El texto original le fue dictado a la primera lectora de mi padre, Véra Nabokov, que luego lo pasó a máquina. Según las cartas de Nabokov, se lo mostró luego a otras cuatro personas que formaban parte de sus amistades literarias (véase la primera nota del autor).
Hubo cierto momento, al parecer, en que también le fue mostrada la versión mecanografiada al crítico emigrado Vladimir Weidle, en París. Esto no pudo ocurrir después de mayo de 1940, fecha en la que tomamos el barco para Nueva York. Andrew Field, que, según parece, leyó un artículo escrito casi cuarenta años después de aquellos días por el viejo Weidle, cuando éste ya estaba próximo a su muerte, afirma, [11] que el texto que VN le mostró a Weidle difería en varios aspectos del de El hechicero(acerca del cual Field tiene una idea como máximo somera, pues no conocía de él más que dos páginas, aparte de una de las dos alusiones, o ambas, hechas por Nabokov, que aparecen al comienzo de este libro).
Es presumible que esa versión estuviera titulada «El sátiro», que la niña «no tuviera» más de diez años, y que la escena de la conclusión no tuviera como escenario la Costa Azul sino «un remoto hotelito de Suiza». Field también le atribuye al protagonista el nombre de Arthur. No queda claro si también obtuvo este dato de Weidle, pero lo más probable es que lo recogiera de la rememoración que mi padre añadió como postfacio a Lolita.Por mi parte, yo he sugerido que Nabokov creyó en ese momento recordar que su protagonista se llamaba «Arthur», o quizá incluso que usó ese nombre en algún boceto preliminar. Es, en cambio, muy improbable que este nombre apareciese en un manuscrito que «ya estaba marcado para la imprenta», tal como Field le hace decir a Weidle.
En cuanto a las tres diferencias que cita Field, si su paráfrasis del artículo de Weidle es correcta, seguramente el recuerdo que Weidle tenía de aquel acontecimiento tan alejado debía de ser bastante borroso (Field reconoce, de hecho, que Weidle «no se acordaba de si en el relato aparece el nombre de la niña»). La cuestión es que no hubo nunca ninguna versión titulada «El sátiro»; ciertamente, semejante título le parecerá por fuerza implausible a cualquiera que sea sensible a la utilización que hace Nabokov del lenguaje. Y, personalmente, yo atribuiría el mismo grado de credibilidad al resto de las afirmaciones de Weidle.
Contaba yo cinco años cuando mi padre escribió El hechicero yno debí de ser para él, como máximo, más que un estorbo en nuestro piso de París y nuestras pensiones de la Costa Azul. Recuerdo que, durante los ratos que mediaban entre los generosos períodos que dedicaba a jugar conmigo, mi padre se retiraba a veces al cuarto de baño de nuestro reducido alojamiento para trabajar en paz, aunque no lo hiciera, como le ocurre a John Shade cuando tiene que afeitarse en Pálido fuego,en una tabla puesta a través de la bañera. Aunque yo ya tenía conciencia de que mi padre era un «escritor», no tenía ni idea de lo que escribía, y mis padres no hicieron desde luego intento alguno de familiarizarme con la historia que cuenta Volshnebik(creo que la única obra de mi padre que yo conocía por aquel entonces era su traducción al ruso de Alicia en el País de las Maravillas,aparte de los cuentos y cancioncillas que improvisaba para mí). Es posible que, cuando mi padre escribía Volshebnik,ya me hubieran enviado a mí a Deauville con una prima de mi madre, pues se empezaba a temer que el atronador ruido de las bombas de Hitler llegase a París. (Y así ocurrió, pero sólo después de nuestra partida hacia los Estados Unidos, y creo que una de las bombas cayó en nuestro edificio mientras nosotros estábamos haciendo la travesía en el Champlain.También ese barco estaba destinado a ser destruido después de habernos dejado sanos y salvos, y sin más motivo de alarma para el par de artilleros tan propensos a disparar que nos acompañaban, que el chorro de alguna que otra ballena; en su siguiente travesía, que era aquélla para la que habíamos adquirido inicialmente los pasajes, fue hundido por un submarino alemán con todos sus pasajeros a bordo.)
Aparte de lo que ya es accesible al público, o de lo que lo será a partir de este momento, ni mi madre ni yo podemos reconstruir gran cosa acerca de cómo nació la idea en la mente de VN, aunque sí podemos prevenir al lector en contra de alguna de las inanes hipótesis que han sido propuestas, sobre todo últimamente. En cuanto al vínculo de este libro con Lolita,el tema debió de permanecer dormido (tal como insinúa Nabokov en «Sobre un libro titulado Lolita»)hasta el momento en el que comenzó a germinar la nueva novela, algo parecido a lo que ocurrió en el caso del interrumpido Solus Rex,en relación con la posterior novela Pálido fuego,muy diferente y sin embargo relacionada con aquel texto.
