- "Todavía recuerdo nuestra primera salida los tres juntos" - interviene Fabienne. "Se consagró con una cena en casa de Oreste, ese amigo tuyo que tiene una trattoria en un callejón detrás de la iglesia de S. María en Trastevere. El menú era un concentrado de gastronomía romana: tagliatelle 'cacio e pepe' y alcachofas 'alla giudea', todo ello regado con vino blanco de los Castelli Romani producido por una prima de Bianca, la mujer de Oreste".
- "Ammazzate oh (Oh, me matas), qué memoria la de la chica" - señala Romolo. "Comimos bien esa noche. Al fin y al cabo, Oreste's es una trattoria familiar, en el verdadero sentido de la palabra: su mujer cocina y él sirve en la mesa".
Tras la parada en Romolo's, un desayuno ligero con zumo de frutas, tostadas con mantequilla y mermelada y un adelanto del menú de mediodía ofrecido amablemente por Marzio, el camarero abruzo que atiende el "rango" que incluye nuestra mesa.
Marzio es un joven de familia campesina, más bien bajito pero de fuerte estado físico, con el pelo negro con rizos siempre rebeldes a pesar de sus intentos de domarlos en un peinado adecuado para el exterior. El bigote y las cejas pobladas lo hacen aparentemente huraño, pero en realidad tiene un carácter sociable y sincero. Fabienne y yo le llamamos "Fisch o Fleisch" (pescado o carne, en alemán) por la frase que repite invariablemente en todas las mesas, después de haber comido el primer plato de la comida o la cena.
Gracias a su información siempre podemos saber qué de delicioso ha llegado a la cocina, cuándo está fresco el pescado, cuáles son los platos que mejor le salen al chef de turno.
Después del desayuno, un relajante descanso en la piscina y luego las treinta vueltas diarias de natación. Fabienne intentó, en las primeras veces, alterar la cuenta de las vueltas pero luego decidió no vivir en una mentira y me confesó la verdad: a la décima piscina su cuerpo se pone en huelga, racionando el oxígeno, y empieza a tener visiones parecidas a los espejismos en el desierto, completadas con cama solar, bebida fresca y el suscrito que le masajea los músculos doloridos. Ante tan detallados
espejismos no pude evitar acceder, también porque no es tan desagradable acariciar sus bien formadas piernas con la excusa de un masaje.
Pasamos el resto de la mañana leyendo o paseando por Roma, entre galerías de arte y museos, pero siempre tomando rutas diferentes para descubrir cada vez algo nuevo e inesperado de esta magnífica ciudad.
La tarde la dedicamos a trabajar, si no tenemos ningún compromiso particular. Me encierro en mi habitación con mi equipo: teclado musical conectado al ordenador y todo el software más moderno para producir y editar música. Desde mis tiempos de conservador, siempre me he dedicado a componer música, sobre todo bandas sonoras para teatro y documentales, pero también escribo música para amigos concertistas que me la piden.
A lo largo de los años se han consolidado mis colaboraciones con compañías de teatro y estudios de producción de vídeo y ahora, gracias también a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, puedo mantener el contacto con mis clientes incluso cuando están de viaje por el mundo. Hacemos videollamadas, intercambiamos archivos de audio y vídeo... en definitiva, podemos trabajar como si estuviéramos en la misma ciudad.
Fabienne, por su parte, se sienta en una mesa esquinera en la terraza exterior y pinta, si el tiempo lo permite. En caso de mal tiempo, se refugia en uno de los salones interiores del hotel. Es una actividad que, además de darle muchas satisfacciones, le permite ser económicamente autosuficiente. No es que necesite ese dinero, su familia está bien y seguramente no le faltaría apoyo económico si lo necesitara. Pero Fabienne está orgullosa y ha hecho de su independencia económica una cuestión de honor. Y este aspecto de su carácter me gustó enseguida.
