Sofía le daba a entender que él ya sabía cuál sería la respuesta.
—Todavía se me hace extraño ordenar a la gente que haga cosas por mí que puedo hacer yo sola —dijo.
—Como reina, yo diría que deberías acostumbrarte a ello —dijo Sebastián—, aunque creo que seguramente es bueno que no sea así. Tal vez el reino entero sería mejor si la gente recordara qué se siente cuando no eres el que da las órdenes.
—Tal vez —le dio la razón Sofía. Ahora estaba viendo que la gente los observaba y una mirada rápida a los pensamientos de aquellos que tenía alrededor le dio a entender que estaban esperando a que ella hablara. No lo tenía planeado, pero aun así, sabía que no podía decepcionarles.
—Amigos míos —dijo, cogiendo una copa de zumo de manzana fresco—. Gracias a todos por venir a esta celebración. Es maravilloso ver a tanta gente a la que Sebastián y yo conocemos y amamos y a muchos otros que espero que tendremos la oportunidad de conocer en los días venideros. Este día no hubiera sido posible sin todos vosotros. Sin amigos y sin ayuda, seguramente nos hubieran matado a Sebastián y a mí hace muchas semanas. No nos tendríamos el uno al otro, ni tampoco a este reino. No tendríamos la posibilidad de mejorar las cosas. Para todos vosotros.
Alzó la copa para brindar, cosa que los otros que estaban allí pronto secundaron. En un impulso, se dio la vuelta y besó a Sebastián. Eso provocó unos vítores que resonaron por los jardines y Sofía decidió que ellos no tendrían que marchar a escondidas como Catalina y Will; si anunciaban que se iban, seguramente la gente los llevaría de vuelta hasta sus aposentos. Tal vez deberían intentarlo. Tal vez…
Notó los primeros espasmos en lo profundo de su ser, sus músculos se contraían con tanta fuerza que casi hacían que Sofía se doblara. Ella soltó un profundo gemido de dolor que la dejó con dificultades para respirar.
—¿Sofía? —dijo Sebastián—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Sofía no podía contestar. Apenas podía mantenerse de pie cuando una nueva contracción de sus músculos le golpeó tan fuerte que ella gritó. A su alrededor, la multitud murmuraba, algunos parecían evidentemente preocupados cuando la música paró de golpe.
—¿Es veneno?
—¿Está enferma?
—No seas estúpido, es evidente que…
Sofía notó la humedad corriendo por sus piernas cuando rompió aguas. Después de tanto tiempo esperando, ahora parecía que todo iba a suceder demasiado rápido.
—Creo… creo que viene el bebé —dijo ella.
CAPÍTULO CINCO
Endi, Duque de Ishjemme, escuchaba el rechinar de las grandes estatuas mientras sus hombres las arrastraban hasta la orilla. Odiaba el ruido, pero le encantaba lo que esto representaba. Libertad para Ishjemme. Libertad para su pueblo. El día de hoy sería un símbolo y una señal que la gente no olvidaría.
—Hace años que deberíamos haber destrozado las estatuas de los Danse —le dijo a su hermano.
Oli asintió.
—Si tú lo dices, Endi.
Endi percibió el tono de duda. Le dio golpecitos en el hombro a su hermano y notó que este se encogía—. ¿No estás de acuerdo, hermano? Venga, a mí me puedes decir la verdad. No soy ningún monstruo que solo quiere a la gente diciendo que sí.
—Bueno… —empezó Oli.
—En serio, Oli —dijo Endi—. No deberías tenerme miedo. Tú eres mi familia.
—Solo es que estas estatuas son parte de nuestra historia —dijo Oli.
Ahora Endi lo comprendía. Debería haber imaginado que su estudioso hermano odiaría destrozar cualquier cosa conectada con el pasado, pero era eso, pasado, y Endi se encargaba de procurar que se quedara así.
