Romeo y Julieta - Уильям Шекспир 7 стр.


JULIETA.-Corred, corred a la casa de Febo, alados corceles del Sol. El látigo de Faetón os lance al ocaso. Venga la dulce noche a tender sus espesas cortinas. Cierra ¡oh Sol! tus penetrantes ojos, y deja que en el silencio venga a mí mi Romeo, e invisible se lance en mis brazos. El amor es ciego y ama la noche, y a su luz misteriosa cumplen sus citas los amantes. Ven, majestuosa noche, matrona de humilde y negra túnica, y enséñame a perder en el blando juego, donde las vírgenes empeñan su castidad. Cubre con tu manto la pura sangre que arde en mis mejillas. Ven, noche; ven, Romeo, tú que eres mi día en medio de esta noche, tú que ante sus tinieblas pareces un copo de nieve sobre las negras alas del cuervo. Ven, tenebrosa noche, amiga de los amantes, y vuélveme a mi Romeo. Y cuando muera, convierte tú cada trozo de su cuerpo en una estrella relumbrante, que sirva de adorno a tu manto, para que todos se enamoren de la noche, desenamorándose del Sol. Ya he adquirido el castillo de mi amor, pero aún no le poseo. Ya estoy vendida, pero no entregada a mi señor. ¡Qué día tan largo! tan largo como víspera de domingo para el niño que ha de estrenar en él un traje nuevo. Pero aquí viene mi ama, y me traerá noticias de él. (Llega el ama con una escala de cuerdas.)Ama, ¿qué noticias traes? ¿Esa es la escala que te dijo Romeo?

AMA.-Sí, ésta es la escala.

JULIETA.-¡Ay, Dios! ¿Qué sucede? ¿Por qué tienes las manos cruzadas?

AMA.-¡Ay, señora! murió, murió. Perdidas somos. No hay remedio… Murió. Le mataron… Está muerto.

JULIETA.-¿Pero cabe en el mundo tal maldad?

AMA.-En Romeo cabe. ¿Quién pudiera pensar tal cosa de Romeo?

JULIETA.-¿Y quién eres tú, demonio, que así vienes a atormentarme? Suplicio igual sólo debe de haberle en el infierno. Dime, ¿qué pasa? ¿Se ha matado Romeo? Dime que sí, y esta palabra basta. Será más homicida que mirada de basilisco. Di que si o que no, que vive o que muere. Con una palabra puedes calmar o serenar mi pena.

AMA.-Sí: yo he visto la herida. La he visto por mis ojos. Estaba muerto: amarillo como la cera, cubierto todo de grumos de sangre cuajada. Yo me desmayé al verle.

JULIETA.-¡Estalla, corazón mío, estalla! ¡Ojos míos, yaceréis desde ahora en prisión tenebrosa, sin tornar a ver la luz del día! ¡Tierra, vuelve a la tierra! Sólo resta morir, y que un mismo túmulo cubra mis restos y los de Romeo.

AMA.-¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sin igual, Teobaldo! ¿Por qué he vivido yo para verte muerto?

JULIETA.-Pero ¡qué confusión es ésta en que me pones! ¿Dices que Romeo ha muerto, y que ha muerto Teobaldo, mi dulce primo? Toquen, pues, la trompeta del juicio final. Si esos dos han muerto, ¿qué importa que vivan los demás?

AMA.-A Teobaldo mató Romeo, y éste anda desterrado.

JULIETA.-¡Válgame Dios! ¿Conque Romeo derramó la sangre de Teobaldo? ¡Alma de sierpe, oculta bajo capa de flores! ¿Qué dragón tuvo jamás tan espléndida gruta? Hermoso tirano, demonio angelical, cuervo con plumas de paloma, cordero rapaz como lobo, materia vil de forma celeste, santo maldito, honrado criminal, ¿en qué pensabas, naturaleza de los infiernos, cuando encerraste en el paraíso de ese cuerpo el alma de un condenado? ¿Por qué encuadernaste tan bellamente un libro de tan perversa lectura? ¿Cómo en tan magnífico palacio pudo habitar la traición y el dolor?

AMA.-Los hombres son todos unos. No hay en ellos verdad, ni fe, ni constancia. Malvados, pérfidos, trapaceros… ¿Dónde está mi escudero? Dame unas gotas de licor. Con tantas penas voy a envejecer antes de tiempo. ¡Qué afrenta para Romeo!

JULIETA.-¡Maldita la lengua que tal palabra osó decir! En la noble cabeza de Romeo no es posible deshonra. En su frente reina el honor como soberano monarca. ¡Qué necia yo que antes decía mal de él!

AMA.-¿Cómo puedes disculpar al que mató a tu primo?

