El Secreto De La Dominante - Paniza Vanesa Gomez 4 стр.


Después de echar un vistazo al reloj: - "Será mejor que me vaya a la cama. Son más de las 11 de la noche y mañana tengo una inspección del Auditorio, una reunión con los organizadores y el director artístico de la temporada de conciertos, una rueda de prensa con los periodistas..."

- "¡Uh, no te envidio!" -- digo yo - "Buenas noches entonces."

- "Buenas noches Fabienne. Buenas noches Max" - nos desea, mientras que con un movimiento de cabeza invita a su secretaria a acompañarle.

El resto del tiempo, de aquí a la medianoche, fluye agradablemente con la belleza intemporal de algunas canciones clásicas americanas, lo que en la jerga musical se llaman "estándar", bien recibidas por el público. Después de arreglar mis partituras, le pregunto a Fabienne: - "¿Quieres salir? Mi amigo baterista Stefano Carli y su cuarteto tocan en la Casa del Jazz toda la semana. Si quieres podemos pasarnos a saludar y quizás podamos escuchar los últimos temas."

- "Me siento bastante cansada esta noche. He trabajado mucho esta tarde" -- responde - "Si quieres, ve solo. O iremos juntos una de las próximas noches."

- "Iremos otra noche juntos, no puedo disfrutar más si salgo sin ti" - le digo dándole un beso en la nariz.

Nos despedimos de Gordon y salimos del club. Cuando llegamos al vestíbulo, acompaño a Fabienne hasta el ascensor y le digo: - "Pasaré por la habitual despedida de Giovanni y luego me reuniré contigo en tu habitación. Mi amigo me esperaba, aunque mis visitas sean regulares pero no necesariamente diarias.

Dos copas de licor vacías están ya preparadas en la pequeña mesa, colocada entre los dos sillones situados cerca de la ventana que da al jardín. Cuando llego, Giovanni va a buscar la botella de su limoncello a la nevera y me la sirve, diciendo la frase habitual: - "Un poco de manzanilla relaja los nervios y favorece el sueño."

- "¡Por ti, Giovà! - le digo, empezando a sorber el licor amarillento.

Aún no hemos terminado el brindis, cuando llaman a la puerta emocionados. Un recadero, todo frenético, anuncia que se requiere urgentemente la presencia de Giovanni en la Dirección. Volviéndose hacia

el joven, mi amigo, preocupado, le pregunta: - "¿Che è successo (Qué ha pasado) quaglio', que me llaman a esta hora?"

- "Acaban de informar en recepción de una intrusión en la suite 508" - dice el botones, comiéndose sus palabras por la tensión nerviosa - "Ya han llamado al director."

- "¡Uh, 'cchista è grossa '(Esto es grande)! ¡Pero es la suite del músico chino! Es grave, tengo que llamar inmediatamente a los camilleros de la quinta planta" - gime Giovanni. Bajemos al despacho del director" - le dice con decisión al botones.

Luego, volviéndose hacia mí: - "Tú también vienes, Max. Ya que conoces al músico chino, tal vez puedas echarnos una mano para arreglar el asunto sin demasiadas complicaciones.

Capítulo 4

La reunión de urgencia se celebra en el despacho del director, Paolo Manfredi, un hombre de mediana edad, con modales algo remilgados y cierto cansancio debido a su estilo de vida sedentario y su gusto por la buena comida. Manfredi está claramente molesto, no sé si porque le han echado de la cama o por el desafortunado suceso ocurrido, que mancha la tradición de hospitalidad de alto nivel de "su" hotel.

El primero en hablar es el jefe de seguridad del hotel, Luciano Terenzi, un ex policía de complexión cuadrada y muy competente en su campo. Sé que formaba parte del núcleo de investigación de la Jefatura de Policía de Roma hasta que aceptó la tentadora oferta del grupo hotelero internacional que también gestiona este hotel.