—Controlaron nuestra patria durante demasiado tiempo —dijo Endi—. Mientras tengamos recordatorios de ellos colocados a lo largo de los fiordos junto a nuestros verdaderos héroes, esto será una afirmación de que pueden dar marcha atrás siempre que quieran gobernarnos. ¿Comprendes, Oli?
Oli asintió.
—Comprendo.
—Bien —dijo Endi e hizo una señal a sus hombres para que empezaran su trabajo con hachas y martillos, haciendo añicos las estatuas, reduciéndolas a escombros que no servirían más que para construir con ellos. Disfrutaba al ver cómo destrozaban las imágenes de Lord Alfredo y Lady Cristina. Era un recordatorio de que Ishjemme ya no estaba en deuda con ellos o con sus hijos.
—Las cosas cambiarán, Oli —dijo Endi— y cambiarán para mejor. Habrá casas para todos los que las necesiten, seguridad para el reino, un comercio mejor… ¿Cómo están las cosas con el proyecto de mi canal?
Era un plan atrevido intentar conectar los fiordos de Ishjemme, dada la cantidad de montañas que había en el interior de la península, pero si salía bien, Ishjemme podría llegar a ser tan rico como cualquiera de los estados mercantiles. Esto también significaba que su hermano tenía algo útil que hacer, hacer un seguimiento de su proceso y asegurarse de que hubiera buenos mapas que usar.
—Es difícil avanzar —dijo Oli—. Se necesitan muchos hombres para atravesar las montañas y construir esclusas para los barcos.
—Y mucho tiempo —dijo Endi—, pero lo conseguiremos. Así debe ser.
Demostraría al mundo lo que Ishjemme puede ser. Demostraría a su familia lo mucho que la tradición había sido un lastre para ellos. Con un proyecto como este a su nombre, seguramente todos sus hermanos y hermanas reconocerían que él siempre debería de haber sido el heredero de su padre.
—Ya hemos tenido que desviar varias secciones —dijo Oli—. Por el camino hay varias granjas y la gente se muestra reacia a dejar sus casas.
—¿Les has ofrecido dinero? —preguntó Endi.
Oli asintió.
—Tal y como tu dijiste y algunos se fueron, pero hay gente que ha vivido allí durante generaciones.
—El progreso es necesario —dijo Endi, mientras el chasquido de los martillos continuaba—. Pero no te preocupes, pronto se resolverá el problema.
Dieron una vuelta por allí, donde había más hombres trabajando en los barcos. Endi insistía en conocer todos los barcos que ahora llegaban al puerto. Había pasado el tiempo suficiente tratando con espías y asesinos para saber lo fácilmente que podían colarse. Observaba el progreso de los hombres mientras estos trabajaban para recolocar algunas de las embarcaciones que todavía estaban atoradas en el agua. Tenían que defender Ishjemme.
—Endi, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo Oli.
—Claro que puedes, hermano —dijo Endi—. Aunque el listo eres tú. Supongo que no existen muchas cosas que puedas preguntarme que no hayas leído en uno de tus libros.
En realidad, Endi sospechaba que había un montón de cosas que él sabía y su hermano no, sobre todo acerca de los secretos que guardaba la gente o las cosas que hacía la gente para conspirar contra otros. Ese era su mundo.
—Se trata de Rika —dijo Oli.
—Ah —respondió Endi, ladeando la cabeza.
—¿Cuándo la dejarás salir de sus aposentos, Endi? —preguntó Oli—. Lleva semanas allí encerrada.
Endi asintió con tristeza. Su hermana pequeña estaba demostrando ser inesperadamente intransigente.
—¿Y qué quieres que haga? No puedo dejarla ir mientras esté así de rebelde. Lo mejor que puedo hacer es procurar que esté cómoda con la mejor comida y con su arpa. Si la gente ve su discrepancia a cada paso, esto nos hace parecer débiles, Oli.
—Aun así —dijo Oli—, ¿no ha sido suficiente?
