Antes De Que Anhele - Блейк Пирс 3 стр.


Dios mío, esto es terrible, pensó Mackenzie.

Tuvo que tomar una decisión en ese preciso instante, y supo que podía llegar a afectar la opinión que se hiciera de ella su suegra, pero ya lidiaría con eso más adelante. Estaba a punto de hacer un comentario, para excusarse y que así Ellington y su madre pudieran tener esta conversación tan tensa en privado.

Entonces, sonó el teléfono. Lo miró y vio el nombre de McGrath. Se lo tomó como la oportunidad que necesitaba, sosteniendo el teléfono cerca de ella mientras decía: “Lo siento mucho, pero tengo que responder a esto”.

Ellington le lanzó una mirada escéptica mientras ella se alejaba un poco por la acera. Mackenzie respondió la llamada mientras se ocultaba detrás de unos matos de rosas de lo más artesanal.

“Al habla la agente White”, respondió.

“White, necesito que vengas cuanto antes. Ellington y tú, creo. Hay un caso que os tengo que asignar lo antes posible”.

“¿Estás en tu despacho en este momento? ¿Un domingo?”.

“No estaba, pero esta llamada me ha traído aquí. ¿Cuándo podéis vosotros dos estar aquí?”-

Mackenzie sonrió y le miró a Ellington, que seguía riñendo con su madre. “Oh, creo que lo podemos hacer bastante rápido”, dijo.

CAPÍTULO CUATRO

Como era domingo, no había nadie sentado al escritorio de la zona de espera que tenía afuera el despacho de McGrath. De hecho, la puerta de su oficina estaba abierta de par en par cuando llegaron Mackenzie y Ellington. Mackenzie llamó a la Puerta antes de pasar al interior sin esperar a una respuesta, sabiendo lo riguroso que podía ponerse McGrath cuando se trataba de su privacidad.

“Pasad adentro”, les gritó McGrath.

Al entrar, se encontraron a McGrath sentado a su escritorio, revolviendo entre unas carpetas. Había papeles esparcidos por todas partes y su escritorio parecía encontrarse en un leve estado caótico. Ver al generalmente ordenado McGrath en tal estado hizo que Mackenzie se preguntara qué tipo de caso había conseguido alterarle tanto.

“Os agradezco que hayáis venido tan deprisa”, dijo McGrath. “Ya sé que utilizáis la mayoría de vuestro tiempo libre para planear la boda”.

“Eh, me arrancaste de las garras de mi madre”, dijo Ellington. “Me pondré a trabajar en cualquier caso que quieras darme”.

“Está bien saberlo”, dijo McGrath, seleccionando una pila de papeles unidos con clips del revoltijo de su escritorio y arrojándoselo a Ellington. “Ellington, cuando empezaste a trabajar como agente de campo, te asigné la limpieza de un caso en Salem, Oregón. Alguna cosa con las consignas de almacén. ¿Te acuerdas?”.

“Lo cierto es que sí. Cinco cadáveres, todos aparecieron muertos en unidades de almacenamiento. Nunca se encontró a ningún asesino. Se dio por sentado que, cuando se implicó el FBI, se asustó y se detuvo”.

“Ese es. Ha habido una búsqueda continua por el tipo, pero no ha dado ningún resultado. Y han pasado ya casi ocho años”.

“¿Le encontró alguien al final?”, preguntó Ellington. Estaba hojeando los papeles que le había entregado McGrath. También Mackenzie pudo echar una ojeada y ver los pocos informes y detalles de los asesinatos de Oregón.

“No, pero han empezado a aparecer cadáveres en unidades de almacenamiento de nuevo. Esta vez es en Seattle. A uno le hallaron la semana pasada, que podía ser juzgado de coincidencia, pero encontraron otro más ayer. El cadáver llevaba muerto algún tiempo, al menos cuatro días por la pinta que tiene”.

“Entonces, ¿es bastante certero decir que ya no se están considerando los casos de Seattle como incidentes aislados?”, especuló Mackenzie.

