–Mi marido va a llegar a casa de la oficina en cualquier momento. Sé que quiere hablar con usted también.
Keri levantó la vista del cuaderno. Algo en la voz de Mia había cambiado. Sonaba más a la defensiva, más cautelosa.
«Sea lo que sea lo que está ocultando, apuesto a que está relacionado con esto».
–¿Y cómo se llama su esposo? —preguntó, tratando de parecer indiferente.
–Se llama Stafford.
–Espere un minuto —dijo Keri—. ¿Su marido es Stafford Penn, el senador de los Estados Unidos Stafford Penn?
–Sí.
–Esa es una información importante, Sra. Penn. ¿Por qué no la mencionó antes?
–Stafford me pidió que no lo hiciera —dijo ella a modo de disculpa.
–¿Por qué?
–Dijo que quería tratar eso con usted cuando él llegara.
–¿Cuándo dijo usted que estaría aquí de nuevo?
–Seguramente, en menos de diez minutos.
Keri la miró de manera inquisitiva, tratando de decidir si debía presionarla. Al final, lo dejó como estaba, por ahora.
–¿Tiene una foto de Ashley?
Mia Penn le pasó su teléfono. La foto de fondo mostraba a una adolescente con un vestido veraniego. Parecía la hermana menor de Mia. Quitando el cabello rubio de Ashley, era difícil distinguir a una de la otra. Ashley era ligeramente más alta, estaba más bronceada y tenía una constitución más atlética. El vestido no podía tapar sus piernas musculosas y sus poderosos hombros. Keri supuso que practicaba el surf con regularidad.
–¿Es posible que simplemente haya olvidado la cita y esté atrapando olas? —preguntó Keri.
Mia sonrió por primera vez desde que Keri llegó.
–Estoy impresionada, detective. ¿Lo adivinó basándose en una foto? No, a Ashley le gusta surfear en las mañanas, mejores olas y menos gente inoportuna. Miré el garaje por si acaso. Su tabla está allí.
–¿Puede enviarme esa foto junto con unos pocos primeros planos, con y sin maquillaje?
Mientras Mia hacía eso, Keri hizo otra pregunta.
–¿A qué escuela va?
–Al Instituto West Venice.
Keri no pudo ocultar su sorpresa. Conocía bien el lugar. Era un gran instituto público, un crisol de culturas de miles de chicos, con todo lo que eso entrañaba. Ella había arrestado a más de un estudiante que iba al West Venice.
«¿Por qué puñetas la rica hija de un senador de EE. UU. va allí en lugar de asistir a una exclusiva escuela privada?»
Mia debió haber leído la sorpresa en el rostro de Keri.
–A Stafford nunca le ha gustado. Siempre ha querido tenerla en escuelas privadas, que la encaminen de Harvard, donde él fue. Pero no era solo por la mejor educación. Él también quería una mayor seguridad —dijo ella—. Yo siempre la he querido en escuelas públicas, para que se relacione con chicos reales y donde pueda aprender algo de la vida real. Es una de las pocas batallas que realmente le he ganado. Si Ashley termina herida debido a algo relacionado con la escuela, será culpa mía.
Keri quiso cortar de raíz esos pensamientos rápidamente.
–Uno, Ashley va a estar bien. Dos, si le pasara sería culpa de la persona que le hiciera daño, no de la madre que la quiere.
Keri observó a Mia Penn para ver si la convencía, pero era difícil decirlo. La verdad era que sus palabras de consuelo apuntaban más a impedir que un recurso valioso se desmoronara que a levantarle el ánimo. Decidió presionar.
–Hablemos un segundo de eso. De hecho, ¿hay alguien que quisiera hacerle daño a ella, a usted o a Stafford?
–A Ashley, no; a mí, tampoco; a Stafford, nada concreto que yo sepa, más allá de lo que implica hacer lo que él hace. Quiero decir, recibe amenazas de muerte de votantes que afirman ser extranjeros. Así que es difícil decir qué es lo que hay que tomar en serio.
–¿Y nadie ha llamado pidiendo rescate, correcto?
La repentina tensión en el rostro de la mujer era visible.
–¿Es lo que usted piensa que es esto?
–No, no, no, solo estoy revisando las posibilidades. Todavía no pienso que sea nada. Estas son solo preguntas de rutina.
