Maduro para el asesinato - Грейс Фиона 2 стр.


Estaba emocionada porque, por fin, iban a cenar juntos. Durante las últimas semanas, ambos habían estado increíblemente ocupados y Matt había estado fuera casi de manera constante. Era un chiste permanente entre ellos que Leigh, su asistente personal que viajaba con él, lo veía más de lo que Olivia lo veía.

–Ey, Liv. Siento llegar tarde.

Al levantar la vista, vio a Matt yendo a toda prisa hacia ella a través del ahora lleno y animado restaurante. Llevaba su traje de Armani color carbón más elegante y su pelo oscuro y canoso estaba cortado a la perfección. Era alto, guapo, superexitoso y estaba en forma. Incluso después de cuatro años, Olivia no podía creer que estuvieran juntos.

Nunca se lo confesaría a nadie, pero a veces sentía una punzada de inseguridad cuando pensaba en el buen partido que era Matt. Se consolaba pensando que eso era algo positivo. Después de todo, esto la mantenía alerta, preocupada por su propia imagen y esforzándose por tener un mayor éxito profesional.

–Hola, Matt —lo saludó con una sonrisa—. Qué bien verte. Qué sorpresa que estés de nuevo en la ciudad. Me encanta tu corte de pelo.

Al levantarse, se colocó su vestido ceñido bien por las caderas, esperando que él no viera la tarea de camuflaje que había hecho en sus medias. Se sintió aliviada cuando él le besó la mejilla sin hacer ningún comentario y se sentaron.

Olivia pidió el Tignanello y, mientras esperaban a que llegara, empezó la difícil conversación para la que se había preparado.

–Sé que esto te cogerá totalmente por sorpresa, pero soy realmente infeliz.

Matt subió las cejas de golpe.

–¿Y eso?

Olivia respiró profundamente. Era el momento de disparar.

–Es por el trabajo. El trabajo es el problema.

Matt parpadeó rápidamente, como si no esperara que ella dijera eso.

–¿A qué te refieres? —preguntó con cautela.

–Siento como si hubiera vendido mi alma. Mi vida se está desviando por una tangente que nunca esperaba y… lo odio.

La verdad, y la razón por la que ella sentía como si hubiera traicionado sus principios, era que Valley Wines iba en contra de todo aquello en lo que ella creía.

La primera vez que Olivia había asisitido a una cata de Valley Wines, después de beber solo dos copitas, se levantó al día siguiente con un fuerte y despiadado dolor de cabeza que le duró todo el día.

Dos copitas de vino normalmente no tenían un efecto tan perjudicial. Interesada en saber qué había exactamente en estos vinos, había estado indagando. No había sido fácil, pero Olivia era paciente y constante y le encantaba el reto de un rompecabezas que era difícil de resolver. Con investigación en línea, minuciosas llamadas telefónicas y reuniones confidenciales cara a cara, había descubierto la verdad.

–He estado investigando a la empresa y son horribles. No se están representando bien. Prácticamente es una estafa y mi campaña de marketing está haciendo creer a todo el mundo sus afirmaciones.

Matt frunció el ceño.

–Pero Liv, las campañas de marketing son para eso.

–¡No! —protestó ella—. Esto es diferente. Esto no es simplemente vino barato, es un vino basura.

–¿Qué quieres decir?

–No hay viñedos de propiedad familiar. Todas las uvas se cultivan de manera industrial y se cosechan con máquinas, y usan uvas de donde sea. Cuanto más baratas, mejor. Ni tan solo puedes hacer una visita a la bodega.

–¿Y eso por qué? —preguntó Matt.

–Porque no hay ninguna —confesó Olivia—. Hay una enorme planta de fabricación y, básicamente, cogen zumo de uva alcohólico y lo remiendan con montones de polvos, sabores artificiales y aditivos. Han investigado qué sabor gusta a la mayoría de gente y los bromatólogos han creado perfiles de sabor que ellos igualan usando los aditivos. Eso es lo que son el Valley blanco y el Valley tinto.

Matt parecía escéptico mientras ella continuaba.