- "Ya he hecho una primera inspección en la 508" - dice en tono profesional consultando un cuaderno que lleva en la mano - "La puerta de entrada no presenta signos de robo y las ventanas, así como la ventana francesa que da acceso a la terraza, están cerradas por dentro. Se ha hurgado en todos los rincones de la suite metódicamente, pero de forma evidentemente apresurada. Cuando los huéspedes regresaron, hacia las 23:40 horas, se dieron cuenta inmediatamente de los signos de intrusión, pero no avisaron a la recepción hasta cerca de la medianoche". Luego añade, para beneficio de todos los que no tenemos su experiencia en sucesos criminales, que "en esas situaciones a veces las víctimas están tan conmocionadas que no reaccionan inmediatamente".

- "¿Los clientes han podido notar si falta algo en la suite? Dinero, objetos de valor... - pregunta preocupado el Director. "¿Han forzado la pequeña caja fuerte de la suite?"

- "Cuando subí a la suite, los clientes no se quejaron de ningún robo" - responde Terenzi - "En cuanto a la caja fuerte, no la habían activado y por eso estaba vacía."

- Sí, pasa mucho" - comentó Manfredi, retomando uno de sus latiguillos favoritos: "Muchos clientes no utilizan la caja fuerte de todas las suites. Sobre todo a las mujeres les cuesta desprenderse de sus joyas y quieren tenerlas a mano para poder lucirlas en todo momento. Al hacerlo, se exponen al riesgo de robo, lo cual implica inevitablemente mis responsabilidades y socava el buen nombre de nuestro hotel."

- "Afortunadamente, los casos de robo en este hotel han sido muy raros en el pasado" - subraya el investigador - "y, desde que activamos el sistema de tarjetas magnéticas para el acceso a las habitaciones, éste es el primer caso de intrusión. Sin embargo, no parece faltar nada" - se apresura

a repetir - "El maestro Wang había dejado un anillo muy valioso y un par de gemelos de diamantes en un cajón, pero no se los llevaron. Tal vez los ladrones no los vieron, o fueron interrumpidos antes de encontrarlos y se vieron obligados a huir."

- "Hay una cosa que me preocupa" - intervino John por primera vez - "Si la puerta no estaba forzada y las ventanas estaban cerradas por dentro, ¿cómo entró el ladrón? Los únicos que tienen la llave electrónica son los conserjes y el personal de recepción... pero yo soy personalmente responsable de la honestidad de mis chicos."

- "Debemos actuar con rapidez y resolver esta desafortunada situación sin que se corra la voz" - se lamenta el director - "Nos perderíamos de ver esta noticia en los periódicos". Luego, con voz más segura, añade: - "Ahora voy a ir personalmente a pedir disculpas a los clientes por el desafortunado incidente... y espero que no quieran darle publicidad".

- "Sí, yo también voy a subir" - añadió Terenzi - "Les he pedido que no toquen nada hasta que vuelva y no quiero que se impacienten."

- Sería mejor que llevaras a Max contigo, él conoce a los dos chinos y podrá ayudarte a resolver la situación sin demasiadas complicaciones... los músicos se entienden. - sugiere Giovanni y luego concluye con tono firme -- "Mientras tanto voy a hablar con los chicos de guardia de la quinta planta para preguntarles si han notado algo extraño durante la noche."

Al llegar a la suite 508 encontramos a Wang Shi en un estado de agitación comprensible en una persona en tal situación. Saber que unos desconocidos han entrado en tu alojamiento y han saqueado todos los lugares te produce una sensación de inseguridad y un sentimiento de impotencia y rabia. Nos acercamos a los dos chinos, que están de pie en medio del salón de la suite. Tras expresar mi pesar por el incidente, les presento al director del hotel.

- "Me gustaría pedir disculpas a la propiedad y a los míos por lo ocurri-do. Son cosas que no suelen ocurrir en nuestro hotel" - comienza con una voz que tiembla vagamente de vergüenza.

- "Les aseguro que estamos haciendo todo lo posible para encontrar al responsable y evitar que vuelvan a ocurrir cosas similares en el futuro".

