(CAPULETO, SU MUJER, el AMA y CRIADOS)
CAPULETO.-la reciente desgracia me ha impedido hablar con mi hija. Tanto ella como yo queríamos mucho a Teobaldo. Pero la muerte es forzosa. Ya es tarde para que esta noche nos veamos, y a fe mía os juro que si no fuera por vos, ya hace una hora que me habría acostado.
PARIS.-Ni es ésta ocasión de galanterías sino de duelo. Dad mis recuerdos a vuestra hija.
CAPULETO.-Paris, os prometo solemnemente la mano de mi hija. Creo que ella me obedecerá. Puedo asegurároslo. Esposa mía, antes de acostarse, ve a contarle el amor de Paris, y dile que el miércoles próximo… Pero, ¿qué día es hoy?
PARIS.-Lunes.
CAPULETO.-¡Lunes! Pues no puede ser el miércoles. Que sea el jueves. Dile que el jueves se casará con el conde. ¿Estáis contento? No tendremos fiesta. Sólo convidaré a los íntimos, porque estando tan fresca la muerte de Teobaldo, el convidar a muchos parecería indicio de poco sentimiento. ¿Os parece bien el jueves?
PARIS.-¡Ojalá fuese mañana!
CAPULETO.-Adelante pues: que sea el jueves. Avisa a Julieta, antes de acostarte. Adiós, amigo. Alumbradme. Voy a mi alcoba. Es tan tarde, que pronto amanecerá. Buenas noches.
ESCENA QUINTA
Galería cerca del cuarto de Julieta, con una ventana que da al jardín
(ROMEO y JULIETA)
JULIETA.-¿Tan pronto te vas? Aún tarda el día. Es el canto del ruiseñor, no el de la alondra el que resuena. Todas las noches se posa a cantar en aquel granado. Es el ruiseñor, amado mío.
ROMEO.-Es la alondra que anuncia el alba; no es el ruiseñor. Mira, amada mía, cómo se van tiñendo las nubes del oriente con los colores de la aurora. Ya se apagan las antorchas de la noche. Ya se adelanta el día con rápido paso sobre las húmedas cimas de los montes. Tengo que partir. O si no. Aquí me espera la muerte.
JULIETA.-No es ésa luz de la aurora. Te lo aseguro. Es un meteoro que desprende de su lumbre el Sol para guiarte en el camino de Mantua. Quédate. ¿Por qué te vas tan luego?
ROMEO.-¡Qué me prendan, que me maten! Mandándolo tú, poco importa. Diré que aquella luz gris que allí veo no es la de la mañana, sino el pálido reflejo de la luna. Diré que no es el canto de la alondra el que resuena. Más quiero quedarme que partir. Ven, muerte, pues Julieta lo quiere. Amor mío, hablemos, que aún no amanece.
JULIETA.-Sí, vete, que es la alondra la que canta con voz áspera y destemplada. ¡Y dicen que son armoniosos sus sones, cuando a nosotros viene a separarnos! Dicen que cambia de ojos como el sapo. ¡Ojalá cambiara de voz! Maldita ella que me aparta de tus atractivos. Vete, que cada vez se clarea más la luz.
ROMEO.-¿Has dicho la luz? No, sino las tinieblas de nuestro destino. (Entra el ama.)
AMA.-¡Julieta!
JULIETA.-¡Ama!
AMA.-Tu madre viene. Ya amanece. Prepárate y no te descuides.
ROMEO.-¡Un beso! ¡Adiós, y me voy! (Vase por la escala.)
JULIETA.-¿Te vas? Mi señor, mi dulce dueño, dame nuevas de ti todos los días, a cada instante. Tan pesados corren los días infelices, que temo envejecer antes de tornar a ver a mi Romeo.
ROMEO.-Adiós. Te mandaré noticias mías y mi bendición por todos los medios que yo alcance.
JULIETA.-¿Crees que volveremos a vernos?
ROMEO.-Sí, y que en dulces coloquios de amor recordaremos nuestras angustias de ahora.
JULIETA.-¡Válgame Dios! ¡Qué présaga tristeza la mía! Parece que te veo difunto sobre un catafalco. Aquel es tu cuerpo, o me engañan los ojos.
ROMEO.-Pues también a ti te ven los míos pálida y ensangrentada. ¡Adiós, adiós! (Vase.)
JULIETA.-¡Oh, fortuna! te llaman mudable: a mi amante fiel poco le importan tus mudanzas. Sé mudable en buena hora, y así no le detendrás y me le restituirás luego.
SEÑORA DE CAPULETO.- (Dentro)Hija, ¿estás despierta?
