Maduro para el asesinato - Грейс Фиона 3 стр.


–Es como si la basura se sacara sola —anunció la tercera.

–Gracias —les dijo Olivia a las mujeres.

Al echar un vistazo al restaurante, vio que otros clientes que seguían el drama asentían con la cabeza para demostrar que estaban de acuerdo. Un hombre joven que estaba en una mesa cerca de la puerta había sacado su teléfono y se estaba preparando para grabar la escena.

Matt, con la cara roja como un ladrillo, bajó la mirada fija al mantel almidonado.

–Yo… yo no quería que fuera así —murmuró—. Mira, ¿vamos a otro sitio y lo hablamos?

Parecía que estaba esperando que la tierra, o quizá las baldosas de granito del restaurante, se abrieran por arte de magia y se lo tragaran.

Tal y como estaban las cosas, él iba a tener que irse de Villa 49 y pasar por delante de cada una de esas personas. Cada una de ellas un crítico recién descubierto de Matt Glenn. Sería juzgado a cada paso del camino y Olivia decidió que él podía hacer el paseo de la vergüenza solo.

–Me voy —dijo ella en un tono más calmado—. Si no te has llevado tus cosas de mi apartamento a las diez de la noche, voy a donar lo que quede a la caridad.

Su mirada cayó sobre el magnífico tinto de la Toscana, que ella había elegido con tanto cuidado e ilusión. A pesar de que no había llegado a experimentar la comida, estaba jodida si iba a dejar atrás ese vino.

–Esto se viene conmigo. —Cogió la botella de la mesa, rodeando el cristal fresco y oscuro con la mano—. Lo encontrarás en la factura.

Las mujeres de la mesa de al lado empezaron a aplaudir.

Olivia cogió el bolso, se dio la vuelta y se fue hacia la puerta.

CAPÍTULO CUATRO

Fuera del restaurante, Olivia llamó a un taxi. Todavía estaba temblando por la indignación y tenía ganas de volver a entrar en el restaurante para volver a cantarle las cuarenta a Matt.

Respiró profundamente para calmarse. Lo más sensatos ería seguir adelante y sacarlo de su vida para siempre. Eso significaba encontrar un sitio al que ir ahora, pues le había dado a Matt las diez de la noche como límite. No podía volver antes al apartamento por si lo encontraba allí, recogiendo sus camisas y sus trajes y desmontando su enorme pantalla plana.

Frunció el ceño, indecisa. Tenía amigos, por supuesto. Solo que… no muchos, especialmente aquí en Chicago. Sus horas de trabajo durante los últimos años no le habían permitido socializar mucho y sus dos mejores amigas estaban fuera de vacaciones.

Se subió al taxi y le dio al conductor la dirección de Bianca, ya que era el único nombre de calle que se le ocurría.

Veinte minutos más tarde, estaba llamando con indecisión a la puerta de su asistente, con la esperanza de que esta no lo considerara una molestia.

–¿Va todo bien? —preguntó Bianca, en cuanto vio a Olivia en el umbral de su puerta. Llevaba un chándal rosa con un conejito azul en el bolsillo y de dentro del pisito emanaba un delicioso olor a pizza.

Miraba fijamente a Olivia con incertidumbre, y Olivia veía que lo último que esta deseaba o esperaba era que su jefa se materializara sin aviso en su puerta.

De manera automática, Bianca se llevó la mano a la boca y Olivia resistió el deseo de agarrarle la muñeca mientras ella se mordisqueaba la uña del dedo pulgar.

–No sabía a qué otro sitio ir —confesó Olivia.

–¿Ha pasado algo? —preguntó Bianca.

–Matt me invitó a cenar y rompió conmigo. Me acordé de tu dirección. Tengo vino —añadió Olivia amablemente, como si esto pudiera sellar el trato.

Bianca dejó ir un grito ahogado de horror.

–Oh, Olivia, eso es horrible. Entra. ¿Estás bien? Debes estar en estado de shock. Por favor, siéntate. ¿Quieres que te haga un té dulce? ¿No es eso lo que se supone que se tiene que hacer para el shock? ¿Tienes frío o respiras poco profundamente?

