De rodillas
Copyright © 2018, Inés Johnson. Todos los derechos reservados
Este libro es una obra de ficción. Todos los personajes, lugares, y acontecimientos descriptos en la publicación son usados de manera ficticia, o son completamente ficticios. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o retransmitida, de ninguna forma y por ningún medio, excepto con la autorización del autor.
Producido en los Estados Unidos de América.
Primera edición, octubre de 2018
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Capítulo Uno
Capítulo Uno.
El ruido de los cascos al impactar contra el suelo le recordó el sonido de la artillería. Era un sonido que Dylan Banks conocía muy bien. Había pasado los últimos cinco años en una zona de guerra. Todos los días durante ese período había podido mirar hacia arriba y ver el cielo color azul, las colinas onduladas de arena, o los campos de flores color pastel. Era una broma cruel. La guerra no se suponía que pudiera tener algo bonito.
El cielo era azul en ese lugar. Tenía extensos campos de cultivo. El sonido de los caballos trotando y galopando no era lo único que le recordaba a la guerra. Sus hombres también estaban allí. Aquellos que habían conseguido sobrevivir, de alguna manera.
Los que pudieron escapar con vida, habían perdido muchas cosas. Familia, amigos, una parte de su cuerpo, una parte de su alma. Pero ese lugar, el Rancho Bellflower, los estaba sanando.
Miró a su alrededor y vio el sello del rancho. Era una flor púrpura con pétalos redondos. La flor claramente hacía referencia a un corazón. Los veteranos que ahora vivían en el santuario habían comenzado a llamar al rancho el Rancho del Corazón Púrpura, en honor a las cicatrices y heridas que cada uno había traído a casa con ellos.
Dylan hizo que su caballo y él mismo fueran más rápido. El dulce aire de la primavera golpeaba su rostro. Él consiguió que su cuerpo hiciera mucho más de lo que los doctores le habían dicho que era capaz de hacer. Sus caderas tenían que trabajar para absorber y controlar el movimiento del caballo. Él podía sentir los fuertes músculos del caballo estimulando los suyos, dándole la fuerza que necesitaba para sanar.
No creyó que sanar fuera posible cuando se despertó en el hospital militar y se encontró que ya no era un hombre completo. Pero ahora estaba recuperando una parte de él en el Rancho del Corazón Púrpura. Todos lo hacían.
Ese lugar se había vuelto un santuario para los heridos. Un lugar donde no necesitaban esconderse de sus pesadillas, al dormir o al despertar. No había estado en buenos términos con Dios después de que le habían dado de alta. Pero cuando había puesto un pie en el rancho y subió a su primer caballo, se dio cuenta de que Dios le había dado un nuevo propósito.
Los doctores del hospital militar le habían salvado la vida, pero la equino terapia le había devuelto las ganas de vivir. La práctica de usar la equitación como terapia física fue lo que realmente le devolvió la vida a Dylan, después de haber ido a la guerra y de las heridas que había sufrido.
Amaba cabalgar. Amaba estar en ese rancho. Amaba no tener que refugiarse más bajo un hermoso cielo. Después del infierno que él y los otros hombres habían visto, el Rancho del Corazón Púrpura era lo más cercano al cielo que había estado jamás.
Con un tirón de las riendas, Dylan instó al caballo a dar un trote lento. Estaban regresando al área de entrenamiento, donde Dylan desmontó. Si antes había sentido una punzada de dolor, en ese momento sintió un fuerte dolor mientras levantaba el muslo y lo pasaba por encima del lomo del caballo. La prótesis sobresalió como un pulgar dolorido mientras lo hacía, y los músculos de sus caderas y muslos gritaron.
El entrenador, Mark, se contuvo. Sabía que era mejor no ofrecer ayudar a los orgullosos guerreros. Pero también sabía cuándo debía ignorar su orgullo y darles un cuidado especial.
Aunque Dylan se sintiera dolorido, no necesitaba cuidados especiales hoy. Bajó del caballo él solo, utilizando principalmente la fuerza de la parte superior de su cuerpo. Se quedó de pie por un momento, y luego hizo un gesto con la cabeza a Mark.