“Eso es, con lo que el caso es tuyo, White”. Entonces McGrath se volvió hacia Ellington. “No estoy Seguro sobre si enviarte también a ti. Me gustaría hacerlo porque vosotros dos os las arregláis para trabajar bien juntos a pesar de la relación, pero con la boda tan cerca en el tiempo…”.

“Es su decisión, señor”, dijo Ellington. A Mackenzie le sorprendió bastante ver lo frívolo que estaba siendo sobre ello. “Aunque creo que mi historial con el caso de Oregón podría beneficiar a Macken—la agente White. Además de lo de dos cabezas y todo eso…”.

McGrath lo ponderó durante un momento, mirándolos alternativamente al uno y al otro. “Lo permitiré, pero puede que este sea el último caso en que os pongo juntos. Ya tengo a bastante gente incómoda con que una pareja que está comprometida trabaje en equipo. Cuando os caséis, podéis olvidaros de ello”.

Mackenzie lo entendía y hasta pensaba que era buena idea en principio. Asintió mientras McGrath hacía su presentación mientras tomaba los papeles que tenía Ellington en la mano. No se tomó el tiempo de leerlos allí mismo, porque no quería ser grosera, pero los examinó por encima lo bastante como para hacerse una idea.

Se habían hallado cinco cadáveres en consignas de almacenamiento en 2009, todas ellas en un periodo de diez días. A uno de los cadáveres parecía que le habían matado hacía poco, mientras que a otro le habían matado tanto tiempo antes de que lo descubrieran que la carne había empezado a pudrirse en los huesos. Habían detenido a tres sospechosos, pero todos ellos habían salido a la calle gracias a coartadas o a falta de pruebas reales.

“Por supuesto, tampoco nosotros estamos preparados para afirmar que hay un enlace directo entre los dos, ¿no es cierto?”, preguntó.

“No, todavía no”, dijo McGrath. “Pero esa es una de las cosas que me gustaría que averiguaras. Busca conexiones mientras estés buscando a este tipo”.

“¿Alguna cosa más?”, preguntó Ellington.

“No. Se están encargando del transporte en este preciso instante, pero deberíais estar volando en menos de cuatro horas. Realmente me gustaría resolver este asunto antes de que este maniaco pueda cargarse otras cinco personas como hizo antes”.

“Pensé que no estábamos diciendo que hubiera un enlace directo”, dijo Mackenzie.

“No oficialmente, no”, dijo McGrath. Y entonces, como si no pudiera evitarlo, sonrió con sarcasmo y se volvió hacia Ellington. “¿Y tú vas a vivir con ese tipo de escrutinio para el resto de tu vida?”.

“Oh sí”, dijo Ellington. “Y estoy deseando hacerlo.”

***

Estaban a mitad de camino del apartamento antes de que Ellington se molestara en llamar a su madre. Le explicó que les habían reclamado y le preguntaba si le gustaría quedar con ellos cuando regresaran. Mackenzie escuchaba de cerca, apenas capaz de entender la respuesta de su madre. Dijo algo sobre el peligro de trabajar y vivir juntos para una pareja romántica. Ellington le interrumpió antes de que se le subiera a la parra de verdad.

Cuando concluyó la llamada, Ellington arrojó su teléfono al piso y suspiró. “Pues bien, mamá te envía saludos”.

“Estoy segura”.

“Pero eso que dijo sobre el marido y la esposa que también trabajan juntos… ¿estás preparada para eso?”.

“Ya oíste a McGrath”, dijo ella. “Eso no va a suceder cuando nos casemos”.

“Lo sé, pero aun así. Vamos a estar en el mismo edificio, oyendo hablar de los casos del otro. Hay días en que creo que eso sería estupendo… pero hay otros en que me pregunto lo extraño que podría llegar a ser”.

“¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo de que te acabe eclipsando?”.

“Oh, ya lo has hecho”, le dijo con una sonrisa. “Es solo que te niegas a reconocerlo”.

Mientras iban a toda prisa al apartamento y procedían a la tarea de hacer la maleta, la realidad de la situación le impactó de verdad por primera vez. Este podía ser el último caso en el que Ellington y ella trabajaran juntos. Estaba segura de que recordarían sus casos juntos con gusto cuando se hicieran mayores, casi como una especie de broma privada. Pero, por el momento, con la boda todavía cerniéndose sobre ellos y dos cadáveres esperándoles al otro lado del país, resultaba estremecedor, como si fuera el final de algo muy especial.

