La idea de ayudarlas con la tarea escolar cruzó su mente, pero hacer la tarea era algo aburrido y, en todo caso, las niñas parecían preferir hacer sus tareas de forma independiente y sin ninguna ayuda.
Quizá podría jugar a algo con ellas, pensó Cassie. Eso era lo que parecía faltar en sus vidas demasiado serias e importantes. Podrían ser brillantes y estar destinadas al éxito, pero solo tenían ocho y nueve años y necesitaban un momento para jugar.
Complacida de haber pensado en una actividad que podrían disfrutar y en donde ella podría contribuir con su propia energía e imaginación, subió a buscar su chaqueta.
–Parece que va empezar a llover pronto, pero por ahora se está conteniendo, ¿quieren salir a jugar al jardín? —Le preguntó a Nina.
Nina la miró amablemente.
–No hacemos eso habitualmente —dijo ella.
A Cassie se le cayó el alma al suelo. Estas niñas las estaban alejando.
Venetia apareció en la puerta del dormitorio de Nina.
–Yo quisiera jugar —dijo ella.
Cassie vio que en el estante de arriba de la biblioteca de Nina había algunos juguetes. Estaban demasiado altos como para que las niñas los alcanzaran, pero vio una hermosa muñeca que parecía un costoso objeto de coleccionista más que un juguete, un rompecabezas en una caja sin abrir y una pelota suave y colorida.
–¿Quieren salir a jugar a la pelota? —Sugirió ella, mientras agarraba la pelota.
Otra vez, las niñas intercambiaron miradas, como si alcanzaran una decisión.
–No tenemos permiso para jugar con esos juguetes —dijo Nina.
En la frustración del momento, Cassie estuvo a punto de perder la paciencia y gritarles a las niñas. Estaba destruida emocionalmente luego de enterarse de la muerte de Jacqui, y comenzó a sentir que estas evasivas eran un ataque personal.
A punto de explotar, logró aferrarse al poco de autocontrol que le quedaba.
–Está bien —dijo ella, con toda la alegría falsa que pudo juntar—. No tienen permiso para jugar con estos juguetes, pero ¿les gustaría jugar a algo de todos modos?
–Sí —asintió Nina, mostrando algo de entusiasmo por primera vez, y Venetia saltó, rebosando de emoción.
Cassie sintió alivio por no haberse quebrado. Era muy probable que no tuvieran nada en contra de ella personalmente, sino que tan solo eran tímidas y extremadamente conscientes de las reglas del hogar.
–¿Hay más juguetes en algún lado? Si no, podemos jugar algo sin juguetes.
–Juguemos sin juguetes —dijo Nina.
Cassie se devanó lo sesos buscando la mejor idea mientras marchaban hacia abajo. ¿Qué podía ser divertido y al mismo tiempo acercarla a las niñas?
–¿Qué les parece si jugamos a la mancha?
Cassie decidió hacerlo simple, ya que las nubes se acercaban y no creía que fueran a tener mucho tiempo para estar afuera antes de que comenzara a llover.
–¿Qué es la mancha? —Preguntó Nina con curiosidad.
Cassie no tenía idea de cómo se decía en italiano, así que decidió que una explicación rápida sería lo mejor.
–Se puede correr por cualquier lugar del jardín. Desde el muro de ese lado y el lecho de flores, hasta el otro lado. Yo empezaré y les daré hasta la cuenta de cinco para que se alejen.
Las niñas asintieron. Venetia parecía animada, mientras que Nina parecía confundida e intrigada.
–Bueno, comencemos.
Cassie les dio la espalda y comenzó a contar drásticamente.
–¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco!
Se volteó y comenzó a perseguirlas.
Nina corrió rápidamente, pero Venetia era más lenta y no parecía entender el juego. Cuando Cassie corrió hacia ella, parecía haberse dado cuenta de que estaba en problemas y retrocedió.
Cassie apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que realmente parecía asustada antes de lanzarse hacia ella.
–¡Manchada! ¡Te agarré!
En lugar de los gritos y risas que había esperado, Venetia se encogió hacia atrás y Cassie vio que estaba a punto de llorar.
Se detuvo, desanimada por la reacción inesperada de la niña. Parecía que ninguna de sus ideas estaba funcionando.
–¿Estás disgustada? Todos tienen su turno. Solo tienes que manchar a otro ahora.