JULIETA.-¿Y cómo he de decir mal de quien es mi esposo? Mató a mi primo, porque si no, mi primo le hubiera matado a él. ¡Atrás, lágrimas mías, tributo que erradamente ofrecí al dolor, en vez de ofrecerle al gozo! Vive mi esposo, a quien querían dar muerte, y su matador yace por tierra. ¿A qué es el llanto? Pero creo haberte oído otra palabra que me angustia mucho más que la muerte de Teobaldo. En vano me esfuerzo por olvidarla. Ella pesa sobre mi conciencia, como puede pesar en el alma de un culpable el remordimiento. Tú dijiste que Teobaldo había sido muerto y Romeo desterrado. Esta palabra desterrado me pesa más que la muerte de diez mil Teobaldos. ¡No bastaba con la muerte de Teobaldo, o es que las penas se deleitan con la compañía y nunca vienen solas! ¿Por qué cuando dijiste: “ha muerto Teobaldo” no añadiste: “tu padre o tu madre, o los dos”? Aun entonces no hubiera sido mayor mi pena. ¡Pero decir: Romeo desterrado! Esta palabra basta a causar la muerte a mi padre y a mi madre, y a Romeo y a Julieta. “¡Desterrado Romeo!” Dime, ¿podrá encontrarse término o límite a la profundidad de este abismo? ¿Dónde están mi padre y mi madre? Dímelo.

AMA.-Llorando sobre el cadáver de Teobaldo. ¿Quieres que te acompañe allá?

JULIETA.-Ellos con su llanto enjugarán las heridas. Yo entre tanto lloraré por el destierro de Romeo. Toma tú esa escalera, a quien su ausencia priva de su dulce objeto. Ella debía haber sido camino para mi lecho nupcial. Pero yo moriré virgen y casada. ¡Adiós, escala de cuerda! ¡Adiós, nodriza! Me espera el tálamo de la muerte.

AMA.-Retírate a tu aposento. Voy a buscar a Romeo sin pérdida de tiempo. Está escondido en la celda de fray Lorenzo. Esta noche vendrá a verte.

JULIETA.-Dale en nombre mío esta sortija, y dile que quiero oír su postrera despedida.

ESCENA TERCERA

Celda de Fray Lorenzo

(FRAY LORENZO y ROMEO)

FRAY LORENZO.-Ven, pobre Romeo. La desgracia se ha enamorado de ti, y el dolor se ha desposado contigo.

ROMEO.-Decidme, padre. ¿Qué es lo que manda el Príncipe? ¿Hay alguna pena nueva que yo no haya sentido?

FRAY LORENZO.-Te traigo la sentencia del Príncipe.

ROMEO.-¿Y cómo ha de ser si no es de muerte?

FRAY LORENZO.-No. Es algo menos dura. No es de muerte sino de destierro.

ROMEO.-¡De destierro! Clemencia. Decid de muerte. El destierro me infunde más temor que la muerte. No me habléis de destierro.

FRAY LORENZO.-Te manda salir de Verona, pero no temas: ancho es el mundo.

ROMEO.-Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación. Desterrarme de Verona es como desterrarme de la Tierra. Lo mismo da que digáis muerte que destierro. Con un hacha de oro cortáis mi cabeza y luego os reís del golpe mortal.

FRAY LORENZO.-¡Oh, que negro pecado es la ingratitud! Tu crimen merecía muerte, pero la indulgencia del Príncipe trueca la muerte en destierro, y aún no se lo agradeces.

ROMEO.-Tal clemencia es crueldad. El cielo está aquí donde vive Julieta. Un perro, un ratón, un gato pueden vivir en este cielo y verla. Sólo Romeo no puede. Mas prez, más gloria, más felicidad tiene una mosca o un tábano inmundo que Romeo. Ellos pueden tocar aquella blanca y maravillosa mano de Julieta, o posarse en sus benditos labios, en esos labios tan llenos de virginal modestia que juzgan pecado el tocarse. No lo hará Romeo. Le mandan volar y tiene envidia de las moscas que vuelan. ¿Por qué decís que el destierro no es la muerte? ¿No teníais algún veneno sutil, algún hierro aguzado que me diese la muerte más pronto que esa vil palabra “desterrado”? Eso es lo que en el infierno se dicen unos a otros los condenados. ¿Y tu, sacerdote, confesor mío y mi amigo mejor, eres el que viene a matarme con esa palabra?

FRAY LORENZO.-Oye, joven loco y apasionado.

ROMEO.-¿Vais a hablarme otra vez del destierro?

FRAY LORENZO.-Yo te daré tal filosofía que te sirva de escudo y vaya aliviándote.

ROMEO.-¡Destierro! ¡Filosofía! Si no basta para crear otra Julieta, para arrancar un pueblo de su lugar, o hacer variar de voluntad a un príncipe, no me sirve de nada, ni la quiero, ni os he de oír.

FRAY LORENZO.-¡Ah, hijo mío! Los locos no oyen.

ROMEO.-¿Y cómo han de oír, si los que están en su seso no tienen ojos?

FRAY LORENZO.-Te daré un buen consejo.