JULIETA.-¿Quién me llama? Madre, ¿estás despierta todavía o te levantas ahora? ¿Qué novedad te trae a mí? (Entra la señora Capuleto.)
SEÑORA DE CAPULETO.-¿Qué es esto, Julieta?
JULIETA.-Estoy mala.
SEÑORA DE CAPULETO.-¿todavía lloras la muerte de tu primo? ¿Crees que tus lágrimas pueden devolverle la vida? Vana esperanza. Cesa en tu llanto, que aunque es signo de amor, parece locura.
JULIETA.-Dejadme llorar tan dura suerte.
SEÑORA DE CAPULETO.-Eso es llorar la pérdida y no al amigo.
JULIETA.-Llorando la pérdida, lloro también al amigo.
SEÑORA DE CAPULETO.-Más que por el muerto ¿lloras por ese infame que le ha matado?
JULIETA.-¿Qué infame, madre?
SEÑORA DE CAPULETO.-Romeo.
JULIETA.- (Aparte)¡Cuánta distancia hay entre él y un infame! (Alto.)Dios le perdone como le perdono yo, aunque nadie me ha angustiado tanto como él.
SEÑORA DE CAPULETO.-Eso será porque todavía vive el asesino.
JULIETA.-Sí, y donde mi venganza no puede alcanzarle. Yo quisiera vengar a mi primo.
SEÑORA DE CAPULETO.-Ya nos vengaremos. No llores. Yo encargué a uno de Mantua, donde ese vil ha sido desterrado, que le envenenen con alguna mortífera droga. Entonces irá a hacer compañía a Teobaldo, y tú quedarás contenta y vengada.
JULIETA.-Satisfecha no estaré, mientras no vea a Romeo… muerto… Señora, si hallas alguno que se comprometa a darle el tósigo, yo misma le prepararé, y así que lo reciba Romeo, podrá dormir tranquilo. Hasta su nombre me es odioso cuando no le tengo cerca para vengar en él la sangre de mi primo.
SEÑORA DE CAPULETO.-Busca tú el modo de preparar el tósigo, mientras yo busco a quien ha de administrárselo. Ahora oye tú una noticia agradable.
JULIETA.-¡Buena ocasión para gratas nuevas! ¿Y cuál es, señora?
SEÑORA DE CAPULETO.-Hija, tu padre es tan bueno que, deseando consolarte, te prepara un día de felicidad que ni tú ni yo espejamos.
JULIETA.-¿Y qué día es ése?
SEÑORA DE CAPULETO.-Pues es que el jueves, por la mañana temprano, el conde Paris, ese gallardo y discreto caballero, se desposará contigo en la iglesia de San Pedro.
JULIETA.-Pues te juro, por la iglesia de San Pedro, y por San Pedro purísimo, que no se desposará. ¿A qué es tanta prisa? ¿Casarme con él cuando todavía no me ha hablado de amor? Decid a mi padre, señora, que todavía no quiero casarme. Cuando lo haga, con juramento os digo que antes será mi esposo Romeo, a quien aborrezco, que Paris. ¡Vaya una noticia que me traéis!
SEÑORA DE CAPULETO.-Aquí viene tu padre. Díselo tú, y verás cómo no le agrada. (Entran Capuleto y el ama.)
CAPULETO.-A la puesta del sol cae el rocío, pero cuando muere el hijo de mi hermano, cae la lluvia a torrentes. ¿Aún no ha acabado el aguacero, niña? Tu débil cuerpo es nave y mar y viento. En tus ojos hay marea de lágrimas, y en ese mar navega la barca de tus ansias, y tus suspiros son el viento que la impele. Dime, esposa, ¿has cumplido ya mis órdenes?
SEÑORA DE CAPULETO.-Sí, pero no lo agradece. ¡Insensata! Con su sepulcro debía casarse.
CAPULETO.-¿Eh? ¿Qué es eso, esposa mía? ¿Qué es eso de no querer y no agradecer? ¿Pues no la enorgullece el que la hayamos encontrado para esposo un tan noble caballero?
JULIETA.-¿Enorgullecerme? No… agradecer, sí. ¿Quién ha de estar orgullosa de lo que aborrece? Pero siempre se agradece la buena voluntad, hasta cuando nos ofrece lo que odiamos.
CAPULETO.-¡Qué retóricas son ésas! “¡Enorgullecerse!”… “Sí y no”. “¡Agradecer y no agradecer!”… Nada de agradecimientos ni de orgullo, señorita. Prepárate a ir por tus pies el jueves próximo a la iglesia de San Pedro a casarte con Paris, o si no, te llevo arrastrando en un zarzo, ¡histérica, nerviosa, pálida, necia!
