La cara de la muerte - Блейк Пирс 5 стр.


El cuerpo ya había sido retirado, pero la sangre hablaba por sí misma.

Debió haber sido rápido; ella no pudo luchar por mucho tiempo.

Zoe se asomó para ver más de cerca las huellas del culpable masculino. Lo que era interesante era su apariencia. Ella había podido distinguir un patrón débil en las marcas dejadas por la víctima, lo suficiente como para darle una idea de la marca y el estilo cómodo del zapato, pero sus huellas eran sólo un contorno vago, una impresión de un talón en su mayor parte.

Zoe volvió sobre sus propios pasos, comprobando a medida que avanzaba. Sólo había dos lugares donde podía distinguir los pasos del asesino: cerca de la puerta, donde había esperado, y aquí, en el momento de la muerte. En ambos casos, todas las marcas de identificación, incluyendo el largo y el ancho del zapato, habían sido borradas.

En otras palabras, él había limpiado sus huellas.

–¿No quedaba ninguna evidencia física aparte del cuerpo? ―le preguntó Zoe al guardia, que aún no se había movido de su posición junto a la puerta.

Tenía los pulgares enganchados en las trabillas del cinturón, los ojos entrecerrados mirando en ambas direcciones del camino.

–No, señora ―dijo.

–¿No hay folículos capilares? ¿Huellas de neumáticos?

–Nada que podamos adjudicar al agresor. Parece que borró todas las huellas de neumáticos del estacionamiento, no sólo las suyas.

Zoe se mordió el labio inferior mientras pensaba. Él podría estar eligiendo sus víctimas al azar, pero estaba lejos de ser solo un loco. Shelley lo había dicho, él tenía el control. Más que eso, era paciente y meticuloso. Incluso los asesinos que planificaban sus ataques no solían ser tan buenos.

El tono de llamada de Zoe retumbó en la tranquilidad del camino vacío, haciendo que el guardia se sobresaltara.

–Agente Especial Prime ―respondió ella automáticamente, sin siquiera mirar en la pantalla quien la llamaba.

–Z, tengo una pista. Un exesposo maltratador ―dijo Shelley. Ella no se andaba con rodeos. Su tono era apresurado, excitado. Era la emoción de la primera pista. ―Parece que el divorcio estaba a punto de terminar. ¿Quieres venir a recogerme y vamos a investigar eso?

–No hay mucho que ver aquí ―respondió Zoe. No tenía sentido que ambas investigaran la escena, si había otras pistas que seguir. Además, tenía la sensación de que Shelley no quería ver el lugar donde una mujer había perdido la vida. Todavía estaba un poco verde en muchos sentidos. ―Te pasaré a buscar en veinte minutos.

***

―¿Dónde estuvo anoche? ―presionó Shelley, inclinándose para que el tipo sintiera que era su pequeño secreto.

–Estaba en un bar ―gruñó él―. Se llama Lucky's, está en el lado este de la ciudad.

Zoe apenas estaba escuchando. Ella sabía desde el momento en que entraron que este no era su asesino. Quizás al exmarido le gustaba que su autoridad tuviera peso cuando se casaron, pero ese era exactamente el problema: su peso. Era al menos 45 kilos más pesado de lo que debería ser para dejar esas huellas, y además era demasiado bajo. Tenía la altura necesaria para someter a su esposa, una mujer más pequeña que sin duda había sufrido a causa de sus puños muchas veces. Podía adivinar que él medía aproximadamente un metro sesenta y ocho o setenta. Y no era lo suficiente para levantarla así.

–¿Alguien puede verificar que usted estuvo allí? ―preguntó Shelley.

Zoe quería detenerla, evitar más pérdidas de tiempo. Pero no dijo nada. No quería tratar de explicar algo que era tan obvio para ella como que el cielo era azul.

–Estaba inconsciente ―dijo, lanzando su mano al aire en un gesto de frustración―. Revisa las cámaras. Pregúntale al barman. Me echó de allí mucho después de la medianoche.

–¿El barman tiene un nombre? ―preguntó Zoe, sacando una libreta para tomar nota. Al menos sería algo que podrían verificar fácilmente. Anotó lo que él le dijo.

