Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1 - Блейк Пирс 6 стр.


De repente, la tranquilidad se rompió por un grito que helaba la sangre. Keri levantó la vista, sobresaltada. Un hombre con una cazadora y una gorra de béisbol huía rápidamente. Solo pudo verle la espalda pero podía afirmar que llevaba algo en brazos.

Keri se puso de pie y buscó desesperadamente con la mirada a Evie. No se veía por ningún lado. Keri empezó a correr detrás del hombre incluso antes de estar segura. Un segundo después, la cabeza de Evie asomó por un lado del cuerpo del hombre. Se veía aterrada.

–¡Mami! —gritaba—. ¡Mami!

Keri los persiguió, a toda velocidad. El hombre llevaba ventaja. Para cuando Keri había recorrido la mitad del césped, él ya estaba en el aparcamiento.

–¡Evie! ¡Suéltala! ¡Alto! ¡Que alguien detenga a ese hombre! ¡Tiene a mi hija!

La gente miraba pero la mayoría parecía confundida. Nadie se levantó a ayudar. Y ella no veía a nadie en el aparcamiento para pararlo. Vio a dónde se dirigía. Había una furgoneta blanca al otro extremo del aparcamiento, estacionada en paralelo a la acera para salir fácilmente. Él ya estaba a menos de quince metros cuando de nuevo escuchó la voz de Evie.

–¡Por favor, mami, ayúdame! —suplicó.

–¡Ya vengo, cariño!

Keri corrió todavía más, con la vista nublada por las lágrimas ardientes, sobreponiéndose a la fatiga y el miedo. Ya estaba en el borde del estacionamiento. No le importaban los minúsculos fragmentos de asfalto que se le clavaban en sus pies desnudos.

–¡Ese hombre tiene a mi hija! —gritó de nuevo, apuntando en esa dirección.

Un adolescente que llevaba una camiseta y su novia salieron de su coche, a unos pocos paso de la furgoneta. El hombre pasó corriendo justo al lado de ellos. Parecían desconcertados hasta que Keri gritó de nuevo.

–¡Paradlo!

El chico comenzó a caminar hacia el hombre, y luego echó a correr. Para entonces el hombre había llegado a la furgoneta. Deslizó la puerta del lado y tiró a Evie hacia el interior como si fuera un saco de patatas. Keri escuchó el golpe sordo del cuerpo al impactar contra algo sólido.

Cerró la puerta violentamente y enseguida dio la vuelta corriendo para llegar al lado del conductor, donde el adolescente lo alcanzó y lo agarró por un hombro. El hombre dio media vuelta y Keri pudo verlo mejor. Llevaba unas gafas de sol y la gorra con la visera baja y era difícil verle a través de las lágrimas. Pero pudo entrever un cabello rubio y lo que parecía parte de un tatuaje, en el lado derecho del cuello.

Pero antes de que pudiera percibir algo más, el hombre echó hacia atrás el brazo y le soltó un puñetazo al adolescente en la cara, haciendo que se estrellara con un coche cercano. Keri escuchó un doloroso crujido. Vio que el hombre sacaba un cuchillo de la funda que llevaba en el cinturón y lo clavaba en el pecho del adolescente. Lo sacó y aguardó un segundo hasta ver que el chico caía al suelo antes de salir corriendo hacia el asiento del conductor.

Keri se forzó a sacarse de la cabeza lo que acababa de ver y no se concentró en otra cosa que no fuera llegar hasta la furgoneta. Oyó que el motor se encendía y vio que comenzaba a arrancar. Estaba a menos de seis metros.

Pero el vehículo ya estaba acelerando. Keri siguió corriendo pero sentía que su cuerpo empezaba a rendirse. Miró la matrícula para memorizarla. No había ninguna.

Buscó sus llaves y recordó que estaban en su bolso, en el parque. Corrió hasta donde estaba el adolescente, con la esperanza de coger las de él y su coche. Pero cuando llegó hasta el chico, vio que su novia estaba arrodillada junto a él y lloraba desconsolada.

