JULIETA.-Mucho siento tus males, pero acaba de decirme, querida ama, lo que te contestó mi amor.
AMA.-Habló como un caballero lleno de discreción y gentileza; puedes creerme. ¿Dónde está tu madre?
JULIETA.-¿Mi madre? Allá dentro. ¡Vaya una pregunta!
AMA.-¡Válgame Dios! ¿Te enojas conmigo? ¡Buen emplasto para curar mis quebraduras! Otra vez vas tú misma a esas comisiones.
JULIETA.-Pero ¡qué confusión! ¿Qué es en suma lo que te dijo Romeo?
AMA.-¿Te dejarán ir sola a confesar?
JULIETA.-Sí.
AMA.-Pues allí mismo te casarás. Vete a la celda de Fray Lorenzo. Ya se cubren de rubor tus mejillas con tan sencilla nueva. Vete al convento. Yo iré por otra parte a buscar la escalera, con que tu amante ha de escalar el nido del amor. A la celda, pues, y yo a comer.
JULIETA.-¡Y yo a mi felicidad ama mía!
ESCENA SEXTA
Celda de Fray Lorenzo
(FRAY LORENZO y ROMEO)
FRAY LORENZO.-¡El cielo mire con buenos ojos la ceremonia que vamos a cumplir, y no nos castigue por ella en adelante!
ROMEO.-¡Así sea, así sea! Pero por muchas penas que vengan no bastarán a destruir la impresión de este momento de ventura. Junta nuestras manos, y con tal que yo pueda llamarla mía, no temeré ni siquiera a la muerte, verdugo del amor.
FRAY LORENZO.-Nada violento es duradero: ni el placer ni la pena: ellos mismos se consumen como el fuego y la pólvora al usarse. La excesiva dulcedumbre de la miel empalaga al labio. Ama, pues, con templanza. (Sale Julieta.)Aquí está la dama; su pie es tan leve que no desgastará nunca la eterna roca; tan ligera que puede correr sobre las telas de araña sin romperlas.
JULIETA.-Buenas tardes, reverendo confesor.
FRAY LORENZO.-Romeo te dará las gracias en nombre de los dos.
JULIETA.-Por eso le he incluido en el saludo. Si no, pecaría él de exceso de cortesía.
ROMEO.-¡Oh, Julieta! Si tu dicha es como la mía y puedes expresarla con más arte, alegra con tus palabras el aire de este aposento y deja que tu voz proclame la ventura que hoy agita el alma de los dos.
JULIETA.-El verdadero amor es más prodigo de obras que de palabras: más rico en la esencia que en la forma. Sólo el pobre cuenta su caudal. Mi tesoro es tan grande que yo no podría contar ni siquiera la mitad.
FRAY LORENZO.-Acabemos pronto. No os dejaré solos hasta que os ligue la bendición nupcial.
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
Plaza de Verona
(MERCUTIO, BENVOLIO)
BENVOLIO.-Amigo Mercutio, pienso que debíamos refrenarnos, porque hace mucho calor, y los Capuletos andan encalabrinados, y ya sabes que en verano hierve mucho la sangre.
MERCUTIO.-Tú eres uno de esos hombres que cuando entran en una taberna, ponen la espada sobre la mesa, como diciendo: “ojalá que no te necesite”, y luego, a los dos tragos, la sacan, sin que nadie les provoque.
BENVOLIO.-¿Dices que yo soy de ésos?
MERCUTIO.-Y de los más temibles espadachines de Italia, tan fácil de entrar en cólera como de provocar a los demás.
BENVOLIO.-¿Por qué dices eso?
MERCUTIO.-Si hubiera otro como tú, pronto os mataríais. Capaz eres de reñir por un solo pelo de la barba. Donde nadie vería ocasión de camorra, la ves tú. Llena está de riña tu cabeza, como de yema un huevo, y eso que a porrazos te han puesto tan blanda como una yema, la cabeza. Reñiste con uno porque te vio en la calle y despertó a tu perro que estaba durmiendo al sol. Y con un sastre porque estrenó su ropa nueva antes de Pascua, y con otro porque ataba sus zapatos con cintas viejas. ¿Si vendrás tú a enseñarme moderación y prudencia?
BENVOLIO.-Si yo fuera tan camorrista como tú, ¿quién me aseguraría la vida ni siquiera un cuarto de hora?… Mira, aquí vienen los Capuletos.
MERCUTIO.-¿Y qué se me da a mí, vive Dios?
(Teobaldo y otros.)