En estas dos primeras semanas después de nuestra llegada, Fabienne se dedicó a la decoración de porcelana, ya que en las tiendas del hotel, donde se exponían sus obras, se vendió todo lo que había dejado almacenado al final de nuestra anterior estancia en Roma.
- "Desde esta tarde me dedico a la acuarela" - me informa -- "Ayer llamé a Guido Mazzanti, mi amigo que tiene la galería de arte en via Margutta, y acordamos la entrega de una decena de vistas romanas para finales de mes. Tendré que trabajar mucho, Guido aprecia mi trabajo pero es muy selectivo a la hora de elegir las obras que se exponen en su galería".
Después de trabajar toda la tarde, cada uno por su lado, volvemos a la habitación y nos preparamos para la cena. Esta noche, linguini con langosta y rodajas de mero sobre un lecho de arroz "pilaf", todo ello rocia-do con un excelente Vermentino di Sardegna.
A las 9 de la noche, puntualmente, empiezo mi turno en el piano-bar del jardín de la azotea en el último piso del hotel. Al comenzar la velada con "Blue dream", una de mis composiciones que utilizo como tema de apertura, un rápido flashback visual me lleva a mi primera experiencia como pianista en el hotel.
- "¿Te he contado alguna vez cómo surgió la idea del primer tema musical, el que utilicé al principio de mi carrera?" - digo dirigiéndome a Fabienne que, esta vez sentada en uno de los taburetes altos colocados a un lado del piano, mueve la cabeza en señal negativa.
- "Trabajaba en un hotel junto al mar frecuentado por clientes individuales pero también por grupos de ingleses que llegaban semanalmente en avión chárter. En aquella época tocaba media hora incluso antes de la cena, para el aperitivo. El piano-bar estaba situado justo a la entrada del comedor, por lo que los "fletadores" hacían cola para cenar al menos diez minutos antes de la hora de apertura.
- "Quién sabe" - comenta Fabienne - "tal vez pensaron que no había suficiente comida para todos, así que era mejor hacer cola y entrar primero..."
- "Sí, pero podría ser que esta cola también estuviera influenciada por la tradición del hotel (un poco kitsch, lo admito) de hacer salir a un camarero y golpear un triángulo de metal para anunciar la apertura del comedor al estilo marítimo."
- "Como se hacía en los viejos barcos" - se ríe mi chica francesa.
- "Sí, como en los barcos de los piratas del Caribe" - alzo la voz con expresión de lobo de mar - "Sólo nos faltaba un loro en el hombro".
Así que, al ver a todos estos clientes alineados como soldados, la primera noche se me ocurrió poner una música rítmica para acompañar su entrada, y toqué "The Entertainer" de Scott Joplin.
- "Lo conozco, es el que se utiliza en la película "The Sting", con Robert Redford y Paul Newman" - señala Fabienne.
- "Exactamente. La idea le gustó al director, que obviamente era un hombre de ingenio, quien me pidió que usara siempre esa canción para señalar el comienzo de la cena. Durante unos años ese fue el tema de apertura, antes de sustituirlo por el actual que, además de ser más adecuado, al ser de mi propia composición, me garantiza ingresos adicionales por derechos de autor.
Mientras comparto estos recuerdos con Fabienne, miro a mi alrededor para darme cuenta de la situación en la sala. La pareja de eslavos de la noche anterior ya está sentada en la misma mesa, engullendo sus habitua-les canapés de caviar alternados con amplios sorbos de vodka con bastante esfuerzo.
- "Quizá estén entrenando para alguna competición típica" - digo sonriendo a Fabienne señalándoles con un ligero movimiento de la cara - "Como en esas absurdas competiciones americanas en las que gana quien se atiborra de más perritos calientes en cinco minutos".
- "Siempre consigues ver las cosas desde un ángulo original" - me canta.
