–De nuevo no hay nada que nos ayude a localizarlo ―suspiró Shelley.
–Ella se había quedado cerrando el lugar después de limpiar y se dirigía a su casa después de un largo turno. Se dieron cuenta cuando no llegó a casa como de costumbre ―Zoe pasó a la siguiente página, escaneando el contenido para buscar algo de valor. ―Su marido fue el que la encontró. Salió a buscarla después de que no contestara el teléfono. Hay una gran posibilidad de que contaminara la evidencia al agarrar el cuerpo de su esposa cuando lo descubrió.
Zoe miró hacia arriba, satisfecha de que este caso estaba tan vacío de pistas como el otro. Shelley seguía concentrada, jugando con el colgante de su cadena de nuevo. Lo tapaban su pulgar y su dedo, era lo suficientemente pequeño como para desaparecer completamente detrás de ellos.
–¿Eso es una cruz? ―preguntó Zoe, cuando su nueva compañera finalmente levantó la mirada. Pensó que era un tema de conversación. Era algo bastante natural hablar sobre las joyas que usaba habitualmente su compañera. ¿Verdad?
Shelley miró su pecho, como si no se hubiera dado cuenta de lo que hacían sus manos.
–Oh, ¿esto? No. Fue un regalo de mi abuela. ―dijo y alejó sus dedos, sosteniéndolos para que Zoe pudiera ver el colgante de oro en forma de flecha, con un pequeño diamante en la cabeza puntiaguda. ―Por suerte mi abuelo tenía buen gusto para los regalos. Solía ser suyo.
–Oh ―dijo Zoe sintiendo un poco de alivio. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba desde que había notado que Shelley sacaba el colgante y jugaba con él. ―¿Una flecha para el verdadero amor?
–Eso es ―sonrió Shelley. Luego frunció el ceño ligeramente, obviamente había captado el cambio de humor de Zoe. ―¿Te preocupaba que fuera demasiado religiosa o algo así?
Zoe aclaró un poco su garganta. Apenas se había dado cuenta de que esa era la razón por la que lo había preguntado. Pero por supuesto que lo era. Hacía mucho tiempo que no era esa niña tímida con una madre demasiado celosa y temerosa de Dios, pero aun así era muy precavida con la gente que consideraba que la iglesia era lo más importante de sus vidas.
–Sólo tenía curiosidad ―dijo Zoe, pero su voz se notaba tensa y lo sabía.
Shelley frunció el ceño, inclinándose para recoger el siguiente archivo de la mesa.
–Sabes que vamos a tener que pasar mucho tiempo trabajando juntas si seguimos siendo compañeras ―dijo ella―. Tal vez sea más fácil si no nos ocultamos cosas la una a la otra. No tienes que decirme por qué te preocupas por eso, pero apreciaría la honestidad.
Zoe tragó saliva, mirando el archivo que ya había terminado de leer. Reunió su orgullo, cerrando los ojos momentáneamente para apagar la voz que le decía que «no, que los archivos no eran iguales, que uno era aproximadamente cinco milímetros más grueso». Y miró a Shelley a los ojos.
–No tengo una buena historia con ella ―dijo ella.
–¿Con la religión, o la honestidad? ―preguntó Shelley con una sonrisa juguetona, abriendo su archivo. Después de un momento, durante el cual Zoe luchó tratando de saber qué responder, Shelley añadió: ―Era una broma.
Zoe le sonrío débilmente.
Entonces volvió a prestarle atención al nuevo archivo del caso y comenzó a examinar las fotografías de la escena del crimen, sabiendo que esto era lo único que le quitaría la sensación de ardor que recorría sus mejillas y cuello y la incomodidad de la habitación.
–La segunda víctima es otra versión de la misma historia ―dijo Shelley, sacudiendo la cabeza―. Una mujer encontrada asesinada al lado de una carretera que serpenteaba por el borde de un pequeño pueblo. El tipo de camino por el que podrías caminar si te dirigieras a casa después de una noche de trabajo, que era lo que ella hacía. Era una profesora… había un montón de trabajos calificados esparcidos a su alrededor donde los había dejado caer después de que su garganta fuera cortada por el alambre de garrote.
Shelley se detuvo a escanear las fotografías, encontrando la de los papeles. La sostuvo por un segundo, mordiéndose el labio inferior y sacudiendo la cabeza. Se lo pasó a Zoe, que trató de sentir el mismo nivel de lástima y descubrió que no podía. Los papeles esparcidos no la hicieron más conmovedora que cualquier otra muerte en su mente. De hecho, había visto asesinatos mucho más brutales que parecían más dignos de lástima.
–Fue encontrada por un ciclista a la mañana siguiente. Le habían llamado la atención los papeles moviéndose en el viento, arrastrándose a través de la acera y hacia el cuerpo desplomado entre la hierba crecida ―resumió Shelley, recapitulando las notas de su expediente―. Parece que hubiera salido del camino como para ayudar a alguien. Fue atraída hacia allí de alguna manera. Maldita sea… era una buena mujer.
Varios escenarios revoloteaban por la cabeza de Zoe: un ficticio perro perdido, un extraño pidiendo direcciones, una bicicleta con una cadena suelta, alguien pidiendo la hora.
–No hay huellas en el suelo duro, ni fibras o cabellos en el cuerpo, ni ADN bajo las uñas. Estaba tan limpia como las otras escenas del crimen ―dijo Shelley, poniendo el archivo delante de ella con otro suspiro.
Lo que la había dejado vulnerable era todo lo que tenían para continuar, aunque ello quizás solo fuera el elemento de sorpresa y alejarse del camino mientras luchaba contra el alambre alrededor de su garganta,
Zoe dejó que sus ojos se deslizaran sobre el papel sin rumbo, tratando hacer las conexiones pertinentes para que encajaran en los tres casos.
Dos estaban felizmente casadas, una divorciada. Dos madres, una sin hijos. Trabajos diferentes para cada una de ellas. Diferentes lugares. Una con un título universitario, dos sin él. No hay un patrón particular en sus nombres o conexiones a través de las compañías para las que trabajaron.
–No veo una conexión ―dijo Shelley, rompiendo el silencio entre ellas.
Zoe suspiró y cerró el archivo. Tuvo que admitirlo.
–Yo tampoco.
–Así que, estamos de vuelta donde empezamos. Víctimas al azar. ―al decirlo, Shelley se quedó sin aliento―. Lo que significa que el próximo objetivo también será aleatorio.
–Y es una posibilidad mucho menor de que podamos atraparlo ―añadió Zoe―. A menos que podamos crear juntas un perfil apropiado para rastrear a este hombre y atraparlo antes de que tenga oportunidad.
–Así que trabajemos en eso ―dijo Shelley, expresando en su rostro una determinación que realmente le daba a Zoe un poco de esperanza.
Colocaron una hoja en blanco en un caballete en la esquina de la habitación y empezaron a revisar lo que sabían.
–Podemos ver su camino ―dijo Zoe; algo que ya había destacado en voz alta, y era lo suficientemente fácil para que cualquiera lo resolviera. ―Por alguna razón se está moviendo. ¿Por qué podría ser?
–Podría ser que viaja por trabajo ―sugirió Shelley―. Un camionero, un vendedor o representante, algo así. O podría estar viajando sólo porque quiere. También podría ser un sin techo.
–Son demasiadas opciones para que podamos tomar una decisión al respecto ―Zoe escribió «viajando» en la pizarra, y luego trató de determinar las implicaciones. ―Debe dormir en el camino. Moteles, hoteles, o tal vez en su coche.
–Si está en su auto, no tenemos muchas esperanzas de rastrearlo ―señaló Shelley, mientras los bordes de su boca se curvaban levente hacia abajo―. Podría estar usando nombres falsos en los hoteles, también.
–No podemos hacer mucho con ello. Pero debe viajar de alguna manera. Debe ser en vehículo, a juzgar por las distancias entre los lugares de la matanza y el tiempo transcurrido.
Shelley se apresuró a desbloquear su celular, abriendo mapas y revisando las ubicaciones.
–No creo que haya una ruta de tren allí. Tal vez de autobús o de coche.
–Eso lo reduce un poco ―dijo Zoe, añadiendo esas posibilidades a la lista―. Podría ser un autoestopista, aunque es menos común hoy en día. ¿Qué hay de sus características físicas?
–Tradicionalmente, el alambre de garrote es usado por aquellos que no son físicamente musculosos. Así que tal vez podríamos suponer que es de una complexión más promedio.
Zoe se alegró de que Shelley lo hubiera descubierto, era una cosa menos con la que podría levantar sospechas.
–Promedio, pero no demasiado pequeño o menudo. Creo que ya estamos seguras de que esto es obra de un hombre. Si tuviera muy poca fuerza, o altura, las víctimas podrían haber sido capaces de dominarlo y liberarse.
–Y si fuera demasiado bajo, no llegaría a atraparlas ―añadió Shelley―. Las víctimas probablemente murieron todas de pie, lo que significa que tenía que ser capaz de alcanzar fácilmente sus cuellos.
Zoe tuvo que admitir que estaba impresionada, aunque sólo lo mantuviera para ella misma. Escribió en la pizarra: «altura media o superior a la media, entre un metro setenta y cinco y ochenta y cinco», según el informe del forense, y «constitución media o delgada».
–Ahora, hablemos de psicología ―dijo Zoe―. Hay algo que le impulsa a matar, aunque no sea algo que consideremos lógico. Si no hay un vínculo real entre las víctimas, tenemos que ver esa fuerza impulsora que viene de adentro.
–Me parecen crímenes de oportunidad. Solo va tras las mujeres quizás porque son más débiles. Están solas, indefensas, en un área no cubierta por las cámaras de seguridad, y donde tienen pocas posibilidades de ser interrumpidos.
–Veo dos posibilidades. La primera es que está decidido a matar, y por lo tanto busca a estas víctimas que encajan en el perfil perfecto para evitar ser atrapado. Por alguna razón, está haciendo esto ahora, por lo que estaríamos ante un evento desencadenante ―dijo Zoe, golpeando el extremo del bolígrafo contra su barbilla―. La otra posibilidad es que sea provocado específicamente por estas víctimas. En ese caso, ni siquiera sabe que las matará hasta que llegue el momento.
–En otras palabras, o está buscando mujeres para matar deliberadamente, o está matando basado puramente en la oportunidad y hay algo en las propias mujeres que lo hace actuar.
–Piensa en ello ―dijo Zoe sacudiendo la cabeza, caminando delante del caballete―. Es demasiado perfecto para ser tan aleatorio. Uno por noche, eso significa una compulsión. Si sólo le impulsara a matar por momentos provocado, los ataques estarían distanciados en el tiempo. Estaría en casa algunas noches, o simplemente no se encontraría con alguien que lo provocara. No, esto es deliberado y calculado. Hay alguna razón por la que tiene que matar a cada una, aquí hay algún mensaje o ritual.
Ella dio un paso adelante de nuevo y escribió «un asesinato por día – ritual» en la pizarra.
–¿Qué hay de las ubicaciones? ―preguntó Shelley―. Tal vez haya algo ahí.
Ya había un mapa en la pared, había tres alfileres rojos marcando donde se habían encontrado los tres cuerpos. Zoe lo miró por un momento, y luego usó el borde de un pedazo de papel para alinearlos. Había una línea recta entre el primero y el tercero. El segundo se había desviado un poco, pero todavía se encontraba sobre el camino general.
–¿Qué hay de esos pueblos? ―dijo Shelley señalando hacia el final del papel, después del último alfiler, hacia las localidades que se encontraban a lo largo del mismo camino.
Zoe recitó una lista, leyéndola del mapa, haciendo una pequeña desviación a cada lado por si se desviaba como lo había hecho anteriormente.
–Deberíamos llamar a las autoridades de cada uno de estos pueblos. Asegurarnos de que todos están al tanto de lo que podría pasar. Reforzar la seguridad y que las fuerza del orden estén con los ojos abiertos, eso podría ayudarnos a atraparlo.