Levantó la vista de nuevo. La furgoneta ya estaba lejos, dejando atrás un rastro de polvo. Ella no tenía matrícula, ninguna descripción que dar, nada que ofrecer a la policía. Su hija había desaparecido y ella no sabía qué hacer para recuperarla.

Keri se dejó caer al suelo junto a la chica adolescente y comenzó a llorar de nuevo, sin que pudieran distinguirse los gemidos de desesperación de una y de otra.

Cuando abrió los ojos estaba de nuevo en la casa de Denton. No recordaba haber salido del cobertizo ni haber caminado por el césped reseco. Pero de alguna manera había llegado a la cocina de Rivers. Con esta eran dos en un día.

Esto iba a peor.

Entró de nuevo en la sala, miró a Denton a los ojos, y dijo:

–¿Dónde está Ashley?

–No lo sé.

–¿Por qué estás en posesión de su teléfono?

–Se lo dejó aquí ayer.

–¡Mentira! Ella rompió contigo hace cuatro días. No estaba aquí ayer.

El puñetazo verbal se hizo evidente en la cara de Denton.

–Vale, se lo quité yo.

–¿Cuándo?

–Esta tarde, en la escuela.

–¿Solo se lo quitaste de la mano?

–No, tropecé con ella después del último toque de timbre y se lo saqué del bolso.

–¿Quién es el propietario de la furgoneta negra?

–No lo sé.

–¿Un amigo tuyo?

–No.

–¿Alguien que contrataste?

–No.

–¿Cómo te hiciste esos rasguños en el brazo?

–No lo sé.

–¿Cómo te hiciste ese chichón en la cabeza?

–No lo sé.

–¿De quién es la sangre que hay sobre la alfombra?

–No lo sé.

Keri cambió los pies de posición y trató de contener la furia que crecía en su sangre. Sentía que estaba perdiendo la batalla.

Lo miró fijamente y dijo, sin emoción:

–Voy a preguntarte una vez más: ¿dónde está Ashley Penn?

–Que te follen.

–Respuesta incorrecta. Piensa en ello de camino a la comisaría.

Le dio la espalda, dudó por un instante y entonces, de repente, se giró y lo golpeó con el puño fuerte y cerrado, con cada gramo de frustración en su cuerpo. Le dio de lleno en la sien, en el mismo punto de la herida anterior. Esta se abrió y salpicó de sangre todo, incluyendo la blusa de Keri.

Ray la contempló incrédulo, paralizado. Entonces puso de pie a Denton Rivers de un solo tirón y dijo:

–¡Ya oíste a la señorita! ¡Muévete! Y no tropieces ni te des un golpe en la cabeza con otra mesa de centro.

Keri le dedicó una sonrisa agridulce pero Ray no se la devolvió. Parecía horrorizado.

Algo como esto podía costarle a ella su trabajo.

A ella no le importaba, sin embargo. Lo único que le importaba ahora mismo era hacer que este mocoso hablara.

CAPÍTULO CINCO

Lunes

Al atardecer


Keri condujo el Prius, con Ray en el asiento de pasajero, mientras seguían a la patrulla que ella había llamado para trasladar a Rivers a comisaría. Keri escuchaba en silencio mientras Ray atendía el teléfono.

La capitana a cargo de la División Los Ángeles Oeste era Reena Beecher, quien sería puesta al tanto de la situación por el jefe de la Unidad de Delitos Mayores de la División Pacífico, el teniente Cole Hillman, jefe de Keri y Ray. Era él a quien Ray estaba informando. Hillman, o Martillo como algunos de sus subordinados le llamaban, tenía jurisdicción sobre personas desaparecidas, homicidio, robo y crímenes sexuales.

Para Keri, no era santo de su devoción. Para ella, Hillman parecía más interesado en salvar el culo que en jugárselo todo para resolver los casos. Quizás los años de servicio le habían suavizado. No tenía escrúpulos en atacar a los detectives que no limpiaban las mesas de su lista de casos abiertos. De allí el apodo de Martillo, que parecía encantarle. Pero para la mentalidad de Keri él era un hipócrita que se cabreaba cuando no cerraban casos y se cabreaba también cuando se arriesgaban para resolver esos mismos casos. Keri pensaba que un apodo más apropiado era «imbécil». Pero ya que no lo podía llamar así, su pequeña rebelión era no llamarlo tampoco por su apodo.

