Casi Ausente - Блейк Пирс 5 стр.


—Despierta, está todo bien. Es solamente un mal sueño.

—¡Vienen a buscarme! —Dijo Ella sollozando y luchando para librarse de Cassie—. ¡Ya vienen, están esperando en la puerta!

Cassie la abrazó con firmeza y la sentó, intentando tranquilizarla, le colocó una almohada en la espalda y alisó su blusa arrugada. Ella estaba temblando de miedo. La manera en que se había referido a “ellos” hizo que Cassie se preguntara si se trataba de una pesadilla recurrente. ¿Qué estaba ocurriendo en la vida de Ella para desencadenar un terror tan vívido en sus sueños? La pequeña niña estaba completamente traumatizada, y Cassie no sabía cuál era la mejor manera de tranquilizarla. Tenía recuerdos difusos de Jacqui, su hermana, agitando una escoba a un armario para espantar a un monstruo imaginario. Pero ese miedo tenía su origen en la realidad. Las pesadillas habían comenzado luego de que Cassie se escondiera en el armario, durante una de de las rabietas de su padre borracho.

Se preguntó si el miedo de Ella también se originaba en algo que había ocurrido. Tendría que intentar averiguarlo luego, porque ahora necesitaba convencerla de que los demonios se habían ido.

—Nadie viene por ti. Todo está bien. Mira. Estoy aquí y la luz está prendida.

Los ojos de Ella se abrieron ampliamente. Llenos de lágrimas, se fijaron en Cassie por un momento. Luego, la niña volteó la cabeza y se enfocó en algo detrás de Cassie.

Aún espantada por su propia pesadilla y por Ella que insistía con estar viéndolos a “ellos”, Cassie miró rápidamente a su alrededor, y su corazón se aceleró cuando la puerta se abrió de un golpe.

Margot se quedó parada en la puerta, con las manos sobre sus caderas. Llevaba un vestido de seda turquesa y el cabello rubio recogido en una trenza floja. La mancha del rímel era lo único que estropeaba sus rasgos perfectos.

La furia emanó de ella, y Cassie sintió que se le retorcían las entrañas.

—¿Por qué demoraste tanto? —Le dijo Margot de mala manera—. ¡El llanto de Ella nos despertó, duró horas! ¡Nos acostamos tarde, y no te vamos a pagar para que nuestro sueño se vea interrumpido!

Cassie se quedó mirándola, confundida porque el bienestar de Ella parecía ser lo último que se cruzaba por la mente de Margot.

—Lo siento —dijo ella.

Ella se aferraba a ella y hacía imposible que pudiera pararse y enfrentar a su jefa.

—Vine apenas la escuché, pero la luz en mi dormitorio se quemó, estaba completamente oscuro y eso hizo que me llevara más tiempo llegar...

—¡Sí, te llevó demasiado tiempo y ahora esta es tu primera advertencia! Pierre trabaja muchas horas y se enoja cuando los niños lo despiertan.

—Pero… —En un arranque de rebelión, la pregunta brotó de la boca de Cassie—. ¿No podía venir usted, si escuchó que Ella estaba llorando? Es mi primera noche aquí, y en la oscuridad no sabía en dónde estaban las cosas. Lo haré mejor la próxima vez, lo prometo, pero era su hija que estaba teniendo un sueño horrible.

Margot se acercó a Cassie con el rostro tenso. Por un momento, Cassie pensó que le iba ofrecer repentinamente unas disculpas y que llegarían a una tregua forzada.

Pero eso no ocurrió.

En cambio, Margot estiró la mano rápidamente y golpeó a Cassie en el rostro.

Cassie contuvo un alarido y despejó las lágrimas con los párpados, mientras los gritos de Ella aumentaban. La mejilla le ardía por el golpe, el chichón en la cabeza le punzaba aún más fuerte y tenía la mente conmovida por el horror, al darse cuenta de que su nueva jefa era violenta.

—Antes de que te contratáramos, una criada de la cocina hacía tus tareas, y puede volver a hacerlo, tenemos muchas criadas. Esta es tu segunda advertencia. No tolero la haraganería y tampoco que el personal me conteste. Tu tercera infracción provocará el despido inmediato. Ahora, haz que la niña deje de llorar, así podremos dormir un poco.