–Utilizan montones de sulfitos, lo que sirve para prolongar el tiempo de caducidad y también para que todos los lotes tengan el mismo sabor. No sé si es por los sulfitos o por otra cosa que hay en el vino, pero cuando lo bebo me hace sentir fatal.

–Sigo sin ver el problema. Es un vino malo, ¿y qué? ¿No puede decidirlo la gente cuando lo pruebe? —preguntó Matt.

Olivia soltó un suspiro de frustración.

–El problema es que ahora todas las tiendas están llenando sus estanterías con él y eso significa que hay menos espacios para otras marcas. Así que mi campaña está haciendo daño a las compañías que realmente se preocupan del vino y que lo hacen de forma adecuada. Siento que he perjudicado a buenos enólogos que no lo merecían.

Olivia se avergonzaba cuando pensaba en el éxito del eslogan, ahora famoso, que se le había ocurrido: «Valley y sus vinos te acompañan en el camino».

–Yo hice mi propio eslogan personal —le dijo a Matt—. «Un Valley blanco la noche te fastidiará y un Valley tinto la cabeza te destrozará».

Esperaba que él se riera con eso, pero no lo hizo.

Tal vez, por fin, empezaba a entender la gravedad de su situación.

–Matt, estoy pensando que necesito irme —dijo ella—. No puedo seguir trabajando para una empresa que representa marcas en las que no creo. Y que se ocupa de destruir a marcas en las que sí que creo. Estoy a esto de marcharme.

Levantó la mano con el pulgar y el índice juntos.

Este era otra broma permanente entre ellos, pero de nuevo no consiguió hacer reír a Matt.

–Me temo que yo también tengo malas noticias —le dijo él.

Olivia lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos.

¿Qué había pasado? ¿Había perdido Matt su trabajo? ¿Su padre o su madre estaban enfermos?

Olivia se dio cuenta de que debía de haber una razón por la que él la había invitado aquí. Había dado por sentado que era para felicitarla, pero había sido por razones de él, y ella había monopolizado egoístamente la conversación sin ni tan solo preguntar primero.

–Oh, Matt, lo siento mucho. ¿De qué se trata? —preguntó.

–Sé que esto te cogerá totalmente por sorpresa.

Olivia parpadeó, confundida porque Matt había usado las palabras exactas que ella había usado. ¿Qué narices estaba pasando?

Por un momento fugaz, se preguntó si Matt era tan infeliz con su trabajo como ella lo era con el suyo. Quizá ya estaba cansado de ser asesor financiero y deseaba un cambio. Se le aceleraron los pensamientos, imaginando como podrían empezar de nuevo juntos, mudarse a una ciudad diferente o incluso pasar un año en una isla exótica. Sería toda una aventura, que les permitiría relajarse juntos y disfrutar de la compañía el uno del otro.

Olivia nunca había sido partidaria de casarse y tener hijos y sabía que Matt pensaba lo mismo, pero ella ansiaba el simple lujo de pasar tiempo sin interrupciones con él, sin la invasión de citas, reuniones y horas de trabajo interminables con las que ambos tenían que lidiar. en una isla, podrían hacerlo.

Entonces se impuso la realidad. A Matt le encantaba su trabajo y jamás había ni tan solo insinuado que fuera infeliz. Además, él era un chico de ciudad que disfrutaba del ritmo de la vida urbana. No podía ser eso, debía de ser otra cosa.

–¿Qué me cogerá por sorpresa? —preguntó, sintiendo un escalofrío de aprensión.

–Esto no funciona.

–¿Qué quieres decir? —Su propia voz le parecía pequeña y extraña.

–Nosotros. —Hizo una de sus características sonrisas de arrepentimiento, con los labios cerrados, los ojos arrugados y la cabeza inclinada—. Nosotros no funcionamos. Lo siento mucho. Me gustaría que esto hubiera ido de forma diferente. Pero así están las cosas. No existe una forma fácil de decirlo, pero voy a terminar con esto.

CAPÍTULO TRES

Olivia miró a Matt con incredulidad.

¿De qué estaba hablando? ¿Era un chiste cruel y práctico?

Al instante, descartó ese pensamiento. Matt no era de ese tipo de personas. Por otro lado, ella no creía que él fuera el tipo de persona que la invitaba a cenar en un restaurante caro y rompía con ella antes incluso de que llegara el vino.

