La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de 4 стр.


– Comprensiblemente -aventuro Stephen.

Hubert empezo a balancearse sobre los talones.

– Su

7

1.

?Como pudo casarse con el? Es poco atractivo en todos los sentidos. Y viejo… debe de tener por lo menos treinta y cinco anos. Es rico y tiene titulos, por supuesto, pero ella me ha dado a entender que estas cosas cuentan tan poco para ella como para mi.

?Podria ser por sus hermanas? Tal vez los contactos que el tiene le permitan concertarles matrimonios adecuados… y salta a la vista que Sophie ya no es ninguna jovencita y necesita un marido. Si, eso seria muy propio de ella, haber sacrificado su propia felicidad a la de sus hermanas.

Esta claro que a un hombre asi jamas podria interesarle el arte.

2.

Nadie me ha mirado nunca como el mira a Claire.

Pero ella es guapa. No hay comparacion posible.

Me pregunto si se quedara despues de que ellos se marchen a Toulouse. Le iria bien a Matty. Le hace reir y eso es bueno para ella, porque es demasiado seria para su edad. Hay en el una ligereza de espiritu de la que nosotros carecemos.

Es joven, por supuesto, aun no ha cumplido los veintidos anos. Seis meses enteros menos que yo.

Deberia peinarme de esa manera que me enseno Claire.

3.

En el lado de la cabeza, justo debajo de las orejas… alli es donde mejor huele. Un olor calido, como a pan recien hecho.

Cuando ha estado en el rio huele diferente, como a barro. Pero al cabo de unas horas vuelve su olor. Y sus patas siempre huelen a hierba… hasta por las mananas, despues de haber pasado toda la noche dentro de casa.

Solo muerde a la gente que no le gusta como huele, y no le parece justo que le castiguen por ello.

No le gusta como huele Hubert. ?A quien le gusta?

8

Aquella manana el cielo sobre Castelnau estaba cubierto de nubes color crema iluminadas a lo largo de los pliegues como saten arrugado. Joseph cruzo la calle para saludar a Sophie, alzando el sombrero, y advirtio que durante varios segundos ella lo miraba sin reconocerlo.

Y el que apenas habia pensado en nada mas desde que la habia conocido.

Se quito los anteojos para limpiarlos, pero se acordo a tiempo de que su panuelo no estaba del todo presentable. Ella sonrio y alargo la mano.

– Doctor Morel, buenos dias.

– Confio en que el caballero estadounidense, ?el senor Fletcher?, este totalmente recuperado. -Procurando no quedarse mirandola, tratando de no reparar en que su cabello era castano claro y moreno, mas otro color intermedio entre ambos.

– Oh, si, gracias. Fue una suerte que se encontrara en la granja de los Coste. Estoy segura de que la prontitud de su respuesta ahorro al senor Fletcher muchas molestias. Le esta… todos le estamos sumamente agradecidos.

– No hay de que. -Arrastro sus largas y polvorientas botas-. Espero que el doctor Ducroix tuviera ocasion de examinar personalmente al paciente.

– Si, confirmo su diagnostico y volvio a la semana siguiente para observar los progresos del senor Fletcher. Pero no habia motivos para preocuparse… el tobillo sano rapidamente.

– Bien, bien. -Buscaba la manera de prolongar el encuentro-. Excelente noticia. -Debe de pensar que estoy loco-. ?Y… y esta disfrutando el senor Fletcher de su estancia en nuestro pais?

?De donde salian estas tonterias?

– Regreso con sus primos de Burdeos hace unas semanas. Ahora estara en Paris.

Bien, bien. Excelente noticia. El estadounidense era exactamente la clase de idiota encantador que las mujeres encontraban irresistible.

– Paris -dijo-, alli es donde deberiamos estar todos.

Ella volvio a sonreir.

– Entonces usted no es distinto de los demas jovenes.

?Se burlaba de el? Eso seria una buena senal, una senal excelente.

– ?Y a usted? -pregunto con osadia-. ?No le gustaria estar alli, donde se hace la historia?

– Eso suena muy serio.

– ?No se toma en serio lo que esta ocurriendo? -El movio la cabeza y la luz destello en sus anteojos.