–¿Cuándo fue la última vez que vio a su exmujer? ―preguntó Shelley.

Él se encogió de hombros, sus ojos se movieron de lado a lado mientras pensaba.

–No lo sé. La perra siempre se interponía en mi camino ―dijo―. Supongo que hace unos meses. Se estaba poniendo muy nerviosa por la pensión alimenticia. No le hice algunos pagos.

Shelley estaba visiblemente enfadada por la forma en la que hablaba. Había algunas emociones que a Zoe le resultaban difíciles de leer, cosas esquivas que no sabía nombrar o que venían de fuentes con las que no se podía identificar. Pero la ira era fácil. La ira podría ser una luz roja intermitente, y eso era lo que estaba demostrando la expresión de Shelley en ese momento.

–¿Considera que todas las mujeres son una molestia, o sólo las que se divorcian de usted después de un maltrato violento?

Los ojos del hombre prácticamente se le salieron de la cabeza.

–Oye, mira, no puedes…

–Usted tiene antecedentes de maltrato contra Linda, ¿no? ―Shelley lo interrumpió antes de que pudiera terminar―. Vimos en su historial que ha sido arrestado por varias quejas de violencia doméstica. Parece que tenía el hábito de golpearla hasta dejarla con moretones.

–Yo… ―dijo el hombre sacudiendo la cabeza, como si tratara de despejarla―. Nunca la lastimé de esa manera. Nunca fue tanto. No la mataría.

–¿Por qué no? Seguramente quería librarse de esos pagos de pensión alimenticia ―presionó Shelley.

Zoe se puso tensa, sus manos se cerraron en puños. Si pasaba más tiempo ella iba a tener que intervenir. Shelley se dejaba llevar, su voz subía de tono y volumen al mismo tiempo.

–No los he estado pagando de todas formas ―señaló. Sus brazos estaban cruzados a la defensiva sobre su pecho.

–Así que, tal vez sólo perdió el control una última vez, ¿es eso? ¿Quería hacerle daño, y fue más lejos que nunca?

–¡Detente! ―gritó él perdiendo la compostura. Puso sus manos sobre su cara inesperadamente, y las dejó caer para revelar la lágrimas que habían escapado de sus ojos hacia sus mejillas. ―Dejé de pagar la pensión alimenticia para que viniera a verme. La extrañaba, ¿de acuerdo? La perra tenía un poder sobre mí. Salgo y me emborracho todas las noches porque estoy solo. ¿Es eso lo que quieren oír? ¿Es eso?

Ya habían terminado aquí, eso estaba claro. Aun así, Shelley le agradeció al hombre con fuerza y le entregó una tarjeta, pidiéndole que las llamara si se le ocurría algo más. Zoe pensó en las cosas que podría haber resuelto antes si eso funcionara. La mayoría de la gente nunca llamaba a Zoe.

En esta ocasión, también dudaba mucho que Shelley recibiera una llamada.

Shelley respiró hondo mientras se alejaban.

–Un camino sin salida. Yo me creo su historia. ¿Qué crees que deberíamos hacer ahora?

–Me gustaría ver el cuerpo ―respondió Zoe―. Si hay más pistas que encontrar, están en la víctima.

CAPÍTULO CINCO

La oficina del forense era un tosco edificio al lado de la comisaría, junto con casi todo lo demás en esta pequeña ciudad. Sólo había una carretera que pasaba por aquí, las tiendas y una pequeña escuela primaria y todo lo que un pueblo necesitaba para sobrevivir estaba situado a la izquierda o a la derecha.

Esto incomodaba a Zoe. Se parecía demasiado a su ciudad natal.

El forense las esperaba abajo, la víctima ya estaba tendida sobre la mesa proporcionando una imagen espeluznante. El hombre, un anciano a pocos años de jubilarse con un ligero sobrepeso, comenzó una larga y sinuosa explicación de sus hallazgos, pero Zoe no lo escuchaba.

Podía ver las cosas que él les decía expuestas ante ella. La herida del cuello le dijo el calibre exacto del alambre que buscaban. La mujer pesaba un poco más de 77 kilos a pesar de su pequeña estatura, aunque una buena cantidad de eso había salido a borbotones junto con casi tres litros de su sangre.

