Casi Ausente - Блейк Пирс 6 стр.


El sonido del piano se había detenido, por lo que Cassie se dirigió a la sala de música, que estaba cerca del pasillo.

Antoinette estaba guardando las partituras. Se volteó y enfrentó a Cassie con recelo al verla entrar. Estaba vestida de manera impecable, con un vestido azul marino. Tenía el cabello recogido en una coleta y sus zapatos habían sido pulidos perfectamente.

—Te ves hermosa, Antoinette, ese vestido tiene un color tan precioso —dijo Cassie, esperando que los halagos le ganaran el cariño de la hostil niña—. ¿Hay algo planeado para hoy? ¿Alguna actividad u otras cosas planificadas?

Antoinette se detuvo, pensativa, antes de sacudir la cabeza.

—Nada para hoy —dijo firmemente.

—Y Marc y Ella ¿tienen que ir a algún lado?

—No. Mañana Marc tiene práctica de fútbol.

Antoinette cerró la tapa del piano.

—Bueno, ¿hay algo que quisieras hacer ahora?

Quizás si permitía que Antoinette eligiera, eso ayudaría a que se hicieran amigas.

—Podemos hacer una caminata por el bosque. Todos lo disfrutaríamos.

—¿En dónde es el bosque?

—A uno o dos quilómetros por la carretera.

La niña de cabello oscuro gesticuló vagamente.

—Podemos salir de inmediato. Yo te mostraré el camino. Solamente debo cambiarme de ropa.

Cassie había asumido que el bosque estaba dentro del terreno, y la respuesta de Antoinette la había tomado por sorpresa. Pero una caminata por el bosque parecía una actividad al aire libre agradable y saludable. Cassie estaba segura de que Pierre lo aprobaría.

*

Veinte minutos después, estaban prontos para salir. Mientras escoltaba a los niños hacia la planta baja, Cassie buscó en todas las habitaciones con la esperanza de encontrar a Marnie o a alguien del personal para avisarles a dónde iba.

No vio a nadie y no sabía por dónde empezar a buscar. Antoinette estaba impaciente por salir y saltaba de pie en pie por el entusiasmo, por lo que Cassie decidió que era más importante el buen humor de la niña, especialmente si no iban a demorar mucho en volver. Se dirigieron por la entrada de gravilla y salieron, con Antoinette haciendo de guía.

Detrás de un árbol de roble enorme, Cassie vio un bloque de cinco establos que recordó haber visto el día anterior, cuando llegaba. Se acercó para verlos con más detalle y vio que estaban vacíos y oscuros, con las puertas abiertas. El campo lindero estaba desocupado, las verjas de madera estaban rotas en algunos tramos, el portón colgaba de las bisagras y el pasto crecía alto y silvestre.

—¿Tienen caballos aquí? —le preguntó a Antoinette.

—Teníamos, hace muchos años, pero hace mucho tiempo que no tenemos —respondió—. Ya ninguno de nosotros monta a caballo.

Cassie se quedó mirando a los establos desiertos mientras asimilaba esta bomba.

Maureen le había dado información incorrecta y muy antigua.

Los caballos habían participado en su decisión de venir aquí. Habían sido un incentivo. Pensar que estaban allí había hecho que el lugar pareciera mejor, más atractivo, más vivo. Pero hacía tiempo que se habían ido.

Durante la entrevista, Maureen había afirmado que existía la posibilidad de que ella aprendiera a montar a caballo. ¿Por qué había tergiversado las cosas y qué otras cosas había dicho que no eran ciertas?

—¡Vamos! —dijo Antoinette, tirándole de la manga impacientemente—. ¡Debemos irnos!

Mientras Cassie se alejaba, se le ocurrió que no había razón para que Maureen falsificara información. El resto de su descripción de la casa y la familia había sido bastante preciso y como agente podía transmitir solamente la información que le habían aportado.

De ser así, el que había mentido había sido Pierre. Y eso era aún más preocupante.

Una vez que doblaron una curva y el chateau estaba fuera de vista, Antoinette enlenteció su ritmo, justo a tiempo para Ella, que se quejaba de que los zapatos la lastimaban.