—No es lo mismo que mandarla sin cenar a la cama porque ha robado una de las muñecas de Frig —dijo Endi, sonriendo al pensar en Frig jugando con muñecas en lugar de espadas—. No puedo dejarla salir hasta que haya demostrado que se puede confiar en ella. Hasta que me jure lealtad, se queda allí.
—Eso puede ser mucho tiempo —dijo Oli.
—Lo sé —respondió Endi, con un triste suspiro. No le gustaba encerrar a su hermana de esa manera, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Un soldado se acercó e hizo una reverencia.
—Hemos traído los soldados que usted ordenó, mi señor.
—Bien —dijo Endi. Miró hacia su hermano—. Parece que vamos a tener una solución para el problema del canal. Vamos, Oli.
Los dirigió hacia el lugar donde habían destrozado las estatuas, los escombros estaban en el suelo en fragmentos. Allí había unos cuantos hombres y mujeres, con las manos atadas.
—Me han dicho que vosotros sois los que tenéis granjas en la ruta de nuestro nuevo canal —dijo Endi—. Y que os negasteis a vender vuestras propiedades a pesar de que yo intenté ser generoso.
—¡Son nuestras granjas! —opinó un hombre.
—Y se trata de la prosperidad de todo Ishjemme —replicó Endi—. Todas las familias se beneficiarán, incluidas las vuestras. Quiero ofreceros de nuevo el dinero. ¿No veis que no tenéis elección?
—Un hombre siempre es libre de escoger su camino en Ishjemme —replicó otro de los granjeros.
—Sí, pero ese camino tiene consecuencias —dijo Endi—. Os daré una última oportunidad. Como vuestro duque, os ordeno que abandonéis vuestras reclamaciones.
—¡Es nuestra tierra! —gritó el primer hombre.
Endi suspiró.
—Solo recordad que os dejé elegir. Negarse a acatar las órdenes de vuestro duque es traición. Hombres, ejecutad a los traidores.
Sus hombres avanzaron, con las mismas hachas y martillos que habían usado para destrozar las estatuas en las manos. Destrozaban la carne con la misma facilidad. Puede que las estatuas no chillen, ni supliquen, ni hagan ruidos húmedos como borboteos, pero el chasquido de un hueso se acercaba mucho al chasquido de una piedra. Endi buscó con la mirada a su hermano y no le sorprendió ver su cara pálida. Su hermano no era tan fuerte como lo era él.
—Ya sé que es duro, Oli —dijo, mientras se oían más gritos de fondo—, pero debemos hacer lo que sea necesario si queremos hacer que Ishjemme sea fuerte. Si yo no hago las cosas crueles que deben hacerse, vendrán otros y harán cosas peores.
—Como… como tú digas, hermano.
Endi cogió a su hermano por los hombros.
—Por lo menos esto significa que ahora el camino está despejado para los proyectos de construcción. Tengo razón al pensar que las tierras de un traidor son una prenda, ¿verdad?
—Yo… yo pienso que hay precedentes —dijo Oli. Endi podía oír el temblor en su voz.
—Encuéntramelos —dijo Endi.
—¿Qué sucede con las familias de estas personas? —dijo Oli—. Algunos tendrán hijos. O padres.
—Haz lo que creas que es mejor para cuidar de ellos —dijo Endi—. Siempre y cuando puedas apartarlos del camino antes de que empiece el trabajo.
—Así lo haré —dijo Oli. Parecía pensativo por un instante—. Mandaré… mensajes a las escuadras enseguida.
—Procura que así sea —dijo Endi.
Observó cómo su hermano se marchaba a toda prisa, a sabiendas que Oli realmente no comprendía la necesidad de todo esto. Este era el lujo que conllevaba el saber que nunca tendría poder. Rika tenía el mismo lujo. Seguramente ellos dos habían sido los únicos de sus hermanos que nunca habían sido guerreros, que nunca habían tenido que lidiar con las duras realidades del mundo. Parte de la razón por la que Endi había hecho todo esto delante de Oli era para asegurarse de que su hermano aprendiera lo que hacía falta a veces.