Salió de la habitación, dando un portazo detrás de ella.

Cassie envolvió a Ella en sus brazos frenéticamente, y sintió un alivio inmenso al ver que sus sollozos se apagaban.

—Está bien —susurró—. Está todo bien, no te preocupes. La próxima vez vendré más rápido, encontraré el camino mejor. ¿Quieres que duerma aquí el resto de la noche? Podemos dejar la lámpara de tu mesa de luz prendida, para mayor seguridad.

—Sí, por favor, quédate. Puedes ayudarme a impedir que ellos vuelvan —susurró Ella—. Y deja la luz prendida. No creo que a ellos les guste.

La habitación estaba amueblada en tonos de azul neutro, pero la lámpara de la mesa de luz, con su pantalla rosa, era un elemento luminoso y reconfortante.

Aún mientras consolaba a Ella, Cassie sentía que iba a vomitar, y se dio cuenta de que sus manos temblaban violentamente. Se retorció debajo de las sábanas, encantada por su calidez, porque ella estaba congelada.

¿De qué manera iba a seguir trabajando para una jefa que la había maltratado verbal y físicamente enfrente de los niños? Era impensable, inexcusable y le traía demasiados recuerdos que ya había logrado olvidar. Lo primero que haría en la mañana era empacar y marcharse.

Pero… aún no le habían pagado, tendría que esperar hasta fin de mes para recibir algo de dinero. No había forma de que pudiera pagar el viaje en taxi al aeropuerto, mucho menos los costos de cambiar su pasaje de avión.

También estaba el tema de los niños.

¿Cómo podía dejarlos en manos de esta mujer violenta e impredecible? Necesitaban a alguien que cuidara de ellos, especialmente la pequeña Ella. No podía sentarse allí, consolarla y prometerle que todo estaría bien, para luego desaparecer al otro día.

Con una sensación de malestar, Cassie se dio cuenta de que no había otra opción. A estas alturas no podía irse. Estaba obligada a quedarse financiera y moralmente.

Tendría que intentar hacer equilibrio en la cuerda floja del temperamento de Margot para evitar cometer su tercera y última infracción.

CAPÍTULO CINCO

Cassie abrió los ojos, observando confundida el techo desconocido. Le llevó unos minutos orientarse y darse cuenta en dónde estaba: en la cama de Ella, con la luz de la mañana pasando por un hueco entre las cortinas. Ella aún dormía profundamente, escondida debajo del acolchado. La cabeza de Cassie le punzaba cuando se movía, y el dolor le recordó todo lo que había ocurrido la noche anterior.

Se sentó apresuradamente al recordar las palabras de Margot, el doloroso cachetazo y las advertencias que había recibido. Sí, había estado en falta por no atender a Ella inmediatamente, pero nada de lo que había ocurrido después había sido justo. Cuando había intentado defenderse, la habían castigado aún más. Quizás esta mañana tendría que hablar tranquilamente con la familia Dubois acerca de las reglas del hogar, para asegurarse de que esto no volviera a ocurrir.

¿Por qué aún no había sonado su alarma? La había programado para las seis y media, con la esperanza de que eso hiciera que llegaran en hora al desayuno a las siete.

Cassie miró su teléfono y se sorprendió al ver que no tenía batería. La búsqueda constante de señal debería haber agotado la batería más rápido de lo normal. Se bajó de la cama silenciosamente, volvió a su dormitorio y enchufó el celular en el cargador, esperando ansiosamente a que se prendiera.

Maldijo entre dientes al ver que eran casi las siete y media. Se había quedado dormida, y ahora tendría que hacer que todos se levantaran y estuvieran listos lo más pronto posible.

Volvió de prisa al dormitorio de Ella y abrió las cortinas.

—Buen día —dijo—. Es un hermoso día soleado y es hora de desayunar.

Pero Ella no se quería levantar. Debería haber luchado para volver a dormirse después del mal sueño y se había despertado de mal humor. Cansada y gruñona, se aferró al acolchado con lágrimas en los ojos mientras Cassie intentaba destaparla. Finalmente, Cassie recordó el dulce que había traído y recurrió al soborno para sacarla de la cama.