–Pero… ¿por qué? —preguntó ella—. Matt, ¿por qué estás haciendo esto? Hemos sido felices juntos. Bueno, yo he sido feliz. Sé que no nos hemos visto todo lo que podíamos, pero eso es porque ambos hemos estado muy ocupados.

Él hizo un gesto de aprobación con la cabeza como si ella hubiera dado en el clavo.

–Exactamente, Liv. Ese es exactamente el problema. Tú lo has resumido. Los dos estamos muy ocupados. No nos vemos más que una o dos noches a la semana. —Se inclinó hacia delante y habló en un tono bajo y confidencial—. Aparte de eso, somos personas diferentes. Yo soy una persona sumamente organizada. Es difícil vivir con alguien tan desorganizado como tú. Nunca pones el tapón de la pasta de dientes y, la semana pasada, cuando abrí mi maletín en una reunión, cayeron unas bragas tuyas. Fue sumamente incómodo para mí. Allí había veinte inversores internacionales y que ropa interior rosa de encaje con el eslogan «Ojalá estuvieras aquí» fuera a parar a la mesa de la sala de juntas afectó de forma negativa la impresión profesional que yo esperaba dar, y la que espera nuestra empresa.

A Olivia le pareció oír una risita reprimida. Echó un vistazo alrededor y vio que su conversación había atraído la atención de las tres mujeres de la mesa de al lado, que estaban escuchando ávidamente.

–¿Y eso por qué pasó, Olivia? —continuó Matt—. Eso es porque tú insistes en quitártelas y tirarlas en el suelo del dormitorio, en lugar de meterlas en la cesta de la ropa sucia. Esta vez, unas fueron a parar dentro de mi maletín. Podría haber sido desastroso para mi carrera. Esto es solo un ejemplo. No me has apoyado mucho.

Olivia se quedó con la boca abierta. ¿De qué estaba hablando? Ella lo había apoyado siempre.

–Cuando nos fuimos a vivir juntos, vacié el dormitorio libre para que tú pudieras tener un estudio, a pesar de que nunca lo usaste —dijo ella, ahora disgustada—. Volví a pintar de blanco la habitación principal porque tú me lo pediste. Vacié mis armarios para hacer espacio para todas tus chaquetas, tus camisas y tus zapatos. Incluso regalé mi preciosa librería para que tu enorme pantalla plana pudiera caber en la sala de estar.

Los muebles y la cama de ella se habían quedado. Matt dijo que vendería los suyos. O, espera. Tal y como Olivia recordaba ahora, él había dicho que se los daría a Leigh, su asistente personal, ya que había roto con su novio y se iba a mudar a su nueva casa.

Olivia frunció el ceño con una sospecha repentina. Antes de que ella pudiera decir algo, Matt continuó como si no la hubiera oído en absoluto.

–Como te dije, he estado revisando mis decisiones de vida. Y Liv, siento que queremos cosas muy diferentes. Sí, tú has sido feliz, pero yo quiero a alguien que esté allí para mí. Alguien que me pueda cuidar, que cocine por mí, que ponga en orden mi vida.

–¡Yo cocino para ti! —Las palabras salieron más fuertes de lo que Olivia tenía pensado.

El camarero, que traía el vino, tuvo que mirar dos veces mientras se acercaba y dejaba la botella.

–¿Quieren que abra…? —empezó a decir indeciso, pero Matt lo ignoró.

Con una indignación justificada, Olivia continuó.

–La semana pasada mismo, hice espagueti a la boloñesa. Me levanté a las cinco de la mañana para preparar la salsa y ponerla en la olla de cocción lenta. Tenía un olor tan delicioso que incluso el vecino me felicitó cuando llegué del trabajo. Y ¿qué dijiste tú, Matt? ¿Recuerdas lo que dijiste cuando los serví? Dijiste: «Bueno, espero que esto no me mate». Pensaste que era muy divertido y yo también me reí, pero fue hiriente.

–¿Quieres bajar la voz? —dijo Matt con una sonrisa tensa, pero ella oía el estrés en sus palabras.

Olivia parpadeó. ¿Qué bajara la voz? ¿Él le estaba pidiendo que no gritara , después de soltar una bomba que había alterado toda su vida?