—Deja de quejarte —le aconsejó Antoinette—. Recuerda que papá siempre dice que no debes quejarte.

Cassie levantó a Ella y la cargó en sus brazos, sintiendo que su peso aumentaba con cada paso que daba. Además, cargaba con la mochila, que estaba atiborrada con las chaquetas de cada uno y los pocos euros que le quedaban en el bolsillo lateral.

Marc iba saltando adelante, quebrando ramas de los setos y arrojándolas en la carretera como lanzas. Cassie tenía que recordarle constantemente que se mantuviera alejado del asfalto. Era tan distraído y estaba tan desprevenido que podía saltar tranquilamente enfrente de cualquier automóvil que se acercara.

—¡Tengo hambre! —se quejó Ella.

Desesperada, Cassie recordó el plato del desayuno que no había tocado.

—Hay una tienda a la vuelta de la esquina —le dijo Antoinette—. Venden bebidas frías y refrigerios.

Parecía extrañamente feliz esta mañana y Cassie no sabía por qué. Simplemente le alegraba que Antoinette pareciera estar encariñándose con ella.

Esperaba que la tienda vendiera relojes baratos, porque sin su teléfono no tenía forma de saber la hora. Pero resultó ser un vivero lleno de semilleros, arbolitos y fertilizantes. En la caja vendían solamente refrescos y refrigerios. El anciano comerciante estaba sentado en un taburete al lado de una estufa a gas, y él le dijo que no había nada más. Los precios eran extravagantemente altos, y se estresó mientras separaba el dinero de su escasa reserva para comprar un chocolate y una lata de jugo para cada niño.

Mientras pagaba, los tres niños cruzaron la carretera corriendo para ver de cerca un burro. Cassie les gritó que volvieran, pero la ignoraron.

El hombre de cabello gris se encogió de hombros con empatía.

—Los niños siempre serán niños. Me resultan conocidos. ¿Viven por aquí cerca?

— Sí. Son los niños Dubois. Soy su nueva niñera y este es mi primer día de trabajo —explicó Cassie.

Esperaba que los reconociera amigablemente, pero, en cambio, los ojos del comerciante se agrandaron alarmados.

—¿Esa familia? ¿Estás trabajando para ellos?

—Sí.

Los miedos de Cassie resurgieron.

—¿Por qué? ¿Los conoce?

—Todos los conocemos aquí. Y Diane, la esposa de Pierre, a veces me compraba plantas.

Él vio su rostro perplejo

—La madre de los niños —explicó—. Ella falleció el año pasado.

Cassie lo miró fijamente y la cabeza le daba vueltas. No podía creer lo que acababa de escuchar.

La madre de los niños había muerto hacía nada más que un año. ¿Por qué nadie se lo había dicho? Maureen ni siquiera lo había mencionado. Cassie había asumido que Margot era la madre de los niños, pero ahora se daba cuenta de lo ingenua que había sido. Margot era demasiado joven para ser la madre de una niña de doce años.

Esta familia había sufrido una perdida reciente, había sido destrozada en pedazos por una enorme tragedia. Maureen tendría que haberle informado esto.

Pero Maureen no sabía que los caballos ya no estaban, porque nadie se lo había dicho. Cassie sintió una puñalada de miedo al preguntarse si Maureen sabía esto.

¿Qué le había pasado a Diane? ¿Cómo había afectado su pérdida a Pierre, y a los niños, y a toda la dinámica familiar? ¿Cómo se sentían con la llegada de Margot a la casa, poco tiempo después? Con razón podía sentir la tensión, tirante como un alambre, en casi todas las interacciones que ocurrían entre esas paredes.

—Eso…eso es realmente triste —tartamudeó, dándose cuenta de que el comerciante la contemplaba curiosamente—. No sabía que había muerto tan recientemente. Supongo que su muerte debió haber sido traumática para todos.

Frunciendo el ceño profundamente, el comerciante le dio el cambio y ella guardó su escasa reserva de monedas.

—Estoy seguro de que conoces el trasfondo de la familia.

—No sé mucho, por lo que realmente le agradecería si usted me pudiera explicar qué ocurrió.