El ángulo de la incisión y la fuerza aplicada sobre ella le decían dos cosas. Primero, que el asesino medía entre un metro ochenta y un metro ochenta y cinco de altura. Segundo, que el asesino no dependía de la fuerza para cometer los crímenes. El peso de la víctima no se mantuvo en el cable por mucho tiempo. Cuando se desplomó, la dejó caer. Eso, combinado con la elección del alambre como su primera elección de arma, probablemente significaba que no era muy fuerte.

Que no fuera muy fuerte combinado con una altura promedio, probablemente significaba que no era ni musculoso ni pesado. Si lo hubiera sido, su propio peso corporal habría servido de contrapeso. Eso significaba que probablemente tenía una complexión delgada, bastante parecida a lo que uno normalmente se imagina cuando se piensa en un hombre promedio, de estatura promedio.

Sólo había una cosa que no era promedio, y eso era su acto de asesinato.

En cuanto al resto, no había mucho que decir. Su color de pelo, su nombre, de qué ciudad venía, por qué hacía esto, nada de eso estaba escrito en la envoltorio vacío y abandonado de la cosa que solía ser una mujer delante de ellos.

–Así que, lo que podemos decir de esto ―decía el forense lentamente, con su voz quejumbrosa y pesada―. Es que el asesino era probablemente de la estatura promedio masculina, tal vez entre un metro setenta y cinco y un metro ochenta y cinco.

Zoe sólo se contuvo de sacudir la cabeza. Esa fue una estimación demasiado amplia.

–¿La familia de la víctima se ha puesto en contacto? ―preguntó Shelley.

–No desde que el exmarido vino a identificarla ―dijo el forense se encogiéndose de hombros.

Shelley agarró un pequeño colgante que estaba sobre su cuello, tirando de él hacia atrás y adelante en una delgada cadena de oro.

–Eso es muy triste ―suspiró―. Pobre Linda. Se merecía algo mejor que esto.

–¿Qué impresión te dieron cuando los entrevistaste? ―preguntó Zoe. Cualquier pista era una pista, aunque ya estaba firmemente convencida de que la selección de Linda como víctima no era más que el acto aleatorio de un extraño.

Shelley se encogió de hombros impotente.

–Estaban sorprendidos por la noticia. No estaban desconsolada. No creo que fueran muy unidos.

Zoe intentó no preguntarse quién se preocuparía por ella o vendría a ver su cuerpo si moría, y reemplazó ese pensamiento en su lugar con la frustración. Ese sentimiento vino rápidamente. Este era otro callejón sin salida, literalmente. Linda no tenía más secretos que contarles.

Estar de pie por aquí compadeciéndose de los muertos era agradable, pero no las acercaba a las respuestas que buscaban.

Zoe cerró los ojos momentáneamente y se dio la vuelta hacia el otro lado de la habitación y se dirigió a la puerta por la que habían entrado. Necesitaban estar activas, pero Shelley seguía conversando con el forense en un tono bajo y respetuoso, discutiendo quién había sido la mujer en vida.

Nada de eso importaba. ¿Shelley no se daba cuenta de eso? La causa de la muerte de Linda fue muy simple: había estado sola en una gasolinera aislada cuando el asesino llegó. No había nada más que destacar sobre su vida.

Shelley pareció captar el deseo de Zoe de irse, se puso a su lado y educadamente se distanció del forense.

–¿Qué deberíamos hacer ahora? ―le preguntó.

Zoe deseaba poder saber que responder a esa pregunta, pero no lo sabía. Sólo quedaba una cosa por hacer en este punto, y no era la acción directa que ella quería.

–Crearemos un perfil del asesino ―dijo Zoe―. Enviemos un mensaje a los estados vecinos para advertirle a las fuerzas del orden locales que estén alerta. Luego revisaremos los archivos de los asesinatos anteriores.

Shelley asintió con la cabeza, siguiendo los pasos de Zoe mientras se dirigía a la puerta. No era que tuvieran un lugar a donde ir.