—Si estás lista en cinco minutos, te daré un chocolate.

Aún así, tuvo que forcejear un poco más. Ella se negaba a ponerse el conjunto que Cassie había elegido para ella.

—Hoy me quiero poner un vestido —insistió.

—Pero Ella, si salimos sentirás frío.

—No me importa, me quiero poner un vestido.

Cassie finalmente logró llegar a un acuerdo y eligió el vestido más abrigado que encontró, uno de pana y manga larga, con medias largas y botas de corderito. Ella se sentó en la cama balanceando las piernas y con el labio inferior tembloroso. La niña ya estaba pronta, pero quedaban dos.

Cuando abrió la puerta del dormitorio de Marc, se sintió aliviada al ver que él ya estaba despierto y se había levantado de la cama. Tenía puesto un pijama rojo y jugaba con un ejército de soldados desparramados en el piso. La enorme caja de juguetes de acero que tenía debajo de su cama estaba abierta y rodeada de autos de juguete y una manada entera de animales de granja. Cassie tuvo que caminar cuidadosamente para evitar pisarlos.

—Hola Marc, ¿vamos a desayunar? ¿Qué te quieres poner?

—No me quiero poner nada. Quiero jugar —replicó Marc.

—Puedes seguir jugando después, pero no ahora. Es tarde y debemos apurarnos.

La respuesta de Marc fue un ruidoso estallido en lágrimas.

—Por favor, no llores —le rogó Cassie, pensando en los preciados minutos que pasaban.

Pero sus lágrimas aumentaron como si se alimentaran de su pánico. Él se negó rotundamente a cambiar sus pijamas y ni siquiera la promesa de un chocolate cambió su opinión. Finalmente, y desesperada, Cassie le puso unas pantuflas. Lo tomó de la mano y puso un soldado en el bolsillo de su pijama, con lo que finalmente logró persuadirlo de que la siguiera.

Cuando golpeó la puerta de Antoinette, no hubo respuesta. El dormitorio estaba vacío y la cama ordenada prolijamente, con un camisón color rosa doblado sobre la almohada. Con suerte, Antoinette había ido sola a desayunar.

Pierre y Margot ya estaban sentados en el comedor informal. Pierre vestía un traje formal y Margot también estaba elegantemente vestida, con un maquillaje perfecto y el cabello enrulado sobre los hombros. Ella levantó la mirada cuando ellos ingresaron, y Cassie sintió que le ardía el rostro. Rápidamente, ayudó a Ella a subirse a una silla.

—Disculpas por la tardanza —se disculpó, sintiéndose nerviosa como si ya estuviera a la defensiva—. Antoinette no estaba en su habitación, no estoy segura de en dónde está.

—Ya terminó de desayunar y está practicando su pieza en el piano —Pierre hizo un gesto con la cabeza en dirección a la sala de música, antes de servirse más café—. Escucha. Quizás reconoces la melodía: “El Danubio Azul”.

Cassie escuchó débilmente una ejecución precisa de una tonada que le sonaba familiar.

—Es muy talentosa —expresó Margot, pero el tono resentido de su comentario no se condecía con sus palabras.

Cassie la miró nerviosamente. ¿Diría algo sobre lo que había ocurrido la noche anterior?

Pero, mientras Margot le devolvía la mirada con un silencio indiferente, Cassie se preguntó de pronto si recordaba mal parte de lo acontecido. Tenía la parte posterior de la cabeza sensible e hinchada de cuando se había resbalado, pero al tocar la parte izquierda de su rostro no encontró un moretón por el doloroso golpe. ¿O quizás había sido del lado derecho? La asustaba no poder recordarlo. Presionó los dedos sobre su mejilla derecha, pero ahí tampoco sentía dolor.

Cassie se convenció con firmeza de que debía dejar de preocuparse por los detalles. No era posible que pensara claramente después del duro golpe en la cabeza y una posible conmoción cerebral. Definitivamente Margot la había amenazado, pero la imaginación de Cassie podía haber conjurado el golpe. Después de todo, estaba exhausta, desorientada y se acababa de despertar de la agonía de una pesadilla.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando Marc exigió su desayuno, y ella les sirvió a los niños jugo de naranja y comida de las bandejas del desayuno. Ella insistió en que le sirvieran hasta la última rebanada de jamón y queso, por lo que Cassie tuvo que arreglárselas con una medialuna con mermelada y algunas rodajas de fruta.