ROMEO.-No podéis hablar de lo que no sentís. Si fuerais joven, y recién casado con Julieta, y la adoraseis ciegamente como yo, y hubieras dado muerte a Teobaldo, y os desterrasen, os arrancaríais los cabellos al hablar, y os arrastraríais por el suelo como yo, midiendo vuestra sepultura. (Llaman dentro.)

FRAY LORENZO.-Llaman. Levántate y ocúltate, Romeo.

ROMEO.-No me levantaré. La nube de mis suspiros me ocultará de los que vengan.

FRAY LORENZO.-¿No oyes? ¿Quién va?… Levántate, Romeo, que te van a prender… Ya voy… Levántate. Pero, Dios mío, ¡qué terquedad, qué locura! Ya voy. ¿Quién llama? ¿Qué quiere decir esto?

AMA.- (Dentro)Dejadme entrar. Traigo un recado de mi ama Julieta.

FRAY LORENZO.-Bien venida seas. (Entra el ama.)

AMA.-Decidme, santo fraile. ¿Dónde está el esposo y señor de mi señora?

FRAY LORENZO.-Mírale ahí tendido en el suelo y apacentándose de sus lágrimas.

AMA.-Lo mismo está mi señora: enteramente igual.

FRAY LORENZO.-¡Funesto amor! ¡Suerte cruel!

AMA.-Lo mismo que él: llorar y gemir. Levantad, levantad del suelo: tened firmeza varonil. Por amor de ella, por amor de Julieta. Levantaos, y no lancéis tan desesperados ayes.

ROMEO.-Ama.

AMA.-Señor, la muerte lo acaba todo.

ROMEO.-Decías no sé qué de Julieta. ¿Qué es de ella? ¿No llama asesino a mí que manché con sangre la infancia de nuestra ventura? ¿Dónde está? ¿Qué dice?

AMA.-Nada, señor. Llorar y más llorar. Unas veces se recuesta en el lecho, otras se levanta, grita: “Teobaldo, Romeo”, y vuelve a acostarse.

ROMEO.-Como si ese nombre fuera bala de arcabuz que la matase, como lo fue la infame mano de Romeo que mató a su pariente. Decidme, padre, ¿en qué parte de mi cuerpo está mi nombre? Decídmelo, porque quiero saquear su odiosa morada. (Saca el puñal.)

FRAY LORENZO.-Detén esa diestra homicida. ¿Eres hombre? Tu exterior dice que sí, pero tu llanto es de mujer, y tus acciones de bestia falta de libre albedrío. Horror me causas. Juro por mi santo hábito que yo te había creído de voluntad más firme. ¡Matarte después de haber matado a Teobaldo! Y matar además a la dama que sólo vive por ti. Dime, ¿por qué maldices de tu linaje, y del cielo y de la tierra? Todo lo vas a perder en un momento, y a deshonrar tu nombre y tu familia, y tu amor y tu juicio. Tienes un gran tesoro, tesoro de avaro, y no lo empleas en realzar tu persona, tu amor y tu ingenio. Ese tu noble apetito es figura de cera, falta de aliento viril. Tu amor es perjurio y juramento vacío, y profanación de lo que juraste, y tu entendimiento, que tanto realce daba a tu amor y a tu fortuna, es el que ciega y descamina a tus demás potencias, como soldado que se inflama con la misma pólvora que tiene, y perece víctima de su propia defensa. ¡Alienta, Romeo! Acuérdate que vive Julieta, por quien hace un momento hubieras dado la vida. Este es un consuelo. Teobaldo te buscaba para matarte, y le mataste tú. He aquí otro consuelo. La ley te condenaba a muerte, y la sentencia se conmutó en destierro. Otro consuelo más. Caen sobre ti las bendiciones del cielo, y tú, como mujer liviana, recibes de mal rostro a la dicha que llama a tus puertas. Nunca favorece Dios a los ingratos. Vete a ver a tu esposa: sube por la escala, como lo dejamos convenido. Consuélala, y huye de su lado antes que amanezca. Irás a Mantua, y allí permanecerás, hasta que se pueda divulgar tu casamiento, hechas las paces entre vuestras familias y aplacada la indignación del Príncipe. Entonces volverás, mil veces más alegre que triste te vas ahora. Vete, nodriza. Mil recuerdos a tu ama. Haz que todos se recojan presto, lo cual será fácil por el disgusto de hoy. Dile que allá va Romeo.

AMA.-Toda la noche me estaría oyéndoos. ¡Qué gran cosa es el saber! Voy a animar a mi ama con vuestra venida.

ROMEO.-Sí: dile que se prepare a reñirme.

AMA.-Toma este anillo que ella me dio, y vete, que ya cierra la noche. (Vase.)

ROMEO.-Ya renacen mis esperanzas.

FRAY LORENZO.-Adiós. No olvides lo que te he dicho. Sal antes que amanezca, y si sales después, vete disfrazado; y a Mantua. Tendrás con frecuencia noticias mías, y sabrás todo lo que pueda interesarte. Adiós. Dame la mano. Buenas noches.

ESCENA CUARTA

Sala en casa de Capuleto

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