De acuerdo con el postfacio de Nabokov para Lolita,escrito en 1956, es obvio que en aquel entonces mi padre creía que habían quedado destruidas todas las copias de la versión mecanografiada de Volshnebik, yque su recuerdo de la nouvelle,era un poco borroso, en parte debido al paso del tiempo, pero sobre todo porque lo había rechazado, tachándolo de «fragmento muerto», que luego fue reemplazado por Lolita.Es probable que el texto superviviente apareciese no mucho antes de que VN se lo brindara, con renovado entusiasmo, a G. P. Putnam's Sons (véase la segunda nota del autor).
Yo me enteré tardía y vagamente de la existencia de esta obra, y sólo tuve ocasión de leerla a comienzos de los años ochenta, cuando Brian Boyd (autor de una completa bibliografía de VN que se publicará en 1988) comenzó por fin a organizar nuestros archivos. Fue entonces cuando Volshnebik,que había sido sometido a consulta por mi padre en los años sesenta, antes de que su texto quedase de nuevo sumergido en medio del montón de pertenencias que tuvieron que ser enviadas a Suiza desde Ithaca, salió otra vez a superficie.
En septiembre de 1985 terminé una versión más o menos definitiva del libro en inglés.
Quiero dar las gracias de todo corazón a Matthew Bruccoli, a quien debo el impulso inicial que me permitió emprender una tarea que se presentía difícil. Bruccoli pensaba en una edición muy limitada de la obra, tal como Nabokov le había sugerido inicialmente a Walter Minton, presidente en aquel entonces de Putnam.
La fecha de esta primera aparición pública de El hechiceropresenta una divertida e instructiva coincidencia incidental. El año 1985 comenzó en París una enérgica campaña individual que pretendía atribuir a Vladimir Nabokov un libro firmado con pseudónimo, y absolutamente anabokoviano, escrito a mediados de los años treinta y titulado Novela con cocaína.
Como El hechiceroforma parte del limitadísimo territorio de los textos redescubiertos de VN, es un ejemplo muy apropiado de la prosa asombrosamente original que Nabokov-Sirin escribía en sus años más maduros —y últimos— como novelista en su lengua materna (de hecho, no mucho antes de escribir El hechicero,había terminado su primera gran obra en inglés, La verdadera vida de Sebastian Knight,y 1940 sería el año de nuestro trasplante a los Estados Unidos).
Por si alguien albergara aún dudas acerca de la autoría de ese otro libro, bastará una rápida comparación de su substancia y su estilo con los de El hechiceropara darle el tiro de gracia a ese moribundo canario.
Quizá sea adecuado, no obstante, reseñar brevemente lo sucedido. A comienzos de 1985, en la revista parisiense El mensajero del movimiento cristiano ruso,publicada en este último idioma, el profesor Nikita Struve, catedrático de la Sorbona, afirmó con firme convicción que Novela con cocaína,de un tal «M. Agueyev», escrita en Estambul a comienzos de los años treinta y publicada poco después en París por Núme ros,otra revista de la emigración rusa, era en realidad obra de Vladimir Nabokov.
En apoyo de su tesis, Struve aducía frases de No vela con cocaínaque, según él, eran «típicas de Nabokov». Las afirmaciones de Struve fueron posteriormente recogidas en una carta al Times Literary Supplementfirmada por Julián Graffy, de la Universidad de Londres, el 9 de agosto de 1985. Graffy se refería en ella al «detallado análisis» que hacía Struve de «los temas secundarios, los mecanismos estructurales, los campos semánticos [y vaya usted a saber qué es eso] y metáforas de N con C,todos los cuales resultan, de acuerdo con las numerosas citas y comparaciones..., quintaesencialmente nabokovianos.»
Posteriormente ha habido otros ecos de la teoría de Struve en varias publicaciones europeas y norteamericanas.
Se pueden citar numerosas deficiencias en el estilo de Agueyev —formas patentemente incorrectas, por ejemplo, como «zachikhnul»(por «estornudó») o «ispol 'zovyvat»(por «utilizar»)— que son evidentes para cualquier persona que sepa ruso. Es pasmoso que un especialista en lengua y literatura rusas de la Sorbona, como ocurre en el caso de Struve, o un catedrático de la Universidad de Londres que está especializado en estudios eslávicos, como Graffy, hayan confundido las locuciones a menudo vulgares o incorrectas que emplea el incompletamente formado Aguayev, con el preciso y sutil estilo de Nabokov. Tal como señala Dmitri Savitzky en un artículo que refuta la teoría de Struve y que ha sido publicado por la revista en lengua rusa Pensamiento ruso(París, 8 de noviembre de 1985), el ruso de Nabokov posee el ritmo impecable de la poesía clásica, mientras que el de Agueyev es «forzado, avanza a sacudidas, y es irregular». Basta echar una ojeada al estilo de Agueyev para que no sea necesario refutar los demás argumentos de Struve.
En su libro de 1986, Field ventila la hipótesis de que Novela con cocaínapudo haber sido un engaño deliberado por parte de Nabokov o de alguna otra persona. Y termina afirmando, no obstante, que «puede decirse con absoluta certidumbre... que hay algúnvínculo entre Sirin y la obra de Agueyev», porque resulta que hay una asonancia parcial entre los nombres de Sinat, un personaje de Agueyev, [12] y el Cincinnatus de Nabokov que aparece en Invitado a una decapi tación.
