Estos sue?os revelaban la afici?n que el sedicioso de Rennes sent?a ahora por aquella profesi?n en la que la madre Azar y el se?or Binet le hab?an iniciado. Su talento como autor y como actor era indudable. Y no hab?a que descartar que pudiera conquistar un puesto preeminente entre los dramaturgos franceses, realizando as? su sue?o. Pero a pesar de estas ilusiones, Andr?-Louis no descuidaba el lado pr?ctico de las cosas.
– ?Te has dado cuenta -le dijo un d?a a Binet- de que tu fortuna est? en mis manos?
Ambos estaban sentados frente a frente, en la sala de la posada de Pipriac, bebiendo una botella de Volnay. Acababa de terminar la cuarta y ?ltima representaci?n de
L?gicamente el se?or Binet se resisti? a aceptar aquella proposici?n y contest? con un no rotundo.
– En ese caso, amigo m?o -dijo Scaramouche-, abandono la compa??a ma?ana mismo.
Binet mont? en c?lera. Habl? de ingratitud en t?rminos sentimentales, y volvi? a aludir veladamente a aquella broma que hac?a referencia a la polic?a y que hab?a prometido no volver a mencionar.
– Puedes hacer lo que quieras, incluso el papel de sopl?n, si te gusta. Pero entonces te ver?s definitivamente privado de mis servicios, y sin m? no eres nada, del mismo modo que no eras nada antes de que yo me uniera a tu compa??a.
El se?or Binet dijo que le importaban un comino las consecuencias. ?l le ense?ar?a a aquel descarado abogado de provincia que al se?or Binet nadie le impon?a nada. Scaramouche se puso en pie.
– Muy bien -dijo entre indiferente y resignado-. Como quieras. Pero antes de actuar, cons?ltalo con la almohada. A la clara luz de la ma?ana, podr?s ver nuestros proyectos en su justa dimensi?n. El m?o promete fortuna para los dos. El tuyo anuncia ruina tambi?n para los dos. Buenas noches, se?or Binet. Que el cielo te ayude a tomar la decisi?n acertada.
Finalmente, al se?or Binet no le qued? m?s remedio que rendirse ante la firme resoluci?n demostrada por Andr?-Louis. Desde luego, hubo m?s discusiones y el obeso Pantalone no se dej? convencer sino despu?s de mucho regatear, cosa que no dejaba de sorprender en alguien que se consideraba un artista y no un tendero. Por su parte, Andr?-Louis hizo un par de concesiones: renunciar a los honorarios de sus argumentos y acceder a que el se?or Binet percibiera un salario exageradamente superior a sus m?ritos.
Pero finalmente la cuesti?n qued? zanjada. El arreglo se anunci? a la compa??a y, como era de esperar, eso provoc? envidias y resentimientos. Pero nada grave, pues todo se disip? como por ensalmo cuando se supo que bajo la nueva administraci?n aumentar?an los salarios de todos los miembros de la compa??a. A esto se hab?a opuesto tenazmente el se?or Binet. Pero no hab?a quien pudiera con el invencible Scaramouche.
– Si hemos de actuar en el Teatro Feydau, necesitamos una compa??a decorosa y no una cuadrilla de aduladores rastreros. Cuanto mejor les paguemos, mejor trabajar?n para nosotros.
As? se desvaneci? el resentimiento en la compa??a. Todos, desde los primeros actores hasta los m?s insignificantes, aceptaron el dominio de Scaramouche, un dominio tan s?lido que hasta el propio Binet deb?a someterse a ?l.
Todos lo aceptaron menos Clim?ne, pues su fracasado intento de subyugar a aquel advenedizo que apareci? cierta ma?ana en las afueras de Guichen, hab?a aumentado su aparente desd?n hacia ?l. Ella protest? por la formaci?n de la nueva sociedad, se encoleriz? con su padre hasta llegar a llamarle «est?pido», de resultas de lo cual el se?or Binet perdi? los estribos y le dio un cachete. Clim?ne anot? tambi?n este disgusto entre los agravios infligidos por Scaramouche, y aguardaba la ocasi?n para ajustarle cuentas. Pero las ocasiones no se presentaban con frecuencia. Scaramouche estaba cada vez m?s ocupado. Durante la semana que permanecieron en Fougeray, apenas se le ve?a salvo en las representaciones, y una vez llegados a R?don, iba y ven?a, raudo como el viento, del teatro a la posada y viceversa.