Como la gestión del asunto ha pasado a manos del Director, aprovecho para mirar a mi alrededor y sus voces se mezclan con mis observaciones mentales.

- "Si lo desea, puedo poner a su disposición otra suite y hacer que trasladen su equipaje inmediatamente" - propone Manfredi.

- "Eso no será necesario, gracias" - responde inesperadamente Tze Chen, el secretario de Wang, que hasta ahora se había mantenido al margen. Luego, como para justificar su intervención: - "Dada la hora

tardía, el traslado sólo nos permitiría irnos a la cama al amanecer, y el maestro Wang Shi tiene importantes compromisos profesionales mañana. Me encargaré de que nadie le moleste esta noche" - añade con un tono vagamente amenazador que me sorprende en labios de un secretario de aspecto apacible y tranquilo.

- "En todo caso" - concluye Manfredi con la intención de protegerse de cualquier posible sorpresa desagradable adicional - "Terenzi, nuestro responsable de seguridad, pondrá a uno de sus hombres en el pasillo hasta que hayamos aclarado este asunto".

- "Exactamente" - confirma el sabueso - "Daré inmediatamente instrucciones para la vigilancia de la suite."

Una vez dichas estas palabras, Manfredi y Terenzi se despiden y, mientras se van, me fijo en sus expresiones: la del policía está concentrada y la de Manfredi, aliviada. Teniendo en cuenta la razonable reacción de los dos huéspedes chinos, que no se quejaron ni formularon acusaciones contra la organización del hotel, imagino que Manfredi volverá a su habitación para retomar su sueño interrumpido.

Ahora Wang Shi y Chen hablan entre sí en voz baja en chino. Aunque no conozco su idioma, puedo detectar un tono de agitación en su conversación. Les dejo confabular y continúo mi exploración visual de la habitación.

El armario está abierto, las cajoneras tienen los cajones sacados y dejados con aberturas aleatorias seguramente por la premura de la búsqueda. Casi parece que el armario y los cajones se han quedado, inmóviles y asombrados, con la boca abierta, fijos en esas extrañas expresiones que la gente asume cuando se encuentra en situaciones imprevisibles e inusuales. Parte del contenido de los cajones está desparramado por el suelo. No me parece que haya nada en particular, las cosas habituales que uno se lleva de viaje: ropa, ropa interior, algunos libros....

Sobre el escritorio están dispersas, en desorden y abiertas con el respaldo, algunas partituras musicales. Algunas han acabado en el suelo, abiertas. Reconozco por los títulos de las portadas que son las composiciones que se interpretarán en los conciertos del Auditorio y que unas horas antes me había comentado el maestro Wang al hablar del set list que había preparado.

El hecho de que las partituras que quedan sobre el escritorio estén todas de espaldas, apoyadas sobre el piano como techos de dos aguas puestos por un niño con ganas de jugar, me deja una sensación extraña... como algo ya visto.

¡Por supuesto! La imagen me llega de repente, como un flashback

cinematográfico. Veo a Fabienne en uno de los gestos que hace a menudo: busca algo en su bolso y, al no encontrarlo, se impacienta y le da la vuelta al bolso, sacudiéndolo para sacar el contenido.

Siempre me ha parecido misterioso que las mujeres se las arreglen para meter todas las cosas imaginables en sus bolsos (sobre todo si son inútiles para usos prácticos comunes a otros seres vivos masculinos). Igualmente misterioso, si no más, es el hecho de que regularmente esos "agujeros negros" de diseño se lo tragan todo, negándose a devolver lo que los legítimos propietarios han puesto en ellos.

Evidentemente, los diseñadores de moda van por delante de los científicos, ya que han descubierto cómo desmaterializar los objetos. ¿Quién sabe dónde van a parar todas las cosas que se introducen en los bolsos de las mujeres y no vuelven a aparecer en la tierra?