–Estoy bien —dijo Olivia.

–¿Has comido? Pedí una pizza grande porque iba a guardar un poco para el desayuno. Acaba de llegar. Hay más que suficiente para dos.

–Eres muy amable.

Aunque todavía echaba humo por el enfado, Olivia se dio cuenta de que se estaba muriendo de hambre. Se había saltado la comida a la expectativa del banquete que disfrutaría en Villa 49.

Aun así, se sentía como una intrusa en el espacio de Bianca. Trabajaban juntas doce horas o más al día, pero realmente nunca habían tenido la ocasión de hacerse amigas o de hablar de algo que no estuviera relacionado con informes de publicidad.

Dejó la botella de vino al lado de la caja de pizza en la limpia cocina de Bianca, lo abrió y sirvió una copa grande para cada una, con la esperanza de que esto las haría sentir cómodas.

–Lo pedí para beberlo con la comida. Es de la Toscana —dijo.

Levantando la copa, inhaló el buqué. Rico, con cuerpo y aromático, el aroma recordaba a las cerezas oscuras. Este era un vino hecho con pasión y cuidado. Era magnífico.

Tomó un pequeño sorbo y sintió que el sabor bailaba en su lengua. Era como si su boca estuviera rebosante.

Por un momento, Olivia se lamentó de que podría haber disfrutado de este vino con la comida buena del restaurante… pero una pizza pepperoni rústica, cargada de queso, era la segunda mejor opción que se le ocurría. La pasó a los platos y se fueron a la sala de estar, donde el aire acondicionado mantenía a raya el calor de la noche de verano.

Bianca y ella se sentaron una delante de la otra. Bebieron el vino al unísono. Después se comieron un trozo de pizza cada una. La corteza era crujiente y mordisquearla trajo un silencio incómodo al apartamento.

Antes de que se diera cuenta, Olivia estaba llenando de nuevo las copas y, de repente, el silencio ya no se hizo impenetrable.

–Hacer eso es horrible —dijo con empatía Bianca, que parecía ansiosa de nuevo—. Invitarte a cenar y después romper contigo.

Olivia asintió.

–Descubrí que se estaba viendo con su asistente personal a escondidas.

–¿Qué? —Bianca parecía escandalizada.

–Mañana se va de vacaciones con ella a las Bermudas. Así que estoy más aliviada que nada. Se ha quitado la careta. Es un mentiroso desconsiderado. Me libré por los pelos. —Le vino un pensamiento—. Por cierto, ¿notas algo raro en mis medias?

Bianca las miró.

–¿Qué se supone que tengo que buscar? —preguntó—. Es un vestido precioso.

–No importa. Solo lo estaba comprobando.

Olivia sintió una ola de alivio por no estar ya en una relación con un hombre hipercrítico que era evidente que tenía una visión de rayos X.

Tomó otro trago del increíble vino.

–Tengo que ser sincera contigo, no soy feliz en el trabajo.

–¿Por qué? —Estrechando las manos, Bianca se inclinó hacia delante.

–Me siento quemada. En cierto sentido, me siento atrapada. Quizá solo sea esta campaña, pero ahora mismo estoy totalmente desmoralizada.

–¿Por las horas extra?

–En parte, pero también porque estoy preocupada porque he traicionado mis principios.

Justo a tiempo, Olivia recordó que no debía contarle todos los detalles de fabricación de Valley Wines a Bianca, pues su asistente todavía tenía que trabajar en la cuenta. Continuó, escogiendo con cuidado sus palabras.

–Nuestras cuentas son todas grandes entidades corporativas sin alma. Aquí no está mi pasión. Quiero apoyar a los pequeños negocios y las marcas artesanales. Quiero formar parte de ese estilo de vida, en lugar de atrapada en una carrera de locos donde las marcas sin personalidad están batallando por la supremacía, usando nuestras agencias como sus armas.

Bianca parecía impresionada por su arrebato. Asintió solemnemente y, a continuación, soltó un fuerte hipo.

Olivia también estaba impresionada. Hasta ahora, no había encontrado las palabras adecuadas para su perspectiva de forma tan elocuente.

–¿Pedirías que te cambiaran a una cuenta diferente? —preguntó Bianca.

