Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1 - Блейк Пирс


Blake Pierce

UN RASTRO DE MUERTE

UN RASTRO DE MUERTE


(UN MISTERIO KERI LOCKE – LIBRO 1)


B L A K E   P I E R C E

Blake Pierce

Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio RILEY PAIGE que cuenta con trece libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con nueve libros), de la serie de misterio de AVERY BLACK (que cuenta con seis libros), de la serie de misterio de KERI LOCKE (que cuenta con cinco libros), de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE (que cuenta con tres libros), de la serie de misterio de KATE WISE (que cuenta con dos libros), de la serie de misterio psicológico de CHLOE FINE (que cuenta con dos libros) y de la serie de misterio psicológico de JESSE HUNT (que cuenta con tres libros).


Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.


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LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

LA NIÑERA

CASI AUSENTE (Libro #1)

CASI PERDIDA (Libro #2)

CASI MUERTA (Libro #3)


SERIE DE THRILLER DE SUSPENSE PSICOLÓGICO CON JESSIE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Libro #1)

EL TIPO PERFECTO (Libro #2)

LA CASA PERFECTA (Libro #3)


SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

AL LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)


SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SI ELLA CORRIERA (Libro #3)

SI ELLA SE OCULTARA (Libro #4)

SI ELLA HUYERA (Libro #5)


SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)

TOMANDO (Libro #4)


SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

UNA VEZ INACTIVO (Libro #14)


SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE CODICIE (Libro #3)

ANTES DE QUE SE LLEVE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE ATRAPE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)

ANTES DE QUE DECAIGA (Libro #11)

ANTES DE QUE ENVIDIE (Libro #12)


SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)


SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)

PRÓLOGO

Echó un vistazo a su reloj.

2:59 P. M.

El timbre de la escuela sonaría en menos de un minuto.

Ashley vivía a solo doce manzanas del instituto, algo más de un kilómetro, y casi siempre hacía el trayecto sola. Esa era su única preocupación —que hoy fuera una de las raras ocasiones en que fuera acompañada.

Cuando faltaban cinco minutos para la salida de la escuela, la vio, y se le cayó el alma a los pies al verla caminar junto a otras dos chicas a lo largo de Main Street. Pararon en un cruce y se pusieron a hablar. Así no serviría. Tenían que dejarla. Tenían que hacerlo.

Sintió que la ansiedad crecía en su estómago. Se suponía que este sería el día.

Sentado en el asiento delantero de su furgoneta, intentaba controlar lo que a él le gustaba llamar su yo original. Era su yo original el que afloraba cuando estaba haciendo sus experimentos especiales con los especímenes allá en su casa. Era su yo original el que le permitía ignorar los gritos y las súplicas de esos especímenes para poder concentrarse en su importante trabajo.

Tenía que mantener bien oculto su yo original. Se recordó a sí mismo que debía llamarlas chicas y no especímenes. Se recordó a sí mismo que debía usar nombres propios como Ashley. Se recordó a sí mismo que para otras personas él parecía completamente normal, y que si actuaba de esa manera, nadie podría decir qué merodeaba en su corazón.

Lo había estado haciendo durante años, actuar de forma normal. Algunas personas incluso le consideraban tranquilo. Eso le gustaba. Significaba que era un gran actor. Y al actuar de forma normal casi todo el tiempo, de alguna manera se había labrado una vida, una que algunos podrían incluso envidiar. Podía ocultarse a plena vista.

Aún así, ahora mismo podía sentirlo explotar dentro de su pecho, suplicando que lo dejara salir. El deseo le estaba restando fuerzas, tenía que controlarlo.

Cerró sus ojos y respiró profundamente varias veces, tratando de recordar las instrucciones. Con la última respiración, inhaló durante cinco segundos para después exhalar lentamente, dejando que el sonido que había aprendido saliera de su boca lentamente.

–Ohhhmmm…

Abrió los ojos y sintió una oleada de alivio. Las dos amigas habían girado hacia el oeste por la Avenida Clubhouse, hacia la costa. Ashley continuó sola hacia el sur por Main Street, cerca del parque canino.

Había tardes en las que ella se quedaba por allí, mirando a los perros correr tras las pelotas de tenis por el suelo cubierto de trocitos de madera. Pero hoy no. Hoy ella caminaba con un propósito, como si tuviera que estar en algún lugar.