Era por su propio bien. Era por el bien de todos. Con el tiempo lo verían y, cuando lo hicieran, se lo agradecerían. Incluso la bondadosa de Rika haría una reverencia y admitiría que todo lo que Endi había hecho era para bien. En cuanto a todos los demás, o aceptaban lo que era necesario hacer o…
Endi se levantó y escuchó el ruido de los martillos al caer un poco más. Al final, se lo agradecerían.
CAPÍTULO SEIS
Jan Skyddar debió de haber sido la única persona en toda Ashton que estaba triste el día de la boda de Sofía y que tuvo que forzar una sonrisa, con el fin de no estropearles las cosas a Sebastián y a ella, y que tuvo que fingir que se alegraba por ella a pesar de que el dolor en su corazón amenazaba con romperlo en pedazos.
Ahora que se habían ido a toda prisa porque iba a nacer su hijo, su hijo y el de Sebastián, era incluso peor.
—¿Querría bailar conmigo? —preguntó una noble. La fiesta parecía continuar alrededor de Jan, la música volvía a estar en su apogeo pues había pasado de celebrar la boda de Sofía a festejar a la inminente heredera al trono.
La mujer era hermosa y grácil y vestía de forma elegante. Si la hubiera conocido un año atrás, Jan podría haber dicho que sí al baile y casi a todo lo que ella sugiriera. Hoy en día, no podía forzarse a hacerlo. No podía sentir nada al mirarla, pues hacerlo era como mirar una vela y compararla con el sol. Sofía era la única que importaba.
—Lo siento —dijo, intentando ser amable, ser bueno, ser todas las cosas que debía ser—. Pero existe… alguien de quien estoy profundamente enamorado.
—¿Alguien le espera en Ishjemme? —dijo la noble, con una sonrisa pilla—. Eso significa que ella no está aquí.
Alargó la mano hacia uno de los encajes del jubón de Jan y este la cogió por la muñeca suavemente pero con firmeza.
—Como le dije —dijo con una sonrisa triste—, la quiero mucho. No se lo tome como un insulto, pero no me interesa.
—Un hombre fiel —dijo la noble mientras se giraba para marcharse—. Sea quien sea, espero que sepa lo afortunada que es.
—Como si las cosas fueran así de sencillas —dijo Jan negando con la cabeza.
Se movía por la fiesta intentando no ser el fantasma de la celebración. Lo último que quería era fastidiarle a alguien la alegría hoy y mucho menos a Sofía. Él pensaba que esta era la parte más difícil de quererla tanto: era imposible ser lo egoísta que debería de haber sido con esto. Debería de haber sentido celos hacia Sebastián, debería de haberlo odiado con pasión. Debería estar enfadado con Sofía por haber escogido a un hombre que la había dejado de lado antes que a él.
No podía hacerlo. Quería demasiado a Sofía para hacer algo así. Más que cualquier otra cosa en el mundo, quería que ella fuera feliz.
—¿Estás bien, Jan? —le preguntó Lucas, que se acercó con esa agilidad por la que daba gracias por no cruzar nunca espadas con él. Jan siempre había pensado que luchaba bien, pero los hermanos de Sofía eran algo completamente diferente.
Quizá ya estaba bien que la mente de Jan estuviera cerrada a que otros la leyeran, o entonces sí que podrían haber luchado. Jan tenía dudas de que Lucas se tomara bien el que él estuviera tan desesperadamente enamorado de su hermana.
—Estoy bien —dijo Jan—. Tal vez haya demasiadas nobles intentando atraparme como un pescador iría tras un pez espada.
—Yo he tenido el mismo problema —dijo Lucas—. Y cuesta estar de celebración cuando, a la vez, estás pensando en otra cosa.