SEÑORA DE CAPULETO.-¿Estás en ti? Cállate.
JULIETA.-Padre mío, de rodillas os pido que me escuchéis una palabra sola.
CAPULETO.-¡Escucharte! ¡Necia, malvada! Oye, el jueves irás a San Pedro, o no me volverás a mirar la cara. No me supliques ni me digas una palabra más. El pulso me tiembla. Esposa mía, yo siempre creí que era poca bendición de Dios el tener una hija sola, pero ahora veo que es una maldición, y que aun ésta sobra.
AMA.-¡Dios sea con ella! No la maltratéis, señor.
CAPULETO.-¿Y por qué no, entremetida vieja? Cállate, y habla con tus iguales.
AMA.-A nadie ofendo… no puede una hablar.
CAPULETO.-Calla, cigarrón, y vete a hablar con tus comadres, que aquí no metes baza.
SEÑORA DE CAPULETO.-Loco estás.
CAPULETO.-Loco, sí. De noche, de día, de mañana, de tarde, durmiendo, velando, solo y acompañado, en casa y en la calle, siempre fue mi empeño el casarla, y ahora que le encuentro un joven de gran familia, rico, gallardo, discreto, lleno de perfecciones, según dicen, contesta esta mocosa que no quiere casarse, que no puede amar, que es muy joven. Pues bien, te perdonaré, si no te casas, pero no vivirás un momento aquí. Poco falta para el jueves. Piénsalo bien. Si consientes, te casarás con mi amigo. Si no, te ahorcarás, o irás pidiendo limosna, y te morirás de hambre por esas calles, sin que ninguno de los míos te socorra. Piénsalo bien, que yo cumplo siempre mis juramentos. (Vase.)
JULIETA.-¿Y no hay justicia en el cielo que conozca todo el abismo de mis males? No me dejes… madre. Dilatad un mes, una semana el casamiento, o si no, mi lecho nupcial será el sepulcro de Teobaldo.
SEÑORA DE CAPULETO.-Nada me digas, porque no he de responderte. Decídete como quieras. (Se va.)
JULIETA.-¡Válgame Dios! Ama mía, ¿qué haré? Mi esposo está en la tierra, mi fe en el cielo. ¿Y cómo ha de volver a la tierra mi fe, si mi esposo no la envía desde el cielo? Aconséjame, consuélame. ¡Infeliz de mí! ¿Por qué el cielo ha de emplear todos sus recursos contra un ser tan débil como yo? ¿Qué me dices? ¿Ni una palabra que me consuele?
AMA.-Sólo te diré una cosa. Romeo está desterrado, y puede apostarse doble contra sencillo a que no vuelve a verte, o vuelve ocultamente, en caso de volver. Lo mejor sería, pues, a mi juicio, que te casaras con el conde, que es mucho más gentil y discreto caballero que Romeo. Ni un águila tiene tan verdes y vivaces ojos como Paris. Este segundo esposo te conviene más que el primero. Y además, al primero puedes darle por muerto. Para ti como si lo estuviera.
JULIETA.-¿Hablas con el alma?
AMA.-Con el alma, o maldita sea yo.
JULIETA.-Así sea.
AMA.-¿Por qué?
JULIETA.-Por nada. Buen consuelo me has dado. Vete, di a mi madre que he salido. Voy a confesarme con fray Lorenzo, por el enojo que he dado a mi padre.
AMA.-Obras con buen seso. (Vase.)
JULIETA.-¡Infame vieja! ¡Aborto de los infiernos! ¿Cuál es mayor pecado en ti: querer hacerme perjura, o mancillar con tu lengua al mismo a quien tantas veces pusiste por las nubes? Maldita sea yo si vuelvo a aconsejarme de ti. Sólo mi confesor me dará amparo y consuelo, o a lo menos fuerzas para morir.
ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERA
Celda de fray Lorenzo
(FRAY LORENZO y PARIS)
FRAY LORENZO.-¿El jueves dices? Pronto es.
PARIS.-Así lo quiere Capuleto, y yo lo deseo también.
FRAY LORENZO.-¿Y todavía no sabéis si la novia os quiere? Mala manera es ésa de hacer las cosas, a mi juicio.
PARIS.-Ella no hace más que llorar por Teobaldo y no tiene tiempo para pensar en amores, porque el amor huye de los duelos. A su padre le acongoja el que ella se angustie tanto, y por eso quiere hacer la boda cuanto antes, para atajar ese diluvio de lágrimas, que pudiera parecer mal a las gentes. Esa es la razón de que nos apresuremos.