– No era mi intencion… -Ella apoyo el peso de su cuerpo en el otro pie y se dio cuenta de que el la habia desconcertado-. Ahora se pensara usted que soy frivola y conservadora, como se supone que son las jovenes damas bien educadas. La historia… la veo como algo distante y aburrido, imposible de desentranar, como la filosofia alemana. Consecuencia de mis textos escolares, tal vez. O mas probablemente, de mis aptitudes como escolar. Siempre he preferido las novelas.

El oyo «aburrido», «imposible», «alemana». Palabras terribles.

– Pero es precisamente una cuestion de imaginacion -dijo-. De ser el primero en evocar el mundo de manera diferente. -Se maldijo a si mismo mientras hablaba, por ser un estupido pomposo. Urgia poner inmediato fin a esa conversacion-. Me dirigia a ver a un pariente, de modo que… -Alargo una mano.

– Debe pasarse por Montsignac cuando le sea posible. Se que complaceria a mi padre.

– Me encantaria… Bien, bien…

Con la lengua contra el paladar, observo como ella se alejaba. No teniendo, en realidad, nada que hacer, Joseph acabo merodeando por los muelles. Los meses de febrero y octubre senalaban la temporada alta del rio, cuando los comerciantes enviaban sus mercancias corriente abajo hasta el Garona, y de ahi a Burdeos, y era tal la abundancia de embarcaciones que se podia cruzar a la otra orilla saltando de una a otra. Ya en septiembre, los muelles eran un hormiguero de estibadores descargando rollos de telas y fardos de pieles de carretas, y llevandolos a bordo de barcos colocados en doble o triple fila a lo largo de las orillas.

Unos oficinistas con sombreros de copa atendian con excesivo celo sus libros de cuentas. Un barquero cerro el paso a dos ninos que conducian un caballo de tiro soltando de vez en cuando ingeniosas maldiciones.

Joseph subio las escaleras que llevaban a la relativa tranquilidad del unico puente de Castelnau. Este comunicaba el centro respetable de la ciudad, donde se habia encontrado con Sophie, con su barrio natal de Lacapelle. Sus apinadas casas de madera albergaban a los pobres: obreros que fabricaban los tejidos que habian dado fama a Castelnau, barqueros, estibadores, toneleros y carpinteros relacionados con el comercio del rio, y los marginados de siempre: buhoneros, mozos de cuadra, ladrones, viudas, los viejos, los desesperados, chatarreros y escarbadores de todo tipo. Desde que habia regresado a la ciudad ese verano se habia alojado en la orilla derecha, a la que en otro tiempo pocas veces habia tenido motivos para dirigirse.

Penso en el rio como un vinculo entre las dos mitades de su vida, una encarnacion de ladrillo y argamasa del cambio que habia experimentado. Su madre habia lavado la ropa sucia de las imponentes casas que daban al rio en el lado noble de la ciudad. En esas mansiones vivian los ricos comerciantes de harina y tejidos de Castelnau, como el clan Nicolet, que monopolizaba la fabricacion de un resistente tejido de algodon con el sello real que vestia a todo el ejercito frances. El padre de Joseph habia cardado algodon en el taller de los Nicolet de Castelnau, que empleaba a mas de trescientas personas, sin contar los tejedores; casi todo el tejido era hecho por las mujeres y los ninos en el campo, donde las regulaciones del gremio eran dificiles cuando no imposibles de cumplir.

Joseph tenia siete anos cuando la tragedia se abatio sobre los Nicolet. Robert Nicolet, unico heredero de la inmensa fortuna familiar, se ahogo en un accidente de barco junto con sus dos hijos menores. Una noche de luna, poco tiempo despues, su esposa se puso su traje de novia y se tiro del puente. La encontraron al dia siguiente en el recodo del rio, entre las rocas y las raices de un sauce lloron, con un casquete de hojas amarillas pegado al cabello.

El anciano senor Nicolet empezo a vagar por su mansion con una bata de seda azul, abriendo puertas al azar, recorriendo tambaleante pasillos de cuya existencia nunca habia sabido. A veces hablaba en voz alta, palabras o frases inconexas que no requerian respuesta. En esta condicion se encontro con Joseph, que jugaba con una caja de cigarros vacia en el frio suelo de la trascocina. Su madre, que habia estado chismorreando con una doncella, balbuceo excusas y se apresuro a coger a su hijo en brazos y quitarlo de en medio. Pero el anciano caballero se detuvo y bajo la vista hacia la asustada cara del nino; no dijo nada, pero alargo una mano cubierta de manchas de la edad y, con delicadeza, con la yema de los dedos, acaricio la mejilla del nino.