–No. No ha habido pedidos de rescate.
–Ustedes obviamente tienen algún dinero…
Mia asintió.
–Vengo de una familia muy rica. Pero nadie lo sabe en realidad. Todos dan por sentado que nuestro dinero viene de Stafford.
–Por curiosidad, ¿de cuánto estamos hablando, exactamente? —preguntó Keri. Algunas veces este trabajo hacía imposible la discreción.
–¿Exactamente? No lo sé… tenemos una casa junto a la playa en Miami y un apartamento en San Francisco, ambos a nombre de compañías. Estamos activos en el mercado y tenemos muchos otros bienes. Usted ha visto todas las obras de arte que tenemos en la casa. Poniéndolo todo junto estaríamos hablando de cincuenta y cinco a sesenta millones.
–¿Lo sabe Ashley?
La mujer se encogió de hombros.
–Hasta cierto punto. Ella no conoce las cifras exactas pero sabe que es bastante y que se supone que el público no tiene que saberlo todo. A Stafford le gusta proyectar una imagen de «hombre del pueblo».
–¿Habrá hablado acerca de esto? ¿A sus amigos, quizás?
–No. Ella tiene instrucciones estrictas de no hacerlo —la mujer suspiró y dijo—: Dios, estoy hablando demasiado. Stafford estaría furioso.
–¿Ustedes dos se llevan bien?
–Sí, por supuesto.
–¿Qué hay de Ashley? ¿Se lleva usted bien con ella?
–No hay nadie en el mundo a quien esté más unida.
–Muy bien. ¿Stafford se lleva bien con ella?
–Se llevan muy bien.
–¿Hay alguna razón para que ella se fuera de casa?
–No. Ni nada que se le parezca. Eso no es lo que está sucediendo aquí.
–¿Cómo ha estado de humor últimamente?
–Ha sido bueno. Ella es feliz, estable, todo eso.
–Algún problema con algún chico…
–No.
–¿Drogas o alcohol?
–No puedo decir que nunca. Pero en general, ella es una joven responsable. Este verano se entrenó como salvavidas juvenil. Tenía que levantarse a las cinco de la mañana de cada día para eso. Es de fiar. Aparte de eso, ni siquiera ha tenido todavía tiempo de aburrirse. Esta es su segunda semana de clases.
–¿Algún drama por allí?
–No. Le gustan sus profesores. Se lleva bien con todos los chicos. Intentará entrar en el equipo femenino de baloncesto.
Keri fijó los ojos en los de la mujer y preguntó:
–Entonces ¿qué piensa usted que está pasando?
La confusión cubrió el rostro de la mujer. Le temblaban los labios.
–No lo sé. —Dirigió la mirada a la puerta principal, luego volvió a mirarla, y dijo—: Yo solo quiero que ella vuelva a casa. ¿Dónde coño está Stafford?
Como hecho a propósito, un hombre apareció por la esquina. Era el senador Stafford Penn. Keri lo había visto montones de veces en la tele. Pero en persona, irradiaba una onda que no se apreciaba al verlo en una pantalla. tenía alrededor de cuarenta y cinco años, era musculoso y alto, alcanzaba fácilmente el metro noventa de estatura, tenía el cabello rubio como el de Ashley, una mandíbula marcada y unos penetrantes ojos verdes. Poseía un magnetismo que parecía casi vibrar. Keri tragó en seco cuando él extendió la mano para estrechar la de ella.
–Stafford Penn —dijo, aunque podía asegurar que ella ya sabía eso.
Keri sonrió.
–Keri Locke —dijo—. Unidad de Personas Desaparecidas del Departamento de Policía de Los Ángeles, División Pacífico.
Stafford le dio un beso rápido en la mejilla de su esposa y se sentó a su lado. No perdió el tiempo con amabilidades.
–Agradecemos que haya venido. Pero personalmente, pienso que podemos dejar las cosas como están hasta mañana por la mañana
Mia le miró incrédula.
–Stafford…
–Los hijos se independizan de sus padres —continuó—. Se van destetando. Es parte del crecimiento. Joder, si fuera un chico, habríamos estado lidiando con días como este desde hace dos o tres años. Es por eso que le pedí a Mia que fuera discreta cuando la llamara. Dudo que esta sea la última vez que estemos lidiando con este tipo de asuntos y no quiero ser acusado por dar falsas alarmas.