Si ella hubiera sabido lo que se avecinaba, no se hubiera molestado en ir.

Ese pensamiento le hizo sonreír para sí mismo.

Siempre había pensado que ella era atractiva. Admiró de nuevo su cuerpo de surfista, esbelto y atlético, mientras poco a poco se acercaba hacia ella, viniendo por detrás a lo largo de la calle, pendiente de dejar que pasara el alegre desfile de estudiantes. Ella llevaba una falda rosa que le llegaba justo por encima de las rodillas y un top azul vivo que se amoldaba a su figura.

Entonces dio el paso.

Una tibia serenidad le invadió. Encendió el poco convencional cigarrillo electrónico que estaba encima de la guantera central de la furgoneta y pisó con suavidad el acelerador.

Paró la furgoneta al lado de ella y la llamó por la ventana abierta junto al asiento del copiloto.

–Eh.

Al principio la cogió por sorpresa. Entrecerró los ojos para mirar hacia el interior del vehículo, pues no podía ver de quién se trataba.

–Soy yo —dijo él como si nada. Aparcó la furgoneta, se inclinó y abrió la puerta del copiloto para que ella pudiera ver quién era.

Ella se inclinó un poco para velo mejor. Al cabo de un instante, él vio en el rostro de ella que le había reconocido.

–Ah, hola. Lo siento —se disculpó.

–No hay problema —le aseguró él, antes de dar una larga calada.

Ella miró con más detenimiento el objeto que él tenía en la mano.

–Nunca había visto uno así.

–¿Quieres probarlo? —le ofreció de la manera más informal que pudo.

Ella asintió y se acercó, inclinándose hacia dentro. Él se inclinó hacia ella también, como si fuera a quitárselo de la boca para dárselo a ella. Pero cuando ella estaba a un metro de distancia, él pulsó un botoncito del aparato, lo que causó que un pequeño cierre se abriera y esparciera una sustancia química en el rostro de ella, en forma de pequeña nube. A la vez, él se colocó una máscara delante de la nariz, para no aspirar la sustancia.

Fue tan sutil y silencioso que Ashley ni siquiera lo notó. Antes de que pudiera reaccionar, se le empezaron a cerrar los ojos, y empezó a desplomársele el cuerpo.

Ella ya estaba cayendo hacia delante, perdiendo la conciencia, y lo único que él tuvo que hacer fue extender los brazos e introducirla en el asiento del pasajero. Para alguien que lo viera por casualidad, podría incluso verse como si ella hubiera subido voluntariamente.

Su corazón palpitaba con fuerza pero se record a sí mismo que debía mantener la calma. Ya había llegado hasta aquí.

Pasó el brazo por encima del espécimen, tiró de la puerta del copiloto para cerrarla, abrochó bien el cinturón de seguridad a ella y después el suyo. Finalmente, se permitió respirar una sola vez, lenta y profundamente.

Después de asegurarse de que todo estaba despejado, arrancó.

Enseguida se unió al tráfico de media tarde del Sur de California, confundiéndose como otro conductor más, tratando de navegar en un océano de humanidad.

CAPÍTULO UNO

Lunes

Al caer la tarde


La detective Keri Locke se suplicaba a sí misma a no hacerlo esta vez. Como la detective de más bajo rango en la División Pacífico Los Ángeles Oeste Unidad de Personas Desaparecidas, se esperaba que trabajara más duro que cualquier otro en la división. Y como mujer de treinta y cinco años que se había unido a la fuerza hacía apenas cuatro, a menudo sentía que se esperaba que ella fuese la policía más trabajadora de todo el Departamento de Policía de Los Ángeles. No podía darse el lujo de que pareciera que se estaba tomando un descanso.

A su alrededor, el departamento rebosaba de actividad. Una anciana de origen hispano estaba sentada junto a un escritorio cercano, poniendo una denuncia por el robo de una cartera. Al otro lado de la sala, estaban fichando a un ladrón de coches. Era una típica tarde en la que ahora era su nueva vida. Pero la ansia seguía allí, recurrente, consumiéndola, negándose a ser ignorada.

Se dejó llevar. Se levantó y se dirigió a la ventana que daba al Culver Boulevard. Se paró allí y casi pudo ver su reflejo. Con el resplandor vacilante del sol del atardecer, ella parecía medio humana, medio fantasma.

