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Al atardecer, cuando Royce salió del bosque, el cielo rojo se acercó al mundo como un manto sangriento. Por un momento, el resplandor del ocaso fue suficiente para que Royce no pudiera ver más allá del enrojecimiento del terreno a sus pies, el mundo entero parecía estar en llamas.
Entonces lo pudo ver, y se dio cuenta de que el rojo de las llamas no era ningún truco de la puesta del sol. Su aldea estaba ardiendo.
Algunas partes de ella ardían intensamente, los tejados de paja se convertían en hogueras consumidas por las llamas, de modo que todo el horizonte parecía estar lleno de ellas. Más de la aldea estaba ennegrecida y humeante, maderas color hollín erguidas como esqueletos de edificios destruidos. Uno de ellos se derrumbó mientras Royce miraba, crujiendo y luego cayendo, desplomándose al suelo con un estruendo.
“No,” murmuró, desmontando y llevando su caballo robado hacia adelante. “No, no puedo haber llegado tarde,”
Sin embargo, lo estaba. Los fuegos que ardían ya eran viejos, y ahora solo se apoderaban de los edificios más grandes, donde había más para consumir. El resto de su aldea era una masa de carbón y humo puro, tan lejos del punto donde se produjo el incendio que Royce nunca hubiera podido esperar llegar a tiempo. El hombre que había pasado por el camino había dicho que los soldados estaban llegando mientras él se iba, pero Royce había calculado sin tener en cuenta la distancia y el tiempo que le tomaría llegar.
Finalmente, no pudo evitarlo por más tiempo y miró hacia abajo, hacia donde estaban los cuerpos. Eran demasiados... hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, todos asesinados por igual, sin que se mostrara piedad. Algunos de los cuerpos quedaron entre las ruinas, tan ennegrecidos como la madera que los rodeaba; otros yacían en las calles, con heridas abiertas que contaban la historia de cómo habían muerto.
Royce vio a algunos cortados desde el frente donde habían tratado de luchar, algunos cortados desde atrás cuando habían tratado de correr. Vio un grupo de mujeres jóvenes asesinadas a un lado. ¿Habían pensado que esto era solo otra incursión para que los nobles tomaran lo que querían de todas ellas, hasta el momento en que alguien les había cortado la garganta?
El dolor fluía a través de Royce, y la ira, y un centenar de otros sentimientos, todo enredado en un nudo que parecía que podría desgarrar su corazón en dos. Caminó tambaleándose por la aldea, mirando muerte tras muerte, no podía creer que los hombres del duque pudieran hacer algo así.
Pero lo habían hecho, y no había forma de deshacerlo.
“¡Madre!” Royce llamó. “¡Padre!”
Se atrevió a tener esperanza, a pesar de los horrores que lo rodeaban. Algunos de los habitantes de la aldea tuvieron que haber sobrevivido. Los soldados eran descuidados, y la gente podía escapar, ¿cierto?
Royce vio otro montón de cadáveres en el suelo, y este se veía diferente, porque no había heridas de espada en los cuerpos. En cambio, parecía como si simplemente hubieran... muerto, asesinados con las manos vacías, tal vez, pero incluso en la Isla Negra, eso se consideraba algo difícil. A Royce no le importaba en ese momento, porque, aunque estas personas eran las que él conocía, no eran las que él estaba tratando de encontrar. No eran sus padres.
“¡Madre!” Royce llamó. “¡Padre!”
Sabía que los soldados podrían oírlo si todavía estaban ahí, pero no le importaba. Una parte de Royce incluso celebraba la posibilidad de que vinieran, porque significaba una oportunidad de matarlos y hacerlos pagar.
“¿Están ahí?” Royce gritó, y una figura salió tambaleándose de uno de los edificios, cubierta de hollín y con aspecto demacrado. Por un instante, el corazón de Royce saltó, pensando que tal vez su madre lo había escuchado, pero luego se dio cuenta de que no era ella. En cambio, reconoció la forma de la vieja Lori, que siempre había aterrorizado a los niños con sus historias, y que a veces afirmaba que tenía ‘La Vista’.