Keri preguntó:
–Entonces, ¿no cree que pase nada malo?
Él dijo que no con la cabeza.
–No. Pienso que es una adolescente haciendo lo que hacen los adolescentes. Para ser honesto, hasta cierto punto me alegro de que haya llegado este día. Demuestra que ella se está volviendo más independiente. Recuerden mis palabras, ella aparecerá esta noche. En el peor de los casos, mañana por la mañana, probablemente con una resaca.
Mia lo contemplaba con incredulidad.
–En primer lugar —dijo—, es un lunes por la tarde en pleno curso escolar, no las vacaciones de primavera en Daytona. Y en segundo lugar, ella no haría eso.
Stafford negó con la cabeza.
–Todos nos volvemos un poco locos a veces, Mia —dijo—. Joder, cuando cumplí quince años, me bebí diez cervezas en un par de horas. Estuve literalmente devolviendo durante tres días. Recuerdo que mi padre se rio bastante. Pienso que, de hecho, estaba bastante orgulloso de mí.
Keri asintió, haciendo ver que eso era algo completamente normal. Nada ganaba con enemistarse con un senador de los Estados Unidos si podía evitarlo.
–Gracias, senador. Probablemente tiene razón. Pero mientras esté aquí, ¿le importaría si le doy un rápido vistazo al dormitorio de Ashley?
Él se encogió de hombros y señaló la escalera.
–Adelante.
Arriba, al final del pasillo, Keri entró al dormitorio de Ashley y cerró la puerta. La decoración era más o menos lo que esperaba: una bonita cama, a juego con la cómoda, pósteres de Adele y de la leyenda del surf con un solo brazo, Bethany Hamilton. Tenía una lámpara de lava de inspiración retro en la mesilla de noche. Recostado en una de sus almohadas había un peluche. Era tan viejo y manoseado que Keri no estaba segura de si era un perro o una oveja.
Encendió el Mac portátil que había en el escritorio de Ashley y le sorprendió que no estuviera protegido con una contraseña.
«¿Qué adolescente deja su portátil desprotegido sobre su escritorio para que cualquier adulto fisgón venga a controlarlo?»
El historial de Internet mostraba búsquedas de solo los dos últimos días; los anteriores se habían borrado. Lo que quedaba parecía estar relacionado en su mayor parte con un trabajo de biología para el que estaba investigando. Había también una cuantas visitas a sitios web de agencias locales de modelos, al igual que otras en Nueva York y Las Vegas. Había otra visita al sitio de un próximo torneo de surf en Malibú. También había ido al sitio de una banda local llamada Rave.
«O esta chica es la mojigata más aburrida de todos los tiempos, o está dejando todo esto con el propósito de presentar una imagen que sus conocidos se crean».
El instinto de Keri le decía que era lo segundo.
Se sentó al pie de la cama de Ashley y cerró los ojos, tratando de colocarse en la mente de una chica de quince de años. Una vez lo fue. Esperaba recordar todavía cómo era la suya. Después de dos minutos, abrió los ojos e intentó ver la habitación desde otra perspectiva. Recorrió los estantes, buscando algo que se saliera de lo ordinario.
Estaba a punto de darse por vencida cuando su vista se detuvo en un libro de matemáticas al final de la estantería de Ashley. Se titulaba Álgebra para Noveno Grado.
«¿No dijo Mia que Ashley estaba en décimo grado? Su amiga Thelma la vio en la clase de geometría. Entonces ¿por qué conservaba un viejo libro de texto? ¿Por si necesitaba un repaso?»
Keri cogió el libro, lo abrió y comenzó a hojearlo. Cuando llevaba dos terceras partes, encontró dos páginas, que era fáciles de pasar por alto, pegadas cuidadosamente la una con la otra. Había algo duro entre ellas.
Keri cortó la cinta adhesiva y algo cayó en al suelo. Ella lo cogió. Era una falsa licencia de conducir, que parecía sumamente auténtica, con la cara de Ashley en ella. El nombre que aparecía allí era Ashlynn Penner. La fecha de nacimiento indicaba que tenía veintidós años.
Más convencida de que estaba en el camino correcto, Keri se movió con más rapidez por la habitación. No sabía de cuánto tiempo disponía antes de que los Penn empezaran a sospechar. Al cabo de cinco minutos, encontró otra cosa. Metido en una bamba en la parte trasera del armario había un casquillo vacío de 9 mm.