–A veces eres bochornosa —Matt bajó la voz—. Hablar fuerte en los restaurantes es algo que te he remarcado en el pasado. Toda la sala no quiere oír tus divertidas historias.

–Sí que queremos —Olivia oyó que murmuraba una de las mujeres de la mesa de al lado.

–¿Y usaste sombra de ojos para tapar esa carrera en sus medias? ¿No te preocupa que la gente se pudiera dar cuenta? Era tan fácil como meter otro par de recambio en tu bolso y evitar totalmente el problema. Eso es lo que haría una persona organizada.

Olivia notó que se ponía de color carmesí.

–Yo no me di cuenta —oyó decir a otra de las mujeres. Esta vez, Matt miró alrededor sorprendido.

Olivia respiró profundamente.

–¿Qué te hizo pensar que ahora era un buen momento para hablar de esto? —preguntó ella.

–Mañana cojo un vuelo fuera del país. Es un cambio de última hora. Con poca antelación, lo sé.

Esta conversación se estaba volviendo tan surrealista que, por un momento, Olivia estuvo segura de que lo estaba soñando todo. Debía de estar teniendo una pesadilla, porque nada tenía sentido.

–¿A dónde vas?

–Me voy a las Bermudas durante dos semanas. Él no cruzó la incrédula mirada de ella mientras decía las palabras.

–¿Por trabajo? —De nuevo, vio que Matt hacía una mueca ante el volumen de su voz.

–Es un congreso de trabajo, sí.

–¿Leigh va a ir contigo?

La pregunta era reflexiva —no había tenido tiempo de pensarla— pero ella vio su reacción. Por un instante, parecía horrorizado, como si ella lo hubiera pillado con las manos en la masa.

–¿Tú y Leigh? Los congresos no duran dos semanas. Esto no tiene nada que ver con el trabajo, ¿verdad?

–Por favor, baja la voz —murmuró Matt—. Leigh es mi asistente personal. Nada más. Y, de todos modos, es mucho más joven que yo. El domingo va a cumplir treinta.

Él se detuvo y apretó con fuerza los labios, pero demasiado tarde. Olivia pilló al vuelo la información que él había revelado sin querer.

–¿Va a cumplir treinta? Este es un gran aniversario. Su regalo no incluirá unas vacaciones en las Bermudas, ¿verdad?

Olivia oyó un horrorizado grito ahogado de la mesa de al lado.

Él tenía la culpa escrita por toda la cara. Olivia se sentía paralizada. Matt, de treinta y cinco años, solo tenía un año más que ella y, cuando empezaron a salir, a ella le preocupaba que él pudiera buscar a alguien más joven. Aunque sabía que no podía hacer nada al respecto, su peluquera y ella habían conspirado para asegurarse de que no era posible que él buscara a alguien más rubia. Estaba claro que esto no había ayudado.

–¿Me traes a este bonito restaurante y lo primero que haces es romper conmigo?

Volvió a sentirse sorprendida por la frialdad de sus acciones.

–Lo hiciste para que no montara un escándalo, ¿no? Esperabas que como lo hacías en un restaurante bonito te podrías librar de que yo me enfadara o montara un numerito.

Olivia se puso rápidamente de pie y le lanzó una mirada asesina.

–Estoy enfadad. Estoy furiosa. Y voy a montar un numerito. Me has tratado de forma espantosa. ¿Cómo te atreves a tener una aventura a mis espaldas y después intentar que yo me sintiera inapropiada, diciendo que tú necesitas a alguien que cuide de ti y dando a entender que yo no lo hice. Es lo más manipulador que he oído nunca.

–Es inaceptable —oyó decir con firmeza a una de las mujeres de la mesa de al lado—. Estás mejor si te libras de alguien que te engaña e insulta tu manera de cocinar y es un tiquismiquis con tus decisiones con la ropa. Olvídate del problema de las medias, del que ninguna de nosotras se dio cuenta, me parece que no ha dicho nada de tu precioso vestido. Solo habla para buscar defectos.

–Es obvio que eres demasiado buena para él y él se siente amenazado por ti —añadió otra de ellas en un tono cooperativo.

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