El experimento de R?don sali? a pedir de boca. Estimulado por ese ?xito, Andr?-Louis trabaj? d?a y noche durante el mes que pasaron en aquella industriosa y peque?a ciudad. Era una buena temporada, ya que el comercio de casta?as, cuyo centro est? en R?don, se hallaba a la saz?n en todo su apogeo. Cada tarde el peque?o teatro se llenaba, pues los casta?eros divulgaban la fama de la compa??a por toda la comarca, y el p?blico se renovaba con gente de las cercan?as y de pueblos m?s lejanos. Para evitar que las ganancias disminuyeran, Andr?-Louis escrib?a una nueva comedia cada semana. Adem?s de las dos que ya hab?a estrenado, escribi? tres cuyos t?tulos eran
Salieron juntos y anduvieron deprisa para protegerse contra el aire fr?o de la noche. Caminaron un rato en silencio, aunque mir?ndose mutuamente a hurtadillas.
– ?Dec?as que soy cruel? -dijo ella al fin, pues la acusaci?n le hab?a dolido. ?l la mir? sonriendo.
– ?Puedes negarlo?
– Eres el primer hombre que me acusa de eso.
– Pero supongo que no soy el primero con el que eres cruel. Ser?a un halago demasiado grande para m?. Prefiero pensar que los otros han sufrido en silencio.
– ?Dios m?o! Ahora resulta que tambi?n sufres -dijo ella medio en broma y medio en serio.
– Coloco esa confesi?n en el altar de tu vanidad.
– Jam?s lo hubiera sospechado.
– ?C?mo pod?as hacerlo? ?No soy lo que tu padre llama un actor nato? He estado actuando desde mucho antes de convertirme en Scaramouche. Por eso he re?do y sigo haci?ndolo cuando algo me hiere. Cuando me tratabas con desd?n, yo tambi?n fing?a desd?n.
– Tu actuaci?n era muy buena -dijo ella sin reflexionar.
– Por supuesto, soy un excelente actor.
– ?Y por qu? ahora este s?bito cambio?
– Es la respuesta al cambio que he notado en ti. Te has cansado de interpretar el papel de damisela cruel, en mi opini?n un papel demasiado aburrido e indigno de tu talento. Si yo fuera una mujer con tu gracia y tu belleza, no necesitar?a recurrir a esas armas.
– ?Mi gracia y mi belleza! -dijo como un eco afectando sorpresa. Pero su vanidad halagada la hab?a apaciguado-. ?Y cu?ndo descubriste esa gracia y esa belleza en m??
?l la mir? un momento, contemplando sus encantos, la adorable femineidad que desde el primer d?a le hab?a atra?do irresistiblemente.
– Cierta ma?ana, mientras ensayabas una escena amorosa con L?andre.
El joven sorprendi? el asombro que destell? en los ojos de la muchacha.
– Eso fue la primera vez que me viste -dijo ella.
– Antes no tuve ocasi?n de reparar en tus encantos.
– Me pides que crea demasiado -dijo poniendo en sus palabras una tersura que ?l nunca hab?a sentido en ella.
– Entonces, ?te niegas a creerme si te confieso que fueron esa gracia y esa belleza las que decidieron mi destino aquel mismo d?a, oblig?ndome a unirme a la compa??a de la legua de tu padre?
Ella se qued? sin aliento. Ya no quer?a desahogar su rencor. Eso estaba definitivamente olvidado.
– Pero ?por qu?? ?Con qu? prop?sito?
– Con el prop?sito de pedirte un d?a que fueras mi esposa.