Cassie se inclinó ansiosa sobre el mostrador.

Él sacudió su cabeza.

—No me corresponde decir más. Trabajas para la familia.

¿Qué cambiaba eso? Se preguntó Cassie. Con sus uñas empezó a excavar en la carne viva de la cutícula y, conmocionada, se dio cuenta de que había vuelto a su antiguo hábito nervioso. Bueno, sin dudas estaba nerviosa. Lo que el anciano le había dicho era bastante preocupante, pero lo que se negaba a decir era aún peor. Quizás si era honesta con él, él sería más sincero.

—No entiendo para nada cómo es la situación allí y me temo que ya me metí hasta el cuello. Para ser honesta con usted, ni siquiera me habían dicho que Diane había muerto. No sé cómo ocurrió o cómo eran las cosas antes. Me ayudaría mucho tener un mejor panorama.

Él asintió con más empatía, pero entonces sonó el teléfono de la oficina y ella supo que había perdido la oportunidad. El anciano se alejó para atender y cerró la puerta detrás de él.

Desilusionada, Cassie se apartó del mostrador y se puso al hombro la mochila, que parecía el doble de pesada, o quizás era la información inquietante que el comerciante le había dado lo que hacía que el peso la agobiara. Al salir de la tienda, se preguntó si tendría la oportunidad de volver sola y hablar con el anciano. Se moría por descubrir los secretos de la familia Dubois que él sabía, cualesquiera que fueran.

CAPÍTULO SEIS

El alarido aterrado de Ella devolvió a Cassie a su situación actual. Miró al otro lado de la carretera y vio con horror que Marc había trepado la cerca, y estaba alimentando con puñados de pasto a una manada que iba en aumento, y que ahora incluía a cinco burros grises, peludos y cubiertos de lodo. Aplanaban sus orejas y se mordisqueaban entre ellos, al tiempo que se amontonaban hacia él.

Ella volvió a gritar cuando uno de los burros se chocó con Marc y lo hizo caer de espaldas en el suelo.

—¡Salgan de ahí! —gritó Cassie, cruzando la carretera de una corrida.

Se inclinó y cruzó la cerca, lo tomó de la camisa y lo arrastró antes de que lo pisotearan. Este niño, ¿tenía tendencias suicidas? Su camisa estaba empapada y sucia, y ella no había traído una de repuesto. Afortunadamente, el sol aún brillaba, aunque veía nubes acumulándose en el oeste.

Cuando le dio el chocolate a Marc, él se llenó la boca con la tableta entera. Se reía con los cachetes repletos y escupía trocitos de chocolate en el suelo. Luego, se adelantó con Antoinette.

Ella rechazó su chocolate y comenzó a llorar ruidosamente. Cassie volvió a cargar a la pequeña niña en sus brazos.

—¿Qué te sucede? ¿No tienes hambre? —le preguntó.

—No. Extraño a mi mamá —sollozó.

Cassie la abrazó fuerte, sintiendo la calidez de la mejilla de la niña contra la suya.

—Lo siento, Ella. Lo siento tanto. Me acabo de enterar. Debes extrañarla mucho.

—Quisiera que papá me dijera a dónde se fue —lamentó Ella.

—Pero… —Cassie no sabía qué decir.

El comerciante le había dicho claramente que Diane Dubois había muerto. ¿Por qué Ella pensaba otra cosa?

—¿Qué te dijo tu papá? —le preguntó cuidadosamente.

—Me dijo que se marchó. No me dijo a dónde. Solamente me dijo que se fue. ¿Por qué se fue? ¡Quiero que vuelva!

Ella presionó la cabeza en el hombro de Cassie, sollozando desconsoladamente.

La cabeza de Cassie le daba vueltas. Ella debía tener cuatro años en ese momento y seguramente hubiese entendido lo que significaba la muerte. Habría habido oportunidad para estar de luto y un funeral. O quizás, eso no había ocurrido.

Estaba aturdida ante la posibilidad de que Pierre le hubiese mentido a propósito a Ella respecto a la muerte de su esposa.