Margot bebió su café en silencio, mirando por la ventana. Pierre hojeaba un periódico mientras terminaba una tostada. ¿Los desayunos eran siempre tan silenciosos? Se preguntó Cassie. Los padres no habían demostrado interés de interactuar con ella, con los niños o entre ellos. ¿Era porque estaba en problemas?

Quizás ella debía iniciar la conversación y arreglar las cosas. Necesitaba disculparse formalmente por la tardanza en atender a Ella, pero no pensaba que su castigo había sido justo.

Cassie redactó las palabras cuidadosamente en su cabeza.

Sé que anoche me retrasé en atender a Ella. No la escuché llorar, pero la próxima vez dejaré la puerta de mi dormitorio abierta. Sin embargo, no creo que me hayan tratado de manera justa. Fui amenazada y maltratada, y recibí dos advertencias consecutivas en la misma cantidad de minutos, así que, por favor, ¿podríamos discutir las reglas del hogar?

No, eso no estaría bien. Era demasiado atrevido. No quería parecer hostil. Necesitaba un enfoque más suave y que no profundizara la enemistad con Margot.

¿No es una hermosa mañana?

Sí, ese sería definitivamente un buen comienzo y traería un ángulo positivo a la conversación. Y desde ahí la podría dirigir hacia lo que realmente quería decir.

Sé que me retrasé anoche al atender a Ella. No le escuché llorar, pero la próxima vez dejaré la puerta de mi dormitorio abierta. Sin embargo, me gustaría discutir las reglas del hogar ahora, con respecto a cómo es el trato entre nosotros y cuándo se deben dar advertencias, para asegurarme de hacer mejor mi trabajo.

Cassie aclaró la garganta, sintiéndose nerviosa, y dejó el tenedor.

Pero cuando estaba a punto de hablar, Pierre dobló el periódico y él y Margot se levantaron.

—Que tengan un buen día, niños —dijo Pierre, mientras abandonaban la sala.

Cassie los observó confundida. No sabía qué hacer ahora. Le habían dicho que los niños tenían que estar prontos antes de las ocho, pero ¿prontos para qué?

Decidió correr detrás de Pierre y preguntarle. Se dirigía a la puerta cuando casi se choca con una mujer de rostro agradable, que vestía el uniforme del personal y llevaba una bandeja de comida.

—Ah…oops. Bien. La rescaté.

Enderezó la bandeja y deslizó las rebanadas de jamón, colocándolas de vuelta en su lugar.

—Tú eres la nueva niñera, ¿no? Soy Marnie, el ama de llaves principal.

— Encantada de conocerte —dijo Cassie, dándose cuenta de que este era el primer rostro sonriente que había visto en todo el día—. Iba a preguntarle a Pierre qué era lo que los niños tenían que hacer hoy —le dijo, luego de presentarse.

—Demasiado tarde. Ya se habrá ido; se dirigían derecho al automóvil. ¿No dejó ninguna instrucción?

—No, nada.

Marnie dejó la bandeja y Cassie le dio a Marc más queso y, hambrienta, se sirvió más tostadas, jamón y un huevo duro. Ella se negaba a comer la montaña de comida que tenía en el plato, y jugaba fastidiosamente con esta con su tenedor.

—Quizás le puedas preguntar a los niños —sugirió Marnie—. Antoinette sabrá si tienen algo planificado. Te aconsejaría que esperes a que termine de tocar el piano. No le gusta que la desconcentren.

¿Era su imaginación o Marnie había girado los ojos al decirlo? Motivada, Cassie se preguntó si se convertirían en amigas. Necesitaba un aliado en esa casa.

Pero ahora no había tiempo de forjar una amistad. Claramente, Marnie estaba apurada recogiendo los platos vacíos y la vajilla sucia, mientras le preguntaba a Cassie si había algún problema con su habitación. Cassie explicó los problemas rápidamente y el ama de llaves se marchó, luego de prometerle que cambiaría la ropa de cama y reemplazaría la bombilla antes del almuerzo.

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