Olivia suspiró.

–No sé si James me dejaría, pues esta ha sido un gran éxito. Puede que quieran hacer un seguimiento. Además, como una de las agencias más grandes, tenemos tendencia a encargarnos de las marcas más grandes. No creo que tengamos un producto boutique en nuestro haber.

–Eso es un problema —le dio la razón Bianca.

Olivia se preguntó en un momento de confusión cómo había llegado a este punto. Estaba atrapada en la carrera de locos. Tenía que trabajar para poderse permitir su caro piso y necesitaba su caro piso porque estaba cerca del trabajo. ¿Cómo podía bajarse de la rueda del hámster sin provocar un gran accidente a lo largo del camino, se preguntaba.

–¿Sabes?, tengo un sueño extraño acerca de un estilo de vida alternativo —le explicó Olivia a su asistente.

–¿Cómo una hippy? ¿Con una autocaravana? —se aventuró Bianca.

–No, diferente a eso —Olivia sentía vergüenza de estar explicando su sueño, pues nunca había hablado de él. Ni tan solo con Matt, lo que ya estaba bien, o posiblemente él hubiera encontrado tantos problemas en él que se hubiera hundido hace tiempo.

–Bueno, dime. ¿Qué? —Bianca se inclinó hacia delante con curiosidad.

–No puedo —Olivia se sentía avergonzada de expresar su idea imposible.

–Bueno, ahora tienes que hacerlo, o no podré dormir por la noche por la curiosidad —la animó Bianca.

Olivia respiró profundamente.

–Me encanta el vino. —Hizo una pausa para poner en orden sus pensamientos—. Me gustaría llegar a formar parte de esta industria, comprar un pequeño viñedo y fabricar mis propios vinos. Siempre me he imaginado a mí misma haciéndolo en algún lugar de Italia. No he pensado en los detalles, pero no puedo dejar de visualizar cómo sería la vida trabajando en una ciudad pequeña o en un pueblo. Lo diferente que sería.

Bebió otro sorbo del tinto italiano.

–Imagina estar en la campiña de la Toscana, en territorio vinícola. Sentirte parte de una comunidad y hacer amigos que viven justo al lado de casa.

–Suena increíble. —Bianca asintió, con los ojos muy abiertos.

–No puede ser tan difícil fabricar vino, ¿verdad? Me refiero a que yo sé algo acerca de qué sabor se supone que debe tener. —Olivia vació su copa.

–No creo que sea tan difícil —le dio la razón Bianca—. ¿Cultivas las uvas, las recoges, las aplastas y después las mezclas? No parece complicado. —Asintió pensativamente, mirando fijamente a su copa vacía.

–Me alegro de que pienses así. Sabes, tengo treinta y cuatro años, vuelvo a estar soltera y puedo contar mis buenas amigas con los dedos de una mano —confesó Olivia—. Incluso aunque hubiera tenido un desagradable accidente que implicara maquinaria pesada, todavía podría contarlas con esa mano. En las raras ocasiones en las que nos reunimos, nos abrazamos y decimos que somos tan íntimas que es como si nos hubiéramos visto ayer. Pero lo cierto es que vivimos lejos y, a medida que pasa el tiempo, nos vamos alejando la una de la otra cada vez más.

Bianca parecía cabizbaja.

–Sé a lo que te refieres. Es muy triste.

–Empiezo a querer algo más de la vida. —Olivia suspiró y vació su copa—. Pero es una idea ridículo. Eso no podría pasar.

–¿Por qué no? —preguntó Bianca—. Creo que es maravilloso. Parece exactamente el cambio que tú necesitas. Tal vez deberías hacerlo. Ve allí de vacaciones y mira si hay oportunidades. En todo caso, tómate las vacaciones. Te lo mereces. No te has tomado más de dos días libres en el último año.

Olivia sonrió.

–Solo es un sueño. La realidad es diferente. Pero sí, tal vez pediré un permiso y me tomaré unas vacaciones. Parece una buena idea.

Se comió el último trozo de pizza y miró el reloj.

–Todavía no puedo ir a casa —dijo—. Le di hasta las diez a Matt para sacar sus pertenencias. Estoy segura de que ahora está allí y no quiero volver a verlo.