—Ella, no estés triste —le dijo, frotando suavemente sus hombros—. A veces la gente se va y no vuelve.

Pensó en Jacqui, preguntándose nuevamente si alguna vez descubriría lo que realmente le había ocurrido. No saberlo era terrible. La muerte, aunque trágica, al menos era definitiva.

Cassie podía imaginar la agonía que Ella debía haber sufrido al pensar que su propia madre la había abandonado, sin decirle una palabra. Con razón tenía pesadillas. Necesitaba averiguar la verdadera historia, por si había algo más. Sería demasiado intimidante preguntarle directamente a Pierre, y no se sentiría cómoda mencionando el tema a menos que él mismo lo planteara. Si les preguntara en el momento adecuado, quizás los otros niños le contarían su versión. Tal vez ese era un buen punto de partida.

Antoinette y Marc las esperaban en una bifurcación. Al fin, Cassie vio el bosque más adelante. Antoinette había subestimado la distancia, pues debían haber caminado al menos cinco quilómetros, y el vivero había sido el último edificio que habían visto. La carretera se había vuelto más angosta, con el pavimento agrietado y roto, y setos tupidos y silvestres.

—Ella y tú pueden ir por ese camino —les aconsejó Antoinette, señalando un sendero descuidado—. Es un atajo.

Cualquier ruta más corta era bienvenida, por lo que Cassie se dirigió por el camino angosto, empujando entre una profusión de arbustos frondosos.

A mitad de camino empezó sentir un fuerte ardor en los brazos, tan doloroso que chilló, pensando que la había picado un enjambre de avispas. Miró hacia abajo y vio un sarpullido hinchado que se expandía por toda la piel, en donde las hojas la habían rozado. Y luego, escuchó un alarido de Ella.

—¡Me pica la rodilla!

Su piel estaba hinchada por la urticaria, y las ronchas se volvían de un color rojo profundo, contrastando con su piel suave y pálida.

Cassie se agachó demasiado tarde para evitar que una rama frondosa azotara su rostro. El ardor se expandió inmediatamente y ella chilló alarmada.

Desde lejos, escuchó la risa estridente y entusiasmada de Antoinette.

—Pon la cabeza contra mi hombro —ordenó Cassie, envolviendo a la niña apretadamente con sus brazos.

Respiró hondo y comenzó a avanzar, chocando y empujando a tientas las punzantes hojas a lo largo del camino, hasta que emergió en un claro.

Antoinette gritaba de gozo, doblada sobre el tronco de un árbol caído, y Marc la imitaba, contagiado por su júbilo. A ninguno parecía importarle las lágrimas encolerizadas de Ella.

—¡Sabías que allí había hiedra venenosa! —la acusó Cassie, al tiempo que bajaba a Ella al suelo.

—Ortigas —la corrigió Antoinette, antes de estallar en carcajadas.

No había amabilidad en ese sonido, la risa era tremendamente cruel. Esta niña estaba demostrando su verdadera naturaleza, y era despiadada.

Cassie tuvo un acceso de ira y eso la sorprendió. Por un momento, su único deseo era darle una bofetada al engreído y sonriente rostro de Antoinette, lo más fuerte que pudiera. La potencia de su ira la asustaba. Llegó a abalanzarse con la mano alzada, antes de que la cordura prevaleciese y la bajara rápidamente, horrorizada por lo que casi había hecho.

Se dio vuelta, abrió su mochila y hurgó en busca de la única botella de agua que tenía. Frotó un poco sobre la rodilla de Ella y el resto sobre su propia piel, con la esperanza de que eso aliviara el ardor, pero cada vez que tocaba la hinchazón parecía ser peor. Miró alrededor buscando una canilla cerca, o una fuente, en donde dejar que el agua corriera sobre el doloroso sarpullido.

Pero no había nada. Este bosque no era el destino familiar que había imaginado. No tenía bancos, ni carteles señalizadores. No había contenedores de basura, ni canillas o fuentes, tampoco caminos en buenas condiciones. Solamente había un bosque antiguo y oscuro, con enormes hayas, abetos y píceas alzándose entre los enmarañados matorrales.

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