TEOBALDO.-Estad cerca de mí, que tengo que decirles dos palabras. Buenas tardes, hidalgos. Quisiera hablar con uno de vosotros.
MERCUTIO.-¿Hablar solo? más valiera que la palabra viniese acompañada de algo, de un golpe.
TEOBALDO.-Hidalgo, no dejaré de darle si hay motivo.
MERCUTIO.-¿Y no podéis encontrar motivo sin que os lo den?
TEOBALDO.-Mercutio, tú estás de acuerdo con Romeo.
MERCUTIO.-¡De acuerdo! ¿Has creído que somos músicos? Pues aunque lo seamos, no dudes que en esta ocasión vamos a desafinar. Yo te haré bailar con mi arco de violín. ¡De acuerdo! ¡Válgame Dios!
BENVOLIO.-Estamos entre gentes. Buscad pronto algún sitio retirado, donde satisfaceros, o desocupad la calle, porque todos nos están mirando.
MERCUTIO.-Para eso tienen ojos. No me voy de aquí por dar gusto a nadie.
TEOBALDO.-Adiós, señor. Aquí está el doncel que buscábamos. (Entra Romeo.)
MERCUTIO.-Mátenme si él lleva los colores de vuestro escudo. Aunque de fijo os seguirá al campo, y por eso le llamáis doncel.
TEOBALDO.-Romeo, sólo una palabra me consiente decirte el odio que te profeso. Eres un infame.
ROMEO.-Teobaldo, tales razones tengo para quererte que me hacen perdonar hasta la bárbara grosería de ese saludo. Nunca he sido infame. No me conoces. Adiós.
TEOBALDO.-Mozuelo imberbe, no intentes cobardemente excusar los agravios que me has hecho. No te vayas, y defiéndete.
ROMEO.-Nunca te agravié. Te lo afirmo con juramento. Al contrario, hoy te amo más que nunca, y quizá sepas pronto la razón de este cariño. Vete en paz, buen Capuleto, nombre que estimo tanto como el mío.
MERCUTIO.-¡Qué extraña cobardía! Decídanlo las estocadas. Teobaldo, espadachín, ¿quieres venir conmigo?
TEOBALDO.-¿Qué me quieres?
MERCUTIO.-Rey de los gatos, sólo quiero una de tus siete vidas, y luego aporrearte a palos las otras seis. ¿Quieres tirar de las orejas a tu espada, y sacarla de la vaina? Anda presto, porque si no, la mía te calentará tus orejas antes que la saques.
TEOBALDO.-Soy contigo.
ROMEO.-Detente, amigo Mercutio.
MERCUTIO.-Adelante, hidalgo. Enseñadme ese quite. (Se baten.)
ROMEO.-Saca la espada, Benvolio. Separémoslos. ¡Qué afrenta, hidalgos! ¡Oíd, Teobaldo! ¡Oye, Mercutio! ¿No sabéis que el Príncipe ha prohibido sacar la espada en las calles de Verona? Deteneos, Teobaldo y Mercutio. (Se van Teobaldo y sus amigos.)
MERCUTIO.-Mal me han herido. ¡Mala peste a Capuletos y Montescos! Me hirieron y no los herí.
ROMEO.-¿Te han herido?
MERCUTIO.-Un arañazo, nada más, un arañazo, pero necesita cura. ¿Dónde está mi paje, para que me busque un cirujano? (Se va el paje.)
ROMEO.-No temas. Quizá sea leve la herida.
MERCUTIO.-No es tan honda como un pozo, ni tan ancha como el pórtico de una iglesia, pero basta. Si mañana preguntas por mí, verásme tan callado como un muerto. Ya estoy escabechado para el otro mundo. Mala landre devore a vuestras dos familias. ¡Vive Dios! ¡Que un perro, una rata, un ratón, un gato mate así a un hombre! Un matón, un pícaro, que pelea contra los ángulos y reglas de la esgrima. ¿Para qué te pusiste a separarnos? Por debajo de tu brazo me ha herido.
ROMEO.-Fue con buena intención.
MERCUTIO.-Llévame de aquí, Benvolio, que me voy a desmayar. ¡Mala landre devore a entrambas casas! Ya soy una gusanera. ¡Maldita sea la discordia de Capuletos y Montescos! (Vanse.)
ROMEO.-Por culpa mía sucumbe este noble caballero, tan cercano deudo del Príncipe. Estoy afrentado por Teobaldo, por Teobaldo que ha de ser mi pariente dentro de poco. Tus amores, Julieta, me han quitado el brío y ablandado el temple de mi acero.