“Tus padres están muertos, muchacho,” dijo, y en ese momento el mundo pareció romperse para Royce. Todo se congeló en su lugar, atrapado entre un latido y otro.
“No, no pueden estarlo,” dijo Royce, sacudiendo la cabeza, sin querer creerlo. “No pueden estarlo.”
“Lo están,” Lori se movió para sentarse contra los restos de un muro bajo. “Tan muertos como yo lo estaré pronto,”
Al decir eso, Royce notó la sangre en su toga gruesa, y el agujero por donde había entrado una espada.
“Déjame ayudarte,” dijo él, dirigiéndose a ella, a pesar de la nueva oleada de dolor que había surgido de lo que ella había dicho sobre sus padres. Concentrarse en ella parecía la única manera de no sentirlo en ese momento.
“¡No me toques!,” dijo ella, apuntándole con el dedo. “¿Crees que no veo la oscuridad que cargas como una capa? ¿Crees que no veo la muerte y la destrucción que sigue a todo lo que tocas?”
“Pero te estás muriendo,” dijo Royce, tratando de convencerla.
La vieja Lori se encogió de hombros. “Todo muere... bueno, casi,” dijo. “Incluso tú eventualmente, aunque sacudirás el mundo antes de eso. ¿Cuántos más morirán por tus sueños?”
“No quiero que nadie muera,” dijo Royce.
“Lo harán de todos modos,” respondió la anciana. “Tus padres lo hicieron.”
Una nueva ira se apoderó de Royce. “Los soldados. Yo...”
“No los soldados, no ellos. Parece que hay más personas que ven los peligros que te persiguen, muchacho. Un hombre vino aquí, y olí la muerte en él tan fuerte que me escondí. Mató a hombres fuertes sin siquiera intentarlo, y cuando fue a tu casa...”
Royce podía adivinar el resto. Se dio cuenta de algo peor en ese momento, el horror lo golpeó.
“Yo lo vi. Lo vi en ese camino…” dijo Royce. Su mano se tensó sobre su espada. “Debí haber salido. Debí haberlo matado ahí,”
“Vi lo que hizo,” dijo la vieja Lori. “Te habría matado tan seguramente como tú nos mataste a todos nosotros al nacer. Te daré un consejo, muchacho. Corre. Huye a la naturaleza. No dejes que nadie te vuelva a ver. Escóndete como me escondí una vez, antes de ser esto,”
“¿Después de esto?” exigió Royce, con su ira encendida. Podía sentir lágrimas cálidas deslizándose por su rostro, y no sabía si eran de duelo, ira, o de algo más. “¿Crees que puedo alejarme después de todo esto?”
La anciana cerró los ojos y suspiró. “No, no, no lo hago. Veo... veo toda esta tierra moviéndose, un rey levantándose, un rey cayendo. Veo muerte, y más muerte, todo porque no puedes ser nadie más que quien eres.”
“Déjame ayudarte,” dijo Royce otra vez, extendiendo la mano para ayudar a tapar la herida del costado de Lori. Hubo un destello de algo que se sintió como un choque saliendo de la lana enrollada, y Lori jadeó.
“¿Ahora qué hiciste?,” exclamó. “Vete, muchacho. ¡Vete! Deja a una anciana a su muerte. Estoy demasiado cansada para esto. Hay mucha más muerte esperándote, por dondequiera que vayas.”
Se quedó en silencio, y por un momento, Royce pensó que podría estar descansando, pero parecía demasiado quieta para eso. La aldea que lo rodeaba estaba tranquila y en silencio una vez más. En ese silencio, Royce se quedó callado, sin saber qué hacer a continuación.
Entonces lo supo, y partió hacia los restos de la casa de sus padres.
CAPÍTULO CUATRO
Raymond gruñía con cada sacudida del carro que lo llevaba a él y a sus hermanos al lugar donde iban a ser ejecutados. Podía sentir cada rebote y golpe del vehículo contra los moretones que cubrían su cuerpo, podía oír el tintineo de las cadenas que lo sujetaban mientras se movían contra la madera.
Podía sentir su miedo, aunque parecía estar en algún lugar en el lado más alejado del dolor en ese momento; los golpes de los guardias le habían dejado la sensación de que su cuerpo estaba quebrado, hecho de bordes afilados. Era difícil concentrarse, incluso en el terror de la muerte, más allá de eso.