Supongo que tendremos que despedirnos con una buena, pensó mientras hacía su maleta. Le echó una ojeada a Ellington, que también estaba haciendo su maleta para el viaje, y sonrió. Sin duda, estaban a punto de meterse en un caso potencialmente peligroso y posiblemente había vidas en riesgo, pero estaba deseando echarse a la carretera con él una vez más… quizá la última vez…

CAPÍTULO CINCO

Llegaron a Seattle con dos escenas del crimen que visitar: la ubicación de la primera víctima, descubierta hacía ocho días, y la ubicación de la segunda víctima, que habían descubierto el día anterior. Como Mackenzie nunca había visitado Seattle en su vida, se sintió casi decepcionada de ver que uno de los estereotipos sobre la ciudad parecía ser bien acertado: caía una lluvia fina cuando aterrizaron en el aeropuerto. La llovizna continuó hasta que se metieron en su coche de alquiler y después se acabó convirtiendo en una lluvia más constante mientras se ponían de camino hacia Seattle Storage Solution, la ubicación del último cadáver que habían descubierto.

Cuando llegaron, había un hombre de mediana edad esperándolos en su camioneta de reparto. Se bajó, abrió un paraguas, y les saludó en su coche. Les entregó otro paraguas con una sonrisa alicaída.

“A ninguno de los que vienen de fuera de la ciudad se les ocurre traer uno”, explicaba al tiempo que Ellington lo agarraba. Lo abrió y, tan caballeroso como de costumbre, se aseguró de que Mackenzie estuviera completamente resguardada por él.

“Gracias”, dijo Ellington.

“Quinn Tuck”, dijo el hombre, ofreciéndole la mano.

“Agente Mackenzie White”, dijo Mackenzie, estrechándole la mano. Ellington hizo lo mismo, presentándose también.

“Vamos entonces”, dijo Quinn. “No tiene sentido retrasarlo. Preferiría estar en casa, si os da igual a vosotros. Ya se llevaron el cadáver, gracias a Dios, pero la consigna todavía me da escalofríos”.

“¿Es la primera vez que le ha pasado algo parecido?”, preguntó Mackenzie.

“Es la primera vez que es tan horrible, sin duda. En una ocasión, tuve un mapache muerto que estaba atrapado en una consigna. Y en otra ocasión, unas avispas encontraron la manera de entrar a una de las consignas, hacer un nido, y lanzarse en bandada contra el rentero. Pero no… nunca nada tan malo como esto”.

Quinn les llevó hasta una consigna con un 35 pegado sobre su puerta estilo garaje. La puerta estaba abierta y había un policía revolviendo por la parte de atrás del espacio. Llevaba un bolígrafo y un bloc de notas, y apuntaba algo cuando entraron Mackenzie y Ellington.

El policía se giró hacia ellos y sonrió. “¿Vosotros sois del bureau?”, les preguntó.

“Así es”, dijo Ellington.

“Encantado de conoceros. Soy el ayudante del alguacil Paul Rising. Pensé que sería mejor que estuviera por aquí cuando llagarais. Estoy anotando todo lo que hay guardado aquí, esperando encontrar algún tipo de pista, porque, por el momento, tenemos exactamente cero”.

“¿Estabas en la escena cuando se llevaron el cadáver?”.

“Por desgracia. Era bastante truculento. Una mujer llamada Claire Locke, de veinticinco años. Lleva muerta al menos una semana. No está claro si se murió de inanición o si se desangró antes”.

Lentamente, Mackenzie examinó el aspecto de la consigna. La parte trasera estaba llena de cajas, cestas de la leche, y varios baúles viejos, las cosas típicas que se pueden encontrar en una consigna de almacén. Pero la mancha que había en el suelo sin duda alguna lo distinguía. No era una mancha muy grande, pero adivinó que podía haber sido como resultado de una pérdida de sangre lo bastante grande como para provocar la muerte. Quizá fuera su imaginación, per estaba bastante segura de que todavía podía oler el hedor que había dejado el chico tras largarse.