Keri aceleró por las calles de la ciudad, tratando de no perder al vehículo del escuadrón que iba delante. Junto a ella, Ray resumía para Hillman el cómo una llamada al caer la tarde acerca de una adolescente, que llevaba desaparecida un par de horas, se había transformado de pronto en una situación potencial de secuestro de la hija quinceañera de un senador de los Estados Unidos. Describió el vídeo de vigilancia de la oficina de préstamos, la visita a casa de Denton Rivers (excepto algunos detalles) y todo lo que había pasado entre una cosa y la otra.

–La detective Locke y yo estamos llevando a Rivers a comisaría para hacerle más interrogatorios.

–Espera, espera —dijo Hillman—. ¿Qué está haciendo Keri Locke en este caso? Esto está muy por encima de su rango, Sands.

–Ella cogió la llamada, teniente. Y ella ha descubierto casi todas las pistas que tenemos hasta ahora. Ya casi estamos en comisaría. Le daremos más información después, señor.

–Bien. Estaré allí pronto. Tengo que llamar a la capitana Beecher de todas formas. Ella querrá un informe sobre esto. He convocado a todo el personal para una reunión en quince minutos.

Colgó sin decir nada más.

Ray se dirigió hacia Keri y dijo:

–Nos darán una patada tan pronto les demos un informe completo, pero al menos hicimos algún progreso.

Keri frunció el ceño.

–Van a cagarla —dijo.

–Tú no eres la única investigadora buena en esta ciudad, Keri.

–Ya lo sé. Estás tú también.

–Gracias por ese cumplido ligeramente condescendiente, compañera.

–No lo dudes —replicó ella y, a continuación, añadió—: No le gusto a Hillman.

–No sé nada de eso. Yo pienso que él te encuentra un poco… atrevida para ser alguien con tan poca experiencia.

–Podría ser. O podría que él es un imbécil. No pasa nada. A mí tampoco me gusta él.

–¿Por qué dices eso?

–Porque es un pelota, un chupatintas y no tiene iniciativa. Además, cuando me cruzo con él en el pasillo sus ojos no suben más allá de mi pecho.

–Oh. Bueno, si vas a reprochar eso a cada policía que lo haga, solo te quedarán imbéciles.

Keri le echó una mirada de complicidad.

–Exactamente —dijo ella.

–Intentaré no tomármelo como algo personal —dijo él.

–No seas tan sensible, Gigante de Hierro.

Él permaneció por un momento en silencio en el asiento de pasajero. Keri estaba segura de que él quería decir algo pero no estaba seguro de cómo plantearlo. Finalmente habló:

–¿Vamos a hablar de lo que pasó?

–¿Qué?

–Ya sabes, que agrediste a un menor.

–Ah, eso. Preferiría que no. Además, creo que dijiste que se dio un golpe en la cabeza con la mesita.

–Si resulta que él no está metido en esto y presenta una queja, podría haber consecuencias.

–No me preocupa.

–Bueno, pues a mí sí. Puede que sea porque estamos acercándonos al aniversario. ¿Has llamado últimamente a la Dra. Blanc?

El silencio de Keri le sirvió de respuesta.

–Quizás deberías hacerlo —dijo él en voz baja.

Keri entró en el aparcamiento de la División, poniendo fin a la conversación.

Denton Rivers fue llevado a la sala de interrogatorios mientras Keri rellenaba la denuncia de cargos contra él por robo de propiedad, concretamente del móvil de Ashley. Bastaría para retenerlo por unas pocas horas. Para entonces, con algo de suerte, habrían averiguado algo más.

Después de eso, se dirigieron a la Sala de juntas A, la gran sala donde los comandantes de guardia distribuían las tareas al comienzo de cada turno. La reunión general de Hillman estaba a punto de comenzar.

Назад