Dejo estas reflexiones para la posteridad y envío un beso virtual a Fabienne porque gracias a ella he intuido un elemento importante. Los libros estaban revueltos como hace ella con su bolso cuando busca algún objeto y pierde la paciencia. Así que quien entró no buscaba objetos preciosos, como el desorden y la exploración de los cajones podrían sugerir a primera vista. Los objetos preciosos no se esconden entre las páginas de un libro, y menos aún entre las de una partitura de orquesta.

Además, la intuición se ve confirmada por el hecho de que no le hayan quitado a Wang ni el precioso anillo ni los gemelos de diamante que forman parte de su "uniforme de trabajo" cuando dirige (me fijé en ellos en las fotos publicadas en los periódicos, que le mostraban con el brazo levantado en un clásico gesto de dirección).

Entonces, si no buscaban objetos de valor... ¿qué querían los intrusos? A estas alturas, estoy convencido de que las partituras juegan algún papel en la historia, si no, ¿qué sentido tendría hojearlas y sacudirlas al revés?

Mientras Wang Shi y Chen siguen intercambiando frases agitadas, o eso me parece (quizá los chinos siempre hablan así), me acerco a las partituras para observarlas mejor. Me he dado cuenta de que tienen muchos símbolos y escritos hechos con rotuladores de colores. Esta es una práctica habitual entre los directores y es signo de una cuidadosa preparación de Wang que, antes de enfrentarse a la dirección de esas obras maestras, las ha estudiado profundamente señalando los puntos cruciales para dar indicaciones precisas y meditadas a los instrumentistas durante los ensayos.

Sin embargo, hay una partitura que es nueva y que carece por completo de marcas y observaciones añadidas. Lo cojo con mi mano. Se trata de la Quinta Sinfonía de Beethoven, la que comienza con una de las ideas musicales más simples y a la vez más poderosas jamás concebidas por una

mente humana: Ta Ta Ta Taaaan, Ta Ta Ta Taaaan.

Esas cuatro sencillas pero poderosas notas tocadas al unísono por la orquesta (Sol, Sol, Sol, Mi bemol) y luego repetidas un tono más abajo (Fa, Fa, Fa, Re) que han sido comparadas por el mismo autor con el "Destino llamando a la puerta". Es extraordinario pensar que este mismo ritmo, tres cortos y uno largo, en el alfabeto Morse indica la letra V. Esto explica que el incipit de Beethoven se utilizara como tema musical de Radio Londres durante la II Guerra Mundial: representaba musicalmente el símbolo que Churchill hacía con los dedos en señal de victoria.

Si pienso que toda la vida de Beethoven fue una enorme lucha contra las convenciones sociales, contra la enfermedad que le dejó progresivamente sordo, contra las convenciones musicales que le enjaulaban... me estremezco. Al final tuvo su victoria y fue la historia la que se la adjudicó, como ocurre con todos los grandes.

Wang, que me ve con la partitura en las manos, se acerca a mí diciendo: - "Estupendo, ¿verdad?"- y me la quita de las manos con suavidad pero con determinación.

- "Definitivamente," -- respondo - "el primer movimiento de la 5ª es una de las páginas que he analizado más profundamente en el curso de mis estudios. Contiene secretos, en mi opinión, de valor universal."

- "¿Secretos?" - me pregunta Wang Shi con una sombra de inquietud que parece cruzar su mirada.

- "Sí, el secreto del genio beethoveniano. La capacidad de tomar una célula rítmica formada por sólo dos notas diferentes y construir con ella todo un movimiento sinfónico. Una verdadera catedral del sonido elevada a la fuerza del pensamiento, a la razón, a la fatiga de la búsqueda de una perfección que Beethoven persiguió en todas sus obras. Quien haya leído los cuadernos de Beethoven no puede dejar de conmoverse por la inmensa lucha de este hombre por conquistar la perfección. Cuántas notas, cuántas reflexiones, cuántas tachaduras antes de fijar la idea definitiva en la partitura. Todo lo contrario que Mozart, un genio del mismo nivel, pero que tenía el don de escribir música de forma inmediata, sin agitación interior ni segundas intenciones".

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