Hacia las 10 de la noche, mientras Gordon describe la nueva versión de su cóctel dedicado a Fabienne que acaba de traerle (un poco más de ron y un poco menos de zumo de naranja), llegan los dos chinos, el maestro Wang y su secretario Chen. Les saludo con la cabeza, sin dejar de tocar, y comento con Fabienne: - "Esta noche no hay americanos".
- "Bueno", dice ella - "como los ensayos comenzarán en unos días, Sherman probablemente tendrá sus propios asuntos que atender. Si es tan importante como para organizar una gira en colaboración con el Ministerio de Cultura chino, me imagino que tendrá un montón de artistas en su agenda para gestionar por todo el mundo".
- "Sí," - replico - "pero también debe haber hecho algunos enemigos, ya que trae dos "ángeles de la guarda" con él."
- "Mira, hasta los dos eslavos intercambian comentarios sobre los chinos" - señala Fabienne. - "¿No te parece extraño que esos dos, que nunca antes se les había visto aquí en el hotel, hayan aparecido al mismo tiempo que la llegada de los chinos y no les quiten los ojos de encima? Quizá sean espías del KGB."
- "Parece que estás leyendo demasiadas novelas de espías últimamente" - le digo con sorna
- "La era de la Guerra Fría ha terminado. Y de todos modos, el espionaje en estos días supongo que se hace con la tecnología vanguardista que está disponible hoy en día. La figura del espía que acecha y vigila al objetivo me parece un poco anticuada."
"Además, si los dos eslavos eran realmente espías, ¿te imaginas la cara del controlador de la lista de gastos de estos dos? Con lo que gastan en caviar y vodka se podría pagar a un agente doble del bando contrario."
La velada transcurre sin detalles destacables hasta que, a mitad de la interpretación de "My Way", Fabienne me susurra: - "Mira, uno de los eslavos había salido y acaba de volver caminando cerca de la ventana, donde hay menos luz. No quería llamar la atención. Luego se sentó y empezó a hablar animadamente con el otro. ¡Te dije que eran espías! ¡Sin duda están en una misión secreta!"
- "De acuerdo" - le digo fingiendo seriedad - "Entonces hagamos esto: mientras yo dejo de tocar para hacer un pequeño descanso y me voy al bar a tomar algo, tú te quedas aquí y ojeas tus revistas fingiendo que no te
preocupas. Pero asegúrate de no perder de vista a tus espías".
- "Siempre me estás tomando el pelo," - responde haciendo un mohín - "pero si entran en acción y te encuentras en medio de un tiroteo, ¡no me digas que no te avisé!".
- "Si eso ocurre, que sepas que te he querido con locura"- le digo besándola, y luego me dirijo al mostrador, donde me espera Gordon con la coctelera en la mano.
- "¿Me preparas una caipirinha especial?" - le digo - "Mi recomendación: hielo bien picado, cal machacada con un mortero y una doble dosis de azúcar moreno, para que algunos de los gránulos queden en la superficie y se mezclen en el primer sorbo.
- "Max, ¿me tomas por un novato? Aprendí a hacer cócteles "machacados" cuando tenía dieciséis años, en los bares más duros del Caribe."
- "Lo sé, Gordon, pero me gusta burlarme un poco de ti de vez en cuando. Vamos, no te sientas mal."
- "Me parece que no eres el único en estos días que encuentra placer en tomar el pelo a los demás" - me dice interrumpiendo el machaqueo de los ingredientes en el mortero y señalando con él los periódicos que descansan sobre la encimera.
Leo los titulares: "Otro lanzamiento provocador de un misil balístico en el Mar de Japón por parte de Corea del Norte", "Condena internacional unánime", "La diplomacia estadounidense mantiene la línea de diálogo incluso sobre la evolución del programa atómico de Corea del Norte", "China, aliada histórica de Corea del Norte, se desmarca diplomáticamente de las provocaciones del régimen de Pyongyang".