Sacó una bolsa para las pruebas, lo introdujo allí junto con la tarjeta de identidad falsa, y abandonó la habitación. Mia Penn iba por el pasillo en dirección a ella en el momento en que cerraba la puerta. A Keri le pareció que había sucedido algo.
–Acabo de recibir una llamada de la amiga de Ashley, Thelma. Ha estado hablando con la gente acerca de que Ashley no llegó a casa. Dice que otra amiga llamada Miranda Sanchez vio a Ashley subir a una furgoneta negra en Main Street, cerca de un parque canino próximo al instituto. Dijo que no podía asegurar si Ashley subió por su cuenta o si tiraron de ella hacia dentro. No le pareció tan extraño hasta que se enteró de que Ashley había desaparecido.
Keri mantuvo su expresión neutral a pesar del súbito incremento en su presión arterial.
–¿Conocen a alguien que tenga una furgoneta negra?
–Nadie.
Keri caminaba rápidamente por el pasillo. Mia Penn intentaba desesperadamente seguirle el paso.
–Mia, necesito que llame al teléfono de los detectives en la comisaría, el número con el que me contactó. Dígale a quien le atienda, probablemente un hombre llamado Suarez, que le he pedido que llame. Dele la descripción física de Ashley y dígale cómo iba vestida. Dele también los nombres y la información de contacto de cada uno de los que me habló: Thelma, Miranda, el novio Denton Rivers, todos ellos. Después dígale entonces que me llame.
–¿Por qué necesita toda esa información?
–Vamos a tener que entrevistarlos a todos.
–Está empezando a asustarme de verdad. ¿Esto es malo, verdad? —preguntó Mia.
–Probablemente no. Pero mejor asegurarnos que lamentarnos.
–¿Qué puedo hacer?
–Necesito que se quede aquí por si Ashley llama o aparece.
Llegaron al piso de abajo. Keri miró alrededor.
–¿Dónde está su marido?
–Lo llamaron del trabajo.
Keri se mordió la lengua y se dirigió a la puerta principal.
–¿Adónde va? —le gritó Mia.
Por encima del hombre, Keri respondió:
–Voy a encontrar a su hija.
CAPÍTULO TRES
Lunes
Al atardecer
Fuera, mientras se daba prisa por regresar al coche, Keri trataba de ignorar el calor que se levantaba de la acera. En apenas un minuto, aparecieron gotas de sudor en su frente. Mientras marcaba el número de Ray, decía palabrotas en voz baja para sí misma.
«Estoy a seis putas manzanas del Océano Pacífico y en pleno mes de septiembre. ¿Adónde me llevará esto?»
Después de seis tonos, Ray finalmente contestó.
–¿Qué? —preguntó, su voz sonaba tensa y molesta.
–Necesito que nos encontremos en Main, enfrente del Instituto West Venice.
–¿Cuándo?
–Ahora, Raymond.
–Espera un segundo. —Podía oírlo moviéndose de un lado a otro y quejándose por lo bajo. No parecía que estuviera solo. Cuando volvió a ponerse al habla, a ella le dio la impresión de que había cambiado de habitación.
–Estaba ocupado en otra cosa, Keri.
–Bueno, pues desocúpate, detective. Tenemos un caso.
–¿Es lo de Venice? —preguntó él, claramente exasperado.
–Lo es. Y podrías por favor dejar ese tono. Claro, a menos que pienses que la desaparición de la hija de un senador de los Estados Unidos en una furgoneta negra no es algo que valga la pena comprobar.
–Dios mío. ¿Por qué la madre no dijo lo del senador por teléfono?
–Porque él le pidió que no lo hiciera. Él se mostró tan despectivo como tú, quizás incluso más. Espera un segundo.
Keri había llegado a su coche. Puso el altavoz del teléfono, lo tiró en el asiento del copiloto y se subió. Mientras arrancaba, le dio el resto de los detalles: la falsa identificación, el casquillo de proyectil, la chica que vio a Ashley subirse a la van— posiblemente en contra de su voluntad—, el plan para coordinar las entrevistas. Cuando estaba finalizando, su teléfono dio un pitido y ella miró la pantalla.