La joven se volvi? y mir? con osad?a a Scaramouche. En sus pupilas hab?a un brillo met?lico, y un leve rubor encend?a sus mejillas. Clim?ne crey? barruntar una broma de mal gusto.
– Vas demasiado deprisa -dijo.
– Siempre voy deprisa. F?jate en lo que he hecho con la compa??a en menos de dos meses. Otra persona, trabajando todo un a?o, no hubiera conseguido ni la mitad. ?Por qu? voy a ser m?s lento en el amor que en el trabajo? Bastante me he reprimido para no asustarte con mi precipitaci?n. Bastante me he refrenado para imitar tu fr?a t?ctica. He esperado pacientemente hasta que te cansaras de mostrarte cruel.
– Eres un hombre desconcertante -dijo ella completamente p?lida.
– Es verdad -admiti? ?l-. S?lo la convicci?n de que no soy como los dem?s me ha permitido esperar lo que he esperado.
Maquinalmente, como de com?n acuerdo, los dos siguieron andando.
– Ya que seg?n t? voy tan r?pido -dijo ?l-, piensa que, despu?s de todo, hasta ahora no te he pedido nada.
– ?C?mo? -dijo ella mir?ndole asombrada.
– Me he limitado a contarte mis esperanzas. No soy tan audaz como para preguntarte si he de verlas realizadas enseguida.
– As? es como tiene que ser.
– Por supuesto.
A ella le exasperaba el aplomo que demostraba Andr?-Louis. Por eso anduvo el resto del camino sin hablar y, de momento, no volvieron a tocar el tema.
Pero aquella noche, despu?s de cenar, cuando ya Clim?ne estaba a punto de retirarse a su alcoba, coincidieron solos en la habitaci?n que Binet hab?a alquilado como sal?n de reuniones de la compa??a.
Cuando ella se levant? para irse, Scaramouche tambi?n se puso en pie, se acerc? a Clim?ne y encendi? la vela de su palmatoria. La joven le tendi? una mano blanca y de finos dedos, alargando un brazo deliciosamente torneado y desnudo hasta el codo.
– Buenas noches, Scaramouche -dijo con tanta ternura que Andr?-Louis se qued? sin respiraci?n, mir?ndola con ardor.
Pero su turbaci?n s?lo dur? un instante. Tom? las puntas de los dedos que ella le ofrec?a, e inclin?ndose, los bes?. Despu?s volvi? a mirarla. La intensa femineidad de aquella mujer le seduc?a hasta dejarlo desarmado. Ten?a el rostro muy p?lido, los ojos brillantes, los labios entreabiertos en una sensual sonrisa y, bajo el chal, palpitaban unos pechos que completaban el cuadro de sus encantos.
Tirando suavemente de su mano, Andr?-Louis la atrajo hacia s?, y ella le dej? hacer. Entonces Scaramouche le quit? la palmatoria y la puso sobre el mueble m?s cercano. Acto seguido la estrech? entre sus brazos, y el leve cuerpo de Clim?ne se estremeci? mientras ?l la besaba murmurando su nombre como una plegaria.
– ?Ahora soy cruel? -suspir? ella. Por toda respuesta, ?l volvi? a besarla-. Me cre?as cruel porque no eras capaz de ver -murmur? Clim?ne.
En eso se abri? la puerta y entr? el se?or Binet, quien no pudo dar cr?dito a sus ojos. Se qued? estupefacto mientras los dos j?venes, lentamente y con demasiado aplomo para ser natural, se separaban.
– ?Qu? sucede aqu?? -pregunt? el se?or Binet alterado.
– ?No es evidente? -respondi? Scaramouche-. Clim?ne y yo hemos decidido casarnos.
– ?Y mi opini?n no os importa?
– Claro que s?. Pero no puedes ser tan desalmado ni tener tan mal gusto para negarnos tu consentimiento.
– ?Ah! Es decir, que ya lo das por hecho, como es costumbre en ti. Pero no creas que voy a entregarte mi hija as? como as?. Tengo planes para ella. Esto es una fechor?a, Scaramouche. Has traicionado mi confianza y estoy muy disgustado.