El entrenador sólo negó con la cabeza. No había querido discutir o hacer ningún comentario. Pero otro hombre lo hizo.
“Fuiste más allá de lo que deberías haber ido, soldado.”
Dylan miró al Dr. Patel. Pero a pesar de que Dylan era más alto que el hombre mayor, el Dr. Patel todavía mantenía una presencia imponente. Él sonrió, pero sus ojos se mantuvieron severos y agudos, sin perderse de nada. Su voz era de regaño, pero al mismo tiempo era paternal con el acento de su India natal.
“Puedo hacerlo”, dijo Dylan mientras se dirigía hacia el hombre. Él trató de ocultar su gesto, mientras su prótesis intentaba doblarse.
Dylan sabía que no había engañado al psicólogo que lo estaba mirando con una ceja levantada. “Sólo porque puedas hacerlo, no significa que debas hacerlo.”
El hombre mayor se acercó, pero al igual que Mark, el Dr. Patel sabía que no debía ofrecer su ayuda salvo que fuera extremadamente necesario. Dylan se aseguraba de que nunca fuera necesario. El problema no requería ayuda, sólo un ajuste.
El ajuste de su prótesis que probablemente se había aflojado. Se quedó quieto y se quitó la ropa, empujando su muñón hasta que escuchó los clics de su prótesis que volvían a colocarse en su lugar.
“La vieja bola y yo no nos estamos llevando bien”, dijo Dylan mientras se enderezaba. La prótesis de la pierna le daba una pulgada extra. Al menos eso era un beneficio.
“Tu cuerpo se está curando”, dijo el Dr. Patel. “Todos los hombres aquí están sanando sus cuerpos. Pero tú además tienes que curar tu corazón. El amor cura las heridas internas.”
Dylan ya había escuchado antes ese comentario. Él había aceptado la terapia para su mente. Después de todo lo que había pasado, había reconocido que necesitaba hablar con alguien sobre los horrores de la guerra. Pero no le gustó cuando el buen doctor se refirió a su corazón.
“Quizás deberías traer a tu familia aquí?”, sugirió el Dr. Patel.
Dylan negó con la cabeza. No quería ver a su familia. Y ellos habían sido claros cuando dijeron que, ahora que era sólo la mitad de un hombre, estaban bien sin él.
“O quizás salir del rancho para una cita?”, ofreció el Dr. Patel.
Ninguno de los veteranos que se quedaban en el racho salían a citas. Bueno, excepto por Xavier Ramos. Ramos todavía tenía todas sus extremidades y su buena apariencia. Las mujeres con las que salía no podían ver sus cicatrices a menos que se quitara la ropa.
“Sin embargo, todavía soy escéptico sobre las citas con las aplicaciones de los teléfonos y los programas de informática”, dijo el Dr. Patel. “En mi país, confiamos en nuestros mayores para encontrar a nuestros compañeros de vida.”
Dylan había visto a la Sra. Patel muchas veces. Le reconfortaba ver a la pareja junta. Ambos se cuidaban mutuamente, regalándose sonrisas secretas y preocupándose por los pequeños detalles.
Dylan siempre se había imaginado así de afortunado. Pero la mujer a la que le había dado un anillo, se lo había devuelto antes de que dejara el hospital. Sus heridas no le habían permitido ir tras ella. Su orgullo no se lo hubiera permitido. Su corazón no era una prioridad.
“No estoy buscando amor en este momento”, dijo Dylan. Pero evitó decir “de ninguna manera”.
No volvería a buscar amor. Si su propia familia no podía amarlo, si su prometida lo había dejado después de ver en lo que se había convertido, cómo podía una extraña amar al hombre que sería por el resto de su vida.
“Eso es lo que sucede con los matrimonios arreglados”, dijo el Dr. Patel. “Primero tienes a tu compañera. El amor llega con el tiempo.”