–¿Y si abro otra botella? —sugirió Bianca—. Creo que podemos utilizar otra copa.

–Eso es una buena idea —dijo Olivia.

Pero cuando Bianca trajo las copas nuevas de la cocina, Olivia miró el vino con desconfianza.

Había algo en ese color tinto llamativo y acuoso que le resultaba familiar. Lo olió, inhalando un aroma dulzón y artificial que reconocía perfectamente bien.

–¿Qué es? —preguntó, manteniendo un tono coloquial.

–Es una botella de Valley tinto —dijo Bianca, que parecía nerviosa—. No te importa, ¿verdad? Ya sé que no es tan bueno como el que hemos estado bebiendo, pero nos regalaron una caja gratuita a cada uno con el lanzamiento.

Mirando su cara de preocupación, Olivia decidió que había momentos en los que ceñirse a sus principios y momentos en los que era más importante ser amable.

–El vino gratuito siempre es un buen vino —dijo con valor.

La cabeza le punzaba por anticipado mientras levantaba la copa.

Haciendo todo lo que podía para no poner caras mientras se tragaba el zumo de uva adulterado, Olivia se hizo una promesa a sí misma.

Esta era la última vez que bebía esta bazofia producida en una fábrica. Se propuso que, costara lo que costara, sin importar lo mucho que tuviera que suplicar a James o el daño que esto le causara a su carrera profesional, iba a rechazar seguir trabajando en las cuentas de Valley Wines.

CAPÍTULO CINCO

El sol de la mañana se colaba cruelmente por las cortinas blancas del dormitorio de Olivia, dándole martillazos en su dolorido cráneo.

–«El Valley tinto te destrozará la cabeza» —gruñó. Se incorporó con cuidado, haciendo un gesto de dolor.

A media botella del mejor vino de la Toscana le había seguido una gran copa de zumo de uva alcoholizado, cargado de sulfitos y con potenciadores de sabor. Por lo menos sabía que se había buscado su dolor de cabeza. Y el vino le había proporcionado un entumecimiento bienvenido cuando había vuelto a su apartamento medio vacío, donde las estanterías desordenadas y las marcas de zapatillas en la alfombra eran la prueba de que Matt había hecho una limpieza apresurada de todas sus pertenencias por la noche.

Bueno, ya estaba fuera de su vida para siempre. Adiós y hasta nunca.

Fue hasta el baño arrastrando los pies y se tragó dos Advil con un vaso grande de agua. Después se metió de nuevo en la cama, con la esperanza de que empezaran a hacer efecto pronto, pues le dolía incluso pensar.

Para pasar el tiempo, Olivia abrió su teléfono y echó un vistazo a sus redes sociales. Durante semanas, no había tenido tiempo de actualizar su cuenta personal ni de ponerse al día con lo que estaban haciendo sus amigos.

Se movió por Instagram y se alegró al ver que una de sus compañeras de su anterior trabajo había adoptado dos gatitos. Su feed estaba lleno de fotos de la pareja de pelirrojos, jugando el uno con el otro, persiguiendo juguetes y echando una siesta.

Otra conocida había asistido a una boda en Hawái y Olivia estaba fascinada con las coloridas fotos.

Después abrió los ojos como platos cuando apareció la siguiente foto.

Era una villa de la Toscana dramáticamente hermosa. Olivos, piedra de un cálido color arena, con una vista de colinas y viñedos a lo lejos. Por un momento se sintió como si a su propia imaginación se le hubiera ocurrido esa foto.

Después vio que estaba en el feed de su amiga Charlotte.

Charlotte era la amiga más antigua de Charlotte. Cuando estaban en la escuela habían sido las mejores amigas. Cuando ambas eran tan solo niñas, habían fingido que eran hermanas, o incluso gemelas, para la gente que no las conocía. Con los años, habían ido perdiendo cada vez más el contacto, pues habían trabajado en ciudades diferentes durante demasiado tiempo. Ahora Olivia recordaba que Charlotte iba a casarse pronto. Tal vez ella y su prometido estaban por ahí en busca de lugares para la boda.

Назад Дальше