Al subir las escaleras y salir por las puertas de la oficina, Zoe miró a su alrededor y volvió a ver la línea del horizonte, fácilmente visible más allá de la pequeñas residencias e instalaciones que componían la ciudad. Suspiró, cruzando los brazos sobre su pecho y girando su cabeza hacia la comisaría y hacia donde se dirigían. Cuanto menos tiempo pasara mirando este lugar, mejor.

–No te gusta este pueblito, ¿verdad? ―le preguntó Shelley a su lado.

Zoe se sintió sorprendida por un momento, pero sin embargo, Shelley ya había demostrado ser perspicaz y estar en sintonía con las emociones de los demás. A decir verdad, Zoe probablemente estaba siendo transparente. No podía quitarse de encima el mal humor que se apoderaba de ella cuando terminaba en un lugar así.

–No me gustan los pueblos pequeños en general―dijo.

–¿Eres una chica de ciudad? ―preguntó Shelley.

Zoe reprimió un suspiro. Esto era lo que pasaba cuando tenías compañeros, siempre querían conocerte. Desenterrar todas las pequeñas piezas del rompecabezas que era tu pasado, y unirlas hasta que encajaran de una manera que les conviniera.

–Me recuerdan al lugar donde crecí ―dijo Zoe.

Shelley asintió, como si la captara y entendiera. Ella no la había captado. Zoe lo sabía con certeza.

Hubo una pausa en su conversación al pasar por las puertas de la comisaría, dirigiéndose a una pequeña sala de reuniones que los agentes locales les habían permitido usar para su base de operaciones. Viendo que estaban solas allí, Zoe colocó una nueva pila de papeles sobre la mesa y comenzó a extender el informe del forense junto con fotografías y algunos otros informes de los oficiales que habían llegado primero a la escena.

–¿No tuviste una gran infancia? ―preguntó Shelley.

Quizás ella podía captar más de lo que Zoe creía.

Tal vez no debería haberse sorprendido. ¿Por qué no debería Shelley ser capaz de leer las emociones y pensamientos de la misma manera que Zoe podía leer ángulos, medidas y patrones?

–No fue la mejor ―dijo Zoe, quitándose el pelo de los ojos y concentrándose en los papeles. ―Y no fue lo peor. Sobreviví.

Había un eco en su cabeza, un grito que le llegó a través del tiempo y la distancia. «Niña diabólica. Fenómeno de la naturaleza. ¡Mira lo que nos has hecho hacer!». Zoe lo bloqueó, ignorando el recuerdo de un día encerrada en su habitación como castigo por sus pecados, ignorando la larga y dura soledad del aislamiento de niña.

Shelley se movió rápidamente frente a ella, extendiendo algunas de las fotografías que ya tenían, y luego levantando los archivos de los otros casos.

–No tenemos que hablar de ello ―dijo ella, en voz baja―. Lo siento. No me conoces todavía.

Eso era inquietante, aunque fuera en un futuro lejano, implicaba un tiempo en el que se esperaría que Zoe confiara lo suficiente en ella. Tiempo en el que sería capaz de revelar todos los secretos encerrados en su interior desde que era una niña. Lo que Shelley no sabía, lo que no podía adivinar por su ligera investigación, era que Zoe no le contaría a nadie lo que había vivido en su infancia.

Excepto tal vez a esa terapeuta que la Dra. Applewhite había estado tratando de que viera.

Zoe ignoró todo para sonreírle a su compañera y asentir con la cabeza, y luego tomó uno de los archivos.

–Deberíamos revisar los casos anteriores. Yo leeré este, y tú puedes leer el otro.

Shelley se sentó en una silla en el lado opuesto de la mesa, mirando las imágenes del primer archivo mientras las extendía por la mesa, mientras masticaba una de sus uñas. Zoe apartó la mirada y se centró en las páginas que tenía delante.

–La primera víctima, asesinada en un estacionamiento vacío fuera de un restaurante que había cerrado media hora antes ―Zoe leyó en voz alta, resumiendo el contenido del informe―. Era una camarera del lugar, madre de dos hijos sin educación universitaria que aparentemente se había quedado en la misma ciudad toda su vida. No había signos de evidencia forense de valor en la escena; la metodología es la misma, la muerte por el alambre filoso y luego el cuidadoso barrido de las huellas y marcas.

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