Mientras que Rising continuó con su tarea con las cajas y los contenedores que había por detrás, Mackenzie y Ellington comenzaron a investigar el resto del interior. Por lo que a Mackenzie concernía, una mancha de sangre en el suelo indicaba que había algo más que merecía la pena encontrar. Mientras miraba alrededor suyo en busca de pistas, escuchó cómo Ellington le preguntaba a Rising por los detalles del caso.

“¿Estaba la mujer atada o amordazada de alguna manera?”, preguntó Ellington.

“Las dos cosas. Tenía las manos atadas a la espalda, los tobillos atados, y una de esas mordazas de bola en la boca. La sangre que viste en el suelo provenía de una leve herida de arma blanca en el estómago”.

Al menos el hecho de que la hubieran atado y amordazado explicaba por qué había sido incapaz Claire Locke de hacer ningún ruido para llamar la atención de la gente al otro lado de las paredes de la consigna. Mackenzie intentó imaginarse a una mujer encerrada en este diminuto espacio abarrotado de cosas sin luz, ni comida, ni agua. Le ponía furiosa.

Mientras daba la Vuelta alrededor de la consigna, llegó a la esquina de la entrada. La lluvia tamborileaba delante de ella, abofeteando el hormigón del pavimento. Pero, a lo largo del interior del marco metálico de la puerta, Mackenzie divisó algo. Estaba muy cerca del suelo, en la misma base del marco que permitía que la puerta se deslizara hacia arriba y hacia abajo.

Se puso de rodillas y se inclinó para mirarlo más de cerca. Al hacerlo, vio algo de sangre al borde del surco. No mucha, tan poca, de hecho, que dudaba que la hubiera visto ninguno d ellos policías. Y entonces, en el suelo justo debajo de la mancha de sangre, había algo pequeño, roto, y blanco.

Mackenzie lo tocó suavemente con su dedo. Era un trozo de uña.

Al final, parecía que Claire Locke se las había arreglado para intentar escapar. Mackenzie cerró los ojos un momento, intentando visualizarlo. Dependiendo de cómo le hubieran atado las manos, podía haber vuelto hasta la puerta, arrodillado, e intentado levantar la puerta hacia arriba. Hubiera sido un intento inútil debido al cerrojo que había fuera, pero sin duda algo que merecía la pena intentar si estabas a punto de morir de inanición o desangrada.

Mackenzie hizo un gesto a Ellington para que se acercara y para enseñarle lo que había encontrado. Entonces se giró hacia Rising y preguntó: “¿Te acuerdas de su había alguna herida adicional en las manos de la señorita Locke?”.

“Lo cierto es que sí,” dijo él. “Tenía unos cuantos cortes superficiales en su mano derecha. Y creo que le faltaba la mayor parte de una de sus uñas”.

Se acercó donde estaban Mackenzie y Ellington y soltó un rápido “Oh.”

Mackenzie continuó mirando pero no encontró nada más que unos cuantos cabellos sueltos. Cabello que asumía pertenecería a Claire Locke o al propietario de la consigna.

“¿Señor Tuck?”, dijo.

Quinn estaba parado afuera de la consigna, arrebujado debajo de su paraguas. Estaba haciendo todo lo posible para no estar de pie dentro de la consiga, para ni siquiera mirar al interior. Sin embargo, al oír el sonido de su nombre, entró al espacio a regañadientes.

“¿A quién pertenece esta consigna?”.

“Eso es lo más jodido”, dijo. “Claire Locke ha estado alquilando esta consigna durante siete meses por lo menos”.

Mackenzie asintió mientras miraba hacia la parte de atrás, donde estaban apiladas las posesiones de Locke en filas bien ordenadas que llegaban hasta el techo. El hecho de que fuera su consigna de almacén añadía un toque de misterio a todo ello, pero, pensó Mackenzie, podía servirles de ventaja a la hora de establecer el motivo o hasta de rastrear al asesino.

“¿Hay cámaras de seguridad por aquí?”, preguntó Ellington.

“Solamente tengo una en la entrada principal”, dijo Quinn Tuck.

Назад Дальше