BENVOLIO.- (Que vuelve)¡Ay, Romeo! Mercutio ha muerto. Aquella alma audaz, que hace poco despreciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes.
ROMEO.-Y de este día sangriento nacerán otros que extremarán la copia de mis males.
BENVOLIO.-Por allí vuelve Teobaldo.
ROMEO.-Vuelve vivo y triunfante. ¡Y Mercutio muerto! Huye de mí, dulce templanza. Sólo la ira guíe mi brazo. Teobaldo, ese mote de infame que tú me diste, yo te lo devuelvo ahora, porque el alma de Mercutio está desde las nubes llamando a la tuya, y tú o yo o los dos hemos de seguirle forzosamente.
TEOBALDO.-Pues vete a acompañarle tú, necio, que con él ibas siempre.
ROMEO.-Ya lo decidirá la espada. (Se baten, y cae herido Teobaldo.)
BENVOLIO.-Huye, Romeo. La gente acude y Teobaldo está muerto. Si te alcanzan, vas a ser condenado a muerte. No te detengas como pasmado. Huye, huye.
ROMEO.-Soy triste juguete de la suerte.
BENVOLIO.-Huye, Romeo. (Acude gente.)
CIUDADANO 1°.-¿Por dónde habrá huido Teobaldo, el asesino de Mercutio?
BENVOLIO.-Ahí yace muerto Teobaldo.
CIUDADANO 1°.-Seguidme todos. En nombre del Príncipe lo mando. (Entran el Príncipe con sus guardias, Montescos, Capuletos, etc.)
EL PRINCIPE.-¿Dónde están los promovedores de esta reyerta?
BENVOLIO.-Ilustre Príncipe, yo puedo referiros todo lo que aconteció. Teobaldo mató al fuerte Mercutio, vuestro deudo, y Romeo mató a Teobaldo.
LA SEÑORA DE CAPULETO.-¡Teobaldo! ¡Mi sobrino, hijo de mi hermano! ¡Oh, Príncipe! un Montesco ha asesinado a mi deudo. Si sois justo, dadnos sangre por sangre. ¡Oh, sobrino mío!
PRINCIPE.-Dime con verdad, Benvolio. ¿Quién comenzó la pelea?
BENVOLIO.-Teobaldo, que luego murió a manos de Romeo. En vano Romeo con dulces palabras le exhortaba a la concordia, y le traía al recuerdo vuestras ordenanzas: todo esto con mucha cortesía y apacible ademán. Nada bastó a calmar los furores de Teobaldo, que ciego de ira, arremetió con el acero desnudo contra el infeliz Mercutio. Mercutio le resiste primero a hierro, y apartando de sí la suerte, quiere arrojarla del lado de Teobaldo. Este le esquiva con ligereza. Romeo se interpone, clamando: “Paz, paz, amigos.” En pos de su lengua va su brazo a interponerse entre las armas matadoras, pero de súbito, por debajo de ese brazo, asesta Teobaldo una estocada que arrebata la vida al pobre Mercutio; Teobaldo huye a toda prisa, pero a poco rato vuelve, y halla a Romeo, cuya cólera estalla. Arrójanse como rayos al combate, y antes de poder atravesarme yo, cae Teobaldo y huye Romeo. Esta es la verdad lisa y llana, por vida de Benvolio.
LA SEÑORA DE CAPULETO.-No ha dicho verdad. Es pariente de los Montescos, y la afición que les tiene le ha obligado a mentir. Más de veinte espadas se desenvainaron contra mi pobre sobrino. Justicia, Príncipe. Si Romeo mató a Teobaldo, que muera Romeo.
PRINCIPE.-Él mató a Mercutio, según se infiere del relato. ¿Y quién pide justicia, por una sangre tan cara?
MONTESCO.-No era Teobaldo el deudor, aunque fuese amigo de Mercutio, ni debía haberse tomado la justicia por su mano, hasta que las leyes decidiesen.
PRINCIPE.-En castigo, yo te destierro. Vuestras almas están cegadas por el encono, y a pesar vuestro he de haceros llorar la muerte de mi deudo. Seré inaccesible a lágrimas y a ruegos. No me digáis palabra. Huya Romeo: porque si no huye le alcanzará la muerte. Levantad el cadáver. No sería clemencia perdonar al homicida.
ESCENA SEGUNDA
Jardín en casa de Capuleto
(JULIETA y el AMA)