El miedo que sentía en el camino era más duro para sus hermanos.
“¿Cuánto crees que falta para llegar?” Preguntó Garet. El hermano menor de Raymond había logrado sentarse en el carro, y Raymond podía ver los moretones que cubrían su cara.
Lofen se sentó más despacio, lucía demacrado después de su tiempo en el calabozo. “No importa lo lejos que esté, no es suficiente,”
“¿Adónde crees que nos llevan?” Preguntó Garet.
Raymond podía entender por qué su hermano pequeño quería saberlo. La idea de ser ejecutado ya era bastante mala, pero no saber lo que estaba pasando, dónde estaría o cómo sería era peor.
“No lo sé,” Raymond se las arregló, y el hecho de hablar le dolía. “Tenemos que ser valientes, Garet.”
Vio a su hermano asentir con la cabeza, mirándose decidido a pesar de la situación en la que se encontraban los tres. A su alrededor, podía ver el campo pasando, con granjas y campos a cada lado del camino y árboles a la distancia. Allí había unas cuantas colinas y unos cuantos edificios, pero parecía que ahora estaban lejos del pueblo. El carro era conducido por un guardia, mientras que otro estaba sentado a su lado, con la ballesta preparada. Otros dos cabalgaban junto al carro, flanqueándolo y mirando a su alrededor como si esperaran problemas en cualquier momento.
El que tenía la ballesta les gritó, “¡Silencio ahí atrás!,”
“¿Qué harás?” respondió Lofen. “¿Ejecutarnos más?”
“Probablemente fue esa bocota tuya la que te hizo merecedor de un trato especial,” dijo el guardia. “La mayoría de los que sacamos del calabozo solo los arrastramos y los matamos como el duque quiere, sin problemas. Sin embargo, tú vas a dónde van los que realmente lo han hecho enojar.”
“¿Dónde es eso?” Raymond preguntó.
El guardia respondió con una sonrisa torcida. “¿Oyen eso, muchachos?” dijo. “Quieren saber a dónde van a ir,”
“Pronto lo verán,” dijo el conductor, tirando de las riendas para que los caballos se movieran más rápido. “No veo por qué debemos decirle algo a criminales como ustedes, excepto que van a recibir todo lo que se merecen.”
“¿Merecer?” exclamó Garet desde la parte de atrás del carro. “No nos merecemos esto. ¡No hemos hecho nada!”
Raymond escuchó a su hermano gritar cuando uno de los jinetes a su lado lo golpeó en los hombros.
“¿Crees que a alguien le importa lo que tienes que decir?,” dijo el hombre. “¿Crees que todos los que hemos llevado por este camino no han tratado de declarar su inocencia? El duque los ha declarado traidores, ¡así que recibirán la muerte de un traidor!”
Raymond quería acercarse a su hermano y asegurarse de que estaba bien, pero las cadenas que lo sujetaban se lo impedían. Pensó en insistir en que en realidad no habían hecho nada excepto tratar de hacer frente a un régimen que había tratado de quitarles todo, pero ese era el punto. El duque y los nobles hacían lo que querían, siempre lo habían hecho. Por supuesto que el duque podía enviarlos a morir, porque así era como funcionaban las cosas ahí.
Raymond se tensó contra sus cadenas ante ese pensamiento, como si fuera posible liberarse por pura fuerza. El metal lo sostuvo fácilmente, desgastando lo poco que quedaba de su fuerza hasta que se desplomó contra la madera.
“Míralos, intentando liberarse,” dijo el ballestero entre risas.
Raymond vio al conductor encogerse de hombros. “Lucharán más cuando les llegue su tiempo.”
Raymond quería preguntarle a qué se refería con eso, pero sabía que no recibiría respuesta alguna, y solo conseguiría un golpe como golpearon a su hermano. Todo lo que podía hacer era sentarse callado mientras el carro continuaba su agitado viaje sobre el camino de tierra. Eso, pensó, era parte de todo este tormento: el no saber nada, y el estar consciente de tu impotencia, con la completa incapacidad para hacer algo, tan siquiera para saber a dónde los llevaban, y mucho menos para hacer que el carro regresara.