- "Están armando un buen lío en el mundo" - comento - "Ciertamente no será fácil para la administración americana mantener la estrategia de diálogo, si los interlocutores no tienen la misma actitud". La verdadera novedad me parece la posición de China. En el pasado fue un firme defensor de Corea del Norte a nivel internacional y ahora, quizá también por el nuevo papel que quiere desempeñar en el mundo a nivel político y económico, parece distanciarse de las últimas provocaciones.
- "Tienes razón" - replica Gordon - "los británicos apoyamos la estrategia de la "guerra preventiva" en la época del presidente Bush, en Irak y Afganistán, pero personalmente prefiero la vía del diálogo. La situación en esa zona es bastante peligrosa, con India y Pakistán ya nuclearizados. Ahora se suman Corea del Norte e Irán..."
Tras volver a sentarme al piano, la velada continúa de forma agradable. Desde una mesa de clientes españoles recibo un emisario con la petición de una dedicatoria especial para una amiga que celebra su cumpleaños.
Dada la nacionalidad de los invitados, toco el famoso tema principal del "Concierto de Aranjuez", del compositor español Joaquín Rodrigo. La elección, quizá un poco nacional-popular, lo reconozco, es sin embargo apreciada y los españoles lo demuestran con un caluroso aplauso. Pero no son los únicos.
De hecho, al final de la pieza, Wang Shi se dirige hacia el piano llevando en sus manos tres copas con champán. Tras entregar la primera copa a Fabienne, coloca la segunda en el atril a mi derecha. Luego, sentado en uno de los taburetes altos con vistas a la "Cúpula" de San Pedro iluminada, levantando su copa como preámbulo al brindis, me dice: - "¡Por un pianista que sabe pasar con agilidad entre todos los géneros musicales!"
- "Muchas gracias" -- respondí - "los cumplidos siempre son bienvenidos, especialmente cuando vienen de una persona competente como usted."
- "Tengo mucha curiosidad por usted, Max. ¿Cómo llegó a ser pianista en los hoteles? Tiene una técnica excelente y también sabe improvisar y armonizar de forma original. Con su talento podría, imagino, haber tomado otros caminos en su carrera musical.
- "Bueno," -- reanudo -- "la elección se debió en parte al azar, como suele ocurrir en la vida. Para poder pagar mis estudios sin agobiar demasiado a mi familia, tuve la oportunidad de tocar en un bar durante la temporada de verano cuando tenía dieciocho años. Esa experiencia fue fundamental y me hizo comprender lo que quería de la música y de la vida: libertad, creatividad, viajes, contacto con gente y lugares diferentes".
- "Podría haber alcanzado estos objetivos también con otras actividades en el ámbito musical" - dice el director - "por ejemplo siendo concertista, de música clásica o de jazz, ya que parece que le gusta mucho ese tipo de música."
- "Es cierto. Al principio, de hecho, pensé en empezar mi carrera de concertista como pianista, pero, cuando junté los estudios de piano con los de la composición, me di cuenta de repente de que la creatividad era mi camino. La actividad concertística requiere una preparación maniática sobre las piezas del repertorio y la repetición de los gestos técnicos que sea lo más normalizada posible, una vez alcanzado el nivel deseado, concierto tras concierto. No digo que sea una actividad poco agradecida, al contrario, es un camino lleno de sacrificios. Simplemente está lejos de mi forma de ser."
- "Te entiendo, yo mismo me enfrenté a los mismos problemas," -- confiesa - "y los resolví eligiendo el camino en dirección a la orquesta en lugar del de concertista. Como ves, no somos tan diferentes, después de
todo."
- "En cuanto a la variedad de experiencias musicales, también es importante para mí. En los conciertos que daré aquí en Roma, por ejemplo, tocaré la Quinta Sinfonía de Beethoven, pero también las Variaciones para orquesta op. 31 de Arnold Schoenberg, las Danzas de Transilvania de Bartok y un par de adaptaciones para orquesta de melodías tradicionales chinas realizadas por compositores contemporáneos de mi país."