Así era cómo se sentía. Sabía que, objetivamente, era una mujer atractiva. Un metro setenta de estatura y alrededor de 59 kilos —60 si era honesta—, con el pelo rubio cenizo y una figura que con una maternidad de por medio había permanecido intacta, todavía llamaba la atención.

Pero si la miraban más de cerca, verían que sus ojos marrones estaban enrojecidos y lacrimosos, su frente era un ovillo de líneas prematuras y su piel en ocasiones tenía la palidez, bueno, de un fantasma.

Al igual que en la mayoría de las jornadas, ella vestía una sencilla blusa, ajustada dentro de pantalones negros, y zapatos bajos de color negro que se veían profesionales y eran fáciles de llevar. Llevaba el pelo recogido hacia atrás en una cola de caballo. Era su uniforme no oficial. Casi la única cosa que cambiaba diariamente era el color de la parte de arriba. Todo ello reforzaba su sentir de que estaba dejando pasar el tiempo más que viviendo en verdad.

Keri percibió movimiento por el rabillo del ojo y salió de su introspección. Ahí venían.

Fuera de la ventana, Culver Boulevard estaba casi vacío de gente. Había un carril para corredores y ciclistas a lo largo de la calle. La mayoría de los días, al caer la tarde, estaba congestionada por el tráfico peatonal. Pero hoy hacía un calor implacable, con temperaturas cercanas a los treinta y siete grados centígrados y ninguna brisa, incluso ahí, a menos de ocho kilómetros de la playa. Los padres que normalmente venían con sus hijos a pie, del colegio a casa, habían preferido ese día sus coches con aire acondicionado. Todos menos uno.

Exactamente a las 4:12, como un reloj, una pequeña, de siete u ocho años de edad, pedaleaba en su bicicleta lentamente por el sendero. Vestía un bonito vestido blanco. Su joven mamá caminaba detrás de ella en vaqueros y camiseta, con una mochila colgada del hombro de manera casual.

Keri luchó contra la ansiedad que borboteaba en su estómago y miró alrededor para ver si alguien en la oficina estaba observándola. Nadie. Entonces se dejó llevar por el escozor al que había procurado resistirse durante todo el día y se puso a contemplar.

Keri las observaba con una mirada de celos y adoración. Aún no podía creerlo, incluso después de tantas veces junto a esta ventana. La pequeña era la viva imagen de Evie, desde el ondulado cabello rubio y los ojos verdes, hasta la sonrisa ligeramente torcida.

Permaneció en trance, mirando por la ventana mucho después que madre e hija hubieran desaparecido de su vista.

Cuando finalmente despertó y volvió a su oficina de planta abierta, la anciana de origen hispano ya se iba. El ladrón de coches había sido procesado. Un nuevo maleante, esposado e insolente, se había colocado junto a la ventanilla para ser fichado, mientras un alerta oficial uniformado permanecía a su izquierda.

Echó un vistazo al reloj digital de pared que había encima de la máquina de café. Marcaba las 4:22.

«¿Realmente he estado parada junto a esa ventana diez minutos enteros? Esto va a peor, no a mejor.»

Volvió a su mesa con la cabeza baja, tratando de no hacer contacto visual con ninguno de sus compañeros. Se sentó y miró los archivos que había sobre su mesa. El caso Martine casi estaba cerrado, solo esperaba un aviso del fiscal para poder meterlo en el armario de «completo hasta el juicio». El caso Sanders estaba en espera hasta que los criminalistas regresaran con su informe preliminar. La División Rampart había pedido a la Pacific que buscara a una prostituta llamada Roxie que había desaparecido del radar; un colega les había dicho que ella había comenzado a trabajar en Westside y tenían la esperanza de que alguien en su unidad pudiera confirmarlo para no tener que abrir un expediente.

Lo peculiar de los casos de personas desaparecidas, al menos en el caso de los adultos, era que desaparecer no era un crimen. La policía tenía más margen con los menores, dependiendo de la edad. Pero en general, no había nada que evitara que la gente simplemente abandonara sus vidas. Sucedía con más frecuencia de lo que la gente pensaba. Sin pruebas de juego sucio, los cuerpos policiales estaban limitados a lo que legalmente podían hacer para investigar. Debido a eso, casos como el de Roxie solían pasar inadvertidos.

Suspirando resignada, Keri se dio cuenta que, exceptuando algo extraordinario, no había realmente razón alguna para quedarse después de las cinco.

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