“Estás listo para empezar nuestra sesión?”, preguntó Dylan, indicando el camino a la oficina del Dr. Patel para poder cambiar de tema. “He tenido algunas pesadillas.”
A diferencia de otros veteranos del rancho, Dylan nunca tenía pesadillas. Dormía sin tener sueños y en completa oscuridad.
Una vez más, el Dr. Patel no se dejó engañar, pero dejó que Dylan lo guiara a su oficina. Dylan sabía que el viejo hombre tenía buenas intenciones, pero ese no era el camino que él quería seguir. Había sido lastimado lo suficiente en esta vida.
Capítulo Dos
Capítulo Dos
Maggie miró hacia abajo al animal durmiendo en la camilla de cirugía. Las luces de las lámparas iluminaban la habitación, sin proyectar sombras. El bisturí en su mano no estaba haciendo su magia habitual, y ya no tenía más trucos bajo la manga. El perro perdería ambas patas traseras.
Aunque el perro todavía estaba dormido, su labio inferior temblaba como si supiera lo que estaba por suceder. Parecía como si estuviera tratando de mantener el labio superior rígido ante el problema. Ella, más que cualquier otra persona, lo comprendía bien. La vida había golpeado al pequeño y lo había empujado para que lidiara con ello por su cuenta.
No tenía identificación. Tampoco collar. Lo habían dejado en el ingreso de la veterinaria temprano durante la mañana. Maggie había llegado para ver al animal sangrando en los escalones. La había mirado con desconfianza, demasiado cansado como para gruñir. Sus ojos simplemente se habían cerrado, resignados mientras esperaba que ella le hiciera aún más daño. Lo que ella hizo fue levantarlo y ponerse a trabajar.
El perro no podía contarle a Maggie su historia. A pesar de que ella nunca había sido lastimada físicamente, había recibido muchos golpes emocionales. Había sido abandonada por sus padres cuando estaba todavía en la escuela. Literalmente, mientras ella se encontraba en la escuela. Ellos simplemente la dejaron allí y nunca fueron a recogerla.
Había ingresado en el centro de acogida para esperarlos. Nunca regresaron.
Al principio, lo tomó como algo natural. Ella sabía que muchos animales abandonan a sus crías a una edad temprana. Pero esa idea no duró mucho, mientras continuaba viendo padres que buscaban a sus hijos en la escuela, llevándolos en sus coches a sus casas. Ella vio como los hermanos y los niños de su vecindario o los niños con el mismo interés formaban manadas y se mantenían unidos, aprovechándose de cualquiera que fuera un niño solitario.
Maggie estaba sola. Los otros niños en el centro de acogida tampoco la habían aceptado en su grupo o, habían sido adoptados y nunca regresaron. Maggie nunca había tenido un compañero; al menos no uno humano.
Ningún adulto había reclamado por ella. Había sido abandonada para que se pudriera en el sistema, sin encontrar nunca una familia que la adoptara. La habían dejado, una palabra que se usa para un cheque o para la mano de obra barata, hasta que llegó a la mayoría de edad y pudo salir de ese círculo vicioso.
Pero ese pobre perro ya no podría pararse en sus cuatro patas debido a las heridas. No volvería a correr. Nadie querría un perro discapacitado. No tenía a nadie que lo defendiera y ahora lo abandonarían de manera permanente.
Maggie dejó el bisturí y tomó la jeringa llena con un líquido azul. El pentobarbital daría un poco de clemencia a la pobre criatura. Ella lo sabía. Había visto innumerables casos que comenzaron con una herida o una enfermedad simple, y habían terminado en esa mesa, bajo esas luces, en mitad de una sala de operaciones sin nadie que viera o se preocupara por lo que sucedía.
“Maggie, apurémonos. Tengo una cita en el campo de golf a las 14.”
El Dr. Art Cooper era el propietario del lugar donde Maggie estaba llevando a cabo la cirugía. Tenía un guión para momentos como estos y la historia siempre terminaba de la misma manera.