El establecimiento del vínculo Sinat-Cincinnatus pertenece al mismo tipo de erudición que, por ejemplo, la hinchadísima faramalla que organiza el propio Field acerca de cierta relación extraconyugal, la memez de una supuesta inclinación secreta a la bebida, las absurdas conjeturas que hace en torno a la muerte de mi padre, o su pretensión de que Nabokov, en las cartas que dirigía a su madre, solía llamarla «Lolita» (con lo que Field construye el típico castillo de naipes marcados). En este último caso su argumentación es la siguiente: con la reserva propia de los caballeros, mi padre había preferido omitir el apelativo cariñoso con el que habitualmente se dirigía a su madre, cuyo nombre era Héléne, en las copias de las cartas que le mostró a Field antes de que Field dejara entrever su verdadero talante. Tras haber gastado, imagino, numerosas lupas, Field vislumbró la huella de «la cola o sombrero» de una tcirílica al borde del espacio en blanco donde había sido suprimido el saludo (por cierto que la tminúscula del alfabeto cirílico, cuando está escrita a mano, suele parecerse a una mminúscula del alfabeto latino, y, por lo tanto, no tiene cola ni sombrero). Debido a este detalle, y a que la palabra suprimida era «de unas siete letras», y también porque mi padre le había contado que «Lyolya» era un diminutivo ruso muy corriente del nombre «Héléne», así como por Dios sabe qué otros motivos, Field llega a la conclusión (no sin mostrar cierto escándalo) de que ese apelativo íntimo era «seguramente Lolita», y, cosa típica en él, pasa a referirse a este absurdo, en páginas posteriores de su libro, como si se tratara de un hecho demostrado.
No solamente «Lolita» tiene seis letras, y no siete; no solamente la derivación latina hubiera sido inconcebible en los parámetros de la etimología rusa, en donde las raíces del castellano no disfrutan del mismo favor que las del francés o el inglés; sino que la palabra borrada, en un intento de preservar la intimidad o por respeto a la memoria de la madre, era el término ruso «radost'»(«alegría», «queridísima»). Se trata del saludo habitual con el que Nabokov se dirigía a su madre, y, naturalmente, obran en nuestro poder las cartas originales, que demuestran que así es. Además, «Lolita Haze» era «Juanita Dark» en las primeras versiones de la novela, y la sustitución sólo se produjo cuando el manuscrito se encontraba en una fase muy avanzada .Esto por lo que se refiere a ese «seguramente Lolita».
Pero dejemos a Field entre sus ruinas y vayamos a visitar de nuevo otro rincón de papeles desechados, a fin de enterrar el asunto Agueyev, que si aquí nos importa es debido a la marcadísima disimilaridad que media entre su obra y El hechicero.
Las investigaciones llevadas a cabo por Frank Williams, que escribió la crítica de la traducción inglesa del libro de Agueyev en el T.L.S.del 5 de julio de 1985; por el periodista literario francés Alain Garric, que viajó a Estambul para preparar un largo artículo sobre este tema para Libération; ypor otros, ha confirmado la siguiente serie de acontecimientos.
Después de la primera aparición de Novela con cocaínaen Números,que provocó cierta curiosidad en los círculos de emigrados, una dama rusa que vivía en París, Lyfia Chervinskaya, recibió el encargo de buscar la pista de «Agueyev» con la ayuda de sus padres, que, casualmente, vivían en Estambul, lugar desde el cual había sido remitido el manuscrito. Chervinskaya le encontró allí, recluido en un sanatorio mental porque sufría temblores y convulsiones. Después de haber sido rescatado por el padre de esa dama, Agueyev trabó amistad con la familia y se hizo íntimo de Chervinskaya, a la que confió su verdadero nombre —Mark Levi—, así como su complicada y abigarrada historia; Levi tuvo que huir a Turquía tras haber matado a un oficial del ejercito ruso, y había vivido obsesionado por las drogas.
Levi-Agueyev fue con Chervinskaya a París pero, tras una estancia en esa ciudad, regresó a Estambul, en donde murió, presumiblemente a consecuencia de su abuso de la cocaína, en 1936.
V.S. Yanovsky, que estaba relacionado con la revista Númeroscuando llegó el original a París, y que ahora vive en Nueva York, confirmó en una entrevista publicada por The New York Times(8 de octubre de 1985) que, cuando fue recibido el manuscrito en ruso, estaba firmado con un nombre inequívocamente judío, «Levi», y que, en algún momento del proceso de publicación, se decidió cambiarlo por un apellido «que sonara más ruso». Finalmente, las investigaciones del autor de la traducción francesa de la novela, publicada en 1982, y de las que se hace eco Williams, revelan que «un tal Mark Abramovich Levi fue enterrado en el cementerio judío de Estambul en febrero de 1936».