Joseph no volvio a verlo y pronto olvido el encuentro. Pero cuando el viejo empresario murio dieciocho meses despues, se supo que su testamento disponia que el hijo de Jeanne Morel fuera enviado a la escuela. Con el tiempo, si el muchacho demostraba aptitudes, estudiaria «para medico, para que aprendiera asi a aliviar el sufrimiento con que tan generosamente esta dotado el mundo».

Desde que habia regresado a Castelnau, Joseph habia descubierto que a menudo sus pasos lo conducian al rio. No hubiera sabido decir que le habia movido a regresar despues de terminar sus estudios. Sus padres habian muerto y sus dos hermanas se habian casado y marchado; habria sido mas facil, y sin duda mas prudente, permanecer en Montpellier y explotar los contactos hechos en la universidad. La decision de regresar, tomada impulsivamente con la vaga intencion de honrar a su benefactor, se cernia ahora sobre su hombro como un pajaro de mal aguero. La idea de que tal vez habia cometido un error irrevocable era nueva y temible.

Al principio no habia reconocido la sombria infelicidad que lo acompanaba a todas partes. ?Como iba a sentirse solo cuando nunca lo habia estado? En Montpellier siempre habia alguien llamando a su puerta. Anoraba aquellas simpaticas noches de invierno compitiendo para ver quien bebia mas en las tabernas, con la facilidad con que se traba amistad cuando la juventud y un esfuerzo comun nivelan el accidentado paisaje de las diferencias. Echaba de menos la

9

Frio y soleado tras una semana de lluvia.

Mathilde paseaba por un sendero donde gruesos escaramujos de flores naranjas se ensartaban como cuentas a traves del seto.

A veces estoy a favor de la sinrazon, penso Sophie.

Pero dijo, razonablemente:

– Jacques ha estado haciendo averiguaciones en el pueblo. Esa tarde de hace tres dias, cuando dejo de llover, varias personas vieron a un grupo de mujeres forasteras armadas con estacas salir de los bosques y cruzar los campos en direccion al palomar. Cantaban y parecian, en palabras de Jacques, ebrias.

– Ahi lo tienes, entonces. En Castelnau no se habla mas que de las mujeres del mercado que se amotinaron y obligaron a los reyes a abandonar Versalles y los acompanaron hasta Paris. Hemos de demostrar que estamos a la altura de los desafios hechos por meros parisinos: este es el drama de la vida de provincias.

– Pierre Coste dijo a Jacques que las mujeres lo habian llamado ciudadano e invitado a que se uniera a ellas. Por supuesto, esta ansioso por dejar claro que el no tuvo nada que ver con las palomas, de modo que segun el eran veinte o treinta mujeres altas y con voz chillona que saltaba a la vista que no andaban en nada bueno. Otros sostienen que no eran mas de doce, aunque todos coinciden en que eran bulliciosas y estaban furiosas.

– ?Mujeres altas con voz potente? -Saint-Pierre partio nueces meditabundo-. Hace diez anos hubo en Beaujolais un caso del que se hablo mucho. Un grupo de hombres se engalanaron con sombreros y faldas blancas y largas que parecian atavio de mujer, y atacaron a los agrimensores que median los campos de un nuevo terrateniente. Cuando se llevaron a cabo interrogatorios, tanto los hombres como las mujeres afirmaron no saber nada de lo ocurrido, insistiendo en que los agresores debian de haber sido duendecillos que bajaban de las montanas para hacer sus diabluras entre los humanos.

– Pero ?por que vestidos de mujeres?

El se encogio de hombros.

– En muchas partes del pais, todo el peso de la ley recae sobre los hombres.

Ella hablo despacio, considerando sus palabras.

– Es el simbolismo lo que no me gusta. Tambien nos convierte en simbolos.

Pero Saint-Pierre habia apurado su segunda copa de Zocy su interes se habia desplazado a otra parte.

– ?No se esta retrasando Berthe con la comida? ?Acaso hemos de alimentarnos de nueces?

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