“Sólo termina para que pueda cerrar la tienda”. Dijo las palabras sin mirarla a ella ni al animal moribundo.
Un sonido del otro lado de la puerta llamó la atención del Dr. Cooper. Pudo ver el interés en su rostro cuando vio pasar a una de las nuevas enfermeras. Por supuesto, él le sonrió. Tenía que conservar la apariencia de que era una buena persona.
Un segundo después, su rostro de interés se volvió en uno de emoción al ver ingresar a una cliente con su gato viejo, apestoso y artrítico. Ella era una muy buena cliente. Iba a todos los controles que él le sugería, compraba las marcas más caras de comida para mascotas que estaba vendiendo ese mes, y siempre estaba atenta a los nuevos seguros para mascotas. Cuando la señora y su gato se fueron, la expresión alegre se disipó de su rostro y fue reemplazada por molestia.
Maggie odiaba a ese hombre. ¿Cómo podía alguien trabajar con animales y que no le importen? Para él no significaban más que dinero. Como médica veterinaria podía darse el lujo de no ser tan insensible.
Ella realmente no tenía ningún lujo. Definitivamente ya no tenía dinero para costear a otro animal herido. Maggie miró hacia abajo, al animal dormido. Una lágrima cayó por su mejilla, y las compuertas se abrieron.
Maggie volvió a mirar al Dr. Cooper y pretendió sonreír. “Por qué no te adelantas y te vas? Yo puedo ocuparme de esto y cerrar el negocio.”
El Dr. Cooper la miró con sospecha. Luego miró al perro. “No tendremos más problemas, ¿verdad? Ya has causado problemas antes, si lo vuelves a hacer, tendrás que irte.”
Eso es algo característico de los médicos, son las personas más inteligentes. La última vez que le pidieron a Maggie que dejara ir a un perro, ella lo había sacado a escondidas por la puerta trasera de la clínica. Ahora descansaba tranquilo en su casa. Probablemente en su armario sobre su pila de zapatos.
“Este animal no tendrá ninguna calidad de vida”, dijo el Dr. Cooper. “Se necesitarían cientos de dólares por mes para mantenerlo.”
Una sola vida bien lo valía, quiso decir ella. Pero no lo hizo. En cambio, le dijo la verdad. “Comprendo. Aprendí mi lección. Necesito este trabajo para ocuparme de los animales que ya tengo.”
Ella tenía cuatro perros, todos con heridas graves y enfermedades que le costaban más que su renta. Si perdía ese empleo, no hubiera tenido el dinero para ocuparse de ellos o de pagar un techo.
Maggie cogió la aguja e hizo un movimiento con el dedo índice.
El Dr. Cooper la miraba. El momento de irse había llegado como ella esperaba. Se puso sus caras botas de cocodrilo y salió del local.
Maggie respiró aliviada y dejó la aguja. Vendó al perro. Había sido lastimado hacía mucho tiempo y el tiempo de sanar había comenzado. Ahora sólo necesitaba curar su espíritu junto con su cuerpo.
Maggie envolvió al perro en una manta, y se dirigió a la parte de atrás. Estaba saliendo para alcanzar la esquina. El Dr. Cooper levantó la vista de su reloj y la miró. Y, por supuesto, fue entonces cuando el perro decidió despertarse de sus medicamentos y ladrar.
Era un ladrido bajo y atontado que podría haberse interpretado como su propio estómago gruñendo. De nuevo había saltado el almuerzo. Pero no tenía excusa para el hilo de líquido que salía de la manta y caía sobre las caras botas del Dr. Cooper. En realidad, estaba bastante complacida con eso.
El perrito era un buen muchacho. Ella no sabía cómo habría podido cuidarlo ahora que se había quedado sin empleo, pero lo conservaría.
Capítulo tres.
Dylan regresó a los establos después de su sesión con el Dr. Patel. El buen doctor no lo había presionado sobre sus falsas pesadillas. Tampoco había seguido hablando del argumento de las citas. Había hecho algo mucho peor. Había querido hablar con Dylan sobre su promesa incumplida.