Siguió subiendo por los campos, pasando grupos de árboles y espacios en donde había aldeas en completo silencio. El suelo a su alrededor parecía ascender, llevándolos a un lugar en dónde había un fuerte, casi tan viejo como todo el reino, sentado sobre una de las colinas, las piedras desgastadas apenas de pie como testamento al reino que existió antes.
“Ya casi llegamos chicos,” les dijo el conductor, con una sonrisa qué mostraba cuánto disfrutaba esto. “¿Listos para ver lo qué les tiene preparado el Duque Altfor?”
“¿El Duque Altfor?” preguntó Raymond, apenas comprendiéndolo.
“Ese hermano tuyo se las arregló para matar al viejo duque,” dijo el ballestero. “Le aventó una lanza que atravesó su corazón en los pozos, luego corrió como el cobarde qué es. Ahora, ustedes pagarán por sus crímenes.”
En el momento qué dijo eso, Raymond sentía tanto sus sentimientos como sus pensamientos correr. Si Royce en realidad hizo eso, eso significaba que su hermano adoptado había logrado algo enorme para su causa de libertad, y escapó, esas dos cosas eran motivo de celebración. Y, al mismo tiempo, Raymond solo podía imaginar las cosas que el hijo del antiguo duque quisiera hacer en venganza, y sin Royce ahí para recibir su ira, ellos eran los próximos objetivos lógicos.
En ese momento maldijo a Genevieve. Si su hermano no la hubiera visto, nada de esto hubiera pasado, y no era cómo si le importara Royce, ¿no?
“Ah,” dijo el ballestero. “Creo que ya lo están entendiendo.”
Los caballos que jalaban el carro siguieron, moviéndose con el ritmo constante de una criatura qué ya estaba acostumbrada a su tarea, y que sabía por lo menos, que regresaría de su destino.
Subieron la colina, y Raymond podía sentir la tensión creciendo en sus hermanos. Garet estaba viendo de arriba abajo, como si estuviera buscando una manera de escapar y saltar del carro. Si es que pudiera, entonces Raymond esperaba que tomara la oportunidad, corriendo sin ver atrás, aún si supiera que los jinetes lo matarían antes de que diera unos cuantos pasos. Lofen seguía apretando sus manos y relajándolas, susurrando algo qué sonaba como una plegaria. Raymond dudaba qué fuera de alguna ayuda ahora.
Finalmente, llegaron a la cima de la colina y Raymond podía ver todo lo que les esperaba ahí. Era suficiente como para hacer que se sentara de nuevo en el carro, incapaz de moverse.
Había horcas fijadas alrededor de la cima de la colina, crujiendo con el viento, moviendo las cadenas a la sombra de la torre caída. Había cadáveres en ellas, algunos estaban limpios por los carroñeros, otros lo suficientemente intactos para que Raymond pudiera ver las horribles heridas y mordidas que los cubrían, las quemadas y los lugares en donde la piel había sido cortada por lo que parecían cuchillos largos. Había símbolos tallados en algunas partes de la piel, y Raymond pudo reconocer a una de las mujeres que habían arrastrado fuera de su celda hace tiempo, su cuerpo cubierto en símbolos y espirales.
“Picti,” susurró Lofen con temor, pero Raymond veía que incluso eso no era lo peor. Las personas en las horcas tenían heridas que sugerían que habían sido torturadas y asesinadas, expuestas a la furia de cualquier persona salvaje que pasara, pero lo que estaba en la piedra en el centro de la cima de la colina era peor, mucho peor.
La piedra en si era una tabla que había sido esculpida tanto con los símbolos de la gente salvaje, como con signos que podrían haber sido mágicos si esas cosas fueran comunes en estos días. Los restos de un hombre yacían encadenados sobre ella, y la peor parte, la peor parte, era que gemía con una vida agonizante, aunque no tenía derecho a hacerlo. Su cuerpo estaba atado con cortes y quemaduras, marcas de mordeduras y marcas de garras, pero, aun así, de forma imposible, seguía vivo.