Ambas miraban el perfil en silencio, sumergidas en sus propios pensamientos. Zoe estaba tratando de ver el patrón. Sólo había tres cosas que tenían sentido: el hecho de que todas eran mujeres, la línea de tiempo, o algo relacionado con los lugares. ¿Pero qué era?
Pensó en los coloridos caramelos dispersos por todo el suelo de la gasolinera. Estaban dispersos no muy lejos del cuerpo de Linda, en el estacionamiento, en el camino que debe haber tomado hacia la parte trasera del edificio. Era extraño. Era muy probable que a algún niño se le hubieran caído más temprano ese día después de pasar con sus padres, pero… algo de eso la molestaba.
Tal vez era simplemente la incongruencia. Caramelos brillantes y alegres en la escena de un brutal asesinato nocturno. Manchas de color en un suelo que de otra manera estaba manchado de rojo. Tal vez no significaba nada en absoluto.
–No tenemos mucho ―dijo ella suspirando al final―. Pero es un comienzo. Añade a esto que probablemente sea un hombre joven, al menos de mediana edad según las estadísticas de la edad en que los asesinos en serie comienzan su trabajo, y lo hemos reducido lo suficiente como para presentar algo. Le pediré a los forenses que nos den algunos números más concretos basados en sus hallazgos, y podemos al menos dar una descripción para estar atentas.
Pensó que eso no era un gran consuelo si el asesino iba a reclamar otra víctima esta noche y no estaban lo suficientemente cerca como para hacer algo al respecto.
CAPÍTULO SEIS
Habría otro cuerpo esta noche.
Era la cuarta noche, y eso significaba que debía haber un cuarto cuerpo.
Él había estado conduciendo todo el día, acercándose cada vez más a su objetivo. A pesar de estar yendo a buen ritmo, seguía poniéndose más y más nervioso mientras el sol seguía su curso encima de él. Cuando llegara la noche, tenía que estar en el lugar correcto, o todo se echaría a perder.
No podía fallar ahora.
Miró de nuevo al teléfono celular enganchado en un soporte conectado a sus conductos de ventilación. Aquí el mapa en línea demoraba en actualizarse, la señal era más débil. La autopista era larga y recta, al menos no precisaba desviarse. No se perdería, ni pasaría por alto su destinación.
Sabía exactamente a dónde tenía que ir. Para él todo estaba planeado, estaba escrito en las estrellas. Con la excepción de que este patrón era mucho más preciso que la masa de puntos titilantes en el cielo nocturno, y era mucho más fácil de leer. Claro que un experto podría encontrar esos patrones estelares incluso estando tan lejos en el cielo. Pero su patrón tenía que ser leído incluso por aquellos que normalmente no lo verían. Y solo lo verían cuando finalmente lo terminara.
Quién sería, esa era la interrogante. Dónde y cuándo, era algo que el patrón ya había dictaminado. Pero el "quién" era una cuestión de suerte, y esto era lo que le hacía mover su pierna nerviosamente sobre el freno, casi golpeando el volante en cada movimiento oscilante.
Respiró hondo y con calma, aspirando el aire que comenzaba a enfriarse rápidamente. Era fácil percibir que el sol ya se estaba empezando a ocultar, pero aún no era demasiado tarde. Los patrones le habían dicho lo que debía hacer, y ahora lo iba a hacer. Tenía que confiar en eso.
El constante sonido de las llantas de su sedán sobre el suave asfalto de la carretera era un ruido de fondo calmante. Cerró los ojos brevemente, confiando en que el coche se mantendría recto, y respiró hondo otra vez.
Golpeó con los dedos el borde de la ventana abierta, haciendo un ritmo fácil y repetitivo, y volvió a respirar con más facilidad. Todo estaría bien. Como este coche que había soportado todos los años que le había pertenecido, siempre fiable y confiable, los patrones no lo defraudarían. Siempre y cuando le revisara el aceite y lo llevara a revisión de vez en cuando, funcionaría. Y si estaba en el lugar correcto en el momento adecuado, los patrones estarían allí.