Cuando Venetia apretó los labios y sacudió la cabeza, Cassie pensó en otra cosa.
–¿Te lastimé? Lo siento mucho. Creo que te manché más fuerte de lo que debía. ¿Puedo ver?
Cuando la tomó de la mano, notó que las uñas de la niña estaban comidas casi en carne viva. Llevaba una blusa de pana rosa de manga larga, y Cassie deslizó la suave tela por el brazo de la niña.
–Puedo ver una marca. Parece que ya se está amoratando. Lo siento mucho.
Observando a la roncha color rojo púrpura en el brazo de Venetia, Cassie sintió que la inundaba el horror, porque la primera cosa que había hecho era hacerles daño.
–Está empezando llover —dijo Nina mientras la llovizna se convertía en un frío aguacero.
–Entremos a jugar a otra cosa —dijo Cassie, desesperada por reparar el daño por su torpeza.
No había manchado a Venetia con tanta fuerza, pero también había esperado que ella corriera, no que se alejara con miedo.
Empezaba a pensar que, bajo su exterior bien instruido, Venetia era una niña sensible, tanto física como mentalmente.
–¿Alguna vez jugaron a las escondidas? —Le preguntó a las niñas una vez que estuvieron resguardadas en el pasillo, con la puerta del frente cerrada.
Ambas sacudieron la cabeza, pero parecían impacientes más que dudosas.
–Déjenme explicarles. Pueden esconderse en cualquier lugar de la casa, en cualquier lugar. Voy a cerrar los ojos y les daré hasta la cuenta de cincuenta para que encuentren un lugar para esconderse y luego voy a gritar “¡Punto y coma, el que no se escondió se embroma!” Cuando encuentre a alguien, la búsqueda se termina y entonces esa persona es la que debe salir a buscar en la próxima. ¿Lo entienden?
Nina asintió. Venetia parecía haberse recuperado de su trauma previo y sonrió entusiasmada.
–Muy bien, voy a cerrar los ojos.
Cassie colocó una mano sobre los ojos para mostrarles que realmente estaban cerrados.
–Y ahora, empiezo a contar —y terminado de contar, gritó—. ¡Punto y coma, el que no se escondió se embroma!
Paseándose por la casa revestida, Cassie dijo en voz alta:
–Me pregunto en dónde están escondidas estas niñas. Vaya, se han escondido bien. No las encuentro por ningún lado. Quizás hayan logrado hacerse invisibles. Realmente pensé que a esta altura habría encontrado a Nina, después de todo ella es la más alta.
Revisó debajo de la mesa del comedor y caminó hacia la sala. Su mirada se volvió inmediatamente hacia la enorme otomana de terciopelo en el otro extremo. Era un escondite muy inteligente y estaba segura de que encontraría a una de las niñas allí.
Cassie se acercó, prolongando la tensión del momento.
–Creo que estoy a punto de darme por vencida. Estas niñas inteligentes se han escondido demasiado bien. ¡Pero un momento, creo que buscaré en último lugar!
Sujetó la tapa de la otomana y la abrió.
Adentro, hecha una bolita, estaba Nina.
Se desenroscó chillando de emoción, mientras Venetia saltaba desde atrás de las elegantes cortinas azul oscuro.
–¡Te encontraron! ¡Te encontraron! —Gritó Venetia.
Ambas reían. Cassie se dio cuenta de que era la primera vez que las escuchaba reírse.
–Es tu turno, Nina. ¡Empieza a contar!
En cuanto Nina empezó contar, Cassie y Venetia se apresuraron hacia arriba. Venetia se reía sin aliento, hablando sin parar mientras investigaba su próximo escondite. Cassie estaba encantada de escuchar el sonido de voces felices.
Gateó debajo de la cama de Nina, suponiendo que la encontrarían primero, pero al final Nina encontró a Venetia que se había escondido detrás de la cesta de la ropa en el baño, entre alaridos de risa.
Cassie estaba lista para dejar de jugar ante la primera señal de aburrimiento, pero las niñas no parecían aburrirse. Más bien parecían cautivadas por el juego. Risas y chillidos hacían eco por la casa cada vez que encontraban a una de ellas, y mientras jugaban una ronda tras otra, Cassie estaba convencida de esto era